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Authors: James A. Daron | Robinson Acemoglu

Por qué fracasan los países (43 page)

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El bantú debe ser guiado para servir a su propia comunidad en todos los sentidos. No hay lugar para él en la comunidad europea por encima del nivel de ciertos tipos de trabajo... Por esta razón, ¿de qué le sirve recibir una formación que tiene como fin la absorción en la comunidad europea, si no puede y no será absorbido allí?

 

Naturalmente, el tipo de economía dual expresada en el discurso de Verwoerd es bastante distinta a la teoría de la economía dual de Lewis. En Sudáfrica, la economía dual no era el resultado inevitable del proceso de desarrollo, sino que fue creada por el Estado. En Sudáfrica, no iba a haber un movimiento eficiente de gente pobre del sector atrasado al moderno a medida que se desarrollara la economía. Al contrario, el éxito del sector moderno se basaba en la existencia del sector atrasado, que permitía que los empleadores blancos lograran enormes beneficios al pagar sueldos muy bajos a trabajadores negros sin cualificación. En Sudáfrica, no habría un proceso por el que los trabajadores sin formación del sector tradicional poco a poco pasaran a tener estudios y cualificaciones, tal y como afirmaba la teoría de Lewis. De hecho, se mantenía a los trabajadores negros sin cualificación a propósito y se les prohibía realizar trabajos de alta cualificación para que los trabajadores blancos cualificados no tuvieran competencia y pudieran disfrutar de sueldos elevados. De hecho, en Sudáfrica, los africanos negros estaban atrapados en la economía tradicional, en las
homelands
. Pero éste no fue el problema de desarrollo que mejoraría el crecimiento. Fueron las
homelands
lo que permitió el desarrollo de la economía de los blancos.

Tampoco debería extrañar que el tipo de desarrollo económico que lograba la Sudáfrica blanca, en última instancia, fuera limitado, ya que se basaba en instituciones extractivas que los blancos habían construido para explotar a los negros. Los blancos sudafricanos tenían derechos de propiedad, invertían en educación y podían extraer oro y diamantes y venderlos a buen precio en el mercado mundial. Sin embargo, más del 80 por ciento de la población sudafricana estaba marginada y excluida de la gran mayoría de las actividades económicas deseables. Los negros no podían utilizar su talento; no podían ser trabajadores cualificados, empresarios, emprendedores, ingenieros ni científicos. Las instituciones económicas eran extractivas; los blancos se hacían ricos extrayendo de los negros. De hecho, los sudafricanos blancos tenían el mismo nivel de vida que la población de Europa occidental, mientras que los sudafricanos negros eran ligeramente más ricos que los del resto del África subsahariana. Este crecimiento económico sin destrucción creativa, del que solamente se beneficiaban los blancos, continuó mientras los ingresos del oro y los diamantes aumentaba. No obstante, en la década de los setenta, la economía dejó de crecer.

Y, de nuevo, no será de extrañar que este conjunto de instituciones económicas extractivas se construyera basándose en un conjunto de instituciones políticas altamente extractivas. Antes de su derrocamiento en 1994, el sistema político sudafricano confería todo el poder a los blancos, que eran los únicos a los que se les permitía votar y presentarse como candidatos para ocupar cargos. Ellos dominaban la fuerza de policía, el ejército y todas las instituciones políticas. Éstas estaban estructuradas bajo la dominación militar de los colonos blancos. En el momento de la fundación de la Unión de Sudáfrica en 1910, los Estados afrikáneres, el Estado Libre de Orange y el Transvaal gozaban de un derecho a voto explícitamente racial en el que los negros tenían totalmente prohibida la participación política. Natal y la colonia del Cabo permitían que los negros votaran siempre que tuvieran suficiente propiedad, algo que, normalmente, no tenían. El statu quo de Natal y la colonia del Cabo se mantuvo en 1910, pero en los años treinta los negros ya no tenían derecho a voto explícitamente en toda Sudáfrica.

