Authors: Laura Gallego García
—Puede que no sea hijo mío —le recordó Christian.
—Entonces, lo mataremos —repuso Gerde con indiferencia.
Christian alzó la cabeza.
—Ya te advertí que no voy a permitir que toques a ese niño.
—No estás en situación de exigir nada, Kirtash. Pero, ya que no pareces entenderlo, voy a aclararte un par de cosas. Si me veo obligada a marcharme de aquí antes de tiempo, no tendré ningún motivo para mantener con vida a tu unicornio, ni a su bebé, porque, al igual que tú, no me servirán ya de nada. Así que los mataré antes de irme..., será mi regalo para los sangrecaliente... y para ti —añadió, con una sonrisa.
Christian no dijo nada.
—De modo que, si quieres que sigan con vida, tendrás que conseguirme más tiempo. Necesito tiempo para terminar de prepararlo todo, tiempo para que nazca el bebé de Victoria... Y si los sangrecaliente atacan, se acabará ese tiempo. Porque entonces, los sheks no tendrán más remedio que salir a la luz, y los Seis nos encontrarán... y se acabará todo.
—Entiendo —dijo Christian a media voz.
—Te conviene que ese bebé sea hijo tuyo, Kirtash, y te conviene entregármelo en ese caso. Porque, de lo contrario, los mataré a ambos. Ya sabes: si no me es útil, no vale la pena que siga viva. ¿Me he explicado bien?
—Con total claridad.
—Bien —suspiró Gerde—. Entonces vete a Nandelt y deten a los Nuevos Dragones.
Christian la miró, sin estar seguro de haber oído bien.
—¿Que detenga a los Nuevos Dragones? ¿Yo solo? —Oh, vamos, si no son más que humanos montados en dragones de juguete —rió Gerde—. Sabotea sus máquinas, o mejor aún: habla con tu amigo el dragón y dile que no le conviene que nos ataquen.
—No es mi amigo.
—Compartís la misma mujer: eso une mucho —sonrió Gerde—. Estoy segura de que comprenderá que se lo pides por el bien de Victoria. Dile que estoy dispuesta a aguardar hasta el final de su embarazo, aunque solo sea por curiosidad, para ver qué clase de criatura nace de ella. Pero que mi curiosidad se evaporará rápidamente como vea uno solo de sus dragones de madera sobrevolando los Picos de Fuego.
—¿Y le cuento también que estás dispuesta a matar a Victoria y al bebé, en el caso de que sea hijo suyo? —replicó Christian—. ¿O que te lo llevarás contigo si resulta que es mío?
—No creo que necesite saber tanto —sonrió Gerde—. ¿No te parece?
El shek no respondió.
—Vamos, vete —lo echó ella—. No querrás perderte la coronación de nuestro amigo el príncipe, ¿verdad?
—¿Cuánto tiempo? —preguntó Zaisei en voz baja.
Victoria dudó.
—No estoy segura —dijo por fin—. Han sido tres meses en Idhún, pero no sé cuántos han pasado en la Tierra. Vuestros meses duran solo veintiún días..., pero son días más largos.
Estaban ambas en una habitación apartada, sentadas junto a la ventana. Habían acudido allí después de la comida, para poder hablar con tranquilidad.
Zaisei inclinó la cabeza.
—Las mujeres humanas tardan entre ocho y nueve lunas rojas en dar a luz —dijo—. Las celestes, un poco menos —le dirigió una mirada crítica—. No tardarás en notar que se te ensancha la cintura.
—Ya lo estoy notando —murmuró Victoria—. Y me encuentro mal por las mañanas, y me duele el pecho. Lo cierto es que no me está sentando muy bien todo esto.
Zaisei sonrió.
—Eso es completamente normal. He convivido con mujeres embarazadas en el Oráculo. Al principio tenían muchas molestias, pero luego se les pasó. Los últimos meses traen consigo molestias... de otro tipo.
Victoria enterró el rostro entre las manos. Zaisei le pasó un brazo por los hombros.
