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Authors: Hans Küng

Tags: #Ensayo, Religión

Ser Cristiano (23 page)

BOOK: Ser Cristiano
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c) ¿El Cristo de los «entusiastas»?

«Se busca a Jesucristo, alias el Mesías, Hijo de Dios, Rey de reyes, Señor de señores, Príncipe de la paz, etc., jefe conocido de un movimiento clandestino de liberación. Aspecto exterior: típico
hippy
(pelo largo, barba, túnica, sandalias). Suele merodear por los suburbios, tiene algunos amigos ricos, se retira al desierto. Atención: este hombre es sumamente peligroso. Están especialmente expuestos al contagio de su mensaje, insidioso y explosivo, aquellos jóvenes a quienes todavía no se les ha enseñado a ignorarlo. Cambia a los hombres y pretende hacerlos libres. Advertencia: todavía anda suelto por ahí». Así reza la mundialmente famosa orden de arresto de un diario cristiano
underground
de los Estados Unidos.

En todos los tiempos, al borde o al margen de la Iglesia oficial, se han dado
Jesus-Movements
carismáticos: llamadas inconformistas al verdadero Cristo originario contra el Cristo monopolizado por las Iglesias. Movimientos entusiastas, unas veces salvajemente revolucionarios, agresivos, violentos; otras veces apacibles, introvertidos, místicos. En la misma Iglesia antigua lo fueron los diversos tipos de entusiastas apocalípticos. Después, en la Edad Media, los espirituales, los flagelantes y los hermanos de los apóstoles; en el tiempo de la Reforma, los entusiastas y los bautistas. Más tarde, el pietismo radical en Alemania; los independientes, los cuáqueros y los hermanos de Plymouth en Inglaterra, y los distintos
reviváis
en los Estados Unidos. Finalmente, el movimiento pentecostal, que después del Vaticano II ha entrado de forma enteramente ortodoxa incluso en la Iglesia católica. Todas las formas posibles de movimientos carismáticos
[26]
.

En la cristiandad primitiva y en las épocas siguientes hubo también
solitarios
que siguieron a su Cristo propio, a menudo poco ortodoxo: en sus escritos, panfletos y novelas; a veces simplemente en su forma de vida. Larga sería la lista de los que ignoraron a su Iglesia, pero amaron a su Cristo: extraños intelectuales, teólogos, escritores y pintores figuran entre ellos. Discípulos de Jesús, locos de Jesús, estrafalarios de Jesús, desarrapados de Jesús
(Jesus-Freaks)
en rabiosa policromía, pero de cualquier modo no tan aburrida como la cristología ortodoxa grecolatina del segundo milenio, una vez concluidas las grandes controversias del Oriente. Y no se excluya al loco de Jesús de nuestro milenio, reconocido en todas las Iglesias: Francisco de Asís.

Quien conozca la historia no tiene por qué extrañarse de que hoy, después de tanto hablar de secularidad, evolución y revolución, Jesús haya vuelto a hacerse popular especialmente, según parece, entre los seculares, tanto evolucionarios como revolucionarios. Una vez que la «muerte de Dios» muere en la misma América con tanta rapidez y que Jesús, después de dos mil años, ha tenido el honor de «cubrir» por dos veces en el mismo año la portada de «Time»
[27]
, esos teólogos cristianos tan conscientes de su tiempo que acostumbran a cabalgar sobre la última ola para alcanzar —dicen— nuevas orillas, han diagnosticado que el viento ha vuelto a cambiar: de la secularidad a la religiosidad, de la vida pública a la interioridad, de la acción a la meditación, de la racionalidad a la sensibilidad, de la «muerte de Dios» al interés por la «vida eterna». Y puede que se deba realmente a esto: a que, por ser cristianos
todavía
, consideran hoy más importante ocuparse de Jesús que de Marx, Freud, Nietzsche y otros redentores de nuestros días.

Esta nueva orientación en boga podría ser aleccionadora para el futuro. Duren mucho o poco en cada caso estos movimientos religiosos, la Iglesia no debería emplearlos contra los movimientos revolucionarios. También ellos son en gran medida una protesta contra el Cristo de escayola domesticado en las Iglesias, que ni siente ni deja sentir el dolor. Mas no son siempre un signo de civismo y eclesialidad. Conservan muchos impulsos del movimiento revolucionario: la actitud de protesta contra la mentalidad de carrera y bienestar, contra la sociedad de producción y consumo, contra el mundo automatizado y manipulado de la técnica, contra el progreso incontrolado, contra la Iglesia institucional. Pero algunos de ellos están también impregnados de un estilo expresionista, de un toque de romanticismo, de irracionalismo en diversas formas. Por esto no resulta superfluo lo que hemos dicho anteriormente sobre la crítica cultural del humanismo revolucionario
[28]
.