La economía dual de Sudáfrica llegó a su fin en 1994, pero no por las razones que había presentado sir Arthur Lewis en su teoría. No fue el curso natural del desarrollo económico lo que acabó con la segregación racial y las
homelands
. Los sudafricanos negros protestaron y se alzaron contra el régimen que no reconocía sus derechos básicos y no compartía los beneficios del crecimiento económico con ellos. Tras el alzamiento de Soweto de 1976, las protestas se hicieron más organizadas y más fuertes, lo que, finalmente, acabó con el Estado del
apartheid
. Fue la atribución de poder de los negros que consiguieron organizarse y alzarse lo que finalmente puso fin a la economía dual sudafricana de la misma forma que la fuerza política de los sudafricanos blancos la había creado.

 

 

El cambio de rumbo del desarrollo

 

La desigualdad mundial existe actualmente porque, durante los siglos
XIX
y
XX
, algunos países fueron capaces de aprovechar la revolución industrial y las tecnologías y los métodos de organización que aportaba mientras que otros no. El cambio tecnológico solamente es uno de los motores de prosperidad, pero quizá sea el más crítico. Los países que no aprovecharon las nuevas tecnologías tampoco se beneficiaron de otros motores de prosperidad. Como hemos visto en este capítulo y en el anterior, este fracaso se debió a sus instituciones extractivas, como consecuencia de la persistencia de sus regímenes absolutistas o porque carecían de Estados centralizados. Sin embargo, en este capítulo también hemos mostrado que, en varios ejemplos, las instituciones extractivas que sustentaban la pobreza de esos países estaban impuestas, o, como mínimo, se veían reforzadas, por el mismo proceso que impulsaba el crecimiento europeo: la expansión comercial y colonial europea. De hecho, la rentabilidad de los imperios coloniales europeos a menudo se basaba en la destrucción de Estados independientes y de economías indígenas de todo el mundo o en la creación de instituciones extractivas esencialmente desde cero. Como en las islas del Caribe, donde, tras el declive prácticamente total de la población nativa, los europeos importaron esclavos africanos y establecieron sistemas de plantación.

Nunca sabremos cuáles habrían sido las trayectorias de las ciudades-Estado independientes como las de las islas de Banda, Aceh o Birmania sin la intervención europea. Pudieron haber tenido su propia Revolución gloriosa indígena o haberse acercado lentamente a lograr instituciones políticas y económicas más inclusivas basadas en el comercio creciente de especias y otros productos valiosos. Sin embargo, esta posibilidad fue eliminada por la expansión de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, que acabó con cualquier esperanza de desarrollo indígena en las islas de Banda al llevar a cabo su genocidio. Su amenaza también hizo que las ciudades-Estado de muchas otras partes del Sudeste asiático se retiraran del comercio.

La historia de una de las civilizaciones más antiguas de Asia, la India, es parecida, aunque el cambio de rumbo del desarrollo no se debió a los holandeses, sino a los británicos. La India era el mayor productor y exportador de productos textiles del mundo en el siglo
XVIII
. Los percales y muselinas indios inundaban los mercados europeos y se vendían por toda Asia e incluso en el este de África. El agente principal que las llevaba a las islas Británicas era la Compañía Inglesa de las Indias Orientales. Fundada en 1600, dos años antes de su versión holandesa, pasó el siglo
XVII
intentando establecer un monopolio sobre las valiosas exportaciones de la India. Tuvo que competir con los portugueses, que tenían bases en Goa, Chittagong y Bombay, y con los franceses, que tenían bases en Pondicherry, Chandernagore, Yanam y Karaikal. Lo peor para la Compañía Inglesa de las Indias Orientales fue la Revolución gloriosa, como vimos en el capítulo 7. El monopolio de la Compañía había sido concedido por los reyes Estuardo, y fue inmediatamente cuestionado después de 1688 e incluso abolido durante más de una década. La pérdida de poder fue significativa, como vimos anteriormente (capítulo 7), porque los productores de artículos textiles británicos fueron capaces de convencer al Parlamento de que prohibiera la importación de percal, el artículo comercial más rentable de la Compañía. En el siglo
XVIII
, dirigida por Robert Clive, la Compañía cambió de estrategia y empezó a desarrollar un imperio continental. En aquella época, la India estaba dividida en muchos Estados que competían, aunque sobre el papel todavía estaban bajo el control del emperador mogol en Delhi. La Compañía primero se expandió por Bengala en el este, venciendo a los poderes locales en las batallas de Plassey en 1757 y Buxar en 1764. La Compañía saqueó la riqueza local y se apoderó de las instituciones impositivas extractivas de los gobernantes mogoles de la India, y quizá incluso las intensificó. Esta expansión coincidió con la contracción masiva de la industria textil india, ya que, al fin y al cabo, ya no quedaba mercado para aquellos productos en Gran Bretaña. La contracción fue acompañada por la desurbanización y el aumento de la pobreza. Se inició un largo período en el que el desarrollo dio un giro drástico en la India. Al cabo de poco tiempo, en lugar de producir artículos textiles, los indios los compraban a Gran Bretaña y cultivaban opio para que la Compañía Inglesa de las Indias Orientales lo vendiera a China.