—No tengas miedo. No estás sola. El vínculo que hay entre Jack y tú es fuerte y verdadero. Eso es lo más importante a la hora de traer hijos al mundo: que sean fruto del amor...
La celeste no terminó la frase, porque percibió la súbita inquietud que inundó el corazón de Victoria. Lo comprendió todo de pronto. Se separó un poco de ella y la miró, con ojos muy abiertos.
Victoria alzó la cabeza y le devolvió la mirada.
—¿Qué ocurre?
—Tu bebé... ¿no es de Jack? —preguntó Zaisei, en susurro.
Victoria abrió la boca, pero no fue capaz de responder, al principio.
—No será de Kirtash, ¿verdad? —musitó la celeste, muy preocupada—. Victoria, ¿no te habrá...?
—No —cortó ella, con firmeza—. No tienes por qué inquietarte por eso, Zaisei. Te aseguro que mi bebé es fruto del amor. Pero no sé de qué amor —añadió, con una sonrisa.
—Oh. Entiendo.
—Zaisei, tú sabes lo que siento por él, sabes que es mutuo.
La celeste sacudió la cabeza.
—La última vez que vi a Kirtash, acababa de clavar una espada en el pecho de Jack.
—Lo sé —murmuró Victoria—. Puedo asegurarte que lo sentí como si me la hubiese clavado a mí.
—Sí —asintió Zaisei—. Lo recuerdo. Yo también estaba allí. Y sé cómo te sentiste. Por esa razón quisiste matarlo después.
Pero Victoria negó con la cabeza.
—No, te equivocas. Por mucho que lo odiara entonces, no actué así por venganza. Solo trataba de enmendar mi error.
—No lo entiendo.
Victoria suspiró.
—No pude evitar enamorarme de él, Zaisei, a pesar de que éramos enemigos. Pero una vez... cuando aún luchábamos en bandos contrarios... le pedí que perdonara la vida a Jack, y lo hizo... por mí. Entonces tuve una sensación extraña. Pensé que no valía la pena seguir luchando, que era absurdo pelear, y que el odio no tenía ningún sentido. Que el amor era mucho más poderoso. Que podía solucionar todos los problemas y cambiarlo todo. Qué tontería, ¿verdad?
—No es ninguna tontería. Así pensamos los celestes.
—Christian... Kirtash, se unió a nosotros por mí, porque me quería. Jack lo aceptó a regañadientes, y Alsan lo hizo porque no tuvo más remedio, pero desde el principio estaba en contra. Y yo sé lo que opinaba de nuestra relación: que solo podía traernos problemas, no solo a mí, sino a todos los miembros de la Resistencia. Yo no quise creerle. Me negué a admitir que la única forma de solucionarlo todo fuera seguir odiando, seguir luchando, incluso contra aquellos a los que amas.
»Pero entonces... sucedió aquello, en los Picos de Fuego. Christian y Jack se pelearon y fue Christian quien venció.
—No pudiste evitar pensar que había sido culpa tuya —dijo Zaisei.
Victoria asintió.
—Pensé que había estado equivocada: que Alsan había tenido razón desde el principio; que había sido una estúpida teniendo fe en mis sentimientos, y que mi error era el motivo de que Jack estuviese muerto. Tenía que hacer lo que no había hecho en su día: luchar contra mi enemigo, matarlo, por mucho que lo amase. Eso no devolvería la vida a Jack, pero era lo menos que podía hacer por mi gente. Porque quise morir entonces, ¿sabes? Pero no podía marcharme y dejar las cosas así. Sin hacer nada para corregir mi estúpido error.
Zaisei tragó saliva. El dolor de Victoria al recordar aquel episodio era tan intenso que le hacía daño a ella también. Pero entonces, de pronto, la joven sonrió.
—¿Y sabes una cosa? No había sido un error. Fue el propio Jack quien me lo hizo ver, cuando él mismo evitó que yo matase a Christian.
