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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por un puñado de hechizos (43 page)

BOOK: Por un puñado de hechizos
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Medio encogiéndose de hombros, Ivy buscó la bolsa de papel que había dejado debajo de la silla.

—¿Quieres tu correo? —preguntó—. Te lo he traído.

Estaba cambiando de tema, pero me parecía bien.

—Pensaba que estabas bromeando —respondí mientras Ivy depositaba la bolsa en la mesa y yo me la acercaba. Jenks y Jax estaban muy entusiasmados con algo que habían descubierto en la lista, y la gente ya no disimulaba al mirarlos y lo hacían descaradamente. Al menos no nos observaban a nosotras.

—Tengo mucha curiosidad por saber qué hay en el paquete —comentó Ivy, lanzando una mirada a Nick ya Jenks, que señalaban algo en la pantalla.

Saqué todos los contenidos de la bolsa, y volvía guardar una nota de «Gracias por salvarme el culo en la misión», junto con la factura del seguro de la compañía de David y un catálogo de semillas de temporada. Lo que quedaba era un paquete envuelto en papel del tamaño de mis dos puños. Examiné de cerca la letra, y lancé una mirada a Nick, que estaba en la esquina.

—Es de Nick —le dije, mientras cogía un cuchillo—. ¿Por qué me envía algo si piensa que estoy muerta?

El rostro de Ivy mostraba un desdén silencioso dedicado a Nick.

—Apostaría a que se trata de lo que buscan los hombres lobo. No estaba segura de que fuese su letra.

Mirando a Nick, que seguía sorbiendo su batido y leía los títulos de las canciones por encima del hombro de Jenks, coloqué el paquete sobre mi regazo. Se me aceleró el pulso y arranqué el envoltorio exterior. Con los dedos fríos, abrí la caja y saqué un saquito cerrado con un cordón.

—Lleva plomo —comenté, al sentir el peso de la tela—. Está envuelto en plomo. No me gusta.

Con un movimiento casual, se inclinó hacia delante, para impedir que Nick pudiera vernos.

—Bueno, ¿de qué se trata?

Me humedecí los labios, abrí un poco la bolsa y eché un vistazo; decidí que se trataba de una estatuilla. La palpé delicadamente, y noté que estaba fría. Con más confianza, la saqué y la deje en la mesa, entre las dos. Mientras la miraba, froté las manos contra los pantalones.

—Es… muy fea —comentó Ivy—. Creo que es muy fea. —Sus ojos pardos saltaron hacia mí—. ¿Qué te parece: es fea o solo es rara?

Sentí un escalofrío, que tuve que refrenar.

—No lo sé.

La estatua tenía un color amarillento, con estrías que la atravesaban completamente. Hueso. Se trataba de hueso muy antiguo. Había dejado en mis manos la sensación de frialdad que siempre deja el hueso. Tenía unos diez centímetros de altura y casi la misma anchura. Y daba la sensación de que estaba viva, como un árbol o un plato de queso mohoso.

Fruncí el ceño mientras intentaba averiguar qué representaba. Toqué solo la base, y le di la vuelta con dos dedos. Un ruido de asco brotó de mí: por el otro lado presentaba un morro como retorcido por el dolor.

—¿Es una cabeza?

Ivy apoyó un codo en la mesa.

—Eso creo… pero los dientes… Porque son dientes, ¿no?

Tirité, como si hubiese visto un fantasma
.

—Oh —susurré, al darme cuenta de a qué me recordaba—. Tiene el mismo aspecto que Pam cuando estaba en medio del cambio.

Ivy me miró directamente a los ojos y después a la estatua. Mientras la contemplaba, su rostro se tornó cada vez más pálido, sus ojos más asustados.

—Mierda —farfulló—. Creo que ya sé lo que es. Tápalo. Estamos de mierda hasta el cuello.

20.

Pegué un respingo cuando Nick apareció de pronto junto a la mesa. Su cara larga estaba ruborizada, enfadada y asustada al mismo tiempo… Una mezcla peligrosa.

