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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por un puñado de hechizos (63 page)

BOOK: Por un puñado de hechizos
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—Encantada de conocerlo, señor —dije sin tenderle la mano a DeLavine. Y una mierda era un placer—. Peter —añadí al tiempo que le estrechaba la mano a él.

Me mostró los dientes en una amplia sonrisa, tenía la mano fría cuando la deslizó en la mía. Había fuerza en su apretón cuando me estrechó la mano, pero noté el miedo en sus ojos. Dios, yo no podía hacer aquello.

—Rachel Morgan —dijo el vampiro enfermo, su mirada me rozó el cuello y después tuvo el buen gusto de volver a alzarse hacia mis ojos—. Me gustaría hablar contigo sobre por qué…

—Rachel —interrumpió DeLavine en voz baja y yo me sobresalté—. Quiero verte. Ven aquí.

Miré de golpea Ivy y me dio un vuelco el corazón. El rostro de Ivy estaba desprovisto de cualquier emoción y con tan cómodo pensamiento me volví hacia él. Cuando hay que tratar con un vampiro desconocido siempre es mejor admitir que se es consciente de su existencia, pero luego hay que hablar con sus subordinados a menos que el desconocido muestre interés.
Oh, Dios, yo no quería ser interesante
.

—Así que serás tú la que libere a mi Peter de su dolor mortal —dijo, su voz me llegó directamente al fondo de los pulmones, lo que hizo que me costara respirar.

—Sí, señor —lo miré a los ojos y luché contra el conocido tirón de cosquilleos crecientes.

Él me devolvió la mirada, había algo más que una insinuación de seducción pura y dura en sus pupilas ensanchadas a mi espalda, sentí que Ivy daba un paso adelante y por el rabillo del ojo vi que Jenks descruzaba con lentitud las piernas y ponía los pies en el suelo. La tensión tiró de todo mi cuerpo y aunque la mirada de DeLavine no me abandonó en ningún momento, supe que el gran vampiro comenzaba a darse cuenta que a pesar del aspecto que pudiera tener, yo no era alguien que pudiera usar de cualquier forma y luego desechar.

El refinado caballero se levantó con un suave susurro y yo di un paso atrás, el sentido común se impuso al deseo de parecer arrogante.
Rex
también se levantó y se estiró antes de ira enroscarse entre las piernas del vampiro. Me obligué a respirar y la presencia de Ivy detrás de mí me comunicó una sensación de seguridad que sabía que era falsa. Yo notaba una sensación cuestionable en las piernas y las pupilas del vampiro se ensancharon cuando lo percibió.
No tengo miedo
, pensé, me mentía a mí misma, claro está. Bueno, no más de lo que me ayudaría a seguir viva.

—Te conozco —dijo DeLavine y yo me armé de valor contra las feromonas que estaba emitiendo aquel vampiro. Estiró el brazo y yo contuve una sacudida cuando me colocó un mechón despeinado del cabello—. Tu juventud me distrajo. Estuve a punto de no verte, puesto que casi ignoras tú misma quién eres. Eres la bruja de Kalamack.

—No soy suya. No trabajo para él. No mucho, bueno —protesté con cierto énfasis, después me quedé rígida cuando DeLavine quitó a Ivy del medio con toda claridad y me rodeó por detrás. Oía Ivy tropezar hacia atrás y recuperar el equilibrio, pero sin protestar. En la cocina, Nick se puso pálido. Jenks se puso en pie con la espada cogida con fuerza. Peter parecía afligido y la mujer, tensa. DeLavine era consciente de las reacciones de todo el mundo, pero se concentró solo en mí.

—Eres una mujer notable —dijo el vampiro no muerto tras mi hombro. No sentí cosquilleos, ninguna insinuación de pasión, pero no tardaría. Podía sentirla hirviendo a fuego lento bajo su voz sedosa—. Y tu piel… tan perfecta, ni una sola marca del sol. Pero, bendita sea mi alma —dijo con una lentitud burlona—. Te ha mordido… alguien.

