Authors: Laura Gallego García
—Has tardado en venir a verme, Victoria —sonrió Qaydar.
—No deberías haberlo traído —dijo ella sin rodeos—. Aquí corre peligro. Si Jack se entera de que está aquí...
—Me dijiste que Jack no lo conocía.
—No le ha visto nunca, pero ha oído hablar de él.
El Archimago la miró fijamente.
—Intentó hacerte daño, ¿verdad? Cuando estabas convaleciente. El fue la persona que...
—No le guardo rencor —cortó Victoria—. Pero necesito saber si has hecho progresos con él.
Qaydar sacudió la cabeza con un suspiro.
—Se está volviendo cada vez más inestable. Intento enseñarle de la misma forma que a los demás, pero algunos hechizos simplemente parecen estar fuera de su alcance... en concreto, todos aquellos conjuros que implican un trabajo con seres vivos.
—Las plantas se marchitan, los animales enferman, las personas sufren —adivinó Victoria—. Eso es lo que provoca su magia.
—Y más que eso. Cada vez que utiliza su poder, sufre un intenso dolor. A pesar de eso, insiste en seguir practicando porque se niega a ser menos que el resto de aprendices. No quiere quedarse atrás. De modo que, cuanto más tiempo pasa con nosotros, más prolonga su agonía, y más se agria su carácter.
—¿No has podido hacer nada por él, pues?
—Sigo estudiando su caso, pero por el momento solo puedo tratar de aliviarle con hechizos curativos; sin embargo, el efecto le dura mucho menos que al resto de las personas, como si la oscuridad que hay dentro de él absorbiese cada pequeña gota de luz que tratamos de introducir en su alma. Además, tengo la sensación de que calmando su dolor solo curo los síntomas, pero no voy a la raíz del problema. Por eso lo he traído.
Victoria cerró los ojos un momento. Suponía que tarde o temprano sucedería aquello.
Unas semanas atrás, ella y Jack habían visitado la Torre de Kazlunn, y la joven había hablado con Qaydar acerca de Yaren. No había llegado a verle entonces, porque se las había arreglado para evitarlo. Pero el Archimago le había insinuado que tratara de hacer algo por él. Victoria, no obstante, se había negado. Podía renovar su magia, eso era cierto; pero temía que, al hacerlo, no consiguiera otra cosa que remover la energía negativa que habitaba en Yaren, provocándole aún más dolor y sufrimiento.
—¿Crees que tratará de volver a atacarte? —inquirió Qaydar—. ¿Por eso lo evitas?
Victoria negó con la cabeza.
—Sabe que he recuperado mi poder; puede que aún conserve la esperanza de que sea capaz de ayudarlo. Temo matar esa esperanza, Qaydar. Tengo miedo de no ser capaz de hacer ya nada por él. Soy la responsable de la oscuridad que nubla su alma; no quiero tapar también el último rayo de luz que pueda llegar hasta ella.
—¿Tan segura estás de que no funcionaría?
Victoria sacudió la cabeza.
—¿Cómo limpiarías un océano contaminado, Qaydar? Es más fácil ensuciar las cosas que limpiarlas. Y puede que, al intentarlo, no hagamos sino empeorarlo todo. Antes de intentarlo, quiero estar segura de que es la opción correcta. O la única opción.
Qaydar asintió.
—Entiendo —murmuró.
Christian llegó al desfiladero entre el segundo y el tercer atardecer.
No había muchos que pudieran acercarse a aquel lugar. Todos los sheks lo tenían terminantemente prohibido, por seguridad. Christian era una excepción, no solo por ser uno de los pocos que sabían lo que estaba sucediendo allí realmente, sino porque su parte humana lo hacía más difícil de detectar. Lo que Gerde estaba llevando a cabo en aquel lugar era tan importante, tan crucial para los sheks, que todos se mantenían alejados para no llamar la atención sobre él. Su base principal estaba más lejos, al norte, cerca de la Sima. Pero, aunque todas las serpientes se encontraban allí, aquello no era más que un señuelo.