—¿Qué estáis haciendo? —le siseó a Ivy, agarrando la estatua y acercándosela—. ¿La has traído hasta aquí? La envié a un lugar en el que nadie pudiese encontrarla. Creía que había muerto. No podían obligarme a decir quién la tenía porque se la había enviado a una mujer muerta… ¿y la has traído aquí? ¡Maldita vampira estúpida!

—Siéntate —le ordenó Ivy, con la mandíbula apretada; sus ojos estaban adquiriendo un tono negro—. Devuélvemela.

—No. —La presa de Nick se hizo tan fuerte que se le pusieron los nudillos blancos—. Guárdate la tontería esa del aura para alguien con quien te funcione. No te tengo miedo.

Pero sí que se lo tenía. La mano de Ivy temblaba.

—Nicholas, tengo hambre y estoy cansada. No me importa una mierda tu culo. Mi socia está metida en un pozo de mierda por culpa tuya. Devuélvemela.

La adrenalina se me disparó e hizo que me doliese la cabeza. Nick estaba a punto de ser arrastrado por el pánico. La máquina de karaoke empezó a emitir un tema triste, melancólico. Jenks nos observaba, pero el resto de la gente no tenía ni idea de que Ivy estaba a punto de perder los nervios, que estaba al límite por la tensión de estar tan lejos de casa.

—Nick —dije en un tono tranquilizador—. No pasa nada. Dámela. La guardaré.

Nick se removió nervioso y Ivy avanzó amenazadora, casi alcanzándole.

—¿Quieres guardármela un rato? —me pidió Nick, pasándose la lengua por sus labios quebrados.

—La guardaré —le aseguré, cogiendo la bolsa recubierta de plomo y tendiéndosela—. Toma.

Su rostro de carrillos vacíos parecía asustado mientras guardaba con mucho cuidado la estatua en la bolsa. Sus dedos despellejados empezaron a curvarse para agarrarla, así que tiré de ella hacia mí, y cerré el cordón. No había ningún vínculo mágico: era pura avaricia.

Con las manos temblando, Ivy cogió su bebida y solo dejó el hielo. Mantuve un ojo posado en ella mientras guardaba la estatua en mi bolso, y colocaba el bolso sobre mi regazo. Pesaba como si fuese una criatura muerta. Desde la esquina oía a Jenks cantar
Bailadoí the Edmund Fitzgerald
. El tipo delgado de la barra lo observaba fijamente; ya no miraba para nada la reposición del partido. ¿Jenks cantaba bien?

—Siéntate —jadeó Ivy, y en esta ocasión Nick acató sus órdenes y se sentó en la silla de Jenks, a mi lado, y colocó la chaqueta de Jenks en la silla que había al lado de Ivy—. ¿Dónde la encontraste?

—Es mía.

Me removí en la silla; había olido nuestra comida, que ya llegaba. La mujer no miró a nadie mientras colocaba la comida en la mesa y se alejaba de nuevo. La tensión era tan evidente que incluso ella podía sentirla. Miré mi plato: había una hamburguesa magnífica, que rezumaba jugo, con lechuga, cebolla, champiñones, queso y… oh, Dios, también había beicon. Pero no podía comer porque antes teníamos que discutir sobre la horrible estatua de Nick. Bueno, a la mierda con todo eso. Aparté la parte superior del pan y empecé a escoger las cebollas.

Ivy se llenó de nuevo el vaso, mientras sus pupilas iban quedando bordeadas de una franja marrón.

—No te he preguntado de quién era sino dónde lo encontraste.

Nick se acercó su plato. Era evidente que intentaba ignorarla, pero al final decidió no hacerlo.

—No me puedo creer que la hayas traído hasta aquí —repitió mientras colocaba en orden sus pepinillos—. Se la envié a Rachel para que estuviese a buen recaudo.

Ivy lo miró fijamente.

