Authors: Jordi Sierra i Fabra
Se ocultó.
No se habÃa puesto nada especial. No se habÃa arreglado. No se habÃa lavado el pelo. El comentario de Elisabet la noche anterior acerca de su aspecto la hizo sentirse molesta, con ella y consigo misma. Si iba hecha una princesa, él pensarÃa que era por la cita. Pero negarse el derecho de estar más guapa y presentable... ¿Acaso no era una estupidez supina? Para salir con cualquier chico se habrÃa adecentado.
âEstás hecha un lÃo, ¿vale?
Miró la salida del parque. Por ella entraban matrimonios con hijos, abuelos con nietos, parejas de todas las edades. Por ella llegarÃa a su casa en tres minutos.
Luego miró a Rogelio.
El estanque.
Cerró los ojos, se guardó la cámara en el bolsillo trasero de sus vaqueros y se dirigió a su cita con el destino.
Ya pensarÃa luego en todo lo demás.
CONVERSACIONES
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Rogelio estaba de espaldas, de cara al estanque, quieto, tal vez observando el agua, aunque pudiera estarla buscando arriba y abajo con el rabillo del ojo.
Beatriz se acercó despacio, admirando la figura masculina, la estatura, la anchura de los hombros, la consistencia del trasero.
Elisabet decÃa que los brazos y el trasero de los hombres determinaban el resto.
Se detuvo a dos metros escasos.
Tomó aire.
No le temblaban las piernas. De pronto volvÃa a estar tranquila. No sentÃa ya la tensión ni la nube de algodón espesándose en su mente.
No pasaba nada.
PodÃa ser, incluso, divertido.
âHola.
Lo sobresaltó. Rogelio se dio la vuelta. Al verla, iluminó su rostro con una sonrisa abierta. El trasfondo tÃmido pareció desaparecer casi al instante. Una sombra fugaz.
Por fin, cara a cara.
âHola ârespondió.
No hubo besos en las mejillas.
Ninguno se atrevió a dar el primer y más elemental paso, habitual en otras circunstancias.
Asà que echaron a andar.
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Lo hicieron en dirección a la zona más tranquila, la que daba a la calle Ferrán Agulló, para huir de la de los juegos infantiles o la que vibraba en torno al estanque. Por allÃ, el Turó se convertÃa en un oasis mucho más relajado y silencioso. Claro que dadas las reducidas dimensiones del parque, uno podÃa llegar a cualquiera de sus extremos sin darse cuenta, retroceder y volver a cruzarlo en escasos minutos, por lento que fuera el paso.
â¿Te gusta este parque?
âSà âadmitió Beatriz ante la primera pregunta de su compañero.
â¿Porque está cerca de tu casa?
âCreo que es diferente. El amor está en el aire.
â¿Qué? âSe asombró del comentario.
â¿No lo has visto? âBeatriz abarcó el espacio verde con su miradaâ. El amor está en el aire.
âComo en cualquier parque.
âNo, aquà es distinto.
â¿Por qué?
âMira a tu alrededor. Estás en el corazón de uno de los barrios más exclusivos de Barcelona, como lo llaman ahora, y en una de las zonas más pijas y selectas, como sabemos los que no nos sentimos pijos. Niños con criadas filipinas o dominicanas cuidándolos; hijos de altos cargos bancarios, ejecutivos o personajes de la
jet
; tipos con Rolex de oro, Porsche o BMW carÃsimos; señoras que se pasan el dÃa en el Iradier más que en el DIR que está aquà al lado, porque es más chic y de alto
standing
; perros de lujo trotando majestuosos mientras los Fred Perry y los Farrutx de sus amos intiman sobre la hierba; ancianas que nunca pisarán un geriátrico, con sus asistentas no menos filipinas o peruanas pendientes de ellas; clase, nivel... Aquà las parejas son más auténticas. No tienen más remedio que serlo. Es fácil andar de novios en un barrio pobre, todos solidarios con todos, atrapados por las mismas miserias y agarrados a los mismos sueños. Pero serlo aquà tiene mérito. Aquà el amor es mucho más necesario. Por eso flota en el aire, queda pegado en cada banco, se mueve como un eco que arrastra cada palabra de amor pronunciada entre susurros.
Rogelio la contempló impresionado.
â¡Jesús! âexclamóâ. Yo creÃa que era sólo un parque.
âY es un parque, pero diferente, como te he dicho.
â¿No eres un poco dura?
âPara nada.
âPero tú vives en este barrio.
âNacà en él, y vivo en la casa que fue de los padres de mi padre y en la que ahora vivimos mi madre, mi hermana pequeña y yo. Pero ya te he dicho que no me siento pija ni soy ciega o estúpida.
â¿Tu padre...?
âEstán divorciados. Vive con otra.
