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Authors: Hans Küng

Tags: #Ensayo, Religión

Ser Cristiano (116 page)

BOOK: Ser Cristiano
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El cristiano que ve en esta libertad un valor vital y decisivo es además, en su mayor o menor esfera de influencia, un reto para quienes no quieren comprender por qué, en determinadas circunstancias, conviene renunciar a derechos y ventajas por amor al hombre y a la paz: un reto para quienes piensan que el poder y la violencia, la afirmación de sí y la explotación de los demás son, siempre que se evite el propio riesgo, lo más ventajoso, prudente e incluso humanamente razonable.

El mensaje cristiano se opone radicalmente a esa especie de lógica del dominio que pone en juego la humanidad del hombre en beneficio de unos derechos, ventajas y avasallamientos. El mensaje cristiano es una invitación a ver en la renuncia algo positivo, auténticamente humano: una garantía de la libertad propia y ajena.

Quien estime que el mensaje cristiano peca en este punto de neutralismo ingenuo y ajeno a la realidad o se reduce a una invitación privada e individual no ha entendido que este reto cristiano encierra un potencial capaz de cambiar muchas estructuras sociales, criterios, actitudes y prejuicios de los pueblos. Y esto se logra conforme aumenta el número de hombres que, sea cual fuere su partido, se ajustan a las exigencias de ese reto; conforme aumenta el número de políticos que ven en esas mismas exigencias un criterio básico, sin que por ello hayan de pronunciar continuamente, en sus discursos y actuaciones, en sus intervenciones públicas y programas, el nombre de aquel que constituye el criterio de su política.

¿Qué se gana con esto? Casi nada: «sólo» la paz. Y quizá, a la larga, se gane al otro. Pero esto hay que entenderlo rectamente, no como una solución simplista para todos los casos, como si el mensaje cristiano, y en especial el Sermón de la Montaña, pretendieran anular el ámbito de los derechos. No pretenden hacer superfluo el derecho, sino relativizarlo, para que el derecho sirva al hombre, y no viceversa.

Cuando un individuo o un grupo olvidan que el derecho es para el hombre y no el hombre para el derecho, se está contribuyendo —como lo demuestra la historia de los Estados, al igual que la de las Iglesias, las comunidades, las familias y los individuos— a que, en el ámbito social e individual, se imponga el inmisericorde punto de vista del derecho, de modo que el
summum ius
se convierta en
summa iniuria
y se extienda así cada vez más la inhumanidad entre los hombres, los grupos y los pueblos.

En cambio, cuando un individuo o un grupo tienen presente que el derecho está siempre al servicio del hombre, entonces se fomenta la humanización del orden jurídico —en sí necesario— y se abre paso, en cada situación concreta y dentro del orden existente, a la pacificación, el perdón y la reconciliación, extendiendo así la humanidad, precisamente en el ámbito de los derechos, entre los hombres, los grupos y los pueblos. Y los que así actúan pueden aplicarse la promesa de que quienes renuncian a la violencia poseerán la tierra
[82]
.

b) Libertad en la lucha por el poder

Jesús pide a sus discípulos que
utilicen espontáneamente el poder en beneficio de los demás
[83]
. A los individuos o grupos que toman hoy a Cristo Jesús como criterio no se les impone una renuncia —de hecho imposible— a todo uso del poder, pero sí se les invita a usarlo, en cada situación concreta, en beneficio de los demás.

Pensemos, por ejemplo, en el problema del poder económico.

Dado que esta problemática contiene numerosos puntos de contacto con la de la guerra y la paz, podemos ser aún más breves y limitarnos a lo más esencial. Los hechos son conocidos: al parecer, no hay remedio contra la continua alza de precios y la inflación; los precios suben sin freno en perjuicio de los menos dotados económicamente; los patronos culpan a los sindicatos, los sindicatos a los patronos, y unos y otros al gobierno. Un círculo vicioso. ¿Qué hacer? También aquí nos reducimos a unas indicaciones:

