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Authors: Hans Küng

Tags: #Ensayo, Religión

Ser Cristiano (50 page)

BOOK: Ser Cristiano
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En realidad, tampoco la comunidad primitiva practicó de forma generalizada la renuncia a los propios bienes
[30]
.

Por un lado, pues, no fue Jesús, en el orden económico, un entusiasta ingenuo de los que hacen de la necesidad virtud y adornan la pobreza con ribetes de religiosidad: la necesidad enseña no tan sólo a rezar, sino también a maldecir. Jesús no transfigura la pobreza, lo mismo que no transfigura la enfermedad: no suministra ningún opio. La pobreza, el sufrimiento y el hambre son miseria, no felicidad. Jesús no proclama una espiritualidad entusiasta, que salta en espíritu por encima de la injusticia o trata buenamente de consolarla con una compensación en el más allá. Y, por otro lado, Jesús tampoco fue un fanático revolucionario de los que pretenden eliminar por la fuerza la miseria de la noche a la mañana creando, las más de las veces, otra nueva. No mostró odio contra los ricos, por más que fuesen tan brutales como acostumbraban en el Oriente antiguo. No fue uno de esos violentos bienhechores públicos que no hacen más que acelerar la espiral de la violencia y contraviolencia en lugar de quebrarla. Cierto que él no estaba de acuerdo con la situación social existente. Ve las situaciones definitivas por otro camino. Y, por eso, en medio de la miseria del presente, lanzó a los pobres, dolientes y hambrientos su grito de «¡Salvación a vosotros!», «¡Felices, dichosos vosotros!».

¿Una
felicidad de los pobres?
¿Una felicidad de los infelices? Esta bienaventuranza no se debe entender como regla general y evidente para todo el mundo, válida en todo lugar y todo tiempo: cual si toda pobreza, todo sufrimiento y toda miseria garantizase el cielo e, incluso, el cielo en la tierra. La bienaventuranza debe ser entendida como un mensaje: una promesa que se cumple para aquel que no la escucha impasiblemente, sino que la hace suya confiadamente. Para él, entonces, el futuro de Dios irrumpe ya en su vida, le da al punto ya el consuelo, la herencia, la saciedad. Dondequiera que vaya, Dios le precede, está ya allí. En la confianza de este Dios que va delante, su propia situación se transforma, ya ahora: ya ahora puede vivir de otra manera, se torna apto para una nueva praxis, se hace capaz de una ilimitada disponibilidad. y ayuda, sin afán de prestigio y sin envidia de los que tienen más. Amor no significa espera meramente pasiva. Y puesto que sabe que su Dios va por delante, el creyente puede estar activamente comprometido y dar a la vez pruebas de una asombrosa y suprema despreocupación: una despreocupación que, al igual que los pájaros del cielo y los lirios del campo, no anda agobiada por la comida, ni por el vestido, ni en general por el mañana
[31]
, porque confía en el cuidado del Padre celestial y porque divisa el alegre futuro de Dios. Esta vida «sencilla» de Jesús es la que llegó a impresionar al mismo Henry Miller. Bastante distinto, naturalmente, debió de ser el significado de todo esto en la tierra y en el tiempo de Jesús, puesto que, merced al clima y a la cultura agraria del país, la necesidad de vestido era mínima, el problema de vivienda no era angustioso y el alimento podía tomarse en caso de necesidad directamente del campo. Verdaderamente era posible vivir al día y rezar: Nuestro pan de mañana dánosle hoy
[32]
. Esto es lo que Francisco de Asís y sus primeros hermanos intentaron imitar a la letra.

Mas por extensión, como ya hizo el mismo Mateo, la exigencia es válida para
todo
hombre, aun cuando no cuente con el inminente fin del mundo: la pobreza «de espíritu» es la actitud fundamental de la
vida sobria, sin pretensiones, confiada y despreocupada
, todo lo contrario de esa pretensión arrogante y presuntuosa, esa afanosa inquietud que a menudo se puede encontrar entre los económicamente débiles. La pobreza de espíritu es la
libertad interior de los bienes propios
, que debe realizarse de distinta manera en las distintas situaciones. Pero siempre de tal modo que los valores económicos no sean los valores supremos, que impere una escala de valores radicalmente nueva.

Jesús no pretendía interpelar solamente a un grupo o estrato determinado y mucho menos a aquellos grupos que se habían arrogado el honorífico título religioso de «los pobres» («los humildes», según los profetas y los salmos). Sus radicales exigencias atraviesan todos los estratos sociales y alcanzan a todo hombre, al rico con su codicia y al pobre con su envidia. Jesús tuvo compasión del pueblo, mas no sólo por razones económicas. Vivir solamente de pan es para todos una tentación. Como si el hombre no tuviera otras necesidades. En el contexto del Evangelio de Juan, concretamente en el relato de la multiplicación de los panes, es precisamente la falsa apetencia de pan la que ocasiona la gran discusión después de la cual la gran mayoría se aparta de Jesús: la gente busca sólo pan y saciarse, no a Jesús. Jesús no predica ni una sociedad de bienestar ni un comunismo utilitario. No «primero viene el comer, luego la moral» (B. Brecht)
[33]
, sino «primero el Reino de Dios y luego todo lo demás»
[34]
. También a los condenados de esta tierra les predica que hay otra cosa más importante, que ellos mismos, por encima de la satisfacción de las necesidades económicas, son pobres, míseros, explotados y necesitados en un sentido mucho más profundo.

