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Authors: Margaret Weis

Tags: #Fantástico, Juvenil e Infantil

Raistlin, crisol de magia (42 page)

BOOK: Raistlin, crisol de magia
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—No, no. Otra dama mucho más importante y mucho más poderosa. —Par-Salian miró hacia la ventana, donde la luna roja brillaba con la intensidad de un rubí.

—¿De veras? —El archimago estaba impresionado—.

Bien, en tal caso, supongo que no tengo que preocuparme por él. Aun así, es muy joven y muy débil, y no disponemos de mucho tiempo.

—Como tú mismo dijiste, pasarán varios años antes de que la Reina de la Oscuridad reúna sus fuerzas, antes de que esté preparada para lanzar el ataque.

—Empero, ya empiezan a formar cúmulos las nubes de la guerra —comentó Antimodes con aire ominoso—. Nos encontramos solos bajo los últimos rayos del sol poniente, y vuelvo a preguntar: ¿dónde están los verdaderos dioses, ahora que los necesitamos?

—Donde siempre han estado —repuso Par-Salian con complacencia.

8

Raistlin estaba sentado en una silla ante un escritorio, en la Torre de la Alta Hechicería. Había sido huésped de la Torre durante varios días, ya que Par-Salian le había dado permiso al joven para que se quedara todo el tiempo que considerara necesario para recuperarse de los estragos de la Prueba.

Bien es verdad que Raistlin jamás se recobraría realmente. Nunca había sido robusto ni tenido una salud fuerte; pero, en comparación con su estado actual, el joven mago evocaba con envidia su condición anterior. Pasó unos instantes recordando los días de su juventud y comprendió con pesar que nunca había apreciado realmente aquellos tiempos, no había sabido valorar en su justo valor el vigor y la fuerza que tenía. Pero ¿daría marcha atrás si pudiera? ¿Cambiaría su cuerpo quebrantado por otro sano?

La mano de Raistlin acarició el Bastón de Mago que tenía al lado, siempre a su alcance. La madera tenía un tacto suave y cálido, y el encantamiento que latía en su interior se manifestaba como un hormigueo a través de sus dedos, proporcionándole una sensación de profundo gozo. Sólo tenía una vaga idea de la magia que el bastón podía realizar. Existía el requisito de que cualquier hechicero que entrara en posesión de un artefacto mágico descubriera tal poder por sí mismo. No obstante, Raistlin sí era consciente del inmenso potencial mágico del bastón y se regocijaba en él.

No había mucha información sobre el cayado en la Torre; muchos de los viejos manuscritos concernientes a Magius, su original propietario, antaño guardados en la Torre de Palanthas, se habían perdido cuando los hechiceros se trasladaron a la Torre de Wayreth. El propio bastón había estado guardado, teniendo como tenía mucho más valor, aunque, según Par-Salian, no se había utilizado en todos estos siglos.

No había sido el momento indicado para que el bastón volviera al mundo, había dicho evasivamente el jefe del Cónclave en respuesta a la pregunta de Raistlin. Hasta ahora el cayado no había hecho falta. El joven mago se preguntó qué hacía que ahora sí fuera el momento idóneo, el adecuado para un bastón que supuestamente se había utilizado antaño para luchar contra los dragones. Probablemente no lo descubriría, ya que Par-Salian no era dado a hablar; no le diría nada sobre el bastón aparte de indicarle dónde encontrar libros en los que consultar.

En este momento tenía ante sí uno de esos ejemplares, un libro en cuarto, más bien pequeño, escrito por algún amanuense agregado al séquito de Huma. Su contenido resultaba más frustrante que útil, y en él Raistlin había aprendido mucho sobre decidir la guarnición de una fortificación o situar centinelas en las murallas, información muy útil para un mago guerrero, pero nada en lo relativo al bastón. Todo lo que consiguió descubrir fue a través de referencias indirectas; por ejemplo, el amanuense hacía un relato sobre Magius, y lo describía: saltando desde la torre más alta del castillo asediado para ir a aterrizar entre nosotros, indemne, para gran asombro y pasmo nuestro. Aseguraba que había utilizado la magia de su bastón...

