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Authors: Juan Ernesto Artuñedo

Peluche (22 page)

BOOK: Peluche
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—¡A ver! ¡Atención! —grita un hombre desde otra mesa

Saca un diapasón del bolsillo. Golpea. Se lo lleva a la oreja. Da el tono a las cuatro voces:

—¡Reee!, ¡faaa!, ¡laaa!, ¡reee! Al lado del camino —dice en voz alta

Levanta la mano y da la entrada a los chicos...

—¡Ahhh!

...a las chicas...

—¡Ahhh!

...a los otros chicos...

—¡Ahhh!

...y a las otras chicas...

—¡Ahhh!

...y todos a una:

Al lado del camino me encontré contigo

Pregunté a pastores pregunté a mendigos adónde mi amor

te habías ido

Pregunté a los bosques pregunté a los ríos adónde mi amor

te habías ido

—A ninguna parte, contestaste: —amigo que yo de tu lado jamás me he movido

Pensé que el amor había perdido

y justo a mi lado ha aparecido

Al lado del camino me encontré contigo

Pregunté a pastores pregunté a mendigos adónde mi amor

te habías ido

Pregunté a los bosques pregunté a los ríos adónde mi amor

te habías ido

—A ninguna parte, contestaste frío:

—que no soy tu amor soy sólo un amigo Y pensar que el amor que tanto he sufrido lo he imaginado

y estaba conmigo

Aplaudimos. Todos. Fuerte.

—¿Qué te había dicho? —me pregunta Jacinto

—Qué pasada

El camarero me sirve la cerveza. Bebo. La dejo en la mesa. Eulalia

habla con Jacinto. María, Alberto y Genaro comentan algo sobre la canción que han cantado. Sonia, Jonás y yo escuchamos. Cojo la cerveza. De reojo el bigote de Alberto y la barriga de Genaro. Me caen gotas en los piratas. Disimulo. Me seco con una servilleta. Creo que se han dado cuenta. Jonás cruza los brazos. Bebo más cerveza.

—Pues tú —Maria a Alberto—, como jefe de cuerda, deberías juntar a los tenores con más experiencia, vamos, a aquellos que se sepan los temas, con los nuevos

—Si es lo que hago —contesta—, lo que tampoco puedo hacer es decirle a uno que se siente aquí o allí

—Hombre, pues no es mala idea

—Ya, pero los nuevos van haciendo amistades y luego se sientan donde les da la gana. Además llevan poco tiempo, tampoco puedes exigirles, si cobraran ya sería otra cosa, pero están por amor al arte

—A mí me ocurre lo mismo con los bajos —interrumpe Genaro—, lo que pasa es que no se nota tanto —dice sonriendo

De oreja a oreja. Bajo, gordo, pelo a los lados de la cabeza. Camisa cerrada. Bebo cerveza.

—...no lo hacemos tan mal —concluye Alberto

—Bueno, por lo menos han venido —dice María

—Me mareo —Eulalia a Jacinto

—¿Te doy aire?

—Sí, gracias

—Es que tanto autobús y tanta curva

—Yo creo que ha sido por la película que nos han puesto, mira que era romántica de las que a mí me gustan, pero al final la chica lo pasaba tan mal. He bajado la ventanilla y por lo menos me ha dado un poco el aire. A ver dónde tengo las pastillas

—¿Quieres agua?

—Un poco, gracias

—Aquí tienes

—Ya no sé si ésta es la de la tensión o la del reuma, ¿tú, qué lees?

—Tensidream

—Esa es, y yo te veía en el fondo del autobús y me preguntaba, ¿por qué se habrán sentado tan lejos? Ui, perdona

—Tranquila mujer

—No, si no es por nada, es que...

