Los yihadistas habían traído comida, en forma de raciones militares, además de arroz y lentejas, que podía cocinarse con nieve derretida. Uno de los soldados parecía haber sido puesto a cargo de ese proyecto. Otros dos exploraban un edificio vecino que parecía ser un taller de mantenimiento. Buscaban herramientas, y encontraban una situación análoga a la de la cocina: se habían llevado todo el material bueno, dejando solo basura que no merecía mover: palas oxidadas y escobas gastadas. Pero las palas eran justo lo que necesitaban, ya que la tarea a mano, al parecer, era convertir el avión en un ataúd para Pavel y Sergei y Khalid. Zula supuso que les preocupaba ser localizados desde el aire. En ese caso, los pilotos les habían hecho un gran favor al hacer chocar el avión contra los árboles. Una larga marca indicaba la trayectoria, pero había empezado a nevar en el tiempo que llevaban aquí y pronto quedaría borrada. Solo había que cubrir el avión con una combinación de nieve y follaje cortado. Este proyecto fue mucho más rápido una vez que consiguieron herramientas del cobertizo, pero incluso así tuvo entretenido a Jones y los otros yihadistas supervivientes durante el resto del día. Se mantenían en calor trabajando duro, y cuando entraban a descansar querían comer. Darles comida se convirtió de algún modo en responsabilidad de Zula. Era ridículo, pero no más de lo que le había sucedido la última semana, así que fingió hacerlo alegremente, decidiendo que tal vez su esperanza de vida mejoraría y su libertad de acción se ampliaría si se mostraba útil en vez de permanecer encogida en posición fetal bajo un montón de mantas, que era lo que le apetecía hacer. La habitación delantera tenía ventanas y por tanto vistas a tres lados, y esto le permitía moverse y mirar y tratar de concebir dónde se encontraban.
Durante el último par de horas de vuelo, Zula no había seguido el curso del avión en el mapa electrónico, y por eso no sabía en qué parte de Columbia Británica habían aterrizado. En general, consideraba que C.B. era una especie de estado de Washington ampliado, lo que quería decir que la parte occidental era un denso bosque cubierto de nieve pero sin montañas especialmente altas, y el interior era una gran cuenca, tendente a la sequedad, con montañas y colinas generosamente dispersas, y la zona oriental con montañas aún más grandes: las Rocosas y cordilleras afluentes. El lugar en el que los terroristas y ella se encontraban ahora parecía seco y rocoso, lo que le hizo pensar que debían de estar en el interior. Pero el tiempo que Zula había pasado en la zona del Noroeste del Pacífico la había acostumbrado al concepto de los microclimas (un ajuste considerable para alguien que había crecido en un lugar donde el clima era tan macro como era posible), así que sabía que era mejor no hacer ninguna suposición; era muy posible que estuvieran solo a unos pocos kilómetros del mar y que este valle fuera seco simplemente porque yacía a la sombra de las montañas que daban a la costa. Desde aquí podía haber bosque húmedo en todas direcciones; o podía ser desierto. Podrían estar junto a la frontera del Yukón o solo a tres horas en coche del centro de Vancouver. Sencillamente, no tenía ni idea. Y sospechaba que Abdalá Jones tampoco.
Sin embargo, no había ninguna duda de que estas instalaciones eran una mina. Sería un error considerarla «abandonada», ya que las puertas habían sido cerradas con llave y en el lugar quedaba infraestructura de bajo precio: el tipo de material que sería necesario para volver a poner en marcha la operación si se le ocurría a los dueños. Su primera suposición fue que la habían clausurado para el invierno, pero varias pistas indicaban que llevaba sin usar varios años. Sabía lo suficiente de geología para comprender que los precios minerales fluctuaban, y que, dependiendo del tenor de la veta, una mina que daba beneficios un año podía no merecer la pena el siguiente. Esta podía ser una de ellas.
Con las manos entretenidas avivando el fuego, y ocupando la mente con esos pensamientos inmediatos y prácticos, no era consciente de nada de lo que había sucedido al final del viaje en avión. Cuando se dio cuenta, le sorprendió el poco efecto que había tenido en ella, al menos a corto plazo. Desarrolló tres hipótesis:
Consideraba bastante improbable la hipótesis 3, ya que no se sentía psicópata en lo más mínimo, pero la incluyó en la lista por respeto al método científico.
No obstante, una cosa había cambiado: había contraatacado y había eliminado a uno de estos tipos. ¿Qué decía que no podía volver a hacerlo?
La respuesta fue inmediata: después de aterrizar, Jones estuvo a punto de matarla. Había salvado la vida solo porque se había ofrecido como rehén: un recurso por el que podrían sacarle algo al tío Richard. Supuso que era una dilación que solo funcionaría una vez, y que cualquier homicidio futuro sería tratado con un poco más de severidad.