Raistlin hizo una anotación en su propio volumen:

«Al parecer el bastón tiene la propiedad de permitir a su propietario flotar en el aire con la ligereza de una pluma.

¿Será este conjuro inherente en el bastón? ¿Será preciso pronunciar palabras mágicas a fin de activar el conjuro? ¿Hay un límite en su uso? ¿Funcionará el conjuro con otra persona que no sea el mago que tiene en su poder el bastón?».

Había que hallar respuesta a todas estas preguntas, y eso sólo para uno de los encantamientos del cayado. Raistlin suponía que tenía que haber muchos más entretejidos en la madera. Por un lado era frustrante no saberlo; le habría gustado tener la descripción de todos ellos. Empero, si le hubieran proporcionado los detalles de la naturaleza de los poderes del bastón, todavía tendría que dedicarse a su investigación. Los viejos manuscritos podían mentir, ocultar información deliberadamente.

Raistlin no confiaba en nadie excepto en sí mismo.

Estas investigaciones podrían ocuparle años, pero...

Un ataque de tos interrumpió su trabajo. Era una tos dolorosa, debilitante, aterradora; los espasmos le cerraban la tráquea, cortándole la respiración, y, cuando el ataque era muy agudo, tenía la espantosa sensación de que jamás volvería a inhalar aire, que se iba a asfixiar y moriría.

Éste era uno de los malos. Se esforzó, luchó para respirar sin conseguirlo. La falta de aire empezó a debilitarlo y a marearlo; cuando por fin fue capaz de llevar aire a sus pulmones con cierta facilidad, estaba tan exhausto por el esfuerzo que se vio obligado a recostar la cabeza sobre los brazos cruzados encima de la mesa. Se quedó así, a punto de ponerse a llorar. Las costillas resentidas en la Prueba le dolían de un modo espantoso, y el diafragma le ardía de tanto toser.

Una mano afectuosa le rozó el hombro.

—¿Raist? ¿Estás... estás bien?

El joven mago se sentó derecho y se sacudió de encima la mano de su hermano.

—¡Qué pregunta tan estúpida, incluso viniendo de ti! ¡Por supuesto que no estoy bien, Caramon! —Raistlin se enjugó los labios con un pañuelo y al retirarlo vio la tela manchada con sangre. Rápidamente lo guardó en un bolsillo secreto de su nueva Túnica Roja.

—¿Puedo hacer algo para ayudarte? —preguntó el guerrero, pasando por alto, pacientemente, el mal humor de su gemelo.

—¡Puedes marcharte y dejar de interrumpir mi trabajo! —replicó Raistlin—. ¿Has terminado de hacer el equipaje? Nos marchamos dentro de una hora, ya lo sabes.

—Si estás seguro de encontrarte lo bastante bien para viajar...—empezó Caramon, pero, al advertir la mirada irritada y funesta de su hermano, se tragó el resto de la frase—.

Iré a hacer el equipaje —dijo aunque en realidad ya lo tenía todo preparado desde hacía tres horas.

El guerrero se dispuso a salir del cuarto de puntillas, haciéndose la ilusión de que se estaba moviendo muy silencioso cuando, en realidad, con los crujidos, el tintineo y el repicar metálico hacía más ruido que una legión de Enanos de las Montañas desfilando.

Raistlin buscó en el bolsillo y sacó el pañuelo, húmedo

Con su propia sangre. Se quedó mirándolo durante un negro y mortificador instante.

—Caramon —llamó.

—¿Sí, Raist? —Caramon se volvió con una ansiedad patética—.

¿Puedo hacer algo por ti?