Exhaló y yo cerré los ojos cuando una oleada de dicha surgió en mi nueva herida y fundió mi miedo como algodón de azúcar. Me estaba embrujando. Lo sabía y era incapaz de luchar contra ello. Y que Dios me ayudase, quería luchar. Lo único que conseguí fue emitir un ruidito de protesta cuando apartó con los dedos el cuello de mi cazadora de cuero.

—No —susurró Ivy, había miedo en su voz. Abrí los ojos y solo para que quedaran atrapados en los de DeLavine. Lo tenía delante y había levantado una mano para detener a Ivy, que estaba detrás de mí.
Rex
se enroscó entre mis piernas con un ronroneo.
Esto no puede estar pasando
. ¡
Se suponía que esto no iba a pasar
!

La cara de Jenks estaba seria y tensa. Le habían dicho que no interfiriese, sabía que solo empeoraría las cosas. Tras él, Nick estaba rígido de horror. No me parecía que fuese cosa de DeLavine. Creo que era más bien por los puntos nuevos que yo tenía en el cuello y lo que significaban. Ivy me había mordido y me puse colorada al percibir la acusación tácita de mi ex. Creía que yo había fracasado, que me había dejado llevar por la pasión y que había permitido que Ivy se aprovechara de ello.

Apreté la mandíbula y levanté la barbilla. No era asunto de Nick lo que yo hacía ni con quién. No me había rendido por culpa de la pasión, había intentado entender a mi amiga, o quizá a mí misma.

Pero DeLavine se lo tomó como un desafío y me acarició con suavidad los bordes irritados del mordisco.

Me atravesó una oleada de adrenalina con una sacudida. Mi pulso debilitado intentó absorberla y fracasó. Ahogué un grito cuando la sensación salió disparada de su suave caricia y me rozó la herida a medio curar, después me atravesó como un chorro, conocida y extraña a la vez porque provenía de un vampiro desconocido. La diferencia me tocó una fibra sensible que ni siquiera sabía que tenía y se me oscureció la vista cuando la pérdida de sangre fue incapaz de enfrentarse a las nuevas exigencias.

Jenks se movió. Por el rabillo del ojo vi que Ivy chocaba contra él.

—Perdona —gruñó mi amiga, se cubrió un puño con el otro, hizo un mazo con las manos y lo estrelló contra la cabeza del pixie.

Nick se quedó con la boca abierta; plantado en la cocina, observó los ojos en blanco que puso Jenks antes de caer al suelo como una piedra, inconsciente. El humano se fue echando hacia atrás hasta que ya no pudo más. Creía que Ivy me había entregado a DeLavine. Lo que había hecho en realidad había sido salvarle la vida a Jenks, y seguramente a todos los demás, dado que una batalla campal habría hecho estallara DeLavine. De esa forma, solo moriría yo.

—Permíteme… —susurró DeLavine solo para mis oídos y fue girando con
Rex
siguiéndolo muy contenta, el vampiro iba olfateándolo todo, sopesando, calculando.

Cogí aire con un suspiro y lo contuve. Forcé las rodillas para que me sujetasen. Ivy no podía hacer nada y yo percibía su frustración en su forma de respirar, no podía interferir. No podía vencer a DeLavine. No sin recurrir a la fuerza de Piscary y allí estaba fuera de su influencia. DeLavine lo sabía. Que lo hubiéramos invitado a ir allí para ayudar a Peter no significaba mucho.

—Mordida pero sin vincular —dijo el vampiro no muerto y me recorrió todo el cuerpo un estremecimiento—. Libre para quien la quiera. Percibo dos marcas demoníacas en ti. Siento que hay dos mordiscos, pero solo uno te alcanzó el alma, y con tanto cuidado, fue tan cuidadosa, un beso tan suave, apenas un susurro… Y alguien… alguien ha puesto su marca en tus… en tus mismas células. Reclamada por muchos, no le perteneces a nadie. ¿Quién vendría a recuperarte?

