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Authors: Guy Gavriel Kay

Tags: #Aventuras, Fantasía

Sendero de Tinieblas (19 page)

BOOK: Sendero de Tinieblas
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Creyó que los dos estaban reflejando su propia ansiedad, pues desconocía la experiencia que ambos habían compartido hacia poco más de un año en un bosque al este de Paras Derval cuando fueron atacados por el señor de los Lobos.

-¿Estáis esperando a alguien? -preguntó-. ¿Quién puede haberos seguido?

-¿Quién puede habernos seguido? -replicó Brendel con celeridad.

De pronto brillaba un nuevo resplandor en el lios, como si hubiera estado cubierto con un manto y ahora estuviera resplandeciendo su auténtica naturaleza.

-Nadie ha llegado por mar -añadió-, lo habríamos visto. ¿Y cómo podría alguien atravesar el bosque?

-Alguien más poderoso que el bosque -replicó Flidais, ofendido por el ligero tono de desconfianza que creyó captar en la voz del lios.

Brendel estaba ya en la escalera.

-Jennifer, espera aquí. Bajaremos y nos las arreglaremos con lo que sea.

Mientras hablaba desenfundó la corta espada; luego miró a Flidais.

-¿Cuánto tardará en llegar Galadan?

El andain transmitió la pregunta al bosque y recibió la respuesta.

-Media hora, quizás menos. Corre muy deprisa bajo la apariencia de lobo.

-¿Querrás ayudarme? -preguntó Brendel con franqueza.

Esa era desde luego la cuestión. Los andains raramente se preocupaban por los asuntos de los mortales, y mucho más raramente intervenían en ellos. Pero Flidais había ido allí con un propósito, su más antiguo y enraizado propósito, por eso procuró contemporizar.

-Bajaré contigo. Le dije al bosque que comprobaría de quién se trata.

Brendel vio que Jennifer había palidecido de nuevo, pero sus manos no temblaban y mantenía la cabeza erguida, y una vez más se maravilló de su absoluto e indomable coraje cuando la oyó decir:

-Yo también bajaré. Sea quien sea, ha venido aquí por mi causa; quizás sea un amigo.

-Quizás no -replicó Brendel con gravedad.

-En ese caso, tampoco estaría a salvo en esta habitación -respondió ella con calma, y se detuvo junto a las escaleras esperando a que él la condujera abajo. El dudó un instante más; luego sus ojos se volvieron verdes, del mismo color que los de ella. Le tomó la mano y se la llevó primero a la frente y luego a los labios antes de comenzar a bajar, con la espada desenvainada y rápidos y ligeros pasos sobre la escalera de piedra. Ella lo siguió, y detrás Flidais, cuya mente bullía con cálculos, consideraciones, posibilidades y una excitación sofocada.

Tan pronto como pisaron la playa, vieron que Darien se erguía junto al río.

El viento arrastraba salpicaduras del mar, que escocían cuando los alcanzaban, y el cielo se había oscurecido aún más mientras descendían de la torre. Ahora era de color púrpura, tornasolado con rayas rojas, y los truenos retumbaban sobre el mar encrespado, por encima de las enfurecidas olas.

Pero Brendel no se dio cuenta de nada de todo esto porque había reconocido de inmediato al recién llegado. Se volvió con presteza, para avisar a Jennifer y darle tiempo a que se preparara, pero leyó en la expresión de su rostro que no necesitaba aviso alguno.

Enseguida había reconocido al muchacho que estaba ante ella. Miró su cara, húmeda por las salpicaduras del mar, y se hizo a un lado mientras ella avanzaba hacia el río, junto al que se encontraba Darien.

Flidais estaba junto a él; en su cabeza calva relucían las gotas de agua y en su rostro se leía una ávida curiosidad. Brendel cayó en la cuenta de la espada que llevaba en las manos y la enfundó. Luego él y el andain contemplaron cómo madre e hijo se encontraban por primera vez desde la noche en que había nacido Darien.

