Sólo tú (18 page)

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Authors: Jordi Sierra i Fabra

BOOK: Sólo tú
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Se ocultó.

No se había puesto nada especial. No se había arreglado. No se había lavado el pelo. El comentario de Elisabet la noche anterior acerca de su aspecto la hizo sentirse molesta, con ella y consigo misma. Si iba hecha una princesa, él pensaría que era por la cita. Pero negarse el derecho de estar más guapa y presentable... ¿Acaso no era una estupidez supina? Para salir con cualquier chico se habría adecentado.

—Estás hecha un lío, ¿vale?

Miró la salida del parque. Por ella entraban matrimonios con hijos, abuelos con nietos, parejas de todas las edades. Por ella llegaría a su casa en tres minutos.

Luego miró a Rogelio.

El estanque.

Cerró los ojos, se guardó la cámara en el bolsillo trasero de sus vaqueros y se dirigió a su cita con el destino.

Ya pensaría luego en todo lo demás.

Capítulo 11

CONVERSACIONES

 

 

 

Rogelio estaba de espaldas, de cara al estanque, quieto, tal vez observando el agua, aunque pudiera estarla buscando arriba y abajo con el rabillo del ojo.

Beatriz se acercó despacio, admirando la figura masculina, la estatura, la anchura de los hombros, la consistencia del trasero.

Elisabet decía que los brazos y el trasero de los hombres determinaban el resto.

Se detuvo a dos metros escasos.

Tomó aire.

No le temblaban las piernas. De pronto volvía a estar tranquila. No sentía ya la tensión ni la nube de algodón espesándose en su mente.

No pasaba nada.

Podía ser, incluso, divertido.

—Hola.

Lo sobresaltó. Rogelio se dio la vuelta. Al verla, iluminó su rostro con una sonrisa abierta. El trasfondo tímido pareció desaparecer casi al instante. Una sombra fugaz.

Por fin, cara a cara.

—Hola —respondió.

No hubo besos en las mejillas.

Ninguno se atrevió a dar el primer y más elemental paso, habitual en otras circunstancias.

Así que echaron a andar.

 

 

Lo hicieron en dirección a la zona más tranquila, la que daba a la calle Ferrán Agulló, para huir de la de los juegos infantiles o la que vibraba en torno al estanque. Por allí, el Turó se convertía en un oasis mucho más relajado y silencioso. Claro que dadas las reducidas dimensiones del parque, uno podía llegar a cualquiera de sus extremos sin darse cuenta, retroceder y volver a cruzarlo en escasos minutos, por lento que fuera el paso.

—¿Te gusta este parque?

—Sí —admitió Beatriz ante la primera pregunta de su compañero.

—¿Porque está cerca de tu casa?

—Creo que es diferente. El amor está en el aire.

—¿Qué? —Se asombró del comentario.

—¿No lo has visto? —Beatriz abarcó el espacio verde con su mirada—. El amor está en el aire.

—Como en cualquier parque.

—No, aquí es distinto.

—¿Por qué?

—Mira a tu alrededor. Estás en el corazón de uno de los barrios más exclusivos de Barcelona, como lo llaman ahora, y en una de las zonas más pijas y selectas, como sabemos los que no nos sentimos pijos. Niños con criadas filipinas o dominicanas cuidándolos; hijos de altos cargos bancarios, ejecutivos o personajes de la
jet
; tipos con Rolex de oro, Porsche o BMW carísimos; señoras que se pasan el día en el Iradier más que en el DIR que está aquí al lado, porque es más chic y de alto
standing
; perros de lujo trotando majestuosos mientras los Fred Perry y los Farrutx de sus amos intiman sobre la hierba; ancianas que nunca pisarán un geriátrico, con sus asistentas no menos filipinas o peruanas pendientes de ellas; clase, nivel... Aquí las parejas son más auténticas. No tienen más remedio que serlo. Es fácil andar de novios en un barrio pobre, todos solidarios con todos, atrapados por las mismas miserias y agarrados a los mismos sueños. Pero serlo aquí tiene mérito. Aquí el amor es mucho más necesario. Por eso flota en el aire, queda pegado en cada banco, se mueve como un eco que arrastra cada palabra de amor pronunciada entre susurros.

Rogelio la contempló impresionado.

—¡Jesús! —exclamó—. Yo creía que era sólo un parque.

—Y es un parque, pero diferente, como te he dicho.

—¿No eres un poco dura?

—Para nada.

—Pero tú vives en este barrio.