Miro la camisa de Alberto. Transparenta. Se adivinan dos grandes pechos caídos sobre su barriga. Cubierto de pelo negro. Bebo más cerveza. Bigote corto. Espeso. Cara pequeña en proporción con el cuerpo. Nariz afilada. Cabello revuelto. Enciendo un cigarro. Ofrezco a Jonás. Coge uno. Pide fuego a María. Bajo la mano. El humo se va por debajo de la mesa. Me recuesto en la silla. Alberto y Genaro con pantalones largos. Alberto sandalias a lo romano y Genaro zapatos. Sin calcetines ambos. Subo la vista. Bebo cerveza. Genaro me mira. Sonrío. Se mira entre las piernas. Jonás tira el botellín de la coca-cola. Lo recojo en un acto reflejo. Estaba vacía.

—...pues no te he visto por allí —dice Eulalia

—Es que tengo cosas que hacer en casa

—Claro

—Suerte que Jonás me ayuda

—Dentro de poco te llevará la novia a casa

—No, me trae a sus amigos, muy simpáticos, se hacen unas cervezas conmigo y hablamos de nuestras cosas

—Pues mejor, eso de estar todo el día en la calle o en el bar

—Si no tiene tiempo, cuando sale de la universidad se va a la escuela de idiomas y no llega hasta las ocho. Además, como no come en casa

—¿Comes solo? —Eulalia a Jacinto

—Sí

—¿Cocinas tú?

—¿Quién si no?, el domingo lleno la olla hasta arriba de carne, verdura y lo que pille, y ya tengo caldo para toda la semana

—¿Sólo eso?

—No mujer, a mediodía me hago ensaladas, pasta, carne, pescado y el caldo para la noche, para que Jonás coma algo caliente, ¿verdad niño?

Genaro está mirando a Jonás. Éste le observa. Alberto continúa hablando con María y Sonia que se ha metido en la conversación. La mesa de al lado se levanta. Dejo caer el cigarro y lo apago. Termino la cerveza.

—¿Vamos? —pregunta Genaro

Nos levantamos. Cojo la mochila.

—¿Te vienes a comer? —me pregunta Jacinto

—No, gracias, yo aquí no pinto nada, sigan ustedes con su viaje

—Qué tonterías dices, Lucas, estamos todos de viaje, además no te vamos a dejar solo

—Pero si ya estaba solo

—Pues ahora no

—Como usted diga

—Tú hazte el loco, te vienes y comes gratis, que lo paga la coral y la casa de la tercera edad, total por uno más no se va a notar. Además, una pareja al final no ha venido, se ve que al hijo le han tocado los millones en la primitiva y decían que se iban a Hawai

—Me da un poco de vergüenza —le digo

—Pues quien tiene vergüenza ni come ni almuerza

—Pero

—¿Tú no eres el amigo de Jonás?

Miro a su hijo. Me mira. Sonríe.

—Vamos —le digo a Jacinto

Me cuelgo la mochila al hombro. Caminamos. Llegamos al restaurante. Entramos. El camarero nos conduce hasta una mesa alargada. Nos sentamos en la punta. Jonás a mi derecha, enfrente Sonia y Eulalia, Jacinto en la cabecera. Alberto, Genaro y María en el centro de la mesa. A mi izquierda un señor. Servilletas de tela sobre el plato, copas, cubiertos, agua, gaseosa, vino tinto y blanco. Acabamos de sentarnos. El director de la coral habla con el
maitre
. Cuentan los comensales. Me echo hacia atrás. Se sienta. Llegan los camareros. Van dejando platos para picar en el centro. Brochetas de pollo, chipirones, jamón y queso. Comemos. Cojo la botella de agua y sirvo a Jonás, Eulalia, Sonia y al señor de mi izquierda. Jacinto y yo vino tinto. Tortilla de patata, pimientos de piquillo y croquetas. Cojo un trozo de pan, echo aceite y una loncha de jamón. Muerdo. El murmullo de la gente se convierte en sonido de cubiertos. Almejas, mejillones, calamares. Terminamos. Los camareros retiran los platos del centro.

—¿Me pones un poco de vino? —me pregunta Eulalia

—¿Tinto?

