Ser Cristiano (30 page)

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Authors: Hans Küng

Tags: #Ensayo, Religión

BOOK: Ser Cristiano
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No fue la Reforma, sino primero el Humanismo (Reuchlin, Scalígero), después el Pietismo (Zinzendorf) y sobre todo la tolerancia de la Ilustración (la declaración de los derechos humanos en los Estados Unidos y en la Revolución francesa) lo que preparó y, en parte, llevó a cabo un cambio de actitud. De todos modos, la plena integración de los judíos europeos en tiempos de la emancipación no se consiguió más que en parte, obteniéndose en América los resultados más positivos. Sería una temeridad trazar aquí la secular y terrible historia de dolor y muerte del pueblo judío, historia que culminó en la locura colectiva y el genocidio de los nazis, que llegaron a sacrificar un tercio de la población judía mundial. Ante esta atrocidad resulta increíblemente débil y vaga la fórmula con que se «deplora» en la declaración del Concilio Vaticano II —que, como el documento correspondiente del Consejo Ecuménico de las Iglesias
[2]
, es punto de partida más que meta—. Y poco faltó para que fuera vetada por la curia romana, que tanto se excitó por el explosivo
Vicario
de Hochhuth, pero que, por oportunismo político y por un sentimiento antijudío no del todo superado, aún no reconoce diplomáticamente al Estado de Israel.

Ante la persistencia de esta situación y ante el antijudaísmo latente en Roma, en Moscú, en Nueva York y en todas partes, hay que decir con toda claridad que el antijudaísmo nazi fue obra de criminales anticristianos y ateos; pero no hubiera sido posible de no haberle precedido toda una historia de casi dos mil años de antijudaísmo «cristiano», que fue el que impidió a los cristianos alemanes ofrecer una resistencia convencida y enérgica en toda la línea.

Aunque algunos cristianos fueron también víctimas de la misma persecución y otros, especialmente en Holanda, Francia y Dinamarca, ayudaron eficazmente a los judíos, para precisar la cuestión de la culpa hay que tener en cuenta lo siguiente: ninguna de las medidas antijudías del nazismo (vestiduras distintivas, exclusión de profesiones, prohibición de matrimonios mixtos, saqueos, destierros, campos de concentración, matanzas, cremaciones) constituyó una novedad. Todas ellas se dieron ya en el llamado «medievo cristiano» (el gran Concilio Lateranense IV, en 1215) y en la época «cristiana» de la Reforma. Nueva fue sólo la motivación racial: la habían preparado el conde francés Arthur Gobineau y el anglo-alemán Houston Stewart Chamberlain, y la llevó luego a la práctica la Alemania nazi con una cruel escrupulosidad organizativa, con gran perfección técnica y en una terrible industrialización del asesinato. Después de Auschwitz no sirven las excusas: la cristiandad no tiene otro remedio que confesar abiertamente su culpa.

2. LAS POSIBILIDADES DEL FUTURO

Pero ¿han de repetirse en el futuro los sufrimientos del pasado? La actitud que comenzó con la Ilustración y que en el siglo XIX tuvo repercusiones, sobre todo en los Estados Unidos, se ha extendido ya a la cristiandad entera.

a) Comprensión creciente

La más reciente catástrofe del pueblo judío y el inesperado (para los cristianos) restablecimiento del Estado de Israel —el acontecimiento más importante de la historia judía después de la destrucción de Jerusalén y su templo— han sacudido en sus cimientos la teología «cristiana» antijudía: aquella pseudoteología que desde el Nuevo Testamento reinterpretó la historia salvífica veterotestamentaria del pueblo judío como historia de maldición y pasó por alto la permanente elección del pueblo de Israel afirmada por Pablo, refiriéndola exclusivamente a la Iglesia como «nuevo Israel». Con el Concilio Vaticano II se ha impuesto en la Iglesia católica la nueva actitud
[3]
: El Concilio rechazó expresamente la idea de una culpa colectiva del pueblo judío de entonces o de ahora en la muerte de Jesús. Nadie se atreve ya a sostener en serio los viejos y extendidos prejuicios de que los judíos son «avaros capitalistas», «envenenadores de fuentes», «homicidas de Cristo», «asesinos de Dios», «malditos y condenados a la dispersión».

Ahora se ven cada vez con más claridad los motivos psicológicos que influyen en el antijudaísmo: hostilidad de grupos, miedo a un cuerpo extraño, búsqueda de un chivo expiatorio, contra ideales, trastornos de la estructura personal, alteraciones psíquicas de la masa.

Ha caído en desuso aquella mala apologética, recatada unas veces, desvergonzada otras: «también los judíos han cometido errores», «todo hay que entenderlo desde la mentalidad del tiempo», «aquélla no era la verdadera Iglesia», «hubo que elegir el mal menor».