Pasarían muchos años el uno al lado del otro; años de trabajar, de vivir, de comer, y de luchar juntos. Caramon había visto a su gemelo matándolo. Raistlin se había visto a sí mismo matando.

Golpes de martillo, uno tras otro, para templar la hoja.

Raistlin suspiró profundamente.

—Sí, hermano mío. Hay algo que puedes hacer por mí.

Par-Salian me dio una receta para una tisana que cree que me ayudará con la tos. Encontrarás la receta y los ingredientes en mi saquillo, allí, sobre esa silla. Si quisieras preparármela...

—¡Claro que sí, Raist! —repuso animosamente Caramon.

No se habría mostrado más satisfecho si su gemelo le hubiera ofrecido una fortuna en joyas y monedas de acero—.

No he visto ninguna tetera, pero estoy seguro de que tiene que haber una por aquí, en alguna parte... Ah, sí, ahí está.

Supongo que antes no me había fijado. Tú sigue trabajando, que yo me ocupo de mezclar estas hierbas y... ¡Puag! ¡Esto huele horrible! ¿Estás seguro que...? Déjalo, no importa —rectificó enseguida—. Prepararé la tisana. A lo mejor no sabe tan mal como huele.

Puso el cazo con agua a hervir, y después empezó a echar en la tetera la mezcla de hierbas según las medidas indicadas, con tanto esmero como un gnomo se dedicaría a su Misión en la Vida.

Raistlin reanudó la lectura.

Magius golpeó al ogro en la cabeza con su bastón. Me lancea la carga para salvarlo, ya que es notorio el hecho de que los ogros tienen un cráneo muy duro y no veía que el cayado de un mago pudiera infligirle mucho daño. Para mi sorpresa, sin embargo, el ogro se fue de bruces al suelo, muerto, como si lo hubiera alcanzado un rayo.

Raistlin hizo una anotación sobre esta referencia:

«El bastón, aparentemente, incrementa la fuerza de un golpe».

—Raist —llamó Caramon mientras apartaba la vista del cazo con agua, que estaba a punto de romper a hervir—.

Sólo quería que supieras que... Respecto a lo que pasó...

Que comprendo...

Raistlin dejó de escribir y alzó la cabeza, pero no miró a su hermano, sino a través de la ventana, al bosque de Wayreth que rodeaba la Torre. Contempló las hojas marchitándose, las ramas sin vida, los troncos podridos.

—Jamás menciones ese incidente ni a mí ni a nadie, hermano, mientras vivas. ¿Lo has entendido?

—Claro, Raist —musitó el guerrero—. Lo entiendo. —Y se dedicó de nuevo a su tarea—. Tu té está casi listo.

Raistlin cerró el libro que había estado leyendo. Los ojos le ardían por el esfuerzo de intentar descifrar la anticuada escritura del amanuense, y estaba agotado por el arduo trabajo que significaba traducir la mezcla de Común arcaico y jerga militar utilizada entre soldados y mercenarios.

Abrió y cerró varias veces las manos, doloridas de sujetar la pluma, y metió el libro sobre Magius debajo del cinturón para seguir leyéndolo durante el largo viaje hacia el norte. No regresaban a Solace; Antimodes había proporcionado a los gemelos el nombre de un noble que contrataba guerreros y que, según el archimago, también estaría encantado de contratar a un mago guerrero. El propio Antimodes iba en aquella dirección, de modo que le agradaría que los dos jóvenes cabalgaran con él.

Raistlin accedió de buen grado; planeaba aprender del archimago todo cuanto pudiera antes de que se separaran sus caminos. Había albergado la esperanza de que Antimodes lo tomara como aprendiz, e incluso había tenido el atrevimiento de pedírselo. Pero Antimodes se había negado; nunca tenía aprendices, o eso fue lo que dijo. Le faltaba paciencia para enseñar, según él. Añadió que en la actualidad había pocas posibilidades de encontrar maestro para los que iniciaban el aprendizaje, de modo que a Raistlin le iría mucho mejor estudiando por su cuenta.