âCreÃa que habÃa muerto. Por la forma de decirlo...
âEs el hombre más importante de mi vida.
Se quedó sin argumentos para seguir. Un padre muerto le habrÃa permitido decir «lo siento», que siempre son dos palabras adecuadas y útiles para todo. Un «lo siento» en el momento adecuado hermanaba, unÃa, daba pie a sumas emocionales más que a restas momentáneas.
Beatriz no dejó que el silencio se apoderara de ellos.
â¿Has leÃdo el periódico de hoy?
âNo.
â¿No has mirado ninguno? âse extrañó.
âNo, ¿por qué?
âNo dejan muy bien a tus chicos.
Se habÃa olvidado de ellos, del concierto de la noche pasada. Inexplicable pero cierto.
âMe he levantado tarde âargumentó.
âQue se los carguen es grave, ¿no?
âEn realidad, lo que dice la crÃtica musical nunca afecta a las ventas de discos, ni los crÃticos cinematográficos influyen en la asistencia a una sala para ver una pelÃcula. La gente o no lee las crÃticas, o las lee y pasa de ellas, o quiere comprobar por sà misma las cosas, sin necesidad de que un listillo les diga si es bueno o malo. Pero asÃ, entre nosotros, pues sÃ, es malo. Jode.
Beatriz dijo entonces las dos palabras que el azar le habÃa negado a él unos segundos antes.
âLo siento.
â¿Lo dices en serio?
âPues claro.
âCreÃa que reafirmando tu valoración del grupo te sentirÃas feliz, o mejor, o las dos cosas a la vez.
â¿Crees que me alegra que algo o alguien fracase? âprotestó ella.
âPerdona.
âY además, no me digas que tú no lo intuÃas, o lo sabÃas de antemano.
âEs posible.
âVenga, en serio. ¿Te gusta Brainglobalnoise?
âNo se trata de si me gustan o no.
âYo creo que sÃ. ¿Puedo preguntarte algo?
âSÃ.
â¿Algo Ãntimo y privado?
âAdelante.
â¿Por qué haces esto?
âEs mi trabajo.
âPareces mucho más auténtico que todo eso.
â¿Cómo lo sabes?
âLo sé.
âNos hemos visto tres veces con ésta.
âLo sé âinsistió ella.
âEres sorprendente.
âNo. Sólo abro los ojos. La gente, por lo general, lleva la verdad escrita en la cara. Lo único que hay que hacer es tratar de leerla. Algunos la ocultan bajo una máscara. Pero siempre se les acaba cayendo, en un momento u otro.
QuerÃa preguntarle la edad, saber si tenÃa diecinueve, dieciocho... Si era mayor de edad...
No se atrevió.
â¿Tú nunca has hecho nada en la vida en lo que no hayas creÃdo previamente?
âYo estoy en la edad de tragar. Cuando tenga la tuya, espero hacer lo que quiera, cuando quiera y como quiera. Ãse es mi sueño.
âUn sueño difÃcil.
âSi vas a soltarme un rollo cargado de experiencia, cállate. Paso de él, ¿vale?
âEres dura.
â¿Yo? Qué va.
Estaban en la parte de arriba. No podÃan avanzar más. HabÃan caminado apenas rozándose con los brazos, cruzados sobre el pecho los de ella, en los bolsillos los de él. Rogelio señaló un banco, y más allá, a lo lejos, el bar.
â¿Nos sentamos, tomamos algo?
âNo, quiero caminar ârechazó Beatriz.
Y lo hicieron, parque abajo.
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Nuevo curso, nuevo giro en la conversación.
âPareces saber mucho de música.
âMe gusta.
â¿La música o saber de ella?
âLas dos cosas. Para mà es importante saber de dónde vienen las cosas, el origen. Hace más fácil comprenderlas. No entiendo cómo un chico de hoy puede amar a un cantante, un grupo, un guitarra, y despreciar el pasado o pasar de él. Seguro que ese artista ha bebido de las raÃces, en una forma u otra. Cada generación se forja con lo mejor de la anterior. Nadie es tan fantástico hoy en dÃa como para crear nada nuevo por sà mismo. Un guitarra tiene que haber oÃdo a los grandes, Eric Clapton, Jimi Hendrix o Jimmy Page, igual que ellos crecieron con los padres del blues o el rhythm and blues, y éstos, con los pioneros que cambiaron las raÃces de la música americana en la primera mitad del siglo pasado. ¿Sabes la de buena música que hay perdida ahà atrás, sin que la gente de ahora le haga el menor caso?
âLa mayorÃa...
âLa mayorÃa no escucha, sólo oye âlo interrumpió vehemente.
âMe gusta tu pasión âreconoció Rogelio.
âNo es pasión, es sentido común.