Se empieza a reconocer que los judíos forman una comunidad muy particular, con un destino enigmático desde muchos aspectos, con una capacidad de pervivencia verdaderamente asombrosa. Es una raza que no es una raza, un grupo lingüístico que no es un grupo lingüístico, una comunidad religiosa que no es una comunidad religiosa, un Estado que no es un Estado, un pueblo que no es un pueblo. Constituyen una comunidad de destino, cuyo misterio religioso representa, tanto para el judío creyente como para el creyente cristiano, una especial vocación de «pueblo de Dios» entre los pueblos de la tierra. Los cristianos han de tomar en consideración, al menos, el hecho de que en esta perspectiva el movimiento de retorno de los judíos a la «tierra prometida» (con los crueles sacrificios para los árabes asentados en Palestina desde siglos) tiene también para muchos de ellos un significado religioso.

Sea cual fuere la opinión que sobre el Estado de Israel tengan los cristianos de origen árabe (también hay que saber comprenderlos), una Iglesia que, como tantas veces en el pasado, predica amor y siembra odio, anuncia vida y difunde muerte, no puede apelar a Jesús de Nazaret. Jesús fue judío, y todo antijudaísmo es una traición al propio Jesús. Con harta frecuencia se ha interpuesto la Iglesia entre Jesús e Israel. Ella impidió a Israel reconocer a Jesús. Ya va siendo hora de que la cristiandad no se limite a predicar la «conversión» a los judíos y comience a «convertirse» ella misma. Ya es tiempo de que se «convierta» al
encuentro
, apenas iniciado, a un
diálogo
con los judíos no sólo humanitario, sino
teológico
, que podría estar al servicio no de la «misión» y la capitulación, sino de la comprensión, la ayuda recíproca y la colaboración. Un diálogo que, indirectamente, quizá podría contribuir a un entendimiento creciente entre judíos, cristianos y musulmanes, los cuales —¿quién puede olvidarlo?— están desde su origen tan relacionados con los judíos como con los cristianos, por la fe común en Dios Creador y en la resurrección de los muertos, en la invocación a Abraham y a Jesús, que ocupan un puesto muy importante en el Corán. Tras los acontecimientos pretéritos están hoy mejor sentadas que nunca las bases para un auténtico diálogo con los judíos, a quienes el cristianismo, el islam y la humanidad entera deben el don incomparable de un estricto monoteísmo. Para esto, claro está, hay que reconocerles previamente su autonomía religiosa sin restricción alguna y aceptarlos como interlocutores perfectamente válidos, rigurosos y exigentes.

a)
En la
cristiandad
, y especialmente en la exégesis alemana y anglosajona, se había verificado, ya mucho antes de la época de Hitler, una nueva apertura para el Antiguo Testamento con su autonomía y su coincidencia con el Nuevo. Se reconoció asimismo la importancia del rabinismo para la interpretación del Nuevo Testamento. Y se cayó en la cuenta de los puntos en que el pensamiento hebreo aventaja al mundo greco-helenístico: el mayor dinamismo histórico, su orientación integral, la fe en la bondad del mundo, del cuerpo y de la vida, el hambre y sed de justicia, el cifrar las esperanzas en el futuro reino de Dios. Todo esto ha contribuido a superar la esclerodermia neoplatónica, neoaristotélica, escolástica y neoescolástica del cristianismo. Para la Iglesia católica, la declaración del Vaticano II sobre los judíos ha venido a ser como «un descubrimiento o redescubrimiento del judaísmo y de los judíos con su valor peculiar y su significado para la Iglesia» (J. Oesterreicher)
[4]
.

b)
La situación espiritual del
judaísmo
ha evolucionado también notablemente, sobre todo a partir del restablecimiento del Estado de Israel. Ha decrecido, especialmente entre las generaciones jóvenes, el influjo de la piedad legal y casuística y ha crecido la importancia del Antiguo Testamento frente a la antigua validez universal del Talmud. Las grandes personalidades del judaísmo de nuestro siglo (mujeres como Simone Weil y Edith Stein, hombres como Hermann Cohén, Martin Buber, Franz Rosenzweig, Leo Baeck, Max Brod, Hans Joachim Schoeps, así como, aunque más indirectamente, Sigmund Freud, Albert Einstein, Franz Kafka y Ernst Bloch) han contribuido enormemente a poner al alcance de los cristianos la esencia auténtica del judaísmo. Así ha sido posible en nuestros días abordar una investigación judeocristiana del Antiguo Testamento, de los Rabinos y, aunque sólo está en los comienzos, del Nuevo Testamento (en cuanto que éste es también testimonio de la historia de la fe judaica), al mismo tiempo que una nueva estructura del culto, más viva y genuina, permite descubrir en ambas partes una afínidad que va mucho más allá de la crítica literaria y la filología. No cabe duda de que, desde su judaísmo, el judío puede descubrir en el Nuevo Testamento aspectos que a menudo se les escapan a los cristianos. En resumen, pese a numerosos obstáculos y dificultades, se está abriendo paso la conciencia de una
base
común judeo-cristiana no sólo humanitaria, sino
teológica
. También por parte judía se exige hoy «una teología judaica del cristianismo y una teología cristiana del judaísmo» (J. Petuchowski)
[5]
.