—Si usas a gente inteligente en tus robos sin contar con ella, no te quejes de que actúen de forma inesperada y te acaben arruinando los planes.

—Creía que había muerto —protestó Nick—. No esperaba que nadie me viniese a ayudar.

Me comí una de las patatas de Jenks. No había kétchup en la mesa, pero sabía que si lo pedía nos acabarían echando. Los humanos culpaban a los tomates de la Revelación, pero eran ellos los que habían empezado con la manipulación genética.

—¿Y por qué estaban tan dispuestos a unirse para conseguirla? —intervine yo. Nick parecía enfermo.

—No tengo por qué contarte nada.

Mis labios se separaron, incrédulos, y me volví hacia Ivy.

—Sigue marcándose su farol.

—No es así. —Abrió los ojos intentando impregnarlos de una inocencia que ya no me creía—. Pero los lobos no pueden hacerse con ella. ¿Acaso no sabes qué es?

Sus últimas palabras surgieron convertidas en poco más que un susurro, e Ivy miró hacia la puerta, a mi espalda, cuando tres chicas risueñas, vestidas con muy poca ropa, entraron. Becky se dirigió a ellas con una voz aguda, mientras sus ojos señalaban a Jenks. Creo que les estaba advirtiendo de la llegada de carne fresca.

—Claro que sé de qué se trata —respondió Ivy, ignorando a las mujeres—. ¿Dónde la encontraste?

Uno de los hombres de la barra había empezado a canturrear. Nosotros seguíamos sentados a la mesa, mientras que Jenks había conseguido que un tío de la barra estuviese cantando sobre un barco que se había hundido hacía más de cuarenta años. Meneé la cabeza, sorprendida, y volvía fijar mi atención en Nick.

—Estamos esperando —le dije, acercando la hamburguesa a la boca. Mis ojos se cerraron al morderla. Por Dios, qué buena estaba.

Los ojos de Nick se abrieron, tensos, mientras cogía una de sus hamburguesas y apoyaba los codos en la mesa.

—Rachel, viste las tres manadas de la isla, ¿verdad? ¿Viste que colaboraban entre ellas?

Cogí una servilleta.

—Me resultó muy raro —respondí con la boca llena—. Tendrías que haber visto lo rápido que se transformó su alfa. Y lo feos que resultaban. Como si fuesen alfas que no tuviesen ninguna limitación. Esos cabronazos… —Las palabras salieron de mi boca mientras yo pegaba otro mordisco.

—Es lo que hace esto —afirmó Nick mientras Ivy dejaba escapar un juramento en voz baja—. Lo encontré en Detroit.

—Así que es el foco —susurró, y yo moví una mano para captar su atención, con una patata frita entre los dedos, pero no me hacían ningún caso—. Esa cosa no puede ser el foco. Lo destruyeron hace cinco milenios. Ni siquiera se sabe si existió de verdad. Y si fue así, lo más seguro es que no estuviese en Detroit.

—Allí lo encontré —se reafirmó Nick tomando un bocado. Dejó escapar un débil gemido—. Un objeto tan poderoso no se puede destruir. No con violencia. Ni con magia. —Tragó—. Tal vez con una prensa de coches… pero en aquella época no la tenían.

—¿Qué es? —insistí yo, solo parcialmente consciente del flirteo que tenía lugar en la sala entre las estrofas de hombres muriendo entre las olas.
Déjalo ya, Jenks
.

Ivy alejó su plato, con la hamburguesa todavía intacta.

—Problemas. Iba a obligarle a devolvérsela a los hombres lobo, pero…

—¡Mierda! —exclamé y las tres mujeres que le hacían ojitos a Jenks se rieron. Bajé la voz—. Que alguien me diga qué es lo que tengo en el regazo antes de que pierda los nervios.

—Tú eres el profesor —le dijo picajosamente Ivy a Nick, agarrando una patata del plato de Jenks—. Cuéntaselo.