—Nadie —dije con voz ronca, y sus ojos se clavaron en los míos y detuvieron mis siguientes palabras. Me erguí bajo su control y me hubiera caído si su voluntad no estuviera sujetándome.

—Por favor —susurró Ivy, que permanecía junto al cuerpo de Jenks, derrumbado en el suelo—. Le ruego un favor.

Con un ligero interés, DeLavine me tocó el lado intacto del cuello.

—¿Qué? —dijo.

—Deje que sea mía. —La cara pálida de Ivy hizo que sus ojos parecieran todavía más negros—. Se lo pido como agradecimiento por ayudar a Peter —se lamió los labios y mantuvo los brazos bajados—. Por favor.

DeLavine dejó de mirarme y levantó los ojos, yo parpadeé y sentí que recuperaba un hilo de voluntad.

—Esto —dijo el vampiro mientras me levantaba la barbilla con un dedo— debería pertenecer a un maestro, no a ti. Piscary te ha mimado de forma excesiva. Eres una niña mimada, Ivy, y deberían castigarte por desmarcarte de la influencia de tu maestro. Hacerla mía molestará a Kalamack y me hará quedar bien con Piscary.

Los ojos de Ivy se posaron en los míos por un instante y después se apartaron. Casi pude sentir cómo se realineaban sus pensamientos y se me disparó el pulso cuando cambió de postura, que pasó de tensa a seductora.

Que Dios nos proteja
. Iba a darle lo que quería para que me dejara en paz a mí. No podía permitirle que hiciera eso. No podía permitir que Ivy se convirtiera en basura por mí. Pero puesto que los cosquilleos me atravesaban entera para confundir mi mente, lo único que podía hacer era mirar.

—Un sorbito tan dulce —dijo DeLavine, le había dado la espalda a Ivy. Había un nuevo brillo malicioso en sus ojos, así que yo no estaba muy segura de si estaba hablando de Ivy o de mí—. Un lobo con piel de cordero, apesta a azufre pero todavía está muy débil —dijo—. Podría matarte sin querer, bruja. Pero lo disfrutarías. —Inhaló y se llevó con el aire mi voluntad. Exhaló y su aliento bajo mi oreja envió una descarga de deseo al fondo de mi ser—. ¿Quieres esto? —dijo sin aliento.

—No —susurré. Fue fácil. Ivy me había asustado lo suficiente como para encontrar la fuerza para decirlo.

Pero DeLavine estaba encantado.

—¡No! —exclamó con las pupilas anchas y dilatadas, sus labios, enrojecidos por la lujuria, se fruncieron hacia arriba—. Cada vez más curioso. —Trazó con los dedos una línea por mi hombro, una línea en la que yo sabía que él quería hundir las uñas para causar dolor y un delicioso sendero de sangre, una línea hasta mi cuello que no tardaría en seguir su boca.

Con los ojos clavados en los míos, el vampiro sonrió para mostrarme sus largos caninos. La idea de que me los hundiera me arrancó un estremecimiento de lo más profundo del alma. Sabía lo que sería y el miedo de que me quitaran la sangre como en una violación se mezcló con el recuerdo de lo maravillosa que sería la sensación. Cerré los ojos y empecé a hiperventilar, luchaba contra él y perdía. DeLavine se acercó un poco más, casi me tocó. Pude sentir que su necesidad de aplastar mi voluntad iba creciendo cada vez más. Le daba igual Peter. Ya no le importaba. Yo era demasiado interesante, maldita fuera.

—Una voluntad tan fuerte —dijo—. Podría ir arrancando lascas de la conciencia de tu alma como si fuera piedra.

El vampiro se movió y detrás de él vi a Ivy, dispuesta a todo.
No
rogué en silencio, pero su miedo por mí era más fuerte que el miedo por sí misma. La culpa, la vergüenza y el alivio me impidieron hablar cuando, tras echarse hacia delante con un suspiro para decirle dónde estaba, Ivy tocó a DeLavine en el hombro.

