Presa (40 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

BOOK: Presa
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—No sé muy bien cómo me siento —dije.

—Estás cansado.

—Sí, pero no estoy seguro, ya no.

—¿Te refieres a nosotros?

—No me gusta esta conversación.

Y no me gustaba. Me molestaba que abordara el tema cuando yo estaba agotado, cuando yo acababa de pasar por una situación que casi me había costado la vida y que, en último extremo, era culpa de ella. Me molestaba que le restara importancia a su responsabilidad calificándola de «mal criterio» cuando las cosas habían sido mucho peor que eso.

—Vamos, Jack. Volvamos a estar como antes —dijo, y de pronto se inclinó aún más sobre la mesa e intentó besarme los labios. Yo me aparté y volví la cabeza. Ella me dirigió una mirada suplicante—. Por favor, Jack.

—Este no es el momento ni el lugar, Julia —contesté.

Un silencio. No sabía qué decir. Finalmente comentó:

—Los niños te echan de menos.

—Estoy seguro. También yo los echo de menos.

Rompió a llorar.

—Y a mí no me echan de menos… —se lamentó entre sollozos—. Ni siquiera les importo: yo, que soy su madre.

Volvió a tender la mano, y permití que cogiera la mía. Intenté analizar mis sentimientos, solo me sentía cansado y muy incómodo. Quería que dejara de llorar.

—Julia…

Sonó el chasquido del intercomunicador. Oí la voz de Ricky, amplificada.

—¿Eh, chicos? Tenemos un problema con las líneas de comunicación. Vale más que vengáis aquí enseguida.

El cuarto de comunicaciones era un espacio en un rincón de la sala de mantenimiento. Tenía una sólida puerta de seguridad herméticamente cerrada, con una ventanilla de cristal templado en la mitad superior. A través de esta, vi todos los paneles de conexión y las series de interruptores para las telecomunicaciones del laboratorio. Vi también que habían arrancado parte de los cables. Y desplomado en un rincón del espacio vi a Charley Davenport. Parecía muerto. Tenía la boca abierta y la mirada fija en el vacío. Y la piel de un color gris amoratado. Un ruidoso enjambre negro giraba alrededor de su cabeza.

—No entiendo cómo ha podido ocurrir —decía Ricky—. Estaba profundamente dormido cuando he ido a verlo.

—¿Cuándo ha sido? —pregunté.

—Hará una media hora.

—¿Y el enjambre? ¿Cómo ha llegado hasta ahí?

—No me lo explico —contestó Ricky.

—Debe de haberlo traído él mismo de fuera.

—¿Cómo? —pregunté—. Ha pasado por los compartimientos estancos.

—Lo sé, pero…

—Pero ¿qué? ¿Cómo es posible?

—Quizá… no sé, quizá lo tenía en la garganta o algo así.

—¿En la garganta? —repetí—. ¿Qué quieres decir? ¿Flotando entre las amígdalas? Estas partículas matan, ya lo sabes.

—Sí, lo sé. Claro que lo sé. —Se encogió de hombros—. Me sorprende.

Miré con asombro a Ricky, intentando comprender su actitud. Acababa de descubrir que un nanoenjambre letal había invadido su laboratorio, y eso no parecía alarmarle en absoluto. Se lo tomaba con total despreocupación.

Mae entró apresuradamente en la sala. Entendió lo ocurrido al primer vistazo.

—¿Alguien ha comprobado la grabación en vídeo?

—No podemos —contestó Ricky. Señaló hacia el cuarto de telecomunicaciones—. Los controles están averiados.

—¿Así que no sabéis cómo entrar ahí?

—No. Pero es evidente que no quería que nos pusiéramos en contacto con el exterior. Al menos, eso parece.

—¿Por qué iba a entrar ahí Charley? —preguntó Mae.

Negué con la cabeza. No tenía la menor idea.

—Es un compartimiento estanco —dijo Julia—. Quizá sabía que estaba infectado y quería aislarse de nosotros. Ha cerrado la puerta desde dentro.