La mente de Brendel se colmó con la abrumadora conciencia de la gran cantidad de cosas que se sopesaban en aquella balanza. Nunca olvidaría aquella tarde junto al Arbol del Verano ni tampoco las palabras de Cernan: «¿Por qué se le ha permitido vivir?».

Pensaba en todo eso, en Pwyll, lejos en alta mar, y en todo instante era consciente de la amenaza del hijo de Cernan, que se dirigía hacia ellos, tan rápido como la tormenta pero mucho más peligroso.

Miró al andain que estaba a su lado, desconfiando del vívido e inquisitivo resplandor de los ojos de Flidais. Pero, ¿qué podía hacer? Sólo podía mantenerse alerra, expectante y preparado; podía morir defendiendo a Jennifer, si llegaba el caso; podía mirar.

Y, mirando, vio que Darien avanzaba con precaución hasta los bancales del río.

Cuando el muchacho estuvo cerca, vio en su frente una especie de diadema con una oscura gema en el centro, y en lo más profundo de su mente sintió un repique de campanas, cristal contra cristal, un eco de recuerdos que no eran suyos. Buceó en ellos, pero mientras lo hacía vio que el niño tendía a su madre una daga enfundada, y cuando Darien habló los recuerdos fueron borrados por las urgentes exigencias del presente.

-¿Querrás…, querrás aceptar un regalo? -lo oyó decir.

Parecía que el muchacho estuviera a punto de volar con el aliento, con la caída de una hoja. Permaneció muy quieto y, sin poder dar crédito, oyó la respuesta de Jennifer.

-¿Es que te pertenece, para que puedas regalarlo? -Su voz era gélida y acerada. Dura, fría y aguda, cortante al viento, como la daga que su hijo le estaba ofreciendo.

Darien, que no esperaba tal respuesta, retrocedió aturdido y la daga cayó de sus manos. Compadeciéndose de él, compadeciéndose de ambos, Brendel guardaba silencio, pese a que todo su ser le estaba gritando a Jennifer que tuviera cuidado, que fuera cariñosa, que hiciera todo lo que pudiera por atraerse al muchacho y retenerlo.

Se oyó un ruido detrás de él. Rápidamente miró hacía atrás llevando la mano a la espada. La vidente de Brennin, con los blancos cabellos cayéndole sobre los ojos, estaba en el límite del bosque al este del Anor. Poco después sus asombrados ojos divisaron a la suma sacerdotisa y a la inconfundible belleza de la princesa de Cathal, y el misterio a la vez se aclaró y se complicó. Debían de haber llegado desde el templo con la ayuda de la raíz de la tierra y de Jaelle. Pero, ¿por qué? ¿Qué estaba sucediendo?

Flidais también las había oído llegar, pero no así Jennifer y Darien, que estaban demasiado abstraídos el uno en el otro. Brendel los miró de nuevo. Estaba detrás de Jennifer y no podía verle la cara, pero mantenía la espalda y la cabeza muy erguidas al encararse con su hijo.

Este, que parecía un pequeño y frágil juguete del salvaje viento, le dijo:

-Creí que a lo mejor… te gustaba. Por eso la cogí. Creí que…

Brendel pensó que seguramente ahora era el momento. ¿Le facilitaría ella el camino?

-Pues no me gusta -le replicó Jennifer-. ¿Cómo podría aceptar una daga que no te pertenece?

Brendel apretó los puños. Su corazón también parecía encogerse en un puño. «Oh, cuidado», pensó. «Oh, por favor, ten mucho cuidado.»

-¿Qué estás haciendo aquí? -oyó que preguntaba la madre de Darien.

La cabeza del muchacho se ladeó como si ella lo hubiera golpeado.

-Yo…, ella me lo dijo. La mujer de los cabellos blancos. Me dijo que estabas…

Su voz desfalleció. Fuera lo que fuese lo que dijo, sus palabras se perdieron en el atronador viento.