Nick se tragó otro pedazo de la primera hamburguesa y vaciló un segundo.

—Los vampiros pueden nacer o ser mordidos, pero la única forma de convertirse en un hombre lobo es haber nacido como tal.

—Ajá —murmuré—. Las brujas también somos así, como la mayoría de los inframundanos.

—Bueno… —Nick hizo una pausa, mientras los ojos saltaban a uno y otro lado— pues el hombre lobo que sostenga esa estatua puede convertir a otro en un hombre lobo con un mordisco.

Yo mastiqué y tragué.

—¿Y por eso están dispuestos a matar?

Ivy levantó la cabeza.

—Piensa en ello, Rachel —me dijo, zalamera—. En el momento actual, los vampiros estamos en la cúspide de la pirámide alimenticia.

Le dediqué una mueca expresiva mientras mordía de nuevo, arrastrando en esta ocasión un trozo de beicon.

—Lo que quiero decir es que tenemos más poder político que el resto de especies inframundanas —se corrigió—. Por la forma en que estamos estructurados, todo el mundo pide ayuda a alguien más, y los vampiros que están arriba del todo deben tantos favores que son un miembro muy efectivo del estamento político, como si fuesen parte de nuestra familia. Es una red muy estrecha, pero generalmente conseguimos lo que nos proponemos a los humanos les empezaría a picar el dedo sobre el gatillo si nuestros números no se mantuviesen, si fuese posible convertir a un hombre antes de que se hubiese infectado con la cantidad suficiente de virus.

Le robé otra patata a Jenks, deseando poderla mojar en kétchup.

—Pero los lobos —añadió Nick— no tienen ningún poder político como grupo porque solo dependen de su líder de la manada. Y no pueden engrosar sus números porque solo pueden sumar hombres lobo a la manada con sus nacimientos. —Nick se inclinó hacia delante, dio unos golpecitos sobre la mesa con unos de sus descarnados dedos, y todo su semblante cambió al convertirse él en la persona que nos estaba dando la lección—. El foco hará posible que el número de los hombres lobo aumente rápidamente… La unión de manadas que encontraste en la isla no será nada comparada con lo que sucederá cuando se sepa que el foco sigue intacto. Todo el mundo lo querrá, y fusionarán su manada con la del lobo que lo posea. Ya has visto cómo son… ¿Puedes llegar a imaginar qué sucedería si un vampiro se encuentra con una manada de hombres lobo que actúen de esa forma?

La patata mordisqueada quedó colgando de mis dedos, olvidada. Poco a poco empezaba a asimilarlo todo… y no me gustaba. El problema no era que el foco permitiría que los lobos se uniesen en una manada… El problema era que les permitiría permanecer unidos. Preocupada, le lancé una mirada a Ivy. Al ver que ya comprendía, asintió con la cabeza.

Los lobos de la isla habían estado juntos durante días, tal vez semanas, y eso había sido tan solo con la promesa de que conseguirían el foco. Si lo conseguían, la unión sería permanente. Volvía recordar el círculo de lobos que me rodeó en la isla, las tres manadas unidas bajo un solo lobo que poseía la energía de los seis alfas. Su actitud chulesca, salvaje, me había dejado sorprendida. Walter no solo había conseguido extraer de los otros su dominio, sino que había logrado canalizarlo de nuevo a todos los miembros sin necesidad de la calma, de la templanza, de la fuerza moral que requerían los otros machos alfa. Y eso sin necesidad de volver a recordar la rapidez con que podían transformarse si ensordecían el dolor del otro. ¿Le sumamos a todo su nueva agresividad y la resistencia al dolor?

Dejé en la mesa la patata de Jenks; ya no me sentía hambrienta. Los lobos de la sociedad inframundana eran bastante sumisos, pero eran los únicos con suficiente poder personal como para amenazar la estructura política de los vampiros. Si aquella postura sumisa desaparecía, las dos especies se enfrentarían. Y mucho. Por eso los vampiros habían escondido el foco.

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