—¿Ah, sí? —dije—. ¿Cómo lo sabes?

—Esto… Supongo… Esto… —Echó un vistazo a través del cristal—. Y… esto… se ve el reflejo del pasador en ese aplique cromado… ¿Lo ves ahí?

Ni me molesté en mirar. Pero Mae sí, y la oí decir:

—Ah, sí, Julia tiene razón. Bien observado. Eso se me había escapado.

Sonó muy falso, pero Julia no reaccionó. Así que ahora todos interpretábamos un papel. Todo aquello estaba escenificado. Y no comprendía por qué. Pero observando a Mae con Julia noté que trataba con suma cautela a mi esposa. Casi como si le tuviera miedo o temiera ofenderla.

Eso era extraño.

Y un poco alarmante.

—¿Hay alguna manera de abrir la puerta? —pregunté a Ricky.

—Creo que sí. Probablemente Vince tiene una llave maestra. Pero nadie va a abrir la puerta, Jack; no mientras ese enjambre esté ahí.

—¿Así que no podemos ponernos en contacto con nadie? —dije—. ¿Estamos aislados? ¿Incomunicados?

—Hasta mañana, sí. El helicóptero volverá mañana por la mañana, en su visita diaria. —Ricky examinó los estragos en el cableado a través del cristal—. Dios mío, Charley se ha esmerado con esos paneles.

—¿Por qué crees que haría una cosa así? —pregunté.

Ricky movió la cabeza en un gesto de incomprensión.

—Charley estaba un poco loco, ya lo sabes. Era pintoresco. Pero con todos esos pedos y ese tararear… estaba a un paso del frenopático, Jack.

Yo no tenía esa idea de él.

—Es solo una opinión —añadió Ricky.

Acercándome a Ricky, miré a través del cristal. El enjambre zumbaba en torno a la cabeza de Charley, y vi que sobre su cuerpo empezaba a formarse el recubrimiento lechoso. El mismo proceso de siempre.

—¿Y si bombeamos nitrógeno líquido ahí dentro? —propuse—. ¿Para congelar el enjambre?

—Probablemente podríamos hacerlo —respondió Ricky—. Pero me temo que estropearíamos el equipo.

—¿No podéis aumentar la potencia de las unidades de tratamiento de aire lo suficiente para absorber las partículas?

—Ya están funcionando a plena potencia.

—¿Y si se usara un extintor?

Negó con la cabeza.

—Los extintores no afectarán a las partículas.

—Así pues, no tenemos acceso al cuarto.

—Que yo sepa, no.

—¿Teléfonos móviles?

Negó con la cabeza.

—Las antenas se conectan a través de ese cuarto. Por ahí pasan todas nuestros medios de comunicación: móviles, Internet, transmisión de datos a alta velocidad.

—Charley sabía que el cuarto cerraba herméticamente —dijo Julia—. Estoy segura de que ha entrado ahí para protegernos a todos. Ha sido un acto altruista. Un acto de valor.

Estaba desarrollando su propia teoría sobre Charley, dándole cuerpo, añadiendo detalles. Despistaba un poco. Considerando que el problema principal seguía sin respuesta: cómo abrir la puerta y anular el enjambre.

—¿Hay otra ventana?

—No.

—¿Esta ventanilla de la puerta es la única?

—Sí.

—Muy bien, pues —dije—, tapemos la ventana y apaguemos las luces de dentro. Y esperemos unas horas, hasta que el enjambre pierda energía.

—En fin, no sé —dijo Ricky, dudoso.

—¿Cómo, Ricky? —dijo Julia—. A mí me parece una gran idea. Desde luego vale la pena probarla. Hagámoslo ahora mismo.

—Bueno, de acuerdo —convino Ricky, cediendo de inmediato a ella—. Pero habrá que esperar seis horas.

—Pensaba que eran tres horas —comenté.

—Así es, pero quiero que pasen unas horas más antes de abrir esa puerta. Si ese enjambre queda libre aquí dentro, estamos todos perdidos.