Observé horrorizada y fascinada la larga pierna de Ivy que se deslizaba entre las del vampiro por detrás. Le curvó un brazo sinuoso alrededor del pecho para que las yemas de sus dedos jugaran con la base del cuello del vampiro. Ladeó la cabeza y con los labios le acarició la oreja. Y mientras DeLavine me miraba con Ivy despertando su hambre por completo, mi amiga le susurró:

—¿Por favor?

Me palpitó la sangre en las venas cuando Ivy le puso los dientes en la oreja y tiró.

—Le tengo cariño… —añadió—. Quiero mantenerla como está.

DeLavine apartó los ojos de mí y sentí que me brotaban las lágrimas, las feromonas vampíricas y verlos jugar excitaba mi libido al máximo. Aquello no estaba bien, nada bien.

Ivy lo rodeó con un movimiento fluido para interponerse entre él y yo. Allí plantada, con las piernas muy abiertas, le pasó las manos por encima, entre la americana y la camisa. Echó la cabeza hacia atrás y se le escapó una carcajada de placer que me conmocionó.

—¡Noto tus cicatrices! —rió, una risita que convirtió al final en un sonido malicioso, suave y lleno de deseo. Era Ivy, pero al mismo tiempo no lo era. Juguetona, sensual y dominante, era un lado de ella que no había querido enseñarme. Esa era Ivy haciendo lo que mejor sabía hacer.

Cautivada y asqueada a la vez, no pude apartar los ojos cuando Ivy inclinó los labios hacia el cuello del vampiro y este cerró los ojos. DeLavine exhaló y le temblaron las manos cuando cogió las muñecas de Ivy y se las bajó.

—¿Esta noche? —susurró Ivy en voz lo bastante alta para que yo lo oyera. Y DeLavine abrió los ojos y esbozó una sonrisa cruel cuando se encontró con mi mirada.

—Tráela.

—Solos —contestó Ivy, se liberó de las manos de él de un tirón para explorarle el interior del muslo—. Lo que yo quiero hacer la mataría. —Se echó a reír y terminó con un gemido impaciente. El juguetón sonido de deseo me revolvió el estómago. Seguramente eso era lo que había sido Ivy durante esos años de los que no quería hablar, y estaba volviendo a ello para mantenerme a salvo.

Dios
, ¿
cómo me metí en una situación en la que mis amigos se venden para mantenerme viva
?

Ivy cambió de postura e hizo algo que no pude ver pero que causó que DeLavine abriera mucho los ojos. Peter siseó y no me sorprendió encontrar una expresión celosa y hosca en su cara. La mujer que tenía detrás lo estaba acariciando con los dedos para distraerlo, pero no parecía ayudar mucho.

—La inocencia puede ser muy estimulante —murmuró Ivy—. ¿Pero la experiencia? Piscary me consiente por algo —dijo Ivy, las sílabas tan certeras y cálidas como una lluvia de verano para hacer que se me acelerara el pulso—. ¿Le gustaría saber… por qué? No muchos lo saben.

DeLavine sonrió.

—Piscary no se pondrá muy contento.

—Piscary está en la cárcel —dijo Ivy con un puchero—. Y yo me siento sola. Las feromonas que estaban emitiendo los dos hacían que me recorrieran cosquilleos de pasión.

Iba a tener un orgasmo allí mismo o a echar la pota. Ivy había dejado a Skimmer y me había seguido hasta allí para escapar de su pasado y resultaba que tenía que volver a él para salvarme la vida. Al final yo iba a matarla sin querer. La había obligado a morderme y ahora se estaba prostituyendo para mantenerme a salvo. Ivy creía que yo iba a salvarla, pero en realidad terminaría por matarla.

Ya casi olvidado, Peter se removió.

—Por favor, DeLavine —dijo con tono hosco, y yo me desesperé ante la basura en la que me estaba revolcando, el sistema en el que Ivy había trabajado toda su vida—. Es la que sabe los hechizos —continuó Peter—. Ya mí me duele tanto.

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