-Te dijo que yo estaba aquí -dijo su madre con voz fría y clara-. Muy bien. Tenía razón, desde luego. ¿Qué más? ¿Qué es lo que quieres, Darien? Ya no eres un niño…; hiciste todo lo posible por dejar de serlo. ¿Te gustaría que te tratara como a tal?

Desde luego que no, deseó decir Brendel. ¿Cómo era posible que ella no se diera cuenta? ¿Era tan difícil?

Darien se enderezó. Extendió las manos de forma casi involuntaria. Irguió la cabeza y a Brendel le pareció ver un destello. Con todo el sentimiento de su corazón, el muchacho gritó:

-¿No me quieres?

De sus manos extendidas surgieron dos rayos de poder, hacia el lado izquierdo y derecho de su madre. Uno fue a parar al agua, alcanzó el pequeño bote amarrado en el dique y lo convirtió en astillas. El otro pasó rozando junto al rostro de su madre e incendió uno de los árboles del linde del bosque.

-¡El Tejedor en el Telar! -farfulló Brendel.

Junto a él, Flidais emitió un estrangulado sonido, salió corriendo con toda la velocidad que le permitían sus cortas piernas y se detuvo frente al árbol en llamas. El andain levantó las manos hacia el fuego, pronunció unas palabras mágicas en voz tan rápida y baja que no pudieron ser oídas y las llamas se apagaron.

Esta vez se trataba de un fuego real, pensó Brendel paralizado. La última vez, junto al Arbol del Verano, había sido sólo una ilusión. Sólo el Tejedor sabía hasta dónde podía llegar y dónde acababa el poder de aquella criatura.

Como respuesta a tales pensamientos, a su mudo terror, Darien habló de nuevo con una voz tan clara que dominaba el viento, los truenos que resonaban en alta mar y el tamborileo que se estaba levantando en el suelo de la arboleda.

¿Tendré que ir a Starkadh? -preguntó desafiante a su madre-. ¿Tendré que ir a ver si mi padre me dispensa una acogida más calurosa? ¡Dudo de que Rakoth tenga escrúpulos en aceptar una daga robada! ¿No me dejas otra elección…, madre?

No es un niño, pensó Brendel. No eran las palabras ni la voz de un niño.

Jennifer no se había movido ni había retrocedido ni siquiera cuando los rayos de poder se dirigieron hacia ella. Solo los dedos, que se aferraban como los de un águila a ambos lados de su cuerpo, mostraban alguna tensión. Y de nuevo, en medio de la duda, el temor y la paralizante obcecación, Brendel de los lios alfar se sintió impresionado por lo que vio en ella.

-Darien -dijo ella-, te dejo la única elección que existe. Te lo diré una vez, nada más: estás vivo pese a que tu padre quería matarme para que nunca llegaras a formar parte del Tapiz. Yo no puedo retenerte entre mis brazos, protegerte y amarte como hizo Vae cuando naciste. Ya ha pasado el tiempo para esas cosas. Tú eres quien tiene que hacer una elección, y todo lo que yo sé me indica que debes hacerla libremente; de lo contrario, todo habrá sido inútil. Si yo te retengo ahora a mi lado, o simplemente lo intento, te despojaré de tu esencia.

-¿Y qué ocurrirá si yo no quiero tomar esa decisión?

Esforzándose por entender, Brendel oyó que la voz de Darien estaba suspendida, a medio camino, según parecía, entre la explosión de su poder y la súplica de su anhelo.

Su madre se echó a reír, pero sin crueldad alguna.

-Oh, hijo mio -dijo-. Ninguno de nosotros desea hacer elecciones, pero debemos hacerlo. Lo que ocurre es que la tuya es la más difícil y la más acuciante.

El viento amainó un poco, como una tregua, una duda.

-Finn me contó… hace tiempo.., que mi madre me amaba y me había hecho especial -dijo Darien.

Y, en ese momento, las manos de Jennifer se movieron y se cruzó de brazos estrechamente.

-Acushia machree -dijo, o por lo menos así le pareció a Brendel.

Hizo el gesto de avanzar, pero se detuvo como si alguien hubiera tirado con fuerza de unas invisibles riendas.