—¿De veras hizo eso? —preguntó Zaisei, impresionada.
—Sí —sonrió Victoria—. Los dos pueden ser muy cargantes a veces, porque cuando no discuten están obsesionados por protegerme, pero los quiero muchísimo. Y cuanto más tiempo pasamos juntos, más sólido e intenso es lo que siento por ellos.
—Es porque tenéis una historia juntos. Pero... ¿no has pensado... en optar por uno de los dos?
Victoria la miró fijamente.
—¿Y romper un lazo?
Había dado en el clavo. Zaisei palideció un poco.
—Es cierto —admitió en voz baja—. Romperías un lazo.
—No puedo hacerles eso a ninguno de los dos. No puedo romperles el corazón a estas alturas... mirar a Jack, o a Christian, a los ojos, y mentirle, y decirle que no lo quiero más a mi lado, que prefiero estar con «el otro». Christian no me creería. Me diría que no es eso lo que siento de verdad, y tendría razón. Y, por mucho que se lo pidiera, no se marcharía sin más, no mientras estuviese seguro de que le quiero todavía. Y en cuanto a Jack...
—No lo aceptaría —murmuró Zaisei.
—¿Te imaginas si, después de todo lo que hemos pasado juntos, le digo que quiero dejarle para estar con Christian? —sacudió la cabeza—. Le dolería más que saber que no tengo preferencias.
—No las tienes, ¿verdad? —quiso asegurarse la celeste.
—No, no las tengo. Pero si algún día decido romper mi relación con uno de los dos, será con Jack. Y el día en que lo haga no será porque quiera más a Christian, sino porque habré llegado a la conclusión de que él será más feliz solo que conmigo. Con respecto a Christian, no tengo dudas. Sé que él me prefiere a su lado, y que no le importa que esté Jack también. Y en cuanto a Jack... si un día llego a tener la certeza de que no puedo hacerlo feliz...
—¿Le mirarías a los ojos y le dirías que ya no sientes nada por él, que prefieres estar con el shek?
—Y si lo hiciera, le mentiría como una miserable. Y le partiría el corazón. Pero si he de hacerlo por su bien, Zaisei, te aseguro que lo haré.
La celeste suspiró, pensativa.
—Si Jack fuera un celeste, no tendría sentido que lo intentaras siquiera. El sabría que le quieres, de todos modos.
—Debería saberlo ya —murmuró Victoria—, sin necesidad de leer mi mente, como hace Christian, o de sentir lo que yo siento, como puedes hacer tú. Pero no es el caso, así que supongo que, de ser necesario, sí podría tratar de engañarlo para echarle de mi lado.
—Eso solo os haría sufrir a los dos —le advirtió Zaisei, un poco asustada; la idea de mentir para romper un lazo deliberadamente le parecía especialmente cruel, por lo que trató de cambiar de tema—. ¿Y qué va a pasar cuando nazca el niño? ¿Hará que tengas preferencias... por uno de los dos?
Victoria sonrió.
—Lo dudo mucho. Pero si es hijo de Christian... puede que Jack simplemente no pueda aceptarlo. Le he dicho que comprendería que quisiera romper nuestra relación si resulta que mi bebé no es hijo suyo, o por cualquier otro motivo. Dice que no tiene intención de hacer tal cosa, y que cuando aceptó seguir a mi lado, aun sabiendo que yo estaba con Christian, sabía que esto podía suceder. Pero supongo que en el fondo tiene miedo. Supongo que, si cambia de opinión, yo no podría reprochárselo.
Zaisei sacudió la cabeza.
—¿Y el shek? ¿Qué hará él si das a luz al hijo de un dragón? ¿Te daría la espalda?
Victoria sonrió.
—No —dijo solamente, segura y convencida.
Zaisei sonrió. Acarició con suavidad el vientre de Victoria.
—Te deseo que nazca sano y que sea feliz —dijo—. Independientemente de quién de los dos lo engendrara dentro de ti.