Ahora bien, el diálogo teológico entre cristianos y judíos resulta infinitamente
más difícil
que el diálogo entre los cristianos separados, que, al menos, tienen en la Biblia una base común. En cambio, el conflicto entre cristianos y judíos cruza por el centro de la Biblia y la escinde en dos Testamentos, de los cuales los unos dan preferencia al primero y los otros al segundo. Nunca podrá soslayarse el punto céntrico de la controversia: precisamente quien parece unir a judíos y cristianos los separa como una sima abisal: el judío Jesús de Nazaret. ¿Podrán llegar alguna vez judíos y cristianos a ponerse de acuerdo sobre él? Aquí parece que se trata de algo más que de «dos formas de fe» (M. Buber). Es tan improbable que los judíos depongan su increencia frente a Jesús como que los cristianos desistan de su fe en él. Porque entonces dejarían los judíos de ser judíos y los cristianos de ser cristianos.

b) ¿Diálogo sobre Jesús?

La controversia parece desembocar en un callejón sin salida. ¿Tiene realmente sentido el diálogo judeo-cristiano sobre Jesús? Pero también podría hacerse la pregunta contraria: ¿no saldrían
ambas
partes beneficiadas si la parte judía, respondiendo a la disposición de entendimiento por parte cristiana, depusiera su actitud de desconfianza, escepticismo y rencor hacia la figura de Jesús y la enjuiciara con objetividad histórica, con auténtica comprensión y hasta con positivo aprecio? El progreso conseguido en los últimos años es innegable. Sería larga la lista de autores y obras que en los últimos años se han publicado sobre Jesús de Nazaret en el Estado de Israel
[6]
. Son numerosos sin duda los judíos dispuestos a aceptar al
Jesús of culture
, aunque rechacen al
Jesús of religion
[7]
: se acepta, pues, el significado
cultural
de Jesús. Porque sería muy difícil para un judío moderno participar plenamente de la cultura occidental sin encontrarse constantemente con Jesús, bien sea en las grandes obras de Bach, Händel, Mozart, Beethoven y Bruckner o en el arte del Occidente en general.

Pero todavía está pendiente la cuestión del significado
religioso
de Jesús. Si la cristiandad valora hoy de forma nueva el significado religioso del judaísmo, ¿no deberá el judaísmo preguntarse a su vez por el significado religioso de Jesús? ¿Es Jesús el último de los profetas judíos? En el siglo XIX hay ya una tradición judía de cierta consistencia que trata de valorar seriamente a Jesús como un auténtico judío, como uno de los grandes testigos de la fe. Por ejemplo, Max Nordau, el fiel colaborador del fundador del movimiento sionista, Theodor Herzl, escribió allá hacia el cambio de siglo: «Jesús es alma de nuestra alma, al igual que es carne de nuestra carne. ¿A quién le agradaría, pues, excluirlo del pueblo judío?»
[8]
. Más tarde, en la primera mitad del siglo, aparecieron los primeros estudios profundos sobre la figura de Jesús salidos de pluma judía, como las distintas publicaciones de Claude G. Montefiore
[9]
y, ante todo, el libro de Joseph Klausner
[10]
, la obra judía más famosa sobre Jesús, que gracias a su elaboración del material del Talmud y el Midrash puede ser considerada como el inicio de la investigación hebrea moderna en torno a la vida de Jesús. El conocido pensador judío Martin Buber acuñó más tarde la expresión con que se llama a Jesús el «hermano mayor», que «ocupa un puesto relevante en la historia de la fe de Israel» y que «no puede ser definido con ninguna de las categorías al uso»
[11]
. Otro investigador judío, David Flusser, hace observar que Jesús es en concreto un judío que habla a judíos: de Jesús puede aprender un judío cómo debe orar, ayunar y amar al prójimo, cuál es el significado del sábado, del reino de Dios y del juicio
[12]
. En esta misma línea ha escrito Shalom Ben-Chorin su libro
Hermano Jesús. El Nazareno en perspectiva judía
: «Jesús es sin duda la figura central de la historia del pueblo judío y de la historia de su fe, pero al mismo tiempo forma parte de nuestro presente y nuestro futuro, al igual que los profetas de la Biblia hebrea, a los cuales no podemos contemplar únicamente a la luz del pasado»
[13]
.

Ahora bien, las mismas muestras de reconocimiento del judío Jesús por parte de los judíos ponen de manifiesto sus propios
límites
; así, el mismo Shalom Ben-Chorin, no obstante su comprensión frente a la figura de Jesús, escribe en el libro antes citado: «Siento su mano fraterna, que me ase para que lo siga». Y continúa: «Pero esta mano estigmatizada
no
es la mano del Mesías. De seguro
no
es una mano
divina
, sino una mano
humana
, en cuyas líneas está grabado el más profundo dolor… Creer a Jesús nos une, pero creer en Jesús nos separa»
[14]
. Pero ¿no sería preciso interpretar precisamente esa mano marcada por las llagas, interpretarla con mayor profundidad?

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