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Authors: Hans Küng

Tags: #Ensayo, Religión

Ser Cristiano (34 page)

BOOK: Ser Cristiano
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De esta manera van aparejadas en Jesús la acerba crítica a los poderosos, que utilizan su poder sin miramientos, y la seria invitación al servicio, no a la muerte, del tirano
[42]
. Y su mensaje no culmina en un llamamiento a conseguir por la fuerza un futuro mejor: el que a hierro mata, a hierro muere
[43]
. Sino en un llamamiento a la no violencia: no resistáis el mal
[44]
; haced bien a los que os odian; bendecid a los que os maldicen; rezad por los que os persiguen
[45]
. Y todo esto a la luz del reino de Dios que llega, bajo cuya perspectiva aparecen ya de antemano relativizadas todas las realidades existentes, todos los órdenes, instituciones y estructuras, así como también cualquier diferencia entre poderosos y débiles, ricos y pobres, y cuyas normas deben comenzar a aplicarse ya ahora.

Si Jesús hubiera realizado en Palestina una reforma agraria radical, hace ya mucho tiempo que estaría olvidado. Si, como los rebeldes del año 66 en Jerusalén, hubiera echado al fuego el archivo de la ciudad con todos los títulos hipotecarios de los banqueros; si, como hizo dos años después Bar Giora, el jefe de la revolución de Jerusalén, hubiera decretado la liberación general de todos los esclavos judíos, no habría pasado de ser un episodio, como lo fue el heroico libertador de los esclavos, Espartaco, con sus 70.000 esclavos liberados y sus 7.000 cruces alineadas en la Vía Apia.

Por el contrario, la «revolución» de Jesús, si se quiere usar esta palabra tan sugestiva como equívoca, sí que fue radical en sentido estricto, sentido que todavía hemos de perfilar más deta lladamente, y esa es la razón por la que ha transformado y transforma permanentemente el mundo. Jesús trasciende, va más allá de la alternativa «orden establecido - revolución sociopolítica», «conformismo - no conformismo». O dicho de otra manera: Jesús fue más revolucionario que los revolucionarios. Todavía tendremos que ver más de cerca lo que esto significa:

  • ¡En lugar de aniquilación de los enemigos, amor a los enemigos!
  • ¡En lugar de venganza, perdón incondicional!
  • ¡En lugar del uso de la fuerza, apertura al sufrimiento!
  • ¡En lugar de cantos de odio y de venganza, exaltación de los pacíficos!

Los primeros cristianos, en todo caso, con ocasión de la gran insurrección judía, siguieron las huellas de Jesús. Al estallar la guerra no hicieron causa común con los revolucionarios zelotas, sino que huyeron de Jerusalén a Pella, al otro lado del Jordán. Y durante la segunda gran revuelta, encabezada por Bar Kochba, fueron fanáticamente perseguidos. Es significativo que los romanos, hasta la persecución de Nerón, no procedieron de ninguna forma contra ellos.

Jesús, pues, no proclamó, y mucho menos puso en marcha, una revolución político-social. La revolución llevada a cabo por él fue decididamente una
revolución de la no violencia
, una revolución desde lo más íntimo y escondido, desde el centro de la persona, desde el corazón del hombre hacia fuera, sobre la sociedad. Que el hombre no siga haciendo lo acostumbrado, sino que cambie de mentalidad y se convierta (en griego,
μετανοῖεν, metanoia)
, que se aparte de sus egoísmos y vaya hacia su Dios y sus prójimos. No son los poderes hostiles del mundo los verdaderos poderes extraños de los que el hombre debe ser liberado. Sino las fuerzas del mal: el odio, la injusticia, la discordia, la violencia, la falsedad, los egoísmos humanos en general, y con ellas el dolor, la enfermedad y la muerte. Para lo cual se requiere un cambio de conciencia, un nuevo pensar, una escala de valores distinta. Una superación del mal, que no reside únicamente en el sistema, en las estructuras, sino en el hombre. Una libertad interior, que lleva a la liberación de los poderes externos. Una transformación de la sociedad a través de la transformación del individuo.