También las dificultades iniciales de los jóvenes seguirán siendo las mismas por largo tiempo, es decir, prescindiendo de la situación general de la sociedad, los problemas con los padres, con los maestros, con los superiores, el trabajo, por lo general embrutecedor, y todo tipo de diversión, dudosa o no, hasta el vacío interior, el aburrimiento y la desesperación. Mas para algunos el objetivo de la búsqueda es otra vez distinto. Después de tantos desórdenes, manifestaciones y provocaciones, no buscan tanto la acción política revolucionaria como la paz interior, la seguridad, la alegría, la fuerza, el amor, el sentido de la vida. Así la
consciousness III
de Charles Reich
[29]
: Se trata de algo más que de unos fugaces sentimientos de los
hippies
y de una veneración por el compañero rebelde. Se trata de una conciencia distinta, de la trascendencia de la máquina, de la superación liberadora de la situación existente; se trata de escoger un nuevo estilo de vida, de desarrollar nuevas aptitudes humanas, una nueva independencia y una nueva responsabilidad personal; se trata de establecer un nuevo orden de valores y prioridades, de crear un hombre nuevo y asimismo una nueva sociedad. Sólo que entre los entusiastas de Jesús esta exigencia no es tan abstracta como en la citada
conciencia III
. Algunos de estos jóvenes de cabellos largos o cortos han perdido el miedo a la «religión», incluso el miedo de llamar a Jesús por su nombre. Después de haberlo experimentado todo (sexo y alcohol, hachís, marihuana, LSD y otras drogas capaces de «dilatar la conciencia»), Jesús les parece el mejor y más grande «viaje». «Los Beatles son más populares que Jesucristo»: a esta presuntuosa frase del
beatle
John Lennon en 1966, sigue en 1971 la canción
My sweet Lord, I really want to know you
del ex
beatle
George Harrison. La Biblia, la oración y el mismo bautismo son
in
, al menos momentáneamente.

No hay que exagerar el significado de todos estos síntomas. En todo ello hay mucho de moda, de negocio, de «cursilería», de exageración por parte de los medios informativos, ávidos de novedades, y de ciertos promotores, ávidos de lucro. Entra dentro del sistema el que toda protesta contra la comercialización sea comercializada a su vez. Como quiera que esto sea, dado que la droga sigue siendo para la policía americana el problema número uno (más de la mitad de los delitos de robo hay que atribuirlos al uso de la droga), hay que congratularse de que se ha encontrado remedio al menos para algunos de los cien mil drogadictos (preferentemente jóvenes) que se calcula que hay sólo en Nueva York
[30]
. El cristianismo, visto desde Jesús, no es, ciertamente, un sustitutivo de la droga; no se trata de sustituir el opio por un «opio del pueblo», ni un éxtasis por otro. Pero para algunos toxicómanos o desesperados de la vida el cristianismo, entendido desde Jesús,
puede
constituir una auténtica oportunidad de sacudir su entumecimiento y recuperar su actividad.

Sin embargo, ciertos críticos detectan en tales corrientes religiosas ingenuidad, romanticismo y desprecio de la razón, las tachan de credulidad infantil en los milagros, de entusiasmo misionero, de apatía política y social y de escapismo, e incluso las acusan de reaccionarias, restauradoras y contrarrevolucionarias. Todo ello puede entrar en juego, efectivamente. La cuestión es entonces: ¿por qué? Si tales movimientos religiosos son injustificadamente integrados por la derecha, son también condenados injustamente por la izquierda. De uno y otro lado están a la vez cerca y lejos. También muchos revolucionarios siguen apelando a Jesús. Pero lo más importante es que estas tendencias religiosas son clara muestra de que ni la ideología burguesa del progreso ni una crítica social superficialmente revolucionaria han sido capaces de satisfacer a la juventud. Como tampoco han bastado la cultura del bienestar ni la contracultura, el barullo de la civilización ni el vértigo de la droga, los humanismos evolutivos ni los humanismos revolucionarios. Hasta esos «liberales» superficiales, que creen encontrar la panacea en la pura y simple «liberalización», deberían comprender por lo menos que la juventud liberada también quiere saber para qué ha sido liberada. Tales «liberales» tratan en vano de escamotear la pregunta por el sentido de la totalidad y del individuo, y se quedan asombrados al máximo y hasta irritados de que la juventud, acostumbrada como está a una literatura enteramente libre de tabúes, encuentre ya aburridas las obscenidades —no todos son un Henry Miller o un D. H. Lawrence—, vuelva de nuevo al
Love Story
de Segal y al
Lobo de la estepa
o al
Siddharta
de Hermann Hesse y emprenda la búsqueda de la felicidad por otros derroteros, manteniendo su hostilidad hacia las instituciones, pero no lejos de la religión.

Sobre este trasfondo hay todavía otro fenómeno sorprendente. Y es que en el último tercio del siglo XX Jesús vuelve a hacerse actual, suscitando la misma fascinación de siempre por encima y más allá de todas esas modas (a las que habría que sumar el entrenamiento psicosensitivo y el giro hacia la mística del Lejano Oriente). Y no ya únicamente el Jesús rebelde, compañero de lucha contra la guerra y la inhumanidad, sino también el Jesús sacrificado, víctima de la que todos abusan, el Jesús cercano, accesible como ninguno, símbolo permanente de pureza, alegría, entrega total y verdadera vida. Por extrañas que parezcan a burgueses ahítos cosas como revolución de Jesús, «viaje» de Dios, bautismo o terapia del Espíritu Santo, ¿no podrían ser una nueva expresión de los más antiguos anhelos de la humanidad, de un hambre —imposible de apagar definitivamente— de verdadera vida, de verdadera libertad, de verdadero amor, de verdadera paz?