—De ese mismo, a ver si me alegro un poco

Le sirvo en la copa pequeña. También a Jonás, Jacinto, Sonia y al señor de mi izquierda.

—Un brindis —dice Eulalia levantando su copa

—¿Por qué? —pregunta Jacinto

—Por —dice mirándole de arriba abajo—, por este bonito lugar, por Mérida

—Por Mérida —contestamos con un chin

Entra suave, intenso. Vuelvo a beber. Doy la vuelta a la botella y miro la etiqueta. Rioja reserva. Dejo la copa. Me giro. Genaro me está mirando. Le saludo a lo lejos con una sonrisa. Jonás me pide un cigarro. Busco en la mochila y saco un paquete. Lo abro. Coge uno. Fumamos. Miro el brazo del señor de mi izquierda. Reloj ajustado a su muñeca. Dedos gordos. Piel blanca cubierta de fino vello.

—¿Qué tal la fiesta en Castellón? —me pregunta Jonás

—¿Por la noche?

No me contesta.

—Bien —le digo—, hay diferentes ambientes, está la zona de discotecas y pubs por un lado y la de bares de rock por otro

—¿A cuál vas tú?

—A la rockera, al Ricoamor, Octopussy, Bruixes y La Queca, aquí hacemos unas fiestas totales, con Nacho, Lourdes y Jesús, unos amigos que pinchan discos, y al acabar nos vamos todos al Groc, hasta que se hace de día. No hay mucho más pero nos lo pasamos muy bien

—¿Cuándo son las fiestas?

—¿Las patronales?

No contesta.

—En marzo —le digo—, con la llegada de la primavera. Las fiestas de la Magdalena. Castellón de la Plana se divide en 19 sectores y cada uno de ellos construye una
gaiata
, como en fallas, pero de madera. Algunas modernas pero la mayoría barrocas. Algo así.

Saco un bolígrafo de la mochila. Dibujo en el mantel de papel el perfil de una
gaiata
, como una lámpara con formas redondeadas y retorcidas.

—Y todo esto —señalándole el perfil— está rodeado de bombillas que se encienden y se apagan formando dibujos y serpientes de colores, ¿te haces una idea?

—Sí

—Todas entran en concurso a la mejor
gaiata
, mejor iluminación, etcétera. También a la
gaiata
infantil, que representan a los niños y niñas que salen con trajes regionales y, bueno, ese rollo

—Te sigo

—Ah, bueno, pues eso, y los chavales se pasan el día tirando petardos, los mayores en las carpas que montan junto al las
gaiatas
, y los jóvenes en las
collas
, casas o almacenes que se habilitan para servir bebida, poner música y la gente te lo pasa bien

—¿Sí?

—La fiesta grande es el primer domingo con la subida a la Magdalena, la Romería, unas diez mil personas con blusa negra que recogen caña y cinta del Ayuntamiento y para arriba. Y al bajar todos directos al Mesón del Vino, a beber y comer
cacaus
y
tramusos

—Bonita fiesta

Llega el camarero.

—¡Entrecot, lenguado, entrecot!

La gente va pidiendo. Espero. Sirven a todos. El camarero se acerca con un entrecot y levanto la mano.

—¿Y en Valladolid qué tal? —pregunto a Jonás

—Bien

—¿Y las fiestas?

Apaga el cigarro en el cenicero. Coge el cubierto y corta un pedazo de carne. Come. Me mira.

—Bien —repite

Miro a mi plato. Como.

—Es que salgo poco —me dice

Terminamos el segundo plato. El camarero recoge. Jonás se levanta. Camina hasta la máquina de tabaco. Introduce monedas. Pulsa el botón y coge el paquete. Se acerca hasta donde están Alberto y Genaro. Hablan, regresa, se sienta. Me ofrece un cigarrillo. Fumamos. Sirven el postre. Jonás me habla al oído.

—Dicen de subir a su cuarto después de comer

Me atraganto con el helado.

