—Murray es un buen marino, señor. Me resulta imposible imaginarle como un ladrón.
—De eso no me cabe duda. Pero tiene usted mucho que aprender todavía, señor Bolitho. Los hombres como Murray no robarían ni en sueños a uno de sus compañeros, pero un oficial, aunque sea un modesto guardiamarina, es caza mayor y perfectamente legítima para ellos. —Estaba haciendo evidentes esfuerzos para controlar su tono de voz—. Y eso no es lo peor del caso. ¡El señor Jury ha tenido la impertinencia, la monstruosa osadía, de decirme que él mismo le había regalado el reloj a Murray! ¿Puede usted, incluso usted, creerlo, señor Bolitho?
—Puedo creer que hiciera algo así para proteger a Murray. No ha actuado correctamente, pero lo comprendo muy bien.
—Ya me lo imaginaba. —Se inclinó hacia adelante—. Me encargaré de que el señor Jury desembarque y sea enviado de vuelta a Inglaterra en cuanto nos pongamos en contacto con la autoridad competente, ¿qué le parece eso?
—¡Creo que está usted actuando injustamente! —replicó Bolitho con vehemencia.
Sentía que la indignación le dominaba. Palliser había intentado provocarle desde el principio, pero esta vez se había pasado de la raya. Le espetó:
—Si lo que pretende es utilizar al señor Jury para desacreditarme, lo está consiguiendo. ¡Pero el mero hecho de pensar en hacer una cosa así, sabiendo que no tiene familia y que se ha entregado en cuerpo y alma a la marina de guerra, de la que depende toda su vida, es detestable! ¡Si yo estuviera en su lugar, «señor», se me caería la cara de vergüenza!
Palliser le miró como si le hubiera abofeteado.
—¿Cómo se atreve?
De entre las sombras salió la figura de un hombrecillo. Era Macmillan, el sirviente del comandante.
—Les ruego me disculpen, caballeros —dijo—, pero el comandante quiere que ambos se presenten en su camarote de inmediato.
Retrocedió encogiéndose, como si temiera que le dejaran sin sentido de un puñetazo.
Dumaresq estaba en pie en el centro de la parte del camarote que utilizaba durante el día; con las piernas separadas y los brazos en jarras, observaba a sus dos tenientes.
—¡No estoy dispuesto a permitir que estén discutiendo en el alcázar como dos patanes! ¿Qué demonios les pasa? ¿Es que se han vuelto locos?
Palliser parecía conmocionado, y hasta palideció mientras balbuceaba:
—Si ha oído usted lo que decía el teniente Bolitho, señor.
—¿Oír? ¿Que si lo he oído? —Dumaresq levantó el puño hacia la lumbrera—. ¡Yo creo que todo el barco ha oído más que suficiente!
Entonces se dirigió a Bolitho:
—¿Cómo se atreve a insubordinarse ante el primer teniente? Acatará sus órdenes sin replicar. La disciplina es primordial si no queremos sumirnos en la confusión. Espero, mejor dicho, exijo, que el barco esté listo para cumplir mis órdenes en cualquier momento. ¡Enzarzarse en una discusión por un problema insignificante sin preocuparse además de que todo el mundo pueda oírlo es una locura que no pienso tolerar! —Estudió el rostro de Bolitho y añadió, algo más calmado—: Que no vuelva a suceder.
Palliser intentó insistir:
—Verá, señor, yo le estaba diciendo que… —Pero enmudeció cuando la aplastante mirada del comandante, los ojos encendidos como antorchas, cayó sobre él.
—Es usted mi primer teniente, y estoy dispuesto a refrendar sus decisiones mientras esté bajo mi mando. Pero no permitiré que descargue su mal humor sobre los más jóvenes ni que se vengue por los contratiempos que pueda sufrir arremetiendo contra ellos. Es un oficial con experiencia y bien preparado, mientras que el señor Bolitho se encuentra por primera vez en la cámara de oficiales. En cuanto al señor Jury, lo único que sabe de la vida en el mar es lo que ha aprendido desde que zarpamos de Plymouth; ¿le parece una apreciación justa?