El tráfico de esclavos en el Atlántico repitió el mismo patrón en África, aunque empezara con unas condiciones menos desarrolladas que en el Sudeste asiático y la India. Muchos Estados africanos se convirtieron en máquinas de guerra cuyo objetivo era capturar y vender esclavos a los europeos. A medida que los conflictos entre distintos grupos políticos y Estados se convertían en una guerra continua, las instituciones estatales, que, en muchos casos, todavía no habían alcanzado un grado suficiente de centralización política, se derrumbaron en gran parte de África, y allanaron el camino para la persistencia de instituciones extractivas y de los Estados fracasados actuales que estudiaremos más adelante. En las pocas zonas de África que escaparon al tráfico de esclavos, como Sudáfrica, los europeos impusieron un conjunto distinto de instituciones, aunque esta vez destinadas a crear una reserva de mano de obra barata para sus minas y granjas. El Estado sudafricano creó una economía dual que impedía que el 80 por ciento de su población tuviera puestos de trabajo cualificados, realizara una actividad agrícola comercial y creara empresas. Todo esto no explica solamente por qué la industrialización pasó de largo en gran parte del mundo, sino que también describe que el desarrollo económico en ocasiones se alimenta del subdesarrollo, e incluso lo crea, en alguna otra parte de la economía nacional o mundial.

10
La difusión de la prosperidad

 

 

Honor entre ladrones

 

La Inglaterra del siglo
XVIII
o, para ser más exactos, la Gran Bretaña después de la unión en 1707 de Inglaterra, Gales y Escocia, tenía una solución muy sencilla para tratar a los delincuentes: alejarlos de su vista, de su mente o, como mínimo, de los problemas. Transportaron a muchos de los delincuentes a colonias penitenciarias en el imperio. Antes de la guerra de Independencia, los delincuentes condenados, los convictos, eran enviados principalmente a las colonias americanas. Después de 1783, tras la independencia, Estados Unidos dejó de recibir con los brazos abiertos a los convictos británicos y las autoridades británicas tuvieron que encontrarles otro hogar. Primero, pensaron en África occidental. Sin embargo, el clima, con enfermedades endémicas como la malaria y la fiebre amarilla, contra las que los europeos no estaban inmunizados, era tan mortífero que las autoridades decidieron que era inaceptable enviar a convictos a la «tumba del hombre blanco». La siguiente opción fue Australia. Su costa este había sido explorada por el capitán James Cook, un gran navegante. El 29 de abril de 1770, Cook llegó a una bahía maravillosa, que llamó bahía Botánica en honor a las ricas especies que encontraron los naturalistas que viajaban con él. Los oficiales del gobierno británico lo consideraron un enclave ideal. El clima era templado y el lugar estaba tan lejos de la vista y la mente como se podía imaginar.