Estando así las cosas, automáticamente se plantea este interrogante: ¿no es en definitiva este Jesús un defensor del retiro y aislamiento del mundo, de una religiosidad ajena a lo secular, de un ascetismo y absentismo monacal?

3. ¿EMIGRACIÓN?

Hay un radicalismo político que por motivos de fe, y con el empleo de la fuerza si es necesario, postula el sometimiento total del mundo, la plena realización del reinado de Dios sobre el mundo mediante la intervención del hombre. Este es el radicalismo de los zelotas. Mas también se da una solución contraria, igualmente radical: en lugar del compromiso activo a vida o muerte, la réplica de la gran negativa. No rebelión, sino distanciamiento. No ataque al mundo enemigo de Dios, sino repudio de tal mundo. No superación de la historia, sino apeamiento de ella.

a) El radicalismo apolítico

Este es el radicalismo apolítico (aunque apolítico sólo lo es en apariencia) de los monjes, de los «solitarios» (en griego,
μοναχός, monachos =
solo) o de los «anacoretas», de los «retirados» (al desierto)
[1]
. Aislamiento, éxodo, retirada del mundo, es decir,
emigración
. Emigración del individuo o del grupo; en el orden externo, local, o en el orden interno, espiritual; organizada o no organizada; por segregación y aislamiento o por escapada y nuevo establecimiento. Esta es, a grandes líneas, la tradición de los anacoretas y monjes en la historia de la cristiandad, como también del budismo, cuya óctuple vía está destinada a los monjes, a una comunidad monástica: es la tradición del distanciamiento crítico y del retiro del mundo. A ella pertenecen tanto los ascetas individuales (los «eremitas», cuyo ejemplo clásico es en el siglo III el egipcio Antonio, llamado «Padre del desierto», y que todavía se dan en Grecia, en el monte Athos) como las comunidades monásticas posteriores, ya organizadas y favorecidas por la Iglesia, que llevan una «vida común» (de ahí el nombre de «cenobios» y «cenobitas», cuyo fundador fue Pacomio en el siglo IV). Esta forma de
retreatism
todavía sobrevive hoy, si bien de forma secularizada, en el movimiento
hippy
y en las distintas manifestaciones de
consciousness III
, en las peregrinaciones de los jóvenes al desierto, a la India, al Nepal y Afganistán y, en parte, también en el
Jesus-movement
. Y unos y otros se remiten continuamente a Jesús. ¿Con razón?

Así, de primeras, algunas razones no les faltan. Jesús fue todo lo contrario de un tipo burgués. Su camino no fue lo que comúnmente se llama una «carrera». Su forma de vida tuvo rasgos de estilo
hippy
. No sabemos si su estancia en el desierto, como menciona el relato de las tentaciones, fue histórica. Pero sí nos consta una cosa: que su estilo de vida fue enormemente desacostumbrado. No fue un «integrado social», esto está fuera de toda duda. Aunque hijo de carpintero y, al parecer, él mismo carpintero
[2]
, no ejerció profesión alguna. Llevó, por el contrario, una vida itinerante, sin asiento, predicó y actuó en las plazas públicas, comió, bebió, rezó y durmió de ordinario al aire libre. Es un hombre que ha dejado su tierra, que se ha desligado incluso de su familia. ¿Cabe extrañarse de que sus parientes más cercanos no figuren entre sus seguidores? Según la antigua tradición recogida por Marcos, pero silenciada por Mateo y Lucas, sus parientes pretendieron incluso que retornase a casa porque, decían, «no está en sus cabales, está loco»
[3]
. Esto es lo que ha inducido a algún que otro psiquiatra a diagnosticar que Jesús fue un enfermo mental, pero sin poder explicarse después, eso sí, su enorme influencia. Con todo, aun cuando los evangelios no dan pie para un conocimiento completo de la psique de Jesús —su interés se cifra en otros aspectos—, sí presentan, sin embargo, un comportamiento externo que, según los modelos de comportamiento de aquel tiempo, no se puede caracterizar precisamente de «normal».