Christian se detuvo en la entrada del desfiladero y contempló la pantalla que flotaba a medio metro del suelo. Era de color rojizo y mostraba una textura fluida, cambiante. No parecía sólida y, no obstante, no podía verse lo que había detrás.
Una Puerta.
Aquello era el resultado de varios meses de trabajo. Romper el tejido interdimensional había resultado complicado, y mantenerlo estable, todavía más. Aquella era la Puerta por la que se exiliarían los sheks cuando llegase el momento, si todo marchaba bien.
Christian la contempló con gesto crítico. Era demasiado pequeña para que entrase un shek a través de ella. Pero, por el momento, Gerde no necesitaba nada más, y una Puerta mucho más grande sería fácilmente detectable.
El shek miró a su alrededor. Junto a la pared rocosa crecía un pequeño árbol-vivienda, demasiado estrecho como para que Gerde se sintiera cómoda, pero suficiente como casa improvisada. Entre sus raíces gateaba un bebé.
Christian tardó unos segundos en reconocer a Saissh. Se acercó y se acuclilló junto a ella para observarla de cerca.
Había crecido mucho en los últimos tiempos. Más de lo normal.
El shek se quedó mirando, pensativo, cómo la niña jugaba con una corteza medio suelta. No pudo evitar acordarse de Victoria y de su bebé, y sintió el impulso de coger a Saissh en brazos... solo para ver qué tal lo hacía. Sonrió para sí mismo y sacudió la cabeza. Por primera vez, sintió que la añoranza lo devoraba por dentro, y cerró los ojos para sentir a Victoria al otro lado de su percepción. Ella seguía llevando puesto su anillo, pero, por alguna razón, eso ya no le bastaba. La echaba de menos. Necesitaba verla.
Un ruido lo hizo volver a la realidad, y se incorporó, con cautela. Pero solo era Assher, que había salido del árbol para vigilar al bebé, y lo contemplaba con cierto recelo.
—Gerde no está aquí —dijo abruptamente—. Ha ido... a esa otra parte —añadió, señalando la Puerta con un gesto.
—Lo imaginaba —asintió Christian—. No importa, esperaré. Tengo que hablar con ella.
—¿Qué estabas haciendo con la niña? —inquirió Assher de pronto.
—Advertir lo mucho que ha crecido. Cuando Gerde me la mostró por primera vez tenía unos pocos meses de vida, y ahora ya gatea.
—Y casi anda —asintió Assher con orgullo—. Pero sé que eso no es normal en un bebé humano. Fue esa diosa, la que hace crecer las cosas.
—¿Wina? —Christian lo miró fijamente—. ¿La presencia de Wina la afectó? ¿La hizo desarrollarse más deprisa?
Assher asintió.
—Los szish la alejaron todo lo que pudieron, pero creció igualmente. Cuando Gerde la vio, dijo que no habría sido tan mala idea dejar que se desarrollara un poco más. Creo que tiene ganas de que se haga mayor y pueda empezar a aprender magia también.
Christian entornó los ojos, pensativo, pero no dijo nada.
—Yo también crecí —añadió Assher—, la noche en que... —calló, de pronto, pero Christian sabía que quería decir: «la noche en que estuviste a punto de matarme»—. La noche en que evacuamos el campamento porque llegaron dos de los dioses.
Christian le echó un breve vistazo y comprobó que, en efecto, el szish estaba un poco más alto.
—Pero a mí no me afectó —dijo—. Sigo igual que siempre.
—Porque tú ya eres adulto —replicó Assher—. Ya no puedes crecer más, solo envejecer. Y Wina no hace envejecer las cosas, las desarrolla.