Finalmente nos pusimos de acuerdo. Sujetamos una tela negra a la ventana con cinta adhesiva y colocamos encima un cartón. Apagamos las luces y fijamos el interruptor en esa posición con cinta. Al final, me venció de nuevo el agotamiento. Consulté mi reloj. Era la una de la madrugada.

—Tengo que acostarme —dije.

—A todos nos vendría bien dormir un poco —dijo Julia—. Podemos repasar la situación por la mañana.

Nos encaminamos todos hacia el módulo residencial. Mae caminó a mi lado.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó.

—Bien. Empieza a dolerme un poco la espalda.

Mae asintió con la cabeza.

—Mejor será que me dejes echarte un vistazo.

—¿Por qué?

—Tú déjame echarte un vistazo antes de acostarte.

—Oh, Jack, cariño —exclamó Julia—. Pobrecito.

—¿Qué pasa?

Estaba sentado sobre la mesa de la cocina sin camisa. Julia y Mae estaban detrás de mí, parloteando.

—¿Qué pasa? —repetí.

—Tienes ampollas —dijo Mae.

—¿Ampollas? —dijo Julia—. Tiene toda la espalda cubierta…

—Creo que tenemos apósitos —la interrumpió Mae, alargando el brazo para coger el botiquín que había bajo el fregadero.

—Sí, eso espero. —Julia me sonrió—. Jack, no sabes cuánto siento que hayas tenido que pasar por esto.

—Puede que te escueza un poco —avisó Mae.

Sabía que Mae quería hablar conmigo a solas, pero no había oportunidad. Julia no estaba dispuesta a dejarnos solos ni por un minuto. Siempre había tenido celos de Mae, ya al principio cuando la contraté en mi compañía, y ahora competía con ella por mi atención.

No me sentí halagado. En un primer momento noté frescos los apósitos, cuando Mae me los aplicó, pero poco después empezaron a escocerme. Hice una mueca de dolor.

—No sé qué calmantes hay aquí —dijo Mae—. Tienes quemaduras de segundo grado en una amplia zona.

Julia revolvió frenéticamente el botiquín, lanzando el contenido a izquierda y derecha. Tubos y frascos cayeron ruidosamente al suelo.

—Hay morfina —dijo por fin, alzando un frasco. Me sonrió alegremente—. Esto servirá.

—No quiero morfina —dije. En realidad deseaba decirle que se fuera a la cama. Julia me molestaba. Estaba sacándome de quicio con su nerviosismo. Y quería hablar con Mae a solas.

—No hay nada más, excepto aspirinas —informó Julia.

—Bastará con una aspirina.

—Me preocupa que no…

—Bastará con una aspirina.

—No hace falta que te pongas así.

—Lo siento. No me encuentro bien.

—Bueno, solo intento ayudar. —Julia retrocedió—. En fin, si queréis quedaros solos, no teníais más que decirlo.

—No —contesté—, no queremos quedarnos solos.

—Bueno, solo intento ayudar —repitió. Se volvió hacia el botiquín—. Quizá haya algo más…

Cayeron al suelo cajas de esparadrapo y frascos de antibióticos.

—Julia —dije—. Basta, por favor.

—¿Qué hago? ¿Qué es lo que tanto te molesta?

—Déjalo ya.

—Solo intento ayudar.

—Lo sé.

—Muy bien —dijo Mae detrás de mí—. Listo. Esto aguantará hasta mañana. —Bostezó—. Y ahora, si no os importa, me voy a acostar.

Le di las gracias y la observé salir de la cocina. Cuando me di la vuelta, Julia me tendía un vaso de agua y dos aspirinas.

—Gracias —dije.

—Esa mujer nunca me ha gustado —declaró.

—Vamos a dormir un poco.

—Aquí solo hay camas individuales.

—Lo sé.

Se acercó más.

—Me gustaría estar contigo, Jack.

—Estoy muy cansado, de verdad. Nos veremos por la mañana, Julia.

Volví a mi habitación y miré la cama. No me molesté en quitarme la ropa. No recuerdo que mi cabeza tocara la almohada.