  • El mensaje cristiano no dice cómo hay que abordar técnicamente el problema, cómo resolver la cuadratura del círculo: cómo es posible alcanzar al mismo tiempo el pleno empleo, el crecimiento económico, la estabilidad de precios y el equilibrio de la balanza comercial con el exterior. La oferta y la demanda, el mercado interior y el exterior parecen obedecer a leyes económicas inflexibles. Y cada cual intenta explotarlas lo más posible para su propio beneficio en una despiadada lucha por el poder.
  • Sin embargo, el mensaje cristiano dice algo que no se suele encontrar en ningún tratado de economía nacional —sea de «derechas» o de «izquierdas»—, pero que en nuestro contexto es de suma importancia: que en los inevitables conflictos de intereses no es una vergüenza que el empresario o el dirigente sindical renuncien a emplear siempre todo su poder frente a la otra parte; no es una vergüenza que el empresario renuncie a cargar sobre los consumidores cualquier aumento de los costes de producción a fin de mantener constante o incluso aumentar el margen de beneficios; tampoco es una vergüenza que el dirigente sindical renuncie a una determinada subida de salarios que él podría imponer y que los miembros del sindicato tal vez están esperando. En suma: no es una vergüenza que los responsables renuncien, por duros que sean los enfrentamientos, a emplear constantemente su poder social en beneficio propio y estén dispuestos, en determinadas situaciones —tampoco aquí se trata de una ley general—, a utilizar el poder en beneficio de los demás, dispuestos a «regalar» poder, ganancia e influencia, dando la capa además de la túnica.

¿Por qué? No por una engañosa ideología de compañerismo ni porque así se logren ventajas personales inmediatas, sino por razón de los demás: para utilizar el poder en beneficio del hombre, y no sacrificar el hombre (y a menudo también el Estado) en aras de la lucha por el poder. El poder, en contra de lo que algunos pretenden, no se puede suprimir sin más. Eso es ilusorio. Pero sí se puede, tomando como base la conciencia cristiana, relativizar radicalmente el poder en beneficio del hombre. Se puede emplear el poder no ya con fines de dominio, sino de servicio.

Así resulta posible en cada caso algo que parece impracticable tanto en la sociedad capitalista como en la socialista, pero que es sumamente importante para la convivencia humana de los individuos, pueblos, lenguas, clases y también de las Iglesias: el perdón sin límites en vez de los arreglos de cuentas, la reconciliación sin reservas en vez del encastillamiento en la propia postura, la superior justicia del amor en vez de las continuas polémicas sobre derechos, la paz que supera a las razones en vez de la lucha despiadada por el poder. Tal mensaje no degenera en el opio del consuelo, sino que apunta a la vida presente con más radicalidad que otros programas. Hace posible una transformación dondequiera que existe el riesgo de que los gobernantes aplasten a los gobernados, las instituciones a las personas, el orden a la libertad, el poder al derecho.

Cuando un individuo o un grupo olvidan que el poder no tiene como finalidad el dominio, sino el servicio, están contribuyendo a que en el ámbito social e individual se impongan una mentalidad y una política despóticas, con lo cual la inevitable lucha por el poder llevará a la deshumanización del hombre.

En cambio, cuando un individuo o un grupo tienen presente que el poder no es para el dominio, sino para el servicio, están contribuyendo a la humanización de la concurrencia humana en todos sus aspectos y haciendo que en ese contexto sean posibles el respeto mutuo, la consideración hacia los demás, la comunicación y el buen trato. Quienes así actúan pueden creer en la promesa de que los misericordiosos alcanzarán misericordia
[84]
.

c) Libertad frente a la presión del consumismo

Jesús invita a sus discípulos a ejercitar la
libertad interior frente a la posesión (consumo)
[85]
. A quien busca la inspiración última de su conducta en Cristo Jesús no se le impone una renuncia radical a la posesión y al consumo. Pero sí se le propone la oportunidad de llevar a la práctica en casos concretos esa renuncia en beneficio de su propia libertad y de la ajena.

Pensemos en el
problema del desarrollo económico
. Pese a todos los progresos, esta sociedad nuestra de la productividad y el consumo incurre en continuas contradicciones. Sobre la base de una teoría económica que cuenta con el aplauso general, se ha impuesto la consigna de producir más para consumir más, y consumir más para que la producción no se hunda, sino que crezca. De ahí que, para mantener el nivel de las exigencias constantemente por encima del nivel de su satisfacción, se recurra a anuncios, carteles y otros estimulantes del consumo. La gente desea tener cada vez más. Se presentan nuevas necesidades tan pronto como se ven satisfechas las anteriores. Lo que no es más que un lujo se presenta como artículo necesario, a fin de dar salida a nuevos lujos. Conforme se van satisfaciendo las necesidades se elevan las aspiraciones en el propio nivel de vida. Se han dinamizado las ansias de bienestar y de una vida cómoda. Y la consecuencia es sorprendente: pese al continuo aumento de sus ingresos, el ciudadano medio tiene la impresión de que apenas se dispone de medios, de que vive realmente con lo imprescindible.

La sociedad industrial del bienestar y una buena parte de los economistas dan por supuesto que un mayor bienestar procura una mayor felicidad, que la posibilidad de consumo es el indicador decisivo del éxito en la vida. El consumo se convierte en la prueba palpable de una categoría social ante uno mismo y ante la sociedad, de modo que las aspiraciones se regulan conjuntamente por las leyes del instinto gregario, del prestigio y de la concurrencia. Se es lo que se consume. Se es más cuando se consigue un nivel de vida más elevado. Y no se es nada cuando no se llega a lo establecido como nivel medio de la masa. En resumen: si queremos conseguir un futuro mejor, deben crecer continuamente la producción y el consumo, todo debe ser más grande, más rápido, más abundante. Tal es la férrea ley del desarrollo económico.