—¿Quién? —pregunto sin mirarle

—Tú y yo

Les miro de reojo. Están hablando con los de la mesa. Como si con ellos no fuera.

—No sé, pero, no sé —le digo

—Son curas

Bebo más agua. Dejo la copa y cojo la de vino. La termino de un trago. Fumo.

—¿Tú, qué quieres hacer? —le pregunto

—Yo voy a subir

Miro a los lados. Me sonrojo. Nadie me mira. Apoyo los codos en la mesa. Levanto la vista.

—Yo —le digo a Jonás

—Está rico, ¿verdad Lucas? —me pregunta Sonia

—Sí

—Me encanta el turrón

Apago el cigarro en el cenicero. Le rozo el brazo al señor de mi izquierda. No sé dónde mirar. Cojo la botella de agua y lleno la copa. Me tiembla la mano. Dejo la botella con cuidado. Bebo. El señor de mi lado se echa hacia atrás y me roza el brazo con su codo. Miro fijamente al helado. Me vuelve a rozar. Clavo la cuchara en el turrón y le toco. Me la llevo a la boca. Responde con una caricia. Miro hacia abajo. A mi izquierda. La barriga sobre sus piernas.

—¿Vas a la universidad? —me pregunta Sonia

—Trabajo, ¿y tú?

—Hago ciencias políticas

—¿En Valladolid?

—Sí, antes estudié ciencias ambientales

—Una chica de ciencia

—Bueno, te lo preguntaba porque mis compañeros son de tu edad

—¿Y qué tal?

—Bien, a veces salgo por ahí para tomar algo con ellos y...

Me vuelve a rozar. Tiro la servilleta. Me agacho a recogerla. Se abre la camisa para que le vea el pezón de una teta.

—Perdona, ¿cómo dices que te llaman? —pregunto a Sonia

—La abuela, cariñosamente, claro

—No parece tan mayor

—No mientas

—Bueno, quiero decir, que ya no es joven

—¿Cómo?

—Una veinteañera, quiero decir, bueno, no sé, ya me entiende

Me vuelve a rozar con el codo y deja caer su mano sobre mi pierna.

—¿Qué tal la carrera? —pregunto

—Mejor la primera

—Ciencias políticas

—Ambientales

—Eso, ambientales, ¿por?

—La gente es más natural, por la forma de vestir, sin embargo...

Me aprieta la rodilla con los dedos. Me echo hacia delante hasta tocar con la barriga en la mesa. Su mano se desliza hacia arriba hasta que la deja caer en mi entrepierna.

—Ya sé lo que me quieres decir —contesto a Sonia—, que hablan de una cosa pero en realidad piensan otra

—Efectivamente

Me roza el paquete con los dedos. Despacio. Cruzo los brazos en la mesa para que no se vea. El camarero se lleva mi postre a medias. Lo sigo con la mirada hasta que me cruzo con la de Jonás.

—¿Subes? —me pregunta

—Sí

—¿Tomarán café? —pregunta el camarero

Jonás no pide. Yo tampoco. Bajo la mano por el mantel y la aparto de mi entrepierna. No quiere. Hago fuerza. Jonás se levanta y habla con Jacinto a la oreja. Me levanto. El señor quita la mano. Cojo la mochila y sigo a Jonás. Nos despedimos. Me giro. Miro al señor. Gordo y peludo. Los asientos de Alberto y Genaro vacíos. Subimos por las escaleras hasta el primer piso. Llegamos a la puerta. Jonás golpea. Parece una contraseña. Se abre. Entramos. Cerramos la puerta. Vamos hasta el salón principal. Al fondo una cama. Sentado en el sofá Genaro. Mirándonos. Con antifaz negro. Como su ropa. Sobre la lámpara un velo rojo. Permanecemos quietos.

—Puedes dejar la mochila en el suelo —me dice Genaro

La dejo. Jonás y yo nos miramos. No sé quien de los dos está más tenso.

—Acércate —me dice

—¿Yo? —pregunto

—Sí

Delante de él.

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