¿Adulto? Christian sonrió. Cierto, tenía casi veinte años. El tiempo transcurría de una forma tan extraña que a veces lo olvidaba. Aquellos tres meses, por ejemplo, se habían deslizado por su vida de forma lenta y perezosa, y le habían parecido una eternidad. Y, no obstante, el tiempo que había transcurrido desde su regreso a Idhún, con la Resistencia, hasta la caída de Ashran, parecía haber pasado tan vertiginosamente como un torbellino.
Contempló, pensativo, cómo Assher recogía a Saissh y la llevaba en brazos al interior del árbol.
«Me sorprende que Gerde te deje cuidarla», le comentó, telepáticamente, para no tener que alzar la voz.
«Sabe que no voy a volver a traicionarla», le respondió el joven szish desde el interior del árbol. «Supongo que es mucho más de lo que puede decirse de ti».
Christian sonrió de nuevo, sin sentirse ofendido en absoluto. Assher lo temía, lo respetaba y lo odiaba al mismo tiempo, pero, desde la noche en que Gerde había engañado a los dioses, se atrevía a plantarle cara porque le guardaba rencor por haber tratado de matarlo. Era, además, su manera de desafiarlo a enfrentarse a él por Gerde. Creía que lo había atacado para poder quedarse con ella.
Christian nunca se había molestado en decirle que no tenía el menor interés en matarlo, y mucho menos en «arrebatarle» a Gerde. Tampoco le explicó cuál era el destino que su idolatrada feérica le tenía reservado. Ya se enteraría por sí mismo.
Se volvió de nuevo hacia la Puerta, cuyo contorno centelleaba suavemente, indicando un cambio. Se acercó y la observó con curiosidad. La superficie, de color cárdeno apagado, se ondulaba, como movida por una ligera brisa. Una figura apareció entonces al otro lado, como un fantasma. Christian aguardó. Conocía muy bien aquella silueta.
Pronto, Gerde atravesó el umbral, tambaleándose. Christian la recogió en brazos cuando ya caía al suelo.
—Kirtash —dijo Gerde, con esfuerzo—. ¿Qué haces aquí? Van a florecer los brotes de ardécala.
Christian no respondió. La acomodó un poco mejor, sobre el suelo, y aguardó a que se recuperara un poco. No tenía nada de particular que Gerde volviera de un viaje desorientada y exhausta, y diciendo cosas absurdas. Le sucedía siempre.
—He inventado una planta nueva —dijo ella—. Tiene dos colores, ¿sabes? Pardo y pálido. Como la piel de Saissh. Pero es demasiado pronto para plantarla. La ardécala aún no ha florecido.
—Gerde, no hay tiempo para eso —replicó Christian—. Tenemos que marcharnos cuanto antes. No hay tiempo para pequeños detalles.
—No, no, la ardécala es importante. Tiene que cubrir todo el suelo, ¿entiendes? Para que se pueda respirar. —De pronto, pareció a punto de llorar—. Millones de años. El trabajo de millones de años... he de hacerlo en tan poco tiempo, tan poco tiempo... yo sola. No puedo hacerlo, no puedo hacerlo. Moriremos todos.
Christian quiso decirle algo, pero no encontró las palabras.
En aquel momento llegó Assher, con Saissh en brazos. Se la tendió a Gerde, sin una palabra.
—Hola, pequeña —la saludó el hada, sonriendo débilmente.
Cerró los ojos un momento e inspiró hondo. Poco a poco fue regresando a la realidad.
—Llevadme a mi árbol —dijo entonces.
Assher se apresuró a incorporarla, adelantándose a Christian. El joven contempló unos instantes cómo los dos se alejaban juntos, con lentitud. A sus pies gateaba Saissh, y el shek se inclinó para recogerla.
La niña trató de zafarse y, cuando Christian la alzó entre sus brazos, se echó a llorar escandalosamente.
Aún apoyada en Assher, Gerde se volvió y le sonrió, socarrona.
—¿Practicando para cuando seas papá, Kirtash? —se burló.