Palliser tragó saliva, con la cabeza encogida bajo los travesaños, como si estuviera rezando.
—Sí, señor.
—Bien. Al menos estamos de acuerdo en algo.
Dumaresq se acercó hasta las ventanas de popa y se quedó mirando cómo la luz se reflejaba en el agua.
—Señor Palliser, quiero que siga investigando el asunto del robo. No deseo que un marino de la valía de Murray sea castigado si en realidad es inocente. Por otra parte, tampoco quiero que se libre de su merecido si resulta culpable. Todo el mundo a bordo sabe lo que ha sucedido. Si no es castigado por culpa de nuestra incompetencia para descubrir la verdad, entonces no habrá forma de controlar a los verdaderos elementos perturbadores y a marineros de esos que se las saben todas sobre sus derechos. —Extendió la mano hacia Bolitho diciendo—: Supongo que tiene usted una carta para mí. —Mientras cogía la carta añadió lentamente—: Hable con el señor Jury. A usted le corresponde tratarlo justamente pero con severidad. Será una prueba tan dura para usted como para él. —Hizo una inclinación de cabeza—. Puede irse.
Cuando cerraba la puerta tras él, Bolitho oyó que Dumaresq decía:
—Ha obtenido una buena declaración de Triscott. Nos compensará del tiempo perdido.
Palliser musitó algo y Dumaresq replicó:
—Una pieza más y tendremos el rompecabezas resuelto antes de lo que yo pensaba.
Bolitho se alejó, consciente de la mirada del centinela que le observaba mientras él se perdía entre las sombras. Entró en la cámara de oficiales y se sentó con cuidado, como quien acaba de ser derribado por un caballo.
—¿Quiere beber algo, señor? —le ofreció Poad.
Bolitho asintió, aunque apenas si le había oído. Vio a Bulkley sentado frente a una de las grandes cuadernas del barco y preguntó:
—¿Ha muerto el capitán del
Heloise
!
Bulkley levantó la vista hastiado y esperó a que sus ojos se adaptaran a la luz del interior antes de responder:
—En efecto. Pasó a mejor vida minutos después de firmar su confesión. —El médico no articulaba bien las palabras al hablar—. Espero que sirviera de algo.
Colpoys salió de su camarote y apoyó una pierna enfundada en una elegante media blanca en un escabel.
—Este sitio me está poniendo enfermo. Siempre aquí anclados. Sin nada que hacer… —Miró de hito en hito a Bulkley y Bolitho y dijo irónicamente—: Vaya, parece que no he hecho el comentario más adecuado; ¡veo que aquí reina la alegría!
Bulkley suspiró.
—Pude oírlo casi todo. Triscott hacía su primer y único viaje como capitán. Al parecer sus órdenes eran alcanzarnos en Funchal y averiguar qué nos llevábamos entre manos. —Mientras hablaba derramó una copa de brandy, pero no pareció darse cuenta ni siquiera de que el licor caía sobre sus piernas—. Una vez averiguada nuestra derrota, tenía que poner rumbo al Caribe y entregar el barco a su nuevo dueño, quien había pagado por su construcción. —Rompió a toser y se secó la barbilla con un pañuelo rojo—. Póngase en su lugar; le picó la curiosidad e intentó descubrir a Dumaresq espiándoles tras la mampara. ¿Se dan cuenta? ¡El ratón a la caza del tigre! Bueno, ya ha pagado con creces su osadía.
Colpoys preguntó impaciente:
—Muy bien, pero ¿quién es ese misterioso hombre que se hace construir bergantines?
Bulkley se giró hacia el oficial de marina como si le costara moverse.