En síntesis: todo hombre se encuentra siempre ante Dios y ante los hombres como un «pobre pecador», como mendigo que necesita misericordia y perdón. También el pequeño criado puede ser tan duro de corazón como el gran rey
[35]
. Ya en Isaías, al que cita Jesús en su respuesta al Bautista, los «pobres»
(anavim)
son los oprimidos en sentido lato: los vejados, los destrozados, los acobardados, los desesperados, los miserables. Y Jesús llama a sí a todos los miserables y perdidos, sea en necesidad externa (Lucas), sea en aflicción interior (Mateo), todos aquellos, en fin, que están fatigados y cargados, que llevan incluso el peso de la culpa. De todos ellos es él el abogado. Aquí es donde reside el auténtico escándalo.

c) Los fracasados morales

No era simplemente imperdonable que Jesús se ocupase de los enfermos, tullidos, leprosos y posesos, que tolerase junto a sí a las mujeres y a los niños, ni siquiera que estuviese de parte de los pobres y humildes. Lo imperdonable era que se mezclase con los
moralmente fracasados
, con los
descreídos
e
inmorales
públicos: con gente moral y políticamente reprobable, con existencias dudosas, equívocas, perdidas, desahuciadas, que anidan al margen de la sociedad cual plaga inevitable e inextirpable. Este fue el verdadero escándalo. ¿Era absolutamente necesario llegar hasta ese punto? Semejante comportamiento práctico es efectivamente muy distinto de todo comportamiento religioso en general, y en especial de la ética elitista (monacal, aristocrática o clasista) de las religiones orientales y aún más de la severa moral de las auténticas religiones de la Ley (judaísmo, mazdeísmo, islam).

Tal vez haya sido la comunidad quien retrospectivamente formuló esta frase general y programática: Jesús ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido
[36]
; no ha venido a invitar a los justos, sino a los pecadores
[37]
. Pero, en todo caso, hasta para los exégetas más críticos es incuestionable que Jesús, sea lo que fuere de la historicidad de sus palabras concretas, mantuvo un trato escandalosamente frecuente con los moralmente fracasados, los descreídos e inmorales, los que eran señalados con el dedo y discriminada y desdeñosamente denominados «pecadores». El injurioso apelativo de «comilón y borracho», del que ya hemos dicho que evidentemente no fue inventado por la comunidad, tiene todavía una continuación, de mucho mayor peso incluso: «amigo de recaudadores (publicanos) y descreídos»
[38]
.

Los
publicanos
eran los recaudadores de impuestos, pecadores por antonomasia, los fastidiosos pecadores por excelencia: profesionales de un negocio proscrito, odiados, estafadores y tramposos, enriquecidos al servicio de las fuerzas de ocupación, colaboracionistas y traidores a la causa nacional, afectados de impureza permanente, incapaces de penitencia por no poder saber a quién ni cuánto habían defraudado. ¡Y precisamente con estos sinvergüenzas profesionales tuvo que mezclarse Jesús! A este respecto, no tiene la menor importancia establecer hasta qué punto la narración del escandaloso convite en casa del jefe de recaudadores Zaqueo
[39]
y el relato de la aceptación del recaudador Leví en el círculo de los seguidores de Jesús
[40]
reflejan reminiscencias históricas; su historicidad, así como no puede darse previamente por supuesta, tampoco puede ser excluida de antemano, por el hecho sobre todo de que la llamada de Leví, hijo de Alfeo, ya viene narrada por Marcos. También es bastante elocuente el hecho de que los evangelios conozcan el nombre propio de no menos de tres publicanos entre los seguidores de Jesús. De todas formas, lo que sí se reconoce universalmente como histórico es el reproche de sus adversarios: éste acoge a los descreídos y come con ellos
[41]
.

Jesús no rehuía el trato con los
pecadores
, los sin ley, los transgresores de la Ley, aunque naturalmente también se le acercaban los justos. Se hospedó en casa de publicanos y pecadores públicos. «Este, si fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está tocando»: no es posible verificar si son leyendas o recuerdos o ambas cosas a la vez, es decir, relatos estereotipados; tanto el episodio de esta pecadora, de seguro una prostituta conocida en toda la ciudad, que tributa a Jesús un homenaje sin convenciones ni reconvenciones de ninguna clase ungiéndole los pies con perfumes
[42]
, como el otro, transmitido únicamente por Juan, tan sugestivo, de la mujer sorprendida en flagrante adulterio y que Jesús libra del acoso de los celadores de la Ley
[43]
. Entre los elementos más ciertos de la tradición se cuentan, en todo caso, la provocativa simpatía de Jesús hacia los pecadores y su solidarización con los descreídos e inmorales. Los depravados y proscritos encontraban en él, sin duda, un futuro. Y otro tanto aquellas mujeres sexualmente explotadas y encima despreciadas, víctimas, todos ellos, de una sociedad de «justos». Y son rotundas las palabras que aparecen en tales escenas: «Cuando muestra tanto agradecimiento es que le han perdonado sus pecados, que eran muchos». «El que no tenga pecado, que tire la primera piedra
[44]
.

