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Authors: Alexander Kent

Tags: #Histórico

Rumbo al Peligro (21 page)

BOOK: Rumbo al Peligro
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Slade había dicho que el bergantín había mantenido el rumbo nornordeste desde que salió de la rada. Egmont iba siguiendo la línea de la costa, probablemente en dirección al Caribe.

Un pequeño navío mercante como aquél debía de resultar extremadamente incómodo para su encantadora esposa.

Palliser pasó junto a él. En la minúscula cubierta del bergantín parecía un gigante, aunque se mostraba de muy buen humor para lo que resultaba habitual en él, pensó Bolitho. Palliser estaba libre de la voz de mando de su comandante; podía actuar como se le antojara, siempre y cuando no perdiera al
Rosario
, y a la velocidad con la que estaba amainando el viento, cabía la posibilidad de que sucediera.

—No se esperan que nadie vaya tras ellos —dijo—. Eso es lo único que tenemos de nuestra parte.

Levantó la vista irritado al oír el sonido que producía la vela de trinquete al gualdrapear, sin un ápice de viento que la hinchara y haciendo que los hombres desaparecieran de cubierta buscando cobijo del calor.

—¡Maldita sea! —Luego dijo—: El señor Slade asegura que el bergantín se mantendrá cerca de la costa. Confiaré en ello a menos que cambie la dirección del viento. Debemos continuar así. Cambie los vigías según crea conveniente y compruebe las armas que aún están a bordo de este barco. —Enlazó sus manos en la espalda—. No haga trabajar a los hombres demasiado duro. —Vio la sorpresa dibujada en la cara de Bolitho y le dedicó una tenue sonrisa—. Van a tener que coger los remos dentro de muy poco. Pretendo remolcar al
Heloise
con los botes. ¡Van a necesitar todas sus fuerzas!

Bolitho saludó y echó a andar hacia proa. Hubiera debido imaginarlo. Pero tenía que confesar que sentía admiración por los preparativos de Palliser. Había pensado en todo.

Vio a Jury y al guardiamarina Ingrave que le esperaban junto al palo trinquete. Jury parecía tenso, pero Ingrave, un año mayor que él, a duras penas podía disimular la satisfacción que le producía haberse liberado de sus tareas como secretario en funciones del comandante.

Más allá, entre los marineros elegidos precipitadamente, había otras caras que le resultaban familiares. Josh Little, el ayudante de artillero, con su prominente vientre sobresaliendo por encima del cinturón que sujetaba el alfanje. Ellis Pearse, segundo del contramaestre, un hombre de pobladas cejas que había mostrado la misma satisfacción que había sentido Bolitho ante la deserción de Murray. Pearse hubiera sido el encargado de azotarle, y él siempre había simpatizado con Murray. Y por supuesto, estaba también Stockdale, con sus robustos brazos cruzados en el pecho, inspeccionando la cubierta del bergantín, quizá recordando aquella lucha feroz y desesperada en la que Bolitho se había enfrentado cara a cara con el capitán del
Heloise
.

Dutchy Vorbink, gaviero del palo trinquete, que había abandonado su puesto en la East India Company, cambiando así una vida ordenada y bien remunerada por la de un buque de guerra. No hablaba mucho inglés, o sólo cuando le interesaba, por lo que nadie había descubierto las verdaderas motivaciones que le habían llevado a alistarse como voluntario.

Había rostros que ahora se habían convertido en hombres para Bolitho. Algunos ordinarios y embrutecidos, otros tan capaces de armar una reyerta como el que más, pero igualmente dispuestos a dar la cara por un compañero.

—Señor Spillane —dijo Bolitho—, examine el armero y haga una lista de las armas con que contamos. Little, usted vaya a la santabárbara. —Miró a su alrededor los pocos cañones giratorios, dos de los cuales habían sido trasladados allí desde la
Destiny
—. No es gran cosa para empezar una guerra.

Su frase provocó algunas muecas y risas sofocadas; Stockdale murmuró:

—Quedan aún algunos prisioneros atados abajo, señor.

Bolitho miró a Little. Se había olvidado por completo de la tripulación original del
Heloise
. Los que no habían muerto o estaban heridos continuaban allí detenidos. Con la seguridad suficiente, en principio, pero en caso de que hubiera problemas tendrían que ser vigilados.

Little mostró su desigual dentadura.

—Todos a buen recaudo, señor. He puesto a Olsson de guardia. No se atreverán a desafiarle.

Bolitho estuvo de acuerdo. Olsson era sueco, y se decía de él que estaba medio loco. Una locura que centelleaba en sus ojos, cristalinos y de un azul deslavazado. Era un buen marinero, capaz de acortar vela, gobernar el timón y echar una mano en lo que hiciera falta, pero cuando habían tomado al abordaje aquel mismo bergantín, Bolitho se había estremecido al oír los gritos enloquecidos de Olsson mientras se abría camino brutalmente, lanzando mandobles, entre sus enemigos.

—Sí, yo me lo pensaría dos veces —dijo forzando una sonrisa.