¿Quién hubiera pensado que habría de tomarse precisamente en este sentido el último mensaje, tan secular, del musical
Hair
: «La vida puede volver a empezar desde dentro dejad entrar su luz dentro de vosotros»? Jesús en ese mensaje sólo aparece marginalmente: «Mi pelo, como Jesús lo llevó. Aleluya; así me gusta a mí… María amaba a su hijo; ¿por qué mi madre no me quiere a mí»? ¿Por qué ha de sorprender que algunos jóvenes, visto el fracaso de tantas revueltas y lo bien —demasiado bien— que han resultado tantas orgías y homicidios de
hippies
, piensen que la vida, tan machaconamente cantada en la «canción del sol», no puede vivirse con sentido si no es con otro tipo de interioridad y fraternidad, con altruismo, con pureza de corazón, con un amor que sea algo más que sexo? La pregunta por el
sentido
de la vida, por una vida lograda, satisfactoria, feliz, plena y recta, no se puede eliminar, no se puede borrar del mapa ni mediante el análisis de la psique ni mediante la transformación de la sociedad. Por eso muchos vuelven a estar hoy convencidos de encontrar respondida precisamente en Jesús aquella pregunta que en
Hair
se formula así:

¿Adonde voy?

¿Sigo a mi corazón?

¿Sabe mi mano hacia dónde camino?

¿Por qué vivir, para morir luego?

De verdad no sé

si alguna vez lo entenderé
.

¿De dónde vengo?

¿Adonde voy?

Decidme para qué
,

decidme de dónde
,

decidme hacia dónde
,

decidme en qué

se encuentra el sentido
.

Digámoslo otra vez: pese a todos los aspectos positivos de estos movimientos carismáticos de Jesús, hay que prevenir seriamente contra el peligro de vincular el futuro del cristianismo a cualesquiera modas u «olas», de basarlo en emociones, histerias o ideologías delirantes. También los movimientos entusiastas, a menudo simbiosis de contracultura rebelde y biblicismo conservador, son ambivalentes. A veces, incluso en un mismo individuo, son una mezcolanza de religiosidad dudosa, verdadera religión y fe cristiana. Tienen su momento de esplendor, luego evolucionan y, al fin, casi siempre quedan sólo sus rastros. Los movimientos entusiastas monopolizan a su Cristo, a la par que lo adoran. De todos modos el verdadero Cristo no es ese
Superstar
que se deja «hacer», «fabricar», «componer», «poner en escena» e incluso «consumir».

El cristianismo no puede confundirse con el negocio del espectáculo y la droga.

Nada hay que reprochar a la conjunción del cristianismo con una música fascinante; su fecundidad bien manifiesta está en la historia de la música, desde el canto gregoriano hasta Igor Stravinsky, Krzysztof Penderecki y los espirituales negros. Tampoco hay nada especial que reprochar a la composición de temas bíblicos en ritmo
beat
o
rock
. Que otros juzguen la calidad de los resultados obtenidos de la mezcla de los Rolling Stones, los Beatles, Sergei Prokofiev, Carl Orff y Richard Strauss. En cualquier caso los evangelios no pueden manipularse para hacer una mezcla sobre los siete últimos días de Jesús, aunque sea conforme a la introducción de la obra
Life of Christ
, del benemérito obispo Fulton J. Sheen
[31]
. Si el Cristo devocional de una determinada piedad cristiana y el Dios del más allá de un dogmatismo cristológico no tienen base en los evangelios, tampoco la tiene el ídolo, en exceso terreno, de los extáticos y drogadictos. Nada hay que reprochar a los jóvenes ingleses Lloyd Webber y Tim Rice, autores primero de las canciones, después del disco, más tarde del musical y finalmente de la película
Jesucristo Superstar
, los cuales se sintieron fascinados por el «increíble drama» de la historia de Jesús y contrataron al hábil y cambiante director de
Hair
(T. O'Horgan:
The swing is back to the superrational consciousness
) para realizar la magnífica y refinada puesta en escena de su lucrativa ópera
rock
en Broadway. Puede que alguien diga que esta gente no entiende nada de religión ni de Jesús, pero también cabe replicar preguntando si aquellos que entienden más han sabido acaso hacérselo comprensible a los demás y, en especial, a los jóvenes. Quien juzgue que en estas obras u otras semejantes se violenta sacrílegamente la historia de Jesús, piense también con cuánta frecuencia se la ha trivializado en el pasado por mor de la piedad. Quien critique que ahí sólo aparece la humanidad de Jesús, pregúntese si en las iglesias no se ha mostrado demasiadas veces exclusivamente su divinidad. Quien se lamente de que ahí se pasa por alto la resurrección, recuerde cuántas veces en algunas teologías la crucifixión no ha pasado de ser un lamentable incidente entre la encarnación y la resurrección.

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