—Muchas gracias —respondió Victoria, emocionada—. Lo cierto es que estoy muy ilusionada con este niño. Si pudiese elegir... me encantaría que fuesen dos. Y que uno tuviera los ojos de Christian, y el otro, la sonrisa de Jack.
Zaisei, que encontraba que los ojos del shek eran fríos e inhumanos, se estremeció al imaginar un bebé con semejantes características. Pero la alegría de Victoria era sincera... y contagiosa. La celeste sonrió a su vez, y la abrazó, con cariño. Victoria parpadeó para retener las lágrimas.
—Estoy muy sensible últimamente, parezco tonta —se disculpó, secándose los ojos.
—Es normal, en tu estado —dijo Zaisei.
—No le había contado esto a nadie —dijo Victoria en voz baja—. Solo se lo he dicho a Jack y a Christian, y bueno... Jack está ilusionado también, pero tiene miedo, y además le preocupa lo que va a pasar entre nosotros si resulta que mi bebé no es suyo. Y en cuanto a Christian... —vaciló; lo cierto era que no había vuelto a verle, ni a hablar con él, desde la noche en que le había dicho que estaba embarazada—. No lo veo mucho últimamente. No es bien recibido aquí.
Zaisei reflexionó.
—Si el shek es el padre de tu bebé, tendrás problemas, Victoria.
—Lo sé —asintió ella.
—¿Es él consciente de eso?
—Supongo que sí. Y creo que por eso se mantiene alejado.
—Se mantiene alejado porque es un cobarde —cortó entonces una voz desde la puerta—. Para pelear siempre está a punto, pero lo de asumir responsabilidades no va con el.
Las dos jóvenes se volvieron, sobresaltadas. Jack las estaba mirando, muy serio.
—Jack... —empezó Victoria, pero él se llevó un dedo a los labios e hizo un gesto con la cabeza, indicándole que por el pasillo se acercaba alguien más. Oyeron las voces de Alsan y Shail.
Jack se inclinó junto a Victoria. La tomó de las manos y la obligó a mirarlo a los ojos.
—Victoria —dijo en voz baja—. No podemos mantener esto en secreto mucho más tiempo. Tenemos que decirlo, hacerlo público.
—¿Hacerlo público? —repitió Victoria—. ¿Para que se convierta en un asunto de estado?
—¿Y cómo piensas ocultarlo, entonces?
Victoria no dijo nada.
—Tarde o temprano, todo el mundo se enterará —insistió Jack.
—¿Se enterará, de qué? —dijo la voz de Shail tras ellos.
Jack respiró hondo. Se incorporó, y tiró con suavidad de Victoria, para que se levantara también. Después, sostuvo la mirada de Alsan y Shail, con aplomo.
—Victoria está embarazada —anunció; rodeó sus hombros con el brazo y añadió, con una amplia sonrisa—. Vamos a tener un bebé.
Los días siguientes fueron una locura para todo el mundo.
Aunque Alsan habría preferido que la ceremonia de la coronación fuese algo sobrio y discreto, la presencia de tantos personajes importantes en su castillo exigía un mínimo de protocolo, y convertiría el acto en algo más multitudinario de lo que había imaginado.
Por esta razón, tanto él como Covan tuvieron mucho trabajo aquellos días, y sus amigos no dudaron en ayudarles en todo lo que pudieron. No solo había que atender a los invitados y a sus respectivos cortejos, sino que, además, sería necesario organizar un banquete digno de ellos para después de la coronación..., por no hablar de la coordinación de los diferentes homenajes que se iban a realizar. Tanawe había enviado a tres de sus dragones, que obsequiarían a los presentes con una exhibición aérea; los nuevos caballeros de Nurgon tenían intención de presentar sus respetos al futuro rey en un desfile, y los nuevos hechiceros habían preparado un pequeño espectáculo de magia. Victoria hizo notar que no podría hacerse todo eso en el patio del castillo, y que habría que buscar, por tanto, un lugar más amplio, tal vez fuera de las murallas de la ciudad.