—Le creía más inteligente. ¡Sir Piers Garrick, por supuesto! ¡Un antiguo corsario en nombre del rey y un maldito pirata por cuenta propia!
Rhodes entró en la camareta de oficiales diciendo:
—Lo he oído todo. Supongo que hubiéramos debido adivinarlo, ya que nuestro dueño y señor tuvo buen cuidado de mencionar su nombre. Con todos los años que han pasado, él debe de tener ahora más de sesenta. ¿Y cree usted realmente que todavía sabe lo que sucedió con el oro del
Asturias
?
—El matasanos se ha quedado medio dormido, Stephen —dijo Colpoys con hastío.
Poad, que había estado rondando por allí, anunció:
—Para esta noche hay carne de cerdo fresca, caballeros. Enviada desde la costa con los saludos de un tal señor Egmont. —Esperó el momento apropiado para decir—: El barquero dijo que era en señal de agradecimiento por la visita del señor Bolitho a su casa.
Bolitho se ruborizó mientras todas las miradas se dirigían a él.
Colpoys meneó la cabeza tristemente.
—Dios mío, acabamos de llegar y ya me parece intuir la mano de una mujer en todo esto.
Rhodes lo apartó a un lado mientras Gulliver se unía a Colpoys y el contador en la mesa.
—¿Ha sido muy duro con usted, Dick?
—Perdí los estribos —Bolitho sonrió con amargura—. Creo que todos perdimos los estribos.
—Bien. Plántele cara. No olvide lo que le dije. —Se aseguró de que nadie podía oírles antes de añadir—: Le he dicho a Jury que le espere en el cuarto de derrota. Allí nadie les molestará en un buen rato. No se arredre. Yo he hecho ciertas averiguaciones por mi cuenta. —Olfateó el aire y comentó—: Ya noto el olor de esa carne de cerdo, Dick. Debe de tener usted influencia.
Bolitho se dirigió hacia el pequeño cuarto de derrota, que se encontraba justo al lado de la escala principal. Vio a Jury en pie junto a la mesa vacía, probablemente convencido de que su carrera estaba ya tan borrada del mapa como los cálculos de Gulliver. Bolitho dijo:
—Me han explicado lo que hizo. El comandante me ha dado su palabra de que se investigará si Murray es o no realmente culpable. Usted no será bajado a tierra cuando encontremos a la escuadra más cercana. Continuará a bordo de la
Destiny
. —Oyó el rápido suspiro de alivio de Jury y le advirtió—: Así que ahora todo depende de usted.
—Yo… no sé qué decir, señor.
Bolitho se dio cuenta de que su determinación de mostrarse severo se desmoronaba. Él mismo se había encontrado en la situación de Jury, y sabía lo que se sentía al tener qué afrontar el hecho de haber actuado de forma manifiestamente desastrosa. Se obligó a decir:
—Ha cometido usted un grave error. Ha mentido para proteger a un hombre que quizá sea culpable. —Acalló los intentos de protesta de Jury—. No tenía derecho a actuar así en favor de alguien cuando no lo habría hecho por ninguna otra persona. También yo estaba equivocado. Puesto en el dilema de tener que responder si me tomaría tantas molestias en caso de que Murray fuera una de las «manzanas podridas» de nuestra tripulación, o si se hubiera tratado de cualquier otro guardiamarina en lugar de usted, habría tenido que admitir que me sentía predispuesto en su favor. Jury replicó escuetamente:
—Siento los problemas que he causado. Sobre todo en lo que le concierne a usted.
Bolitho le miró de frente por primera vez y vio el dolor reflejado en sus ojos.
—Lo sé. Ambos hemos aprendido una lección de todo esto. —Endureció el tono de voz para decir—: De lo contrario, ninguno de los dos mereceríamos llevar el uniforme del rey. Ahora, por favor, retírese a su litera.
Oyó a Jury alejándose del cuarto de derrota y esperó varios minutos hasta recuperar la serenidad.
