Read Sendero de Tinieblas Online

Authors: Guy Gavriel Kay

Tags: #Aventuras, Fantasía

Sendero de Tinieblas (16 page)

BOOK: Sendero de Tinieblas
3.97Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

-Puedes bajar si quieres. Te estaba esperando.

Silencio. Su corazón era un trueno, un tambor. Por un momento volvió a ver el abismo, el puente, el camino. Luego sonaron pisadas en la escalera.

Entonces apareció Darien.

Nunca lo había visto. Por encima de cualquier otro sentimiento hubo de enfrentarse a un momento de terrible confusión. No sabía nada de lo que había ocurrido en el claro del Arbol del Verano. Lo suponía un niño, aunque algo en su interior le decía que no lo era, que no podía serlo. En el sueño había aparecido como una etérea presencia, apenas definida, y como un nombre que ella había conocido en Toronto antes incluso de que naciera. Lo había reconocido por la aureola de ese nombre y por otra cosa más que había supuesto la más abismal fuente de terror: sus ojos eran rojos.

En cambio ahora eran azules y parecía muy joven, aunque debería de haber sido aún más joven. Mucho más joven. Pero el hijo de Jennifer, nacido hacía escasamente un año, se erguía ante ella, recorría con mirada inquieta la habitación, y tenía el aire de un muchacho cualquiera de quince años, si es que podía existir un muchacho tan bello como él y con tanto poder en su naturaleza.

-¿Cómo sabias que estaba aquí? -le preguntó él con brusquedad. Su voz era torpe, insegura.

Ella trató de controlar los latidos del corazón; necesitaba estar tranquila, necesitaba toda su presencia de ánimo para dominar la situación.

-Te oí -contestó.

-Creí que me movía con sigilo.

Ella consiguió sonreír.

-Y lo hacías, Darien. Pero tengo un oído muy fino. Tu madre acostumbraba despertarme cuando regresaba tarde por las noches, por mucho que se esforzara en moverse con sigilo.

Los ojos de él se detuvieron en los de ella por un instante.

-¿Conoces a mi madre?

-La conozco muy bien. Y la quiero muchísimo.

Él dio unos pasos y se detuvo entre ella y la escalera. Kim no estaba segura de si lo había hecho para procurarse una salida rápida o para bloqueársela a ella. Seguía mirando en torno.

-No sabia que aquí hubiera una habitación.

Ella sentía tensos los músculos de la espalda.

-Era de la mujer que vivía aquí antes que tú -dijo.

-¿Por qué? -le preguntó con aire desafiante-. ¿Quién era? ¿Por qué bajo tierra?

Llevaba suéter, pantalones y botas de color de cervato. El suéter era marrón, demasiado grueso para el verano y demasiado grande para su talla. Se dio cuenta de que debían de ser de Finn. Toda su ropa. Sintió la boca seca y se humedeció los labios con la lengua.

-Era una mujer muy prudente; por eso guardaba aquí muchas cosas que amaba.

Tenía en las manos la Diadema, que era ligera y delicada y casi no pesaba, pero le parecía que estuviera sosteniendo en sus manos el peso de los mundos.

-¿Qué cosas? -dijo Darien.

Efectivamente, el momento se le venia encima.

-Esto -dijo Kim tendiéndole lo que llevaba en las manos-. Es para ti. Estaba destinada a ti. Es la Diadema de Lisen.

La voz le temblaba un poco. Hizo una pausa. Él permanecía callado, mirándola, esperando. Ella continuo:

-Es la Luz contra la Oscuridad.

La voz le falló. Las sublimes y heroicas palabras resonaron en la habitación y cayeron en el silencio.

-¿Sabes quién soy? -preguntó Darien.

Las manos con los puños apretados le colgaban a ambos lados. Dio un paso hacia ella.

-¿Sabes quién es mi padre?

Un terror inconmensurable. Pero ella lo había soñado. Era él. Asintió con la cabeza.

-Lo sé -susurro.