Jesús no hace nada para ganarse la vida. Según las noticias evangélicas, es mantenido por algunos amigos y su cuidado corre a cargo de un grupo de mujeres. Es evidente que él no tiene una familia por la que preocuparse. Hay que convenir, a no ser que queramos imaginarnos lo que los evangelios no dicen
[4]
, en que, como el Bautista antes que él y Pablo después de él, no estuvo casado. El celibato de un hombre adulto en un pueblo como el judío, para el que el matrimonio constituía un deber y un mandamiento divino, era desacostumbrado y provocativo, si bien no inaudito, como veremos en seguida. Si el dicho de los eunucos que se hacen tales por el reinado de Dios, que sólo aparece en Mateo
[5]
, es auténtico, deberá ser entendido como una autojustificación. La soltería de Jesús, evidentemente, no constituye un argumento en favor de la ley del celibato. Tampoco da él a sus discípulos un mandamiento en ese sentido; al contrario: en ese único pasaje, propio y exclusivo de Mateo, Jesús subraya sobre todo la voluntariedad de la renuncia: el que pueda con eso, que lo haga. El celibato de Jesús, al igual que cuanto dice relación con él, tampoco puede, en fin, clarificarse por el camino que ya tanteó la exégesis liberal del siglo XIX, haciendo de Jesús, en contra de todos los textos, una especie de moralista civilizado al estilo de un pastor protestante. También en este respecto fue Jesús algo muy distinto. ¿No tenía él en torno a sí un halo de entusiasmo, de escape del mundo, de locura casi? ¿Acaso no se han remitido a él a lo largo de los siglos, y con sobrada razón, algunos estrafalarios y «bufones de Jesús» y especialmente los monjes, los ascetas, los miembros de las órdenes religiosas?

A pesar de todo, hemos de precisar que Jesús
no
fue un
monje asceta
que emigra espiritualmente y, si es posible, incluso localmente para retirarse del mundo en busca de la perfección. Y esto no es una constatación anacrónica.

b) El monacato

En tiempos de Jesús existía —y esto es algo que durante mucho tiempo se ha tenido poco en cuenta— un
monacato judío
bien organizado. Siempre se ha sabido, tanto por el historiador judío Flavio Josefo como por otro famoso judío contemporáneo de Jesús, el filósofo Filón de Alejandría, que aparte de los saduceos, fariseos y zelotas todavía existía otro grupo, el de los «esenios» (o «eseos»). Procedían éstos probablemente de aquellos «piadosos» (en arameo
jasayya
, en hebreo
jasidim)
de la época de los Macabeos, que inicialmente secundaron al partido macabeo rebelde, pero que después, cuando los Macabeos desataron su creciente ambición política y Jonatán asumió el cargo de sumo sacerdote, en el año 153, sin ser de procedencia sadoquita y debiendo como guerrero contaminarse necesariamente desde el punto de vista ritual, se separaron de ellos, como lo harían más tarde de los fariseos, menos apocalípticos y rigoristas. Según Filón y Flavio Josefo, estos esenios, en número total aproximado de 4.000, vivían recluidos en comunidades estables, aisladas las más en los pueblos, aunque algunas también en las ciudades, y tenían su centro junto al mar Muerto.