âPero hablas de los años 60, y los 70...
â¿Y tú me dices eso? ¿No trabajas en el mundo de la música?
âYo soy más bien de los 80.
âNo se trata de ser de los 80 o los 90, sino de saber qué pasó, cómo pasó y por qué pasó.
âCuéntame tu versión.
â¿De veras quieres una clase teórica? âse asombró Beatriz.
â¿Por qué no? Es el momento perfecto en una tarde perfecta y en un lugar perfecto. âAbrió las manos como si abarcara el parque entero.
âEl rock and roll fue el motor de cambio más importante de la historia del siglo
XX
. Y no lo digo yo, en plan fan o loca por la música, sino la realidad. El rock rompió con todo, hubo un antes y un después. Fue la voz de una nueva generación, la que estaba harta de que sus padres les hablasen del desembarco de Iwo Yima o NormandÃa. Por eso intentaron cortarle las alas sin éxito. Los pioneros eran negros, Chuck Berry, Little Richard, y eso molestaba. Cuando aparece Elvis Presley, guapo y con esa voz única, Estados Unidos se rinde al rock and roll. Lo siguen Jerry Lee Lewis, Buddy Holly y otros. Pero duró poco. Cuando Elvis se marchó al servicio militar, consiguieron desmantelarlo: mandaron a Berry a la cárcel mediante una encerrona, Little Richard lo dejó para hacerse religioso, a Jerry Lee Lewis lo hundieron por casarse con su prima de trece años, algo normal en los estados sureños por entonces, y Buddy Holly se mató en un accidente de aviación. Los primeros años 60 fueron adulterados por blancos puros y el rock perdió su energÃa, hasta que los Beatles primero y los Rolling Stones después lo rescataron. Con los años 60, del 63 al 68, reinó el pop, fue maravilloso, una delicia, pero su insustancialidad hizo que los principales lÃderes se replantearan el futuro, asÃ, cuando acaba el pop en 1968, la música entra en su verdadera dimensión. Ãse fue el gran tiempo del cambio, Led Zeppelin, Chicago, Santana, Al Kooper, Genesis, Yes, supergrupos como Emerson, Lake & Palmer... Dios, habrÃa dado lo que fuera por estar ahà y verlos en directo. Tuvo que ser... En 1972, la música desbancó al cine y la televisión y se erigió en cabeza de los medios de entretenimiento en Estados Unidos. La venta de discos y los grandes conciertos lo eran todo. Pero llegó la cuarta guerra árabe-israelÃ, porque les ponÃan números y todo, y se acabó la historia. Desde octubre del 73, con la crisis del petróleo, ya nada fue igual. Llegó el
punk
, autodestructor, la música disco, el resurgir pop con las nuevas tecnologÃas de comienzos de los años 80, y el largo declive hasta hoy. FÃjate que antes del 73 habÃa cien estrellas, pero después... dime alguna aparte de Queen, U2 o Springsteen.
Rogelio la miró apabullado. HabÃa sido una larga pero concisa perorata. Un manual de primera mano. Conocer a alguien como Beatriz le fascinaba, pero escucharla hablar de música, que era igual que si le abriera su corazón...
âComprendo que no te gusten Brainglobalnoise.
âEs que hay dos tipos de artistas âprotestó ellaâ. El que se mantiene fiel a su ideologÃa, a su música, a aquello en lo que cree, y supera el paso del tiempo, y el que sólo vive en ese tiempo, en el momento, le da al público lo que quiere o necesita y luego pasa al olvido, porque no deja la menor huella. Si a un cantante le dicen: «PÃntate el pelo de verde, viste de rojo, con una pierna al aire libre, tatúate y que tu primera canción tenga muchos tacos para ser escandalosa. Con eso tendrás el éxito asegurado», tiene dos opciones. Decir sà y convertirse en un producto manipulado, de éxito momentáneo, capaz de durar dos o tres años, o decir no, perderse ese éxito momentáneo, pero asegurarse que dentro de diez o veinte años seguirá tocando, seguirá siendo músico. Por Dios, Rogelio, que el mundo de la música tiene un pasado repleto de tumbas de tÃos y tÃas de éxito efÃmero a los veinte años y de los que ya casi nadie, salvo un puñado de fans, se acordaba a los veinticinco.
âPero tampoco se acuerda nadie hoy de muchos de los grandes de los años 70.
â¡Una cosa es la ignorancia, otra muy distinta que esa gente haya pasado al olvido!
El grito hizo que algunas personas los miraran. Rogelio bajó la cabeza instintivamente. Fue un error y lo supo, porque Beatriz se dio cuenta de ello. HabÃan rebasado la zona del bar, que quedaba a su derecha, y llegaban ya casi a la entrada del parque por Pau Casals.