—Solo es un bebé —respondió Christian con indiferencia. Cargó con ella, a pesar de sus lloros y pataleos, y la llevó de vuelta al árbol.
Cuando Gerde se sentó en el interior del árbol, con la espalda apoyada en la madera del tronco, pareció sentirse mucho mejor. Christian dejó a Saissh cerca de ella y aguardó. Por fin, Gerde abrió los ojos para mirarlo.
—Hacía tiempo que no te veía —comentó—. ¿Cómo van las cosas en Nandelt?
Christian inclinó la cabeza.
—Se acerca el día de la coronación de Alsan —dijo—. Los líderes de los sangrecaliente se han reunido en Vanis para la ceremonia. Y el ejército de los Nuevos Dragones crece día tras día —añadió—. Se preparan para atacarnos.
—Eso ya lo sabíamos.
—El ataque es inminente. Probablemente aguarden a que Alsan acceda al trono, pero no esperarán mucho más.
Gerde entornó los ojos, pensativa.
—¿Qué pasa con los magos?
—Hay once nuevos magos en la Torre de Kazlunn —informó Christian—. Pero puede que haya más. —Hizo una pausa y añadió-: Yaren está entre ellos.
El hada inclinó la cabeza.
—Lo sospechaba —comentó solamente—. Bien, no creo que debamos preocuparnos. Por lo que parece, Victoria ha recuperado su poder, así que sabrá defenderse perfectamente de alguien como él.
Christian no dijo nada.
—¿Y el dragón? —quiso saber Gerde—. El de verdad, quiero decir.
—Sigue en Vanis, por lo que sé. Apoyando a su amigo Alsan. Se ha unido a los Nuevos Dragones, o a los caballeros de Nurgon, o a ambos, no lo sé. No he hablado con él.
—Qué gracioso. Como si él quisiera hablar contigo.
Christian no respondió.
—¿Y los caballeros? —siguió preguntando Gerde.
—Han iniciado una campaña para reclutar a nuevos discípulos para la Academia. Los están entrenando con mucha intensidad. También ellos quieren recuperar la gloria perdida.
—Ya veo —comentó Gerde—. ¿Y Victoria? ¿La has visto?
—No —repuso Christian-; pero sé que está bien, al igual que su bebé.
Gerde no hizo ningún comentario.
En las últimas semanas, Christian no había pasado mucho tiempo con los suyos. Sin embargo, a pesar de que ejercía de espía para Gerde y, por lo tanto, tenía tiempo de sobra para rondar por Vanissar y ver a Victoria, no se había acercado al castillo de Alsan, pero no por miedo a ser descubierto, sino porque no quería comprometerla a ella.
—Los sangrecaliente se preparan para atacar —murmuró entonces Gerde—. Pero yo necesito un poco más de tiempo. Lo último que quiero es un grupo de dragones de madera hostigando a mis sheks. Odio que me distraigan cuando estoy haciendo algo importante.
—¿Cuánto tiempo más necesitas? —preguntó Christian, inquieto.
Gerde le dirigió una aviesa sonrisa.
—Hasta que nazca el bebé de Victoria, por ejemplo.
El shek frunció el ceño.
—No estás hablando en serio. Hay cosas más importantes que ese niño. ¿Te vas a quedar a esperarlo mientras los Seis siguen buscándote y los Nuevos Dragones atacan nuestra base? No tardarán en encontrar este lugar, Gerde. No puedes arriesgarlo todo por un bebé.
—No, es verdad. Entonces, tendremos que llevarnos a Victoria con nosotros, ¿no crees?
Christian suspiró.
—No es una buena idea.
—Ni te imaginas lo que podría hacer con ese niño, si es lo que creo que puede ser —añadió Gerde—. Tendría más potencial que Assher y Saissh juntos. Y si es en gran parte humano, como imagino... no me dará tantos problemas como tú.