El teléfono de Richard empezó a trinar un tono extraño, inspirado en el eterófono. Lo cogió y vio una gráfica de una bola de cristal con puntitos de colores flotando dentro, oscureciendo en parte una imagen del Exaltado Maestro Yang. ESTÁS SIENDO ORBEADO, decía.
Se hallaba en su despacho en la Corporación 9592, donde se había entretenido redactando un informe de situación para su hermano John. Como sabía que acabaría en Facebook, había intentado que fuera lo más informativo posible sin divulgar ninguna información que fuera propiedad de la Corporación 9592. No le estaba saliendo muy bien, y se alegró de la distracción. Activó la aplicación Orbe, que mostró una pantalla que hacía como si pareciera que estaba sentado ante una mesa de madera en un castillo medieval, sosteniendo una esfera de cristal mágico del tamaño de una uva en una mano y frotándola con la otra. Las manos en cuestión pertenecían a Egdod. La cara del orbe era la del Exaltado Maestro Yang, el principal personaje de Nolan, el artista marcial más poderoso del mundo de T’Rain, capaz de matar a un hombre con la ceja.
—¿Llamaste? —dijo.
—¿Sigue siendo temprano allí?
—Estoy en Sydney —dijo Nolan—. Son dos horas más.
La cadencia de su voz era familiar, pero había sido reprocesada electrónicamente por la aplicación Orbe para que hablara como Exaltado Maestro Yang, cuya edad entraba en los dígitos cuádruples, y que rara vez hablaba por encima de un susurro, no fuera a decapitar inadvertidamente a su interlocutor con su poder de Rugido de León de nivel veintisiete.
—¿Por qué?
—Me pareció que era hora de estar en un sitio que contara con un sistema legal.
—¿Se han puesto difíciles para ti la cosas en Pekín?
—No difíciles. Solo... raras. Harri quería marcharse.
Harri, diminutivo de Harriet, era la esposa de Nolan: una modelo canadiense de lencería, negra, y ala-pívot. Ciertas cosas de China le resultaban un poco extrañas.
—¿Relacionado con la investigación de REAMDE? —Richard no habría hablado con tanta claridad si Nolan hubiera estado en Pekín. La aplicación Orbe encriptaba todo el tráfico de voz, así que las comunicaciones de punta a punta eran seguras; pero si hubiera alguien escuchando en el apartamento de Nolan, habría podido escuchar lo que Richard y él estaban diciendo.
—Hasta ayer.
—¿Qué pasó ayer?
—Empezaron a hacerme preguntas sobre terroristas.
Richard no supo qué responder a eso.
—Y rusos —añadió Nolan.
—Espera un momento. ¿Me estás diciendo que los mismos policías que te estaban preguntando por REAMDE de pronto cambiaron al tema de terroristas y rusos?
—No —dijo Nolan—, un grupo diferente de policías. Como si la investigación hubiera sido entregada a un equipo nuevo.
—¿Les dijiste algo? —estalló Richard. Luego deseó haberse contenido.
—¿Qué podía decirles? —preguntó Nolan—. ¡Todo el asunto era rarísimo!
«Bien —pensó Richard—, por favor, que la cosa siga así.» La mención a los terroristas y los rusos lo dejó anonadado (no tenía ningún sentido), pero suponía que las autoridades chinas debían de tener controlados a ambos grupos, y si de algún modo se habían inventado una conexión entre ellos y REAMDE, no simplificaría nada el proyecto de llegar hasta el fondo de la desaparición de Zula.
—¿Hay terroristas en China?
—Desde anteayer hay uno menos.
—Ah, sí, es verdad —dijo Richard. Había buscado un poco en Google noticias relacionadas con Xiamen que pudiera leer (había muy poco disponible en inglés) y descubrió que todos los canales cubrían un hecho, acaecido un par de días antes, donde un terrorista suicida, detenido ante las puertas de un centro de convenciones en Xiamen, se había inmolado llevándose a dos guardias por delante. Había interpretado la historia como simple ruido, sin ninguna posible relevancia—. ¿Pero qué posible conexión podría haber entre eso y REAMDE? ¿Aparte de la coincidencia de estar en la misma ciudad?
—Ninguna —dijo Nolan—, pero eso no detiene a los policías... ya sabes cómo son.
Richard no tenía ni idea de cómo eran los policías chinos, pero decidió dejarlo correr.
—¿Cuánto tiempo vas a estar en Sydney? —preguntó.
—Hasta que Harri termine sus compras —dijo Nolan vagamente—. Luego iremos a Vancouver.
Se refería a su principal residencia en el hemisferio occidental.