Y como había captado en su voz timidez, no desafío, añadió:

-Y sé que tu madre es más fuerte que él -dijo, aunque en realidad no lo sabía; sólo era la plegaria, la esperanza, el destello de luz que la sostenía-. El quiso que ella muriera para que tú no nacieras.

El retrocedió el paso que acababa de dar. Luego soltó una risa, sólo una, y terrible.

-No sabía eso -dijo-. Cernan preguntó por qué se me había permitido vivir. Lo oí. Todo el mundo parece estar de acuerdo en eso.

Abría y cerraba las manos de un modo espasmódico.

-No todo el mundo -dijo ella-. No todo el mundo, Darien. Tu madre quería que nacieras.

Lo quería desesperadamente.

Debía tener cuidado. Había mucho en juego.

-Paul, Pwyll -corrigió-, el que estaba contigo aquí, arriesgó su vida para protegerla y llevarla hasta la casa de Vae la noche en que naciste.

La expresión de Darien cambió como si hubiera recibido en el rostro una bofetada.

-El durmió en la cama de Finn -dijo con tono terminante y acusador.

Kim permaneció callada. ¿Qué camino debía tomar?

-Dame eso -le dijo él.

¿Qué podía hacer? Todo parecía inevitable ahora que había llegado el momento.

¿Quién sino este niño recorrería el Camino Más Tenebroso? En realidad ya había comenzado a recorrerlo. No podía haber una soledad más profunda ni un peligro más absoluto.

Sin decir palabra, porque no podía haber palabras adecuadas para aquel momento dio un paso al frente con la Diadema en las manos. El retrocedió impulsivamente y alzó una mano para golpearla, pero luego dejó caer el brazo y se quedó quieto, dejando que ella le pusiera la Diadema en la frente.

No era tan alto como ella. No tuvo que ponerse de puntillas para ajustar la joya de oro sobre sus cabellos de oro y cerrar el delicado broche. Fue fácil; todo ocurrió como lo había soñado.

En el momento en que cerró el broche, la luz de la Diadema se extinguió.

Un sonido escapó de la garganta de él; un grito desgarrador, sin palabras. La habitación se sumió de pronto en las tinieblas, iluminada sólo por el brillo rojo del Baelrath, que todavía ardía, y por la luz que se filtraba escaleras abajo.

Luego Darien emitió otro sonido, esta vez una carcajada, no una risa aislada como antes; era una carcajada cruel, estridente, incontrolada.

-¿Es para mí? -gritó-. ¿La Luz contra la Oscuridad? Oh, estás loca. ¿Cómo va a llevar el hijo de Rakorh semejante luz? ¿Cómo va a brillar alguna vez esa luz para mí?

Kim se llevó las manos a la boca, ante el desbocado sufrimiento que encerraba aquella voz. Luego él avanzó y ella se sintió invadida por el miedo. Un miedo que crecía más y más, que sobrepasaba cualquier otro que alguna vez hubiera podido experimentar, pues a la luz del Baelrath vio que los ojos de él se habían vuelto rojos. El hizo un gesto, simplemente un gesto, que ella sintió como un golpe que la hacía caer al suelo. Pasando por encima de ella, él se dirigió a la vitrina.

Allí quedaba un último objeto mágico, lo último que Ysanne había visto en su vida. Y sin poder levantarse del suelo, Kim vio que el hijo de Rakoth se apoderaba del Lekdal, la daga de los enanos, reclamándola como suya.

-¡No! -farfulló-. Darien, la Diadema es tuya, pero no la daga. No es para ti. No sabes lo que es.

Él se echó a reír de nuevo y sacó el puñal de la enjoyada vaina. Un sonido parecido al de la cuerda de un arpa llenó la habitación. Miró el reluciente thieren de color azul de la hoja y dijo:

-No necesito saber nada. Mi padre lo sabrá. ¿Cómo voy a ir a verlo sin llevarle un regalo, y qué clase de regalo sería la apagada piedra de Lisen? Si la auténtica luz se ha alejado de mí, por lo menos ahora sé adónde pertenezco.