Luego añadió con una voz distinta:

-Se equivocaba.., en eso de que te hice especial. Ahora ya lo sabes. El poder que tienes cuando tus ojos se vuelven rojos proviene de Rakoth. Lo que has heredado de mí es sólo la libertad y el derecho de elegir, de hacer tu propia elección entre la Luz y la Oscuridad. Sólo eso.

-¡No, Jen! -gritó al viento la vidente de Brennín. Demasiado tarde. Los ojos de Darien cambiaron al oir las últimas palabras, y, por la amargura de su risa, Brendel se dio cuenta de que lo habían perdido. El viento arreció otra vez, más violento que antes; por encima del profundo tamborileo del bosque de Pendaran, Darien gritó:

-¡Te equivocas, madre! Te equivocas de cabo a rabo. ¡No estoy aquí para elegir, sino para ser elegido!

Se señaló la frente.

-¿No ves lo que llevo sobre la frente? ¿No lo reconoces?

Se oyó otro trueno, más fuerte que los anteriores, y empezó a llover. La voz de Darien se alzó por encima de los elementos:

-¡Es la Diadema de Lisen! ¡La Luz contra la Oscuridad…, y se apagó cuando me la ceñí!

Una sábana de luz abrasó el cielo por el oeste. Se oyó tronar otra vez.

Luego dijo Darien:

-¿No lo ves? La Luz se apagó y ahora tú también te has apagado. ¿Elección? ¡No tengo ninguna! Pertenezco a la Oscuridad que extingue la Luz… ¡Ahora ya sé adonde ir!

Tras estas palabras, cogió la daga que yacía a sus pies; luego echó a correr hacia Pendaran sin hacer caso del obsesivo tamborileo que surgía del bosque, bajo la violenta y desatada lluvia, dejándolos abandonados a la tormenta desencadenada y a la crudeza de su propio miedo.

Jennifer se dio la vuelta. Llovía de un modo torrencial; Brendel no podía asegurar si lo que resbalaba por su rostro eran lágrimas o gotas de agua.

-¡Vamos! -le dijo él-. Debemos volver dentro. Es peligroso estar aquí.

Jennifer pareció ignorarlo. Las otras tres mujeres se habían acercado. Ella miró a Kim, esperando, aguardando algo.

-¿Qué has hecho, en el nombre de todo lo que es sagrado? -gritó la vidente de Brennin en medio del vendaval.

Apenas podían guardar el equilibrio y estaban empapados hasta los huesos.

-¡Lo envié aquí como último recurso para apartarle de Starkadh -añadió- y tú lo encaminas directamente hacia allí! ¡Todo lo que necesitaba era consuelo, Jen!

Pero fue Ginebra la que respondió, fría, más fuerte que los elementos desatados.

-¿Consuelo? ¿Acaso yo puedo prestar algún consuelo, Kimberly? ¿Puedes tú? ¿O lo puede alguno de nosotros, hoy por hoy? ¡No tenias derecho a enviarlo aquí, lo sabes muy bien! Dejé bien claro que él era fruto del azar, libre para elegir, y no voy a desdecirme ahora! Jaelle, ¿qué crees que estás haciendo? Estabas en la sala de música de Paras Derval cuando se lo dije a Paul. ¡Dejé bien claro todo lo que dije! ¡Si lo retengo a mi lado, o simplemente lo intento, lo habremos perdido para siempre!

Guardaba aún otra cosa en lo más profundo de su corazón, pero no lo dijo. Sólo le pertenecía a ella, y era demasiado crudo para poder ser dicho. «El es mi Caza Salvaje», murmuraba en el fondo de su alma. «Mi Owein, mis fantasmales reyes, mi jinete sobre Iselen.» Veía con claridad las consecuencias. Sabia que mataban alegre e indiscriminadamente. Sabía lo que eran. También sabía, después de haber oído la historia de Flidais, lo que significaban.

Miró de frente a Kimberly a través de la lluvia, desafiándola a que hablara de nuevo.

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