Rumbo al Peligro (11 page)

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Authors: Alexander Kent

Tags: #Histórico

BOOK: Rumbo al Peligro
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—Tenía usted razón respecto a las nubes, señor Gulliver, pero el viento es más fuerte de lo que esperaba.

Bolitho, Rhodes y los tres guardiamarinas esperaban en el lado de sotavento del alcázar, listos para cumplir cualquier orden que les fuera dada en el momento más inesperado. Más aún, se sentían partícipes del dramatismo y la tensión que envolvían aquellas circunstancias. El comentario de Dumaresq había sonado como si le echara la culpa al piloto de la fuerza que llevaba el viento.

Bolitho levantó la vista y se estremeció. La
Destiny
, después de dar vueltas y más vueltas hacia barlovento durante lo que pareció una eternidad, había conseguido acercarse tanto como Dumaresq había planeado. Con viento fuerte barriendo la aleta de babor, el barco cabeceaba de través contra una interminable serie de olas cuyas espumosas crestas rompían una y otra vez contra su casco, lo que hacía que se elevaran nubes de agua vaporizada que barría la jarcia de barlovento y a los marineros allí agazapados, como si se tratara de una lluvia tropical.

La Destiny había aferrado velas hasta dejar desplegadas sólo las gavias, el contrafoque y el foque, preparados por si era necesaria una virada rápida.

—Ese otro barco está ahí fuera, en alguna parte, Dick —susurró Rhodes.

Bolitho asintió e intentó no pensar en el bote que se había adentrado en una oscuridad cada vez más profunda, con sus fanales ofreciendo un deslumbrante espectáculo en el agua.

La quietud y el silencio del barco, de todo lo que le rodeaba, le producía una sensación casi fantasmal. Nadie hablaba, y en el engrasado aparejo ya no se oía ni uno solo de los habituales ruidos y golpetazos. Sólo permanecía el sonido del mar lamiendo los costados del barco, el ocasional chapoteo del agua entrando por los imbornales de sotavento cuando la
Destiny
hundía la proa en una fosa algo más profunda.

Bolitho intentaba olvidar todo lo que estaba sucediendo a su alrededor y concentrarse en lo que él debía hacer. Palliser había seleccionado a los mejores marinos del barco para que formaran parte de un grupo de abordaje por si había que llegar hasta tal extremo. Pero el acrecimiento inesperado del viento, en su opinión, podía haber cambiado los planes de Dumaresq.

Oyó a Jury moviéndose inquieto cerca de los obenques, y también al guardiamarina de Rhodes, el señor Cowdroy, que llevaba ya dos años en el barco. Era un joven de dieciséis años arrogante y malhumorado que jamás alcanzaría el puesto de teniente. Rhodes había tenido buenas razones para informar negativamente sobre él al comandante en más de una ocasión; la última vez había sido azotado ignominiosamente, echado sobre un cañón de seis libras, por el contramaestre. Pero aquel castigo no parecía haberle hecho cambiar. Completaba el trío el escuálido Merrett, intentando pasar inadvertido, como siempre.

—Ya no tardará, Dick —dijo Rhodes en voz baja. Soltó el sable que colgaba de su cinturón—. Puede que se trate de un negrero, ¿quién sabe?

—No es probable, señor. ¡Si lo fuera, el olor que despiden los buitres esclavistas nos llegaría aquí! —apuntó Yeames, el segundo del piloto que estaba de guardia.

—¡Silencio! —ordenó Palliser.

Bolitho observó como el mar encrespado se estrellaba contra el costado de barlovento deshaciéndose de espuma blanca. Más allá no había nada, excepto, de vez en cuando, la erizada cresta de alguna ola. Todo estaba más negro que una mazmorra, como había comentado Colpoys. Sus tiradores habían subido ya a la arboladura y estaban en las cofas, intentando conservar sus mosquetes secos y acechantes a la espera de avistar al intruso.