Se había alejado de ella y subía las escaleras con la Diadema apagada sobre su frente y la daga de Colan en sus manos.

-¡Darien! -gritó Kim con una voz preñada de todo el dolor de su corazón-. El quería que murieras. Fue tu madre quien luchó para que nacieras.

No hubo respuesta. Arriba sonaron pisadas, una puerta que se abría y luego se cerraba. Cuando la Diadema hubo desaparecido, el Baelrath fue perdiendo el brillo y las tinieblas invadieron del todo el sótano de la cabaña; y en la oscuridad, Kim se echó a llorar por la pérdida de la luz.

Cuando llegaron una hora después, estaba otra vez junto al lago, sumida en sus pensamientos. El ruido de cascos de caballos la inquietó y se puso rápidamente en pie, pero cuando vio una cabellera roja y otra negra como la noche, supo quiénes habían llegado y se sintió llena de alegría.

Caminó por la curva que dibujaban las orillas del lago para salirles al encuentro.

Sharra, que había sido una amiga desde el primer día en que se conocieron, desmontó en cuanto se hubo detenido el caballo y la estrechó en un cariñoso y fuerte abrazo.

-¿Estás bien? -preguntó-. ¿Lo hiciste?

Los acontecimientos de la mañana estaban tan vivos que, por un momento, Kim no cayó en la cuenta de que Sharra se estaba refiriendo a Khath Meigol. La última vez que se habían visto, Kim estaba haciendo los preparativos para marcharse a las montañas.

Consiguió asentir y ensayar una sonrisa, aunque le resultó difícil.

-Lo hice -dijo-, hice lo que fui a hacer.

Por el momento no dio más explicaciones. Jaelle también había desmontado y permanecía un poco apartada, expectante. Su mirada era la de siempre, fría y distante, impresionante. Pero Kim había compartido con ella ciertos momentos en Gwen Ysrrat, el día del Maidaladan; por eso avanzó hacia ella y le dio en las mejillas un sonoro y rápido beso. Jaelle permaneció rígida unos instantes; luego, torpemente, sus brazos estrecharon a Kim en un gesto breve y fugaz que sin embargo estaba lleno de significado.

Kim retrocedió un poco. Sabia que tenía los ojos enrojecidos por el llanto, pero no valía la pena disimular, por lo menos con Jaelle. Iba a necesitar ayuda, aparte de otras cosas, para decidir qué hacer.

-Me alegro de que estés aquí -dijo con calma-. ¿Cómo lo supiste?

-Por Leila -contestó Jaelle-. Todavía está sintonizada con esta cabaña, donde vivía Finn. Ella nos dijo que estabas aquí.

Kim asintió.

-¿Algo más? ¿Dijo algo más?

-Nada más esta mañana. ¿Ha sucedido algo?

-Si -susurró Kim-, sucedió algo. Tenemos que contarnos muchas cosas. ¿Dónde está Jennifer?

Las otras dos mujeres intercambiaron una mirada. Fue Sharra quien respondió:

-Cuando el barco hubo zarpado, se marchó con Brendel a la torre de Anor.

Kim cerró los ojos. Demasiadas dimensiones de sufrimiento. ¿Acabarían alguna vez?

-¿Quieres que vayamos a la cabaña? -preguntó Jaelle.

Ella sacudió la cabeza con decisión.

-No, dentro no. Quedémonos aquí.

Jaelle le dirigió una mirada escrutadora y luego, sin ceremonia alguna, se arremangó la blanca túnica y se sentó en la playa de piedra. Kim y Sharra la imitaron. Un poco más lejos los hombres de Cathal y Brennin permanecían vigilantes. Tegid de Rhoden, extrañamente vestido de marrón y oro, se acercó a ellas.

-Mi señora -dijo haciendo una profunda reverencia ante Sharra-, ¿cómo puedo serviros en nombre de mi príncipe?

-Comida -respondió ella con brusquedad-, un mantel limpio y comida.

-¡Al instante! -exclamó él inclinándose de nuevo. Sharra miró de través a Kim, que levantó una ceja llena de curiosidad.

-¿Una nueva conquista? -preguntó con algo de su antiguo sentido del humor, en un tono que a veces le parecía haber perdido para siempre.

Para su sorpresa, Sharra enrojeció.

-Bueno, sí, creo que sí. Pero no se trata de él. Hum… Diarmuid me pidió en matrimonio antes de que el Prydwen zarpara. Tegid es su intermediario. Vela por mí, y por eso…

No pudo añadir nada más, pues se vio estrechada en un nuevo abrazo.

-Oh, Sharra -exclamó Kim-. Es la noticia más maravillosa que he oído después de no sé cuanto tiempo.

-Lo supongo -murmuró secamente Jaelle-. Pero creo que tenemos asuntos que tratar más importantes que chismorreos de bodas. Y todavía no tenemos noticia alguna del barco.

-Si, la tenemos -dijo Kim con celeridad-. Sabemos que llegaron allí y que ganaron la batalla.

-¡Oh, Dana sea loada! -dijo Jaelle, que de pronto parecía muy joven, despojada de todo cinismo.

Sharra se había quedado sin habla.

-¡Cuéntanos! -dijo la suma sacerdotisa-. ¿Cómo lo supiste?

Kim comenzó el relato contando su captura en las montañas: habló de Ceriog, de Faebur, de Dalreidan, de la lluvia de muerte en Eridu. Luego les contó que había visto cómo aquella lluvia de muerte cesaba la mañana de la víspera, que había visto el resplandor del Sol en el este y que por eso había sabido que Metran había sido detenido en Cader Sedat.

Hizo una pausa porque Tegid había regresado con dos soldados, cargados de comida y bebida. Tardaron dos minutos en arreglarlo de forma digna de la princesa de Cathal, según la exigente vigilancia de Tegid. Cuando los tres hombres se hubieron retirado, Kim tomó aliento y les habló de Khath Meigol, de Tabor y de Imraith-Nimphais, de la liberación de los paraikos y del último kanior, y luego, en voz muy baja, de lo que ella y el anillo les habían hecho a los gigantes.

Cuando hubo acabado, la quietud volvió a reinar a orillas del lago. Las tres mujeres permanecieron en silencio. Kim sabía que las otras dos estaban familiarizadas con el poder, en todas sus sombrías dimensiones, pero lo que les acababa de contar era muy distinto y casi imposible de entender.

Se sentía muy sola. Pensó que quizás Paul la hubiera entendido, pues también el suyo era un solitario camino. Luego, casi como si leyera sus pensamientos, Sharra le tomó una mano y se la apretó. Kim correspondió a su gesto y le dijo:

-Tabor me dijo que el aven y todos los dalreis habían salido a caballo hacia tres días rumbo a Celidon, para enfrentarse con el ejército de la Oscuridad. No tengo idea de lo que sucedió. Y tampoco Tabor.

-Nosotras sí -dijo Jaelle.

Y a su vez contó lo que había sucedido dos noches antes, cuando Leila había prorrumpido en gritos de angustia al ser llamada la Caza Salvaje; y a través de su sintonía todas las sacerdotisas del santuario habían oído que la voz de Ceinwen la Verde había ordenado a Owein que cesara en su matanza.

Ahora le tocaba a Kim guardar silencio, absorbiendo todas esas noticias. Pero todavía quedaba algo por contar, y por eso al fin dijo:

-Temo que ha sucedido algo más.

-¿Quién estuvo aquí esta mañana? -preguntó Jaelle con irritante anticipación.

Se encontraban en un lugar muy hermoso. El aire del verano era apacible y límpido, y el cielo y el lago eran de un brillante color azul. Había pájaros y flores, y una suave brisa sobre las aguas. En sus manos tenían un refrescante vaso de vino.

BOOK: Sendero de Tinieblas
3.97Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

08 - December Dread by Lourey, Jess
Kisses After Dark by Marie Force
Love for Scale by Michaela Greene
Stranger by Sherwood Smith
Shadows in the Night by Jane Finnis