Una flota de once barcos llenos de presos se dirigió a la bahía Botánica en enero de 1788 bajo el mando del capitán Arthur Phillip. El 26 de enero, que ahora se celebra como el Día de Australia, montaron un campamento en Sydney Cove, el corazón de la moderna ciudad de Sídney. Denominaron a la colonia Nueva Gales del Sur. A bordo de uno de los barcos, el
Alexander,
capitaneado por Duncan Sinclair, había una pareja de presos que se habían casado, Henry y Susannah Cable. Susannah había sido declarada culpable de robo e, inicialmente, había sido condenada a muerte. Aquella condena fue conmutada posteriormente por catorce años de cárcel y traslado a las colonias americanas, pero no se pudo llevar a cabo debido a la independencia de Estados Unidos. Mientras tanto, en la cárcel del castillo de Norwich, Susannah conoció a Henry, también preso, y se enamoró de él. En 1787, fue elegida para ser transportada a la nueva colonia de presos en Australia con la primera flota que se dirigía a aquel destino. Sin embargo, Henry no fue elegido. Para entonces, Susannah y Henry tenían un hijo pequeño, que también se llamaba Henry. Aquella decisión significaba que la familia iba a ser separada. Susannah fue trasladada a un barco prisión amarrado en el Támesis. No obstante, alguien hizo que esta situación difícil llegara a oídos de una filántropa, lady Cadogan. Lady Cadogan organizó una campaña con la que logró reunir a la familia Cable. Ambos serían trasladados junto al pequeño Henry a Australia. Lady Cadogan también recaudó veinte libras para comprar productos para ellos, que recibirían en Australia. Zarparon en el
Alexander
;
sin embargo, cuando llegaron a la bahía Botánica, el paquete había desaparecido, o, como mínimo, eso es lo que afirmaba el capitán Sinclair.

¿Qué podían hacer los Cable? No mucho, según la ley inglesa o británica. A pesar de que en 1787 Gran Bretaña tenía instituciones políticas y económicas inclusivas, aquella inclusividad no abarcaba a los presos, que prácticamente no tenían ningún derecho. No podían poseer bienes. Sin duda alguna, no podían llevar a nadie a juicio. De hecho, ni siquiera podían prestar declaración en un juicio. Sinclair lo sabía y probablemente se quedó con el paquete. Aunque nunca lo admitiera, sí que presumió de que no podía ser llevado a juicio por los Cable. De acuerdo con la ley británica, tenía razón. Y, en Gran Bretaña, ese asunto habría acabado allí. Pero no en Australia. El juez David Collins expidió la orden siguiente:

 

Henry Cable y su mujer, nuevos colonos de este lugar, tenían, antes de dejar Inglaterra, cierto paquete enviado a bordo del barco
Alexander
capitaneado por Duncan Sinclair, formado por ropa y otros artículos adecuados para su situación actual, que fueron recogidos y comprados por varias personas caritativas para uso de los mencionados Henry Cable, su mujer y su hijo. Se han realizado varias solicitudes con el propósito expreso de obtener dicho paquete del capitán del
Alexander
, que ahora descansa en el puerto, sin efecto [excepto] una pequeña parte de dicho paquete que contiene unos cuantos libros, el resto, que es de un valor más considerable, todavía continúa a bordo de dicho barco, el
Alexander
, el capitán del cual parece muy negligente al no hacer que sean entregados a sus respectivos dueños, tal y como se ha mencionado anteriormente.

 

Como Henry y Susannah eran analfabetos, no podían firmar la orden judicial y solamente pusieron sus cruces al final del escrito. Las palabras «nuevos colonos de este lugar» fueron tachadas más tarde, pero eran muy significativas. Algunos pensaron que, si Heny Cable y su mujer eran descritos como presos, el caso no tendría esperanzas de prosperar y alguien tuvo la idea de llamarlos
nuevos colonos
. Aquello quizá fuera un poco demasiado para el juez Collins, y lo más probable es que fuera él quien tachara aquellas palabras. Sin embargo, la orden judicial funcionó. Collins no desestimó el caso y convocó al tribunal, con un jurado compuesto totalmente por soldados. Sinclair fue llamado a declarar. A pesar de que Collins no mostraba mucho entusiasmo por el caso y que el jurado estaba compuesto por las personas que se enviaban a Australia para vigilar a presos como los Cable, ganaron éstos. Sinclair se defendió de las acusaciones alegando que los Cable eran delincuentes. Sin embargo, el veredicto fue que tuvo que pagar 15 libras.