Si el comandante y Gulliver habían hecho bien sus cálculos, el otro barco debería aparecer por la amura de estribor de la
Destiny
. La fragata aprovecharía su posición con respecto al viento y el otro navío no tendría ninguna oportunidad de escabullirse. Los hombres de la batería de estribor estaban preparados, los capitanes de artillería en sus puestos, listos para aplicarse a fondo en cuanto llegara la orden desde popa.

A un civil sentado junto al fuego del hogar en su confortable casita de Inglaterra, todo aquello le hubiera parecido poco menos que una locura. Pero para el comandante Dumaresq era algo completamente distinto… y de suma importancia. El otro navío, fuera lo que fuera, se estaba entrometiendo en los asuntos del rey. Eso lo convertía para él en una cuestión personal, y no pensaba permitirse el lujo de tomárselo a la ligera.

Bolitho volvió a estremecerse al recordar su primera entrevista con el comandante. «A mí, a este barco y a Su Majestad Británica, ¡por ese orden!».

La
Destiny
alzó su cimbreante botalón de foque como si fuera una lanza y pareció detenerse un instante, como suspendida al borde de una hondonada, antes de zambullirse en ella con un salto hacia adelante y abajo, estrellando sus amuras contra aquella agua que parecía sólida y derramando nubes de vapor de espuma sobre el castillo de proa.

Por el rabillo del ojo, Bolitho vio caer algo por encima de su cabeza. Un objeto que fue a dar contra la cubierta con una estruendosa explosión.

Rhodes se agachó al notar que una bala pasaba silbando peligrosamente por delante de su rostro y dijo con voz sofocada:

—¡Un maldito novato ha dejado caer el mosquete!

En la cubierta de baterías se elevaron voces de alarma y ásperas acusaciones; el teniente Colpoys corrió hacia la escala del alcázar precipitadamente, ansioso por tener delante al culpable.

Todo sucedió en una vertiginosa secuencia de acontecimientos. La inesperada explosión accidental mientras la
Destiny
calaba la proa hacia la siguiente serie de olas encrespadas, la momentánea distracción de los oficiales en su vigilancia.

—¡Dejen de hacer ruido, maldita sea! —dijo Palliser colérico.

Bolitho se giró y al instante se le heló la sangre en las venas al ver cómo el otro barco, surgido de la oscuridad, avanzaba rápidamente hacia ellos con el viento en popa. No tranquilizadoramente, en la parte de donde soplaba el viento hacia estribor, sino allí mismo, elevándose sobre el lado de babor como un fantasma.

—¡Timón a barlovento! —La poderosa voz de Dumaresq hizo que algunos de los asustados hombres que corrían de un lado a otro se pararan en seco, como petrificados allí donde estuvieran—. ¡Quiero más hombres en las brazas; listos para maniobrar en el alcázar!

Elevándose y hundiéndose, sus velas restallando en furiosos estampidos que parecían aumentar la confusión remante, la
Destiny
aproó al viento y, oscilando frenéticamente, empezó a alejarse del barco que se abalanzaba sobre ella. A las dotaciones de los cañones, que hacía sólo unos minutos se dedicaban a cuidar de que sus armas estuvieran listas para un eventual combate, las habían cogido completamente desprevenidas, y aún en aquellos momentos cruzaban la cubierta dando tumbos para ayudar a los hombres del otro lado del barco, donde los cañones de doce libras seguían apuntando a sus respectivas portas.

Nuevos rociones alcanzaron el alcázar, como un segundo mar que surgiera jocoso entre las redes de la batayola para empapar a los hombres que se encontrasen lo bastante cerca. Poco a poco se iba restableciendo el orden; Bolitho vio algunos marineros tensando de nuevo las brazas hasta que casi parecía que llegaran a tocar la cubierta.