—Nací en él, y vivo en la casa que fue de los padres de mi padre y en la que ahora vivimos mi madre, mi hermana pequeña y yo. Pero ya te he dicho que no me siento pija ni soy ciega o estúpida.

—¿Tu padre...?

—Están divorciados. Vive con otra.

—Creía que había muerto. Por la forma de decirlo...

—Es el hombre más importante de mi vida.

Se quedó sin argumentos para seguir. Un padre muerto le habría permitido decir «lo siento», que siempre son dos palabras adecuadas y útiles para todo. Un «lo siento» en el momento adecuado hermanaba, unía, daba pie a sumas emocionales más que a restas momentáneas.

Beatriz no dejó que el silencio se apoderara de ellos.

—¿Has leído el periódico de hoy?

—No.

—¿No has mirado ninguno? —se extrañó.

—No, ¿por qué?

—No dejan muy bien a tus chicos.

Se había olvidado de ellos, del concierto de la noche pasada. Inexplicable pero cierto.

—Me he levantado tarde —argumentó.

—Que se los carguen es grave, ¿no?

—En realidad, lo que dice la crítica musical nunca afecta a las ventas de discos, ni los críticos cinematográficos influyen en la asistencia a una sala para ver una película. La gente o no lee las críticas, o las lee y pasa de ellas, o quiere comprobar por sí misma las cosas, sin necesidad de que un listillo les diga si es bueno o malo. Pero así, entre nosotros, pues sí, es malo. Jode.

Beatriz dijo entonces las dos palabras que el azar le había negado a él unos segundos antes.

—Lo siento.

—¿Lo dices en serio?

—Pues claro.

—Creía que reafirmando tu valoración del grupo te sentirías feliz, o mejor, o las dos cosas a la vez.

—¿Crees que me alegra que algo o alguien fracase? —protestó ella.

—Perdona.

—Y además, no me digas que tú no lo intuías, o lo sabías de antemano.

—Es posible.

—Venga, en serio. ¿Te gusta Brainglobalnoise?

—No se trata de si me gustan o no.

—Yo creo que sí. ¿Puedo preguntarte algo?

—Sí.

—¿Algo íntimo y privado?

—Adelante.

—¿Por qué haces esto?

—Es mi trabajo.

—Pareces mucho más auténtico que todo eso.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo sé.

—Nos hemos visto tres veces con ésta.

—Lo sé —insistió ella.

—Eres sorprendente.

—No. Sólo abro los ojos. La gente, por lo general, lleva la verdad escrita en la cara. Lo único que hay que hacer es tratar de leerla. Algunos la ocultan bajo una máscara. Pero siempre se les acaba cayendo, en un momento u otro.

Quería preguntarle la edad, saber si tenía diecinueve, dieciocho... Si era mayor de edad...

No se atrevió.

—¿Tú nunca has hecho nada en la vida en lo que no hayas creído previamente?

—Yo estoy en la edad de tragar. Cuando tenga la tuya, espero hacer lo que quiera, cuando quiera y como quiera. Ése es mi sueño.

—Un sueño difícil.

—Si vas a soltarme un rollo cargado de experiencia, cállate. Paso de él, ¿vale?

—Eres dura.

—¿Yo? Qué va.

Estaban en la parte de arriba. No podían avanzar más. Habían caminado apenas rozándose con los brazos, cruzados sobre el pecho los de ella, en los bolsillos los de él. Rogelio señaló un banco, y más allá, a lo lejos, el bar.

—¿Nos sentamos, tomamos algo?

—No, quiero caminar —rechazó Beatriz.

Y lo hicieron, parque abajo.

 

 

Nuevo curso, nuevo giro en la conversación.

—Pareces saber mucho de música.

—Me gusta.

—¿La música o saber de ella?

—Las dos cosas. Para mí es importante saber de dónde vienen las cosas, el origen. Hace más fácil comprenderlas. No entiendo cómo un chico de hoy puede amar a un cantante, un grupo, un guitarra, y despreciar el pasado o pasar de él. Seguro que ese artista ha bebido de las raíces, en una forma u otra. Cada generación se forja con lo mejor de la anterior. Nadie es tan fantástico hoy en día como para crear nada nuevo por sí mismo. Un guitarra tiene que haber oído a los grandes, Eric Clapton, Jimi Hendrix o Jimmy Page, igual que ellos crecieron con los padres del blues o el rhythm and blues, y éstos, con los pioneros que cambiaron las raíces de la música americana en la primera mitad del siglo pasado. ¿Sabes la de buena música que hay perdida ahí atrás, sin que la gente de ahora le haga el menor caso?