Pearse lanzó un gemido cuando las velas empezaron a golpear y restallar con un ruido sordo contra jarcias y palos.

—Por ahí escapa el condenado viento.

Bolitho cruzó la cubierta hacia la amurada y se inclinó sobre el agua azul. Vio los rizos que provocaba el viento sobre la superficie del agua, muy por delante de la amura, como si se tratara de un inmenso banco de peces. El bergantín se elevó gimiendo sobre el oleaje, el sonido de motones y velas restallando, como si protestaran esperando la llegada del viento.

—¡Cada dotación a su bote! —Palliser estaba observando junto a los timoneles.

Se oyó el sonido amortiguado de los pies desnudos de los marineros corriendo sobre las ardientes tablas de cubierta cuando las primeras dotaciones embarcaron en el bote de popa y en el escampavía de la
Destiny
, que habían remolcado tras la bovedilla.

Les llevó mucho tiempo bajar las estachas de remolque hasta los botes. Luego, con cada bote sujeto en el ángulo correcto a cada una de las amuras, empezó el penoso y monótono trabajo.

No aspiraba a avanzar demasiado, pero aquello por lo menos evitaría que el barco quedara completamente a la deriva, y, cuando llegara el viento estarían preparados.

Bolitho se quedó en pie sobre el ancla de babor, observando las estachas de remolque tensarse y luego hundirse bajo la resplandeciente agua, al ritmo que imprimían los remeros.

Little meneó la cabeza en signo de desaprobación.

—El señor Jury no es buen marino para esto, señor —dijo—. Debería hacer funcionar a esa dotación.

Bolitho veía claramente la diferencia entre los dos botes remolcadores. Jury daba guiñadas, y había un par de remos que a duras penas llegaban a hendir la superficie del agua. El otro bote, a cargo del guardiamarina Ingrave, marchaba mejor, y Bolitho sabía por qué. Ingrave no pertenecía a la marina, pero era muy consciente de que sus superiores le observaban desde el bergantín, y sabía cómo utilizar el extremo de un cabo sobre algunos de sus hombres para hacer que bogaran con más fuerza.

Bolitho fue hasta popa y le dijo a Palliser:

—Cambiaré las dotaciones de los botes dentro de una hora, señor.

—Bien. —Palliser observaba alternativamente las velas y la aguja magnética—. Por lo menos tiene la arrancada necesaria para poder gobernarlo. Y no precisamente gracias al bote de babor.

Bolitho no dijo nada. Sabía demasiado bien lo que significaba para un guardiamarina que de repente le encargaran una tarea desagradable y que además no le correspondía. Pero al menos Palliser no quiso insistir en ese punto. Bolitho pensó en su propia y repentina aceptación del nuevo papel que estaba desempeñando. No le había preguntado a Palliser si le parecía conveniente cambiar las dotaciones; simplemente se lo había comunicado, y el primer teniente había estado de acuerdo sin discutirlo. Palliser era tan astuto como Dumaresq. Cada uno a su manera, ambos sabían cómo conseguir exactamente lo que querían de sus subordinados.

Miró a Slade, que se hacía pantalla sobre los ojos para observar el cielo sin que le deslumbrara el sol. El deseaba más que ningún otro ascender en el escalafón. Dumaresq también sabía cómo utilizar eso para sacar el mejor partido del intolerante segundo del piloto, y a su vez le ayudaría cuando finalmente se presentara la oportunidad de ser ascendido. Incluso Palliser tenía en mente llegar a tener el mando de su propio barco, y estar temporalmente a cargo del
Heloise
le vendría muy bien a su expediente.

El agotador trabajo de bogar y bogar siguió inexorable durante todo el día sin que se levantara ni la más ligera brisa para dar vida a las velas. Éstas colgaban de las vergas, fláccidas e inútiles, como acababan los hombres que volvían a bordo tambaleándose desde los botes cuando cambiaba el turno y eran relevados. Demasiado exhaustos como para hacer algo más que echarse cuello abajo una ración doble de vino que Slade había traído de la bodega, caían al suelo como muertos.

En el camarote de popa, mucho más adecuado, a pesar de sus reducidas dimensiones, que el resto de espacio existente entre cubiertas, los guardiamarinas que habían sido relevados y sus tenientes intentaban escapar del calor y de la peligrosa necesidad que sentían de beber y beber sin cesar.

Palliser dormía y Slade estaba de guardia cuando Bolitho se sentó a la pequeña mesa, dando cabezadas e intentando mantenerse despierto. Frente a él, con los labios agrietados a causa del implacable sol, Jury apoyaba la cabeza en las manos con la mirada perdida en el vacío.

Ingrave estaba de nuevo en los botes, pero incluso su entusiasmo había decaído.

—¿Cómo se encuentra? —preguntó Bolitho. Jury sonrió dolorosamente.

—Terriblemente mal, señor. —Intentó erguir la espalda y tiró de su camisa empapada para despegársela de la piel.

Bolitho le acercó una botella a través de la mesa.