—¡Estén preparados! —les gritó. Él mismo estaba buscando a tientas su sable, pues acababa de recordar que Rhodes y su guardiamarina habían desaparecido corriendo hacia las amuras—. ¡Vienen directamente contra nosotros!

El sonido de un disparo resonó por encima del fragor del viento y el mar, pero Bolitho no sabía quién había hecho fuego, ni si había sido accidental o no… y tampoco le importaba en aquellos momentos.

Notó la presencia de Jury junto a él.

—¿Qué vamos a hacer, señor?

Su voz delataba que tenía miedo. Tanto como podía tenerlo él mismo, pensó Bolitho. Merrett estaba literalmente pegado al pasamanos como si nada nunca fuera a ser capaz de separarlo de allí.

Bolitho recurrió a algo parecido a la fuerza física para controlar el pánico que dominaba sus desordenados pensamientos. Él era quien estaba al mando. No había nadie más que él para tomar decisiones o aconsejar qué era lo que debían hacer. En la cubierta superior, todos estaban también ocupados, cada cual intentando asumir su propio cometido. Finalmente consiguió decir:

—No se separen de mí. —Señaló a la silueta de un hombre que corría despavorido—. ¡Usted, prepare para zafarrancho de combate la batería de estribor; que todo esté listo para repeler su abordaje!

Los hombres corrían en todas direcciones dando tumbos, maldiciendo y gritando, pero por encima de aquel batiburrillo, Bolitho oyó la voz de Dumaresq. Este se encontraba en el extremo opuesto de la cubierta, y sin embargo parecía estar hablando desde el interior de la cabeza de Bolitho.

—¡Al abordaje, señor Bolitho! —Se giró en redondo mientras Palliser enviaba más hombres a reducir vela, en un último intento de retardar el impacto de la colisión—. ¡Que no escape!

Bolitho le miró fijamente un instante; sus ojos parecían de fuego.

—¡A la orden, señor!

Estaba a punto de empuñar su sable cuando el otro barco chocó contra el costado con un golpe atronador. De no haber sido por la rápida decisión de Dumaresq, aquella nave hubiera embestido con su proa el flanco de la
Destiny
como un hacha gigantesca.

Los gritos se convirtieron en alaridos cuando una masa de cordaje y perchas rotas se desplomó con gran estruendo sobre los cascos de ambos barcos y en el espacio que había entre ellos. Algunos hombres cayeron derribados cuando el mar impulsó una vez más a los dos barcos uno contra el otro, con un nuevo desmoronamiento de jarcias y motones enmarañados. También algunos hombres habían caído atrapados entre aquel amasijo de cuerda y madera, y Bolitho tuvo que arrastrar a Jury cogiéndole del brazo mientras le gritaba: «¡Sígame!». El empuñaba y daba mandobles con su sable, intentando no mirar hacia el mar, que parecía hervir en el espacio que separaba los dos cascos enlazados de los barcos. Un traspié, y todo habría terminado.

Vio a Little blandiendo un hacha de abordaje y, por supuesto, a Stockdale con el alfanje, que comparado con su colosal constitución, parecía una pequeña daga.

Bolitho rechinó los dientes y saltó hacia los obenques del otro barco, sin dejar de patalear en el vacío, buscando un asidero para los pies. El sable se le había escapado de las manos y ahora se bamboleaba peligrosamente colgando de su cintura, mientras él luchaba jadeante por agarrarse a un sitio seguro. Había otros hombres a sus dos lados, y sintió náuseas cada vez que uno de ellos caía al vacío entre los dos navíos; el grito del hombre cortaba el aire estremecedoramente, y su caída sonaba como el ruido sordo de una puerta gigantesca que hubiera sido cerrada de golpe.

Al aterrizar en la cubierta desconocida para él, oyó otras voces y vio vagamente sombras que corrían entre los restos del aparejo caídos sobre el piso, algunas empuñando espadas; desde popa llegó el seco estallido de un disparo hecho por una pistola.