Es innegable: Jesús andaba «en mala compañía
[45]
. En los evangelios no cesan de salir a escena gente dudosa, personas turbias, de las que los hombres de bien prefieren mantenerse a distancia. Contradiciendo a las esperanzas abrigadas por sus contemporáneos respecto al heraldo del reinado de Dios, Jesús se niega a representar el papel del asceta piadoso que rehuye los convites y, en especial, el trato con determinadas gentes. Sería ciertamente inexacto hacer romanticismo de su innegable «inclinación hacia los de abajo». No se trata de lo que suele decirse: «cada oveja con su pareja». Jesús no comparte un gusto malsano por la
dolce vita
, ni se siente atraído por los bajos fondos. Ni justifica el «ambiente», ni excusa culpa alguna. Pero también es innegable, según las noticias evangélicas, que Jesús, frente a todos los prejuicios y barreras sociales,
rechaza toda descalificación social
de grupos determinados y minorías desgraciadas.

¿Tendrá tal vez razón Günter Herburger en su novela, cuando ve a Jesús en Osaka entre los trabajadores inmigrados? Sin cuidarse de las habladurías a sus espaldas ni de las críticas en público, Jesús tuvo trato efectivo con los seres marginados, los proscritos sociales, los anatematizados religiosos, los discriminados y desclasados. Hizo causa común con ellos. Los aceptó sin más. No sólo predicó un amor abierto a todos los hombres, también lo practicó. Cierto que Jesús no se familiarizó con los círculos de mala reputación hasta el punto de llevar la misma vida que ellos. No se abajó al nivel de ellos, sino que los alzó hasta el suyo. Pero también es cierto que no se limitó a discutir con estos hombres de declarada mala fama; literalmente,
se sentó a la mesa con ellos
. ¡Imposible!, fue el indignado comentario.

¿Es que no se percataba de lo que hacía? ¿Es que no se daba cuenta de lo comprometido que podía resultar —antes como ahora— sentarse a la misma mesa? Uno tiene que pensar a quién invita y por quién se deja invitar y, en todo caso, a quién hay que excluir. Para un oriental estaba bien claro:
mesa común
significa algo más que simple cortesía y amabilidad. Mesa común significa paz, confianza, reconciliación, hermandad. Y todo esto, añadiría el verdadero judío creyente, no sólo ante los ojos de los hombres, sino ante los ojos de Dios. Todavía hoy, en las familias judías, el cabeza de familia parte al principio de la comida un trozo de pan, recitando una plegaria de bendición, para que cada uno, al tomar el fragmento que recibe, participe de la bendición que se invoca sobre todos. ¿Compartir la mesa con pecadores ante los ojos de Dios? Sí, exactamente eso. Como si la Ley no fuese la medida exacta para determinar con quién debe uno mantener contacto y quién pertenece a la comunidad de los piadosos…

Compartir la mesa con las personas proscritas por los piadosos no era expresión solamente de la tolerancia liberal y la mentalidad humanitaria de Jesús, sino también y sobre todo expresión de su misión y su mensaje: paz, reconciliación para todos sin excepción, incluso para los fracasados morales. Los piadosos entendieron todo esto como una violación de todas las normas éticas convencionales, como una demolición de la moral. ¿Tenían razón?

d) El derecho de la gracia

También el judaísmo conocía un Dios capaz de perdonar. Pero ¿perdonar a quién? A todo aquel que se ha transformado, que ha subsanado todo, que ha hecho penitencia, que ha borrado su culpa con sus actos (observancia de la Ley, votos, sacrificios, limosnas) y ha mostrado una mejor conducta de vida. En resumen: se perdona a aquel que de pecador se ha vuelto justo. Pero no al pecador: al pecador le alcanza el juicio, el castigo. ¡Esto es justicia!

Y ahora ¿ya no va a valer la secuencia: «primero actos y penitencia y después gracia»? ¿Ha de juzgarse abolido todo este sistema? ¿Es que ya no tiene validez lo que aparece tan claro en el
Deuteronomio
y en los libros de las
Crónicas
: que la fidelidad a la Ley es recompensada por Dios y castigada la infidelidad? ¿Cómo perdona Dios, el Dios santo,
sobre todo a los pecadores
, a los no santos, según dice este amigo de recaudadores y descreídos? Tal Dios sería un Dios de pecadores. Un Dios que ama más a los pecadores que a los
justos
.

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