Había actuado como debía, aunque lo hubiera hecho un poco tarde. En el futuro, Jury sería más cauteloso y estaría menos dispuesto a depender de otros. Culto al héroe, lo había denominado el comandante.
Bolitho suspiró y emprendió el camino de vuelta a la cámara de oficiales. Rhodes le observó interrogándole con la mirada en cuanto abrió la puerta.
Bolitho se encogió de hombros.
—No ha sido fácil —dijo.
—Nunca lo es. —Rhodes sonrió y arrugó la nariz de nuevo—. Cenaremos un poco tarde debido a la hora en que llegó la carne de cerdo, ¡pero tengo la sensación de que la espera valdrá la pena, y además estimulará nuestro apetito!
Bolitho aceptó una copa de vino de Poad y se sentó en una silla. Era mejor ser como Rhodes, pensó. Vivir al día, sin preocuparse del futuro y de lo que éste pudiera depararte. De esa forma nunca te hacen daño. Pensó en la consternación que reflejaba el rostro de Jury y lo consideró desde otro punto de vista.
Pasaron dos días más sin que el virrey portugués diera señales de haber vuelto, y si lo había hecho, no parecía tener la menor intención de recibir a Dumaresq.
Sofocados bajo un sol abrasador, los marineros hacían su trabajo a desgana. Los ánimos estaban crispados, y en varias ocasiones algunos hombres fueron llevados a popa, donde se recompensaba su actitud con un castigo.
Y mientras la campana sonaba con regularidad marcando los cambios de guardia, Dumaresq parecía mostrarse más y más intolerante y colérico cada vez que subía al alcázar. Un marinero fue cargado con más trabajo del que le correspondía simplemente por haber mirado al comandante, y el guardiamarina Ingrave, que había estado realizando el trabajo de secretario, fue relegado a sus tareas habituales a bordo con un displicente «¡Demasiado estúpido para sostener una pluma!» que no dejaba de resonar en sus oídos.
Incluso Bolitho, que tenía muy poca experiencia sobre la política que se solía seguir en puertos extranjeros, era consciente del forzoso aislamiento a que se veía sometida la
Destiny
. Algunas tentadoras embarcaciones merodeaban cerca del barco con mercancías locales con las que hacer trueque, pero el siempre vigilante bote de guardia del puerto las desalentaba abiertamente. Y, desde luego, no había llegado ningún mensaje de aquel hombre llamado Egmont.
Samuel Codd, el contador, había acudido a popa quejándose de que le resultaba imposible conservar sus provisiones de fruta fresca, y la mitad del barco debió de oír cómo Dumaresq descargaba sobre él un auténtico maremoto de cólera.
—¿Y para qué me necesita a mí, maldito avaro? ¿Acaso cree que no tengo nada mejor que hacer que comprar y vender como un vulgar mercachifle? Coja un bote y vaya a tierra usted mismo, ¡y esta vez dígale al vendedor que las provisiones son para mí! —Su potente voz continuó oyéndose a espaldas de Codd procedente del camarote—. ¡Y no se le ocurra volver con las manos vacías!
En la cámara de oficiales el ambiente había cambiado muy poco. Seguían los habituales comentarios y las exageradas anécdotas acerca de lo sucedido a lo largo del día durante la rutinaria vida cotidiana. Sólo cuando aparecía Palliser la atmósfera se hacía más formal, incluso tensa.
Bolitho se había entrevistado con Murray y había confrontado su versión de los hechos en lo concerniente a la acusación de robo que pesaba sobre él. Murray negó con firmeza haber tomado parte en el asunto, y le había rogado a Bolitho que hablara en su defensa. Bolitho se sintió profundamente impresionado ante la sinceridad de aquel hombre. Murray estaba más resentido ante la perspectiva de que se llevara a cabo un castigo injusto que temeroso de ser azotado. Pero aquello iba a ser inevitable a menos que se probara su inocencia.