Para alcanzar aquel veredicto, el juez Collins no aplicó la ley británica, sino que hizo caso omiso de ella. Fue el primer caso civil juzgado en Australia. El primer caso criminal les habría parecido igual de extraño en Gran Bretaña. Un preso fue acusado de robar el pan de otro recluso, y el pan valía 2 peniques. En aquel momento, un caso de esas características no habría llegado al tribunal, porque los presos no tenían derecho a poseer bienes. Pero Australia no era Gran Bretaña y su ley no sería solamente británica. Y Australia pronto se distanciaría de Gran Bretaña en la ley criminal y civil y en una serie de instituciones económicas y políticas.

La colonia penal de Nueva Gales del Sur inicialmente estaba formada por los presos y sus guardias, la mayoría de los cuales eran soldados. Hubo pocos «colonos libres» en Australia hasta 1820 y el traslado de presos, aunque se detuvo en Nueva Gales del Sur en 1840, continuó hasta 1868 en Australia occidental. Los convictos debían realizar un «trabajo obligatorio», esencialmente, trabajos forzados, y los guardias intentaban ganar dinero con ello. Al principio, los convictos no tenían sueldo; solamente les daban comida a cambio del trabajo realizado. Los guardias se quedaban lo que producían. No obstante, este sistema, como los impuestos por la Virginia Company en Jamestown, no funcionaba demasiado bien porque los convictos no tenían incentivos para esforzarse en el trabajo ni para trabajar bien. Los ataban o desterraban a la isla de Norfolk, solamente treinta y cuatro kilómetros cuadrados de territorio situado a más de mil quinientos kilómetros al este de Australia en el océano Pacífico. Pero como ni atarlos ni desterrarlos funcionaba, la alternativa fue ofrecerles incentivos. No era una idea natural para los soldados y los guardias. Los convictos eran convictos, y se suponía que ni vendían su trabajo ni podían tener propiedades. No obstante, en Australia no había nadie más para hacer el trabajo. Evidentemente, había aborígenes, posiblemente un millón cuando se fundó Nueva Gales del Sur. Sin embargo, estaban esparcidos en un continente enorme y la densidad de población en Nueva Gales del Sur era insuficiente para la creación de una economía basada en su explotación. No había una opción latinoamericana en Australia. Por lo tanto, los guardias se embarcaron en un camino que finalmente conduciría a instituciones incluso más inclusivas que las de Gran Bretaña. Los convictos recibían una serie de tareas que debían realizar y, si tenían tiempo libre, podían trabajar para ellos mismos y vender lo que producían.

Los guardias también se beneficiaban de las nuevas libertades económicas de los convictos. La producción aumentó y los guardias fijaron monopolios para vender productos a los convictos. El negocio más lucrativo fue el del ron. En aquel momento, Nueva Gales del Sur, como el resto de las colonias británicas, estaba dirigida por un gobernador nombrado por el gobierno británico. En 1806, Gran Bretaña nombró a William Bligh, el hombre que, diecisiete años antes, en 1789, había sido capitán del
H.M.S.
Bounty,
durante el famoso amotinamiento. Bligh era partidario de una disciplina férrea, un rasgo que probablemente fuera en gran parte responsable del amotinamiento. Sus formas no habían cambiado, e inmediatamente cuestionó a los monopolistas del ron. Aquello conduciría a otro motín, esa vez por parte de los monopolistas, dirigidos por un ex soldado, John Macarthur. Los hechos, que se conocerían como la Rebelión del ron, dieron lugar a que los rebeldes derrotaran a Bligh, esta vez en tierra firme y no a bordo del
Bounty.
Macarthur hizo que encerraran a Bligh. Posteriormente, las autoridades británicas enviaron más soldados para tratar la rebelión. Macarthur fue detenido y enviado de vuelta a Gran Bretaña. Pero al cabo de poco tiempo fue liberado y volvió a Australia, donde tuvo un papel crucial tanto en la política como en la economía de la colonia.