—La mayoría...

—La mayoría no escucha, sólo oye —lo interrumpió vehemente.

—Me gusta tu pasión —reconoció Rogelio.

—No es pasión, es sentido común.

—Pero hablas de los años 60, y los 70...

—¿Y tú me dices eso? ¿No trabajas en el mundo de la música?

—Yo soy más bien de los 80.

—No se trata de ser de los 80 o los 90, sino de saber qué pasó, cómo pasó y por qué pasó.

—Cuéntame tu versión.

—¿De veras quieres una clase teórica? —se asombró Beatriz.

—¿Por qué no? Es el momento perfecto en una tarde perfecta y en un lugar perfecto. —Abrió las manos como si abarcara el parque entero.

—El rock and roll fue el motor de cambio más importante de la historia del siglo
XX
. Y no lo digo yo, en plan fan o loca por la música, sino la realidad. El rock rompió con todo, hubo un antes y un después. Fue la voz de una nueva generación, la que estaba harta de que sus padres les hablasen del desembarco de Iwo Yima o Normandía. Por eso intentaron cortarle las alas sin éxito. Los pioneros eran negros, Chuck Berry, Little Richard, y eso molestaba. Cuando aparece Elvis Presley, guapo y con esa voz única, Estados Unidos se rinde al rock and roll. Lo siguen Jerry Lee Lewis, Buddy Holly y otros. Pero duró poco. Cuando Elvis se marchó al servicio militar, consiguieron desmantelarlo: mandaron a Berry a la cárcel mediante una encerrona, Little Richard lo dejó para hacerse religioso, a Jerry Lee Lewis lo hundieron por casarse con su prima de trece años, algo normal en los estados sureños por entonces, y Buddy Holly se mató en un accidente de aviación. Los primeros años 60 fueron adulterados por blancos puros y el rock perdió su energía, hasta que los Beatles primero y los Rolling Stones después lo rescataron. Con los años 60, del 63 al 68, reinó el pop, fue maravilloso, una delicia, pero su insustancialidad hizo que los principales líderes se replantearan el futuro, así, cuando acaba el pop en 1968, la música entra en su verdadera dimensión. Ése fue el gran tiempo del cambio, Led Zeppelin, Chicago, Santana, Al Kooper, Genesis, Yes, supergrupos como Emerson, Lake & Palmer... Dios, habría dado lo que fuera por estar ahí y verlos en directo. Tuvo que ser... En 1972, la música desbancó al cine y la televisión y se erigió en cabeza de los medios de entretenimiento en Estados Unidos. La venta de discos y los grandes conciertos lo eran todo. Pero llegó la cuarta guerra árabe-israelí, porque les ponían números y todo, y se acabó la historia. Desde octubre del 73, con la crisis del petróleo, ya nada fue igual. Llegó el
punk
, autodestructor, la música disco, el resurgir pop con las nuevas tecnologías de comienzos de los años 80, y el largo declive hasta hoy. Fíjate que antes del 73 había cien estrellas, pero después... dime alguna aparte de Queen, U2 o Springsteen.

Rogelio la miró apabullado. Había sido una larga pero concisa perorata. Un manual de primera mano. Conocer a alguien como Beatriz le fascinaba, pero escucharla hablar de música, que era igual que si le abriera su corazón...

—Comprendo que no te gusten Brainglobalnoise.

—Es que hay dos tipos de artistas —protestó ella—. El que se mantiene fiel a su ideología, a su música, a aquello en lo que cree, y supera el paso del tiempo, y el que sólo vive en ese tiempo, en el momento, le da al público lo que quiere o necesita y luego pasa al olvido, porque no deja la menor huella. Si a un cantante le dicen: «Píntate el pelo de verde, viste de rojo, con una pierna al aire libre, tatúate y que tu primera canción tenga muchos tacos para ser escandalosa. Con eso tendrás el éxito asegurado», tiene dos opciones. Decir sí y convertirse en un producto manipulado, de éxito momentáneo, capaz de durar dos o tres años, o decir no, perderse ese éxito momentáneo, pero asegurarse que dentro de diez o veinte años seguirá tocando, seguirá siendo músico. Por Dios, Rogelio, que el mundo de la música tiene un pasado repleto de tumbas de tíos y tías de éxito efímero a los veinte años y de los que ya casi nadie, salvo un puñado de fans, se acordaba a los veinticinco.

—Pero tampoco se acuerda nadie hoy de muchos de los grandes de los años 70.

—¡Una cosa es la ignorancia, otra muy distinta