Pero los esenios no llegaron a conseguir toda la actualidad que hoy tienen para el estudio de Jesús hasta que, en 1947, un cabrero árabe descubrió en las ruinas
(Khirbet)
de
Qumrán
, junto a la rápida pendiente oriental del desierto de Judá hacia el mar Muerto, una gruta que contenía algunos cántaros de arcilla, dentro de los cuales estaban ocultos diversos rollos de papiro. En seguida se revisaron cientos de cuevas y en once de ellas se encontraron numerosos textos y fragmentos. Y, entre ellos, textos bíblicos, sobre todo los dos rollos del libro de Isaías, mil años más antiguos que los manuscritos hasta entonces conocidos (hoy expuestos, junto con otros escritos de Qumrán, en el «templo de los manuscritos» de la Universidad hebrea de Jerusalén). Además, comentarios bíblicos (en especial el del libro de Habacuc) y otros textos no bíblicos, pero de una importancia decisiva para nuestra cuestión, como, por ejemplo, la Regla de la comunidad o Regla de la secta de Qumrán (1QS) con su breve regla de la vida comunitaria (lQSa). Todo esto constituye el resto de la biblioteca de lo que hoy podríamos definir como un vasto complejo monástico, cuyas ruinas han sido también excavadas entre los años 1951-1956, dejándose ver hoy los edificios principales y secundarios, un cementerio de 1.100 tumbas y hasta un refinado sistema de abastecimiento de aguas (11 estanques). El sensacional descubrimiento de la biblioteca y de la sede de la comunidad de Qumrán, al que ha seguido una verdadera marea de publicaciones
[6]
, revela una cosa de suma importancia: que en tiempos de Jesús ya existía una comunidad monástica judía con todos los elementos del cenobitismo cristiano, tal como luego fue instituido por el egipcio Pacomio, consolidado por Basilio el Grande, transmitido al Occidente latino por Juan Casiano y convertido por Benito de Nursia y la regla benedictina en modelo para todo el monacato occidental: «1) Comunidad de lugar para la habitación, el trabajo y la plegaria; 2) uniformidad en el vestido, la alimentación y la conducta ascética; 3) salvaguarda de la comunidad mediante una regla escrita cimentada en la obediencia»
[7]
.

La cuestión se hace así mucho más apremiante: ¿fue
Jesús
tal vez un esenio o monje de Qumrán? ¿Existe relación entre Qumrán y el cristianismo naciente? Hay que hacer distinción entre una y otra pregunta. La primera es hoy, después de que algunos investigadores, arrastrados por la euforia del nuevo descubrimiento, quisieran ver analogías por todas partes
[8]
, contestada negativamente por todos los estudiosos serios
[9]
. A la segunda, sin embargo, se le podría dar una cauta respuesta positiva, aunque habrá que pensar menos en una influencia directa que indirecta. Especialmente Juan el Bautista, quien según la tradición creció en el desierto y luego desarrolló su actividad en las cercanías de Qumrán, pudo antes haber tenido quizá algún contacto con aquella comunidad. Como quiera que esto sea, tanto el «Maestro de justicia», fundador de la comunidad de Qumrán, como el Bautista y Jesús «stán en oposición al judaísmo oficial, al
establishment
de Jerusalén. Para todos ellos hay una línea que escinde por mitad a Israel. Todos ellos esperan un pronto final: esta última generación es mala, el juicio se acerca, se impone una decisión, serias exigencias morales son inexcusables. Ahora bien, estos puntos comunes no pueden hacer desaparecer las diferencias. Ya ha sido puesto en claro que los reiterados baños de purificación de Qumrán, exclusivamente reservados para los santos electos, son cosa muy distinta del bautismo de Juan, que se recibe una sola vez y que se ofrece a todo el pueblo. Juan no funda una comunidad aglutinada por la Ley y seccionada de los demás hombres; más bien quiere, con su llamada a la penitencia, preparar a todo el pueblo para lo que se avecina. Fuera de esto, y prescindiendo de algunos términos, expresiones y conceptos comunes y de algunas afinidades externas —lo cual no es nada extraño, siendo contemporáneos—, en Jesús apenas se encuentra algún indicio que muestre una relación directa entre él y los esenios en general y la comunidad de Qumrán en particular. Ni la comunidad de Qumrán ni el movimiento esenio son siquiera mencionados en los escritos neotestamentarios, como, a la inversa, tampoco se encuentra en los escritos de Qumrán mención del nombre de Jesús.

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