Las raíces de la Rebelión del ron eran económicas. La estrategia de dar a los convictos incentivos estaba haciendo ricos a hombres como Macarthur, que fue a Australia como soldado en el segundo grupo de barcos que llegaron en 1790. En 1796, abandonó el ejército para concentrarse en los negocios. En aquel momento, ya tenía sus primeras ovejas y se dio cuenta de que se podía ganar mucho dinero con la cría de ovejas y la exportación de lana. Al lado de Sídney, hacia el interior, se encontraban las Blue Mountains, que se cruzaron finalmente en 1813, lo que reveló que, al otro lado de las montañas, había grandes extensiones de praderas abiertas. Era el paraíso para las ovejas. Macarthur pronto se convirtió en el hombre más rico de Australia. Los magnates de ovejas pasaron a conocerse como los
squatters
, ya que la tierra que utilizaban para el pastoreo no era suya, sino del gobierno británico. Pero, al principio, aquello era un pequeño detalle. Los
squatters
eran la élite de Australia, o, mejor dicho, eran la «squattocracia».

Incluso con una «squattocracia», Nueva Gales del Sur no se parecía en nada a los regímenes absolutistas de Europa oriental ni a las colonias sudamericanas. No había siervos como en Austria-Hungría y Rusia, ni grandes poblaciones indígenas que explotar como en México y Perú. Nueva Gales del Sur tenía muchas cosas en común con Jamestown (Virginia). En última instancia, la élite vio que le interesaba crear instituciones económicas que fueran significativamente más inclusivas que las de Austria-Hungría, Rusia, México y Perú. Los convictos eran la única mano de obra, y la única forma de incentivarlos era pagarles sueldos por el trabajo que hacían.

Al cabo de poco tiempo, les dieron permiso para convertirse en empresarios y contratar a otros convictos. Lo más destacable era que, tras cumplir sus condenas, recibían tierras y volvían a tener derechos. Algunos de ellos empezaron a enriquecerse, incluso el analfabeto Henry Cable. En 1798, era propietario de un hotel llamado The Ramping Horse, y también tenía una tienda. Compró un barco y empezó a comerciar con pieles de foca. En 1809, poseía como mínimo nueve granjas de unos cuatrocientos setenta acres y varias tiendas y casas en Sídney.

El siguiente conflicto en Nueva Gales del Sur se produciría entre la élite y el resto de la sociedad, formada por convictos, ex convictos y sus familias. La élite, dirigida por antiguos guardias y soldados como Macarthur, incluía a algunos de los colonos libres que se habían sentido atraídos a la colonia por el
boom
de la economía de la lana. La mayor parte de la propiedad todavía estaba en manos de la élite, y los antiguos convictos y sus descendientes querían poner fin a las deportaciones, tener la oportunidad de ejercer de jurado de sus iguales y acceso a tierra libre. La élite no quería nada de aquello. Su preocupación principal era establecer un título legal en las tierras que ocupaban como
squatters
. La situación volvió a ser similar a los hechos que habían tenido lugar en Norteamérica más de dos siglos antes. Como vimos en el capítulo 1, tras las victorias de los sirvientes contratados frente a la Virginia Company se produjeron las luchas en Maryland y las dos Carolinas. En Nueva Gales del Sur, los papeles de lord Baltimore y sir Anthony Ashley-Cooper correspondieron a Macarthur y los
squatters
. El gobierno británico de nuevo estaba del lado de la élite, aunque también temía que algún día Macarthur y los
squatters
sintieran la tentación de declarar la independencia.

El gobierno británico envió a John Bigge a la colonia en 1819 para dirigir una comisión que investigara lo que ocurría. Bigge se quedó perplejo al ver los derechos de los que disfrutaban los convictos y la naturaleza fundamentalmente inclusiva de las instituciones económicas de aquella colonia penal. Recomendó un cambio radical: los convictos no podrían ser propietarios de tierras, nadie tendría permiso para pagarles sueldo, se limitarían los perdones, los ex convictos no recibirían tierras y los castigos iban a ser mucho más draconianos. Bigge vio a los
squatters
como la aristocracia natural de Australia e imaginó una sociedad autocrática dominada por ellos. Aquello no era posible.

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