Esto era una tergiversación de la verdad (no se podía decir que un Túnica Blanca mentía). Todos los otros jóvenes magos que habían pasado la Prueba habían sido aceptados como aprendices por distintos hechiceros. Raistlin se preguntó por qué era él una excepción. Decidió, tras reflexionar largamente, que tenía algo que ver con Caramon.

Su hermano estaba metiendo un ruido de mil diablos con la tetera, removiendo el contenido, derramando agua caliente por el suelo y vertiendo las hierbas.

«¿Volvería a los días de mi juventud? Entonces mi cuerpo me parecía débil, pero estaba fuerte en comparación con esta frágil ensambladura de huesos y carne en la que ahora vivo, mantenida en una pieza sólo merced a mi fuerza de voluntad.

¿Volvería?

»Entonces veía belleza cuando miraba algo bello. Ahora miro algo hermoso y lo veo macilento, hinchado y desfigurado, arrastrado por el río del tiempo. ¿Volvería?

»Entonces éramos gemelos. Juntos en el vientre de nuestra madre, juntos después del nacimiento, todavía juntos pero ahora separados. Los sedosos cordones fraternales están cortados, cuelgan entre nosotros, para jamás volver a unirse.

¿Volvería?»

Raistlin cerró el libro donde hacía sus preciadas anotaciones, cogió una pluma y escribió en la cubierta:

«Yo, mago».

Y, con un trazo firme y rápido, lo subrayó.

EPÏLOGO

Una tarde, mientras me hallaba absorto en mi habitual tarea de reflejar la historia del mundo, Bertrem, mi leal ayudante, aunque inepto en ocasiones, entró en mi estudio y pidió permiso para interrumpir mi trabajo.

—¿Qué ocurre, Bertrem? —demandé, pues el hombre estaba tan lívido como si se hubiera encontrado un gnomo metiendo un artilugio incendiario en la gran Biblioteca.

—¡Esto, Maestro! —dijo con voz trémula. Sostenía en las temblorosas manos un pequeño rollo de pergamino, atado con una cinta negra y sellado con cera del mismo color. Sobre la cera había estampada la impresión de un ojo.

—¿De dónde ha salido eso? —inquirí, aunque de inmediato supe quién lo había enviado.

—Ahí está el quid, Maestro —repuso Bertrem, que sujetaba el pergamino con las puntas de los dedos—. ¡No lo sé! Un momento antes no estaba allí, y al siguiente sí.

Consciente de que no sacaría de él nada que tuviera más sentido, le ordené que dejara el pergamino sobre el escritorio y se marchara. Saltaba a la vista que el Esteta era reacio a dejar la misiva (sin duda convencido de que estallaría en llamas o cualquier otra insensatez). Sin embargo, hizo lo que le ordenaba y se marchó, bien que echando miradas hacia atrás una y otra vez. Empero, tras salir del estudio, se quedó esperando al otro lado de la puerta, según me enteré después, con un cubo de agua a mano, sin duda con la intención de arrojármelo encima al primer atisbo de humo.

Rompí el sello, desaté la cinta, y encontré esta carta, de la que transcribo parte a renglón seguido.

«A Astinus:

»Cabe la posibilidad de que en breve me embarque en una empresa arriesgada,1 de la cual es muy probable que no regrese (si es que finalmente decido llevada a cabo) o si vuelvo, lo haré en otro estado. Si ocurriera que encuentro la muerte durante esta tentativa, te doy permiso para que publiques el auténtico relato de mi infancia y juventud, incluido aquello que siempre se ha guardado en el mayor secreto, mi Prueba en la Torre de la Alta Hechicería. Hago esto para salir al paso de las muchas historias absurdas y las mentiras que circulan con respecto a mí y a mi familia. Este permiso queda sujeto a la condición de que Caramon esté de acuerdo con mi decisión...

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