Día 7
04.42

Dormí inquieto, con continuos y terribles sueños. Soñé que estaba otra vez en Monterrey, casándome con Julia, y me hallaba frente el pastor cuando ella se acercó a mí con su traje de novia. Al levantarse el velo, me sorprendió lo hermosa, joven y esbelta que era. Me sonrió, y le devolví la sonrisa, procurando disimular mi desasosiego, porque de pronto vi que su rostro más que estilizado, era enjuto, casi demacrado. Casi un cráneo.

A continuación me volví hacia el pastor, pero era Mae, y vertía líquidos de colores en tubos de ensayo. Cuando volví a mirar a Julia, estaba furiosa, y dijo que esa mujer nunca le había gustado. Por algún motivo la culpa era mía. Era yo a quien se lo echaba en cara.

Sudoroso, desperté por un momento. La almohada estaba empapada. Le di la vuelta y seguí durmiendo. Me vi a mí mismo dormir en la cama y, alzando la vista, noté que la puerta de la habitación estaba abierta. Entraba luz del pasillo. Una sombra se proyectó sobre la cama. Ricky entró en la habitación y me miró. Su rostro estaba oscuro, a contraluz, y no veía su expresión, pero dijo: «Siempre te he querido, Jack». Se inclinó para susurrarme algo al oído, y cuando bajó la cabeza, me di cuenta de que en realidad iba a besarme. Iba a besarme en los labios, apasionadamente. Tenía la boca abierta. Se humedecía los labios con la lengua. Yo estaba muy alterado, no sabía qué hacer, pero en ese momento entró Julia y dijo: «¿Qué pasa?».. Ricky se apartó en el acto e hizo algún comentario evasivo. Julia, colérica, respondió: «Ahora no, idiota», y Ricky contestó con otra evasiva. A continuación Julia dijo: «Esto es totalmente innecesario, se resolverá por sí solo». A lo cual Ricky respondió: «Existen coeficientes constrictivos para algoritmos deterministas si haces optimización global por intervalos». Y ella añadió: «No te dolerá si no te resistes». Encendió la luz de la habitación y salió.

De repente estaba de nuevo en Monterrey, en mi boda, con Julia a mi lado vestida de blanco, y al volverme a mirar a los invitados, vi a mis tres hijos sentados en la primera fila, contentos y sonrientes. Y mientras los observaba, se dibujó en torno a sus bocas una línea negra, que descendió por sus cuerpos hasta que quedaron cubiertos de negro. Continuaron sonriendo, pero yo estaba horrorizado. Corrí hacia ellos, pero ni aun restregándoles pude quitarles aquella capa negra. Y Nicole, tranquilamente, dijo: «Papá, no te olvides de los aspersores».

Me desperté enredado entre las sabanas, bañado en sudor. La puerta de la habitación estaba abierta. Un rectángulo de luz se proyectaba sobre mi cama desde el pasillo. Eché un vistazo al monitor del terminal. Se leía: «04.55». Cerré los ojos y permanecí ahí tendido durante un rato, pero ya no pude conciliar el sueño. Estaba mojado e incómodo. Decidí ducharme.

Poco antes de las cinco de la madrugada me levanté de la cama.

El pasillo estaba en silencio. Fui hasta el cuarto de baño. Las puertas de todas las habitaciones estaban abiertas, lo cual me pareció extraño. Al pasar por delante, los vi a todos dormidos. Y las luces de todas las habitaciones estaban encendidas. Vi dormidos a Ricky, a Bobby, a Julia y a Vince. La cama de Mae estaba vacía, y por supuesto también la de Charley.

Me detuve en la cocina para coger un ginger ale del frigorífico. Tenía mucha sed, la garganta reseca y dolorida, y el estómago revuelto. Miré la botella de champán. De pronto me asaltó un extraño presentimiento y pensé que quizá la habían manipulado. La cogí y examiné detenidamente el tapón, la funda de metal que cubría el corcho. No vi nada anormal. Ni manipulación alguna, ni marcas de agujas hipodérmicas, ni nada.

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