—Bebo esto. —Vio que el joven vacilaba e insistió—: Yo haré su próximo turno en los botes, si quiere. Es mejor que estar aquí sentado esperando.

Jury se sirvió una copa de vino y dijo:

—No, señor, pero gracias de todos modos. Ocuparé mi puesto cuando me llamen.

Bolitho sonrió. Había jugado con la idea de pedirle a Stockdale que acompañara al guardiamarina. Sólo con mirarle se le quitaría de la cabeza a cualquiera la posibilidad de insubordinarse o dejarse llevar por la pereza. Pero Jury tenía razón. Ponerle las cosas más fáciles justo cuando más necesitaba adquirir experiencia y confianza en sí mismo no sería más que una traba para el futuro.

—Yo… he estado pensando, señor. —Miró a su alrededor con cautela antes de proseguir—: Acerca de Murray. ¿Cree usted que le irá bien?

Bolitho reflexionó sobre el asunto. Hasta eso suponía un esfuerzo.

—Es posible. Siempre y cuando se mantenga alejado del mar. He conocido a hombres que tras abandonar la Armada han podido volver al servicio del que habían renegado con la seguridad que les proporcionaba una identidad falsa. Pero eso puede ser muy peligroso. La Armada es como una familia. Siempre puede haber alguien al que un rostro le resulte familiar.

Pensó en Dumaresq y en Egmont. Vinculados por el padre de Dumaresq, igual que él mismo estaba ahora involucrado en cualquier acción que ellos intentaran emprender.

Jury dijo:

—Pienso a menudo en él. En lo que sucedió en cubierta. —Levantó la vista hacia los bajos travesaños como si esperara oír el entrechocar de aceros, los pasos desesperados de hombres moviéndose en círculo uno alrededor del otro, para matar o morir. Luego miró a Bolitho y añadió—: Lo siento. Se me ordenó que lo olvidara.

Sonó una estridente llamada y una voz gritó:

—¡Dotaciones a los botes! ¡Rápido!

Jury se puso en pie, rozando con su cabello rubio la parte inferior de la cubierta. Bolitho dijo suavemente:

—A mí se me ordenó algo parecido cuando me uní a la tripulación de la
Destiny
. Como usted, sigo teniendo el mismo problema.

Se quedó sentado a la mesa, escuchando cómo los botes golpeaban contra el costado del barco, el ruido de los remos mientras las dotaciones volvían a cambiar de turno.

Se abrió la puerta y apareció Palliser, tan agachado que parecía un marino lisiado; buscó a tientas una silla y se sentó con alivio. También él se quedó escuchando los golpes de los botes al separarse del casco, la perezosa respuesta de la caña del timón cuando el bergantín empezó a ser remolcado de nuevo.

—Acabaré perdiendo a ese demonio —dijo con determinación—. Después de haber llegado tan lejos, todo ha terminado para mí.

Bolitho pudo sentir su decepción como si fuera algo físico, e incluso el hecho de que Palliser ni siquiera se esforzara por disimular su desesperación resultaba extrañamente penoso.

Empujó la botella y una copa a través de la mesa.

—¿Por qué no toma un trago, señor?

Palliser levantó la vista, como despertando de sus propios pensamientos, con los ojos centelleantes. Luego sonrió fatigadamente y cogió la copa.

—¿Por qué no, Richard? —Derramó el vino por encima del borde sin que pareciera importarle—. Sí, ¿por qué no?

Mientras el sol seguía su curso hacia el horizonte, los dos tenientes permanecieron sentados en silencio, tomando de vez en cuando un sorbo de vino, que para entonces se había calentado tanto que parecía leche.

Bolitho sacó su reloj y dijo:

—Una hora más con los botes y tendremos que prepararnos para pasar la noche, ¿no le parece, señor?

Palliser había estado sumido en sus pensamientos y tardó varios segundos en responder.

—Sí —dijo—; no podemos hacer nada más.

Bolitho estaba pasmado ante el cambio que se había producido en él, pero sabía que si intentaba levantarle el ánimo la tregua que se había establecido entre ellos cesaría de inmediato.

Se oyeron pasos en la cubierta principal antes de que apareciera la amplia cara de Little mirándoles de soslayo.

—Perdone, señor, pero el señor Slade le presenta sus respetos y le manda el aviso de que ha oído cañones haciendo fuego hacia el norte.

El camarote osciló de repente y una botella vacía rodó por la cubierta a los pies de los tenientes, para acabar chocando contra uno de los lados.

Palliser se quedó mirando la botella. Continuaba sentado, pero la cabeza alcanzaba a tocar uno de los travesaños sin dificultad.

—¡El viento! —exclamó—. ¡El maldito y maravilloso viento! —Se abalanzó hacia la puerta—. ¡Justo a tiempo!

Bolitho notó que el casco se estremecía, como si despertara de un profundo sueño. Luego, de un salto, se apresuró a ir tras el larguirucho Palliser, lanzando un grito de dolor cuando su cabeza topó contra un cáncamo.

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