Un destello blanco en la puerta: Corvallis que entraba acalorado, la túnica agitándose. Su cara decía que tenía noticias.
—Tengo que dejarte —anunció Richard—. Llámame cuando llegues a Vancouver.
Y cortó la conexión.
—¿Sí?
—Tengo algunas estadísticas de esos tipos —dijo C-plus, y giró el portátil para mostrar una gráfica: una línea roja que ascendía y luego caía.
—¿Qué tipos?
—Lo que tú dijiste. Hice una lista de todos los da O shou —dijo Corvallis—. O de gente que esté probablemente asociada con ellos. Sumé sus clics por minuto.
Se refería al número de veces por minuto que esos jugadores pulsaban una tecla o un botón del ratón. La cifra sería cero, naturalmente, para un jugador que no estuviera conectado, y un número aterradoramente alto para quien estuviera enzarzado en combate, y algo intermedio para quien estuviera conectado pero solo deambulara o socializara.
—Alcanza unos cien distintos personajes diferentes afiliados al da O shou, en las dos últimas semanas.
Aparte de eso, C-plus no tuvo mucho que decir, ya que la gráfica hablaba por sí misma. Empezaba a un nivel bajo a medio, luego ascendía exponencialmente a lo largo de varios días, y luego caía súbitamente a casi cero. Después de eso, unos cuantos picos asomaban por encima del nivel del suelo, pero eso era básicamente nada.
—No puedo leer la escala temporal desde aquí —dijo Richard.
—Es enorme la semana pasada, cuando REAMDE aumentaba y tú sobrevolabas las Torgai —explicó Corvallis—. Se queda plana a eso de las cinco de la tarde del viernes.
—¿Hora de Seattle?
—Sí.
Richard consultó su aplicación de zonas horarias.
—Las ocho de la mañana en Xiamen —dijo—. Espera un momento.
Usó el historial para recuperar uno de aquellos artículos escritos en inglés sobre el terrorista suicida de Xiamen.
—Eso es un par de horas antes de que el terrorista se inmolara.
—¿Cómo dices?
—No importa.
—Desde entonces, los da O shou han estado perdiendo el control de la región de las Torgai debido a incursiones de facciones más poderosas —informó C-plus—. Un ejército de tres mil k’shetriae avanza hacia la frontera norte mientras hablamos.
—¿Lumínicos o terrosos?
—Lumínicos.
—Hmm. El oro debe de acumularse en el suelo hasta las rodillas.
—En algunos sitios, sí. Pero un montón ha sido Ocultado.
Una inflexión en su tono de voz indicó el uso de la mayúscula en la palabra. No había sido oculto en el sentido de esconderlo bajo una pila de hojas, sino Ocultado con el uso de hechizos mágicos.
—Básicamente, todo el oro que los da O shou pudieron recuperar antes de apagarse el viernes está Ocultado, y todo lo que se ha depositado desde entonces está allí expuesto para quien se lo lleve.
—¿Cuánto ha sido Ocultado?
—¿Lo quieres en piezas de oro o...?
—En dólares.
—Unos dos millones.
—Joooder.
—Hay otros tres millones en el suelo.
—Estás diciendo que eso es el dinero de los rescates del último par de días.
—Sí —dijo Corvallis—, pero el ritmo cae rápidamente a medida que la infección queda bajo control. El noventa por ciento de nuestros usuarios ha descargado ahora un parche de seguridad. Así que no hay mucho más.
—Muy bien, ¿entonces cuál es mi situación, si soy un da O shou? Sé dónde hay Ocultados dos millones de dólares en piezas de oro pero he perdido el control del territorio donde está almacenado.
—Tienes que infiltrarte y recuperar el material poco a poco.
—Y luego salir y ver a un cambista sin que me maten —concluyó Richard. En el fondo de su mente, le preocupaba cómo iba a explicarle esto a John, que no era jugador de T’Rain—. Cosa que podría ser difícil de conseguir, si las Torgai caen en manos de gente que sepa lo que hace. Quiero decir, con ese tipo de dinero en juego, habría un montón de incentivos financieros para establecer un férreo cordón de seguridad.
—Un Conjuro Misterioso cuesta una pieza de oro por metro lineal —dijo C-plus, refiriéndose a un tipo de barrera de campo de fuerza invisible que podían levantar los magos suficientemente poderosos.
—Es más barato si cosechas tú mismo las Telarañas Filamentosas —replicó Richard, refiriéndose al ingrediente primario necesario para lanzar un Conjuro Misterioso.
—No tan fácil como dices, ya que las Cavernas de Ut’tharn acaban de sufrir un Veto de Execración —contraatacó Corvallis, refiriéndose, respectivamente, al mejor lugar para recopilar Telarañas Filamentosas y un poderoso hechizo sacerdotal.