Buscó a tientas su sable y gritó:

—¡Suelten las armas, en nombre del rey!

El rugido de las voces y risotadas que respondieron a su irrisoria exigencia fue casi peor que el peligro real al que estaba expuesto. Él había esperado enfrentarse a franceses, o quizá españoles, pero las voces que se mofaban de su sable alzado amenazadoramente tenían un acento tan inglés como el suyo.

Una percha rota cayó a plomo sobre la cubierta, separando momentáneamente a los dos grupos enfrentados y aplastando terriblemente a uno de sus hombres. Con una última sacudida, los dos barcos quedaron separados, y aun cuando el filo de una espada pareció precipitarse hacia él salido de las sombras, Bolitho se dio cuenta de que la
Destiny
le había abandonado a su propia suerte.

5
CHOQUE DE ACEROS

Llamándose entre ellos por sus nombres e intercambiando improperios con sus desconocidos adversarios, el reducido grupo de abordaje de la
Destiny
luchaba por mantenerse unido. La cubierta era azotada por el mar continuamente, y la capacidad de moverse por ella se veía dificultada por las vergas caídas y los enormes amasijos de restos de jarcia que se habían caído por la borda y se arrastraban, haciendo que el barco cayera en cada nueva hondonada como si llevara un ancla flotante.

Bolitho lanzó un mandoble contra un adversario, pero la hoja de su sable no dejaba de chocar contra el acero contrario una y otra vez, mientras lanzaba y paraba estocadas. Bolitho era un buen espadachín, pero el pequeño sable con que contaba le dejaba en inferioridad de condiciones ante el largo filo de una espada. A su alrededor había hombres gritando jadeantes, cuerpos entrelazados, luchando con alfanjes y dagas, hachas de abordaje o cualquier otra cosa que tuvieran a mano.

—¡Apopa, compañeros! ¡Vamos! —dijo Little. Cargó avanzando por la cubierta, convertida en un auténtico caos, y sin dejar de correr seguido por la mitad del grupo, dio un certero hachazo a la figura de un hombre agazapado en un rincón.

Cerca de Bolitho, un hombre resbaló y cayó al suelo, protegiéndose la cara del inminente golpe de su oponente, que estaba tras él con el alfanje alzado. Bolitho oyó el sibilante sonido del acero rasgando el aire, el nauseabundo ruido sordo de la hoja golpeando el hueso. Pero al girarse vio a Stockdale arrancando su arma de aquel cuerpo sin vida antes de apartarlo a un lado sin miramientos.

Aquello era una pesadilla de confusión y violencia. Nada parecía real, y Bolitho sintió el progresivo entumecimiento de sus miembros mientras se enfrentaba a un nuevo atacante que se había descolgado deslizándose por los obenques con la agilidad de un simio.

Se agachó y sintió pasar la hoja enemiga por encima de su cabeza, al tiempo que oía el bronco sonido que surgió de la garganta de su enemigo al imprimir toda la fuerza de que era capaz a su arma. Bolitho le golpeó en el estómago con la empuñadura de su sable, y cuando el otro se tambaleó, le dio un tajo en el cuello con tanta fuerza que sintió un penetrante dolor en su propio brazo, como si hubiera sido él el herido.

A pesar del horror y del peligro, la mente de Bolitho seguía respondiendo, aunque tenía la sensación de ser un espectador, alguien ajeno a aquella sangrienta lucha cuerpo a cuerpo que se desarrollaba a su alrededor. El barco era un bergantín goleta; sus vergas estaban en absoluto desorden y el barco continuaba a merced del viento. Se notaba cierto olor a nuevo, como si hubiera sido construido recientemente. Su tripulación debía de haberse quedado muda de asombro cuando el velamen de la
Destiny
había surgido por delante de sus amuras; aquella sorpresa era, de hecho, lo que había ofrecido alguna posibilidad de salvación al reducido grupo de abordaje.

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