Pero, por otra parte, se va advirtiendo que los presupuestos de esa ley económica han quedado ampliamente superados en los países industrializados. Nuestra primera y principal preocupación no es ya vencer la pobreza y la escasez de bienes, ya que en los países de alto nivel industrial se ha conseguido regularmente el presupuesto de una vida humana. Por eso a muchos ya no les convence la consigna de buscar simplemente el pan, la posesión y el consumo. Por una parte, los esfuerzos del pasado para superar la pobreza se han convertido en una espiral ilimitada de necesidades (en los consumidores) y de estímulos (en los productores); por otra, algunos grupos de nuestra sociedad declaran cada vez con mayor franqueza que, además de las necesidades económicas primarias, hay deseos secundarios y terciarios que los bienes de la economía de masas no son capaces de satisfacer. Los que han alcanzado un alto bienestar material no son por eso más felices. Y precisamente entre la juventud habituada al consumo se va extendiendo un creciente sentimiento de hastío, desorientación y malestar frente a ese enfoque unilateral hacia un consumo sin límites.

Además, la ley del desarrollo económico incontrolado abre un abismo cada vez más profundo entre los países ricos y los países pobres, fomentando en los sectores menos favorecidos de la humanidad sentimientos de envidia, rencor y odio mortal, pero también de absoluta desesperación y desamparo. Y esa ley termina por volverse contra los mismos beneficiarios del bienestar, como indicábamos al comienzo del libro: padecemos por el crecimiento aparentemente ilimitado de las ciudades, por el exceso de tráfico, por la intensificación de los ruidos, por la contaminación de ríos y mares, por el deterioro de la atmósfera. Nos preocupa cómo eliminar montañas de mantequilla y carne, cómo librarnos de los residuos y desperdicios de nuestro propio bienestar. Las materias primas, debido a una explotación desconsiderada y creciente, comienzan a escasear. El problema de una economía mundial en creciente expansión adquiere dimensiones imprevisibles. ¿Qué hacer? Señalemos una vez más un par de sugerencias:

  • El mensaje cristiano no ofrece soluciones técnicas para proteger el medio ambiente, distribuir las materias primas, planificar los terrenos, luchar contra el ruido, eliminar los desperdicios, mejorar las estructuras de todo tipo. El Nuevo Testamento no nos dice cómo es posible colmar el abismo que separa a los ricos de los pobres, a los países desarrollados de los países industrialmente atrasados. Menos aún puede ofrecer modelos operativos e instrumentos para afrontar los enormes problemas inherentes a un cambio de rumbo: por ejemplo, la problemática congelación de la economía a nivel nacional y mundial en un punto cero sin que esto suponga un colapso de ciertos sectores económicos, sin pérdida de puestos de trabajo, sin consecuencias caóticas para la seguridad social de grandes grupos de población y para los países subdesarrollados.
  • No obstante, el mensaje cristiano puede esclarecer algo que, al parecer, no está previsto en la teoría económica ni en la escala práctica de valores de la actual sociedad consumista y productivista, pero que quizá podría desempeñar una función: la libertad frente a la coacción consumista. Siempre tendrá sentido renunciar a poner como única base de la propia felicidad el consumo y el bienestar. A la luz de Jesús puede tener sentido no afanarse de continuo, no desear tenerlo todo, no dejarse llevar por la ley del prestigio y la concurrencia, no colaborar en el culto a lo superfino, ejercitarse desde la infancia en la libertad para renunciar al consumo. Se trata de una «.pobreza de espíritu» que es libertad interior frente a la posesión: la actitud fundamental será una sencillez sin pretensiones y una confianza sin angustias frente a la arrogancia pretenciosa y la afanosa inquietud que se puede encontrar tanto en los ricos como en los económicamente pobres.

Y esto, ¿por qué y para qué? No por ascesis o imperativos de sacrificio ni por razón de una nueva ley vinculante, sino para que el consumidor normal se libere de su ansia consumista, para que no se venda a los bienes de este mundo, sea el dinero, el automóvil, el alcohol, el tabaco, la cosmética o la sexualidad. Para que el hombre no deje de ser hombre en medio del mundo y de los bienes que puede y debe consumir. La posesión, el desarrollo y el consumo no son fines en sí mismos. No es el hombre para la posesión, el desarrollo y el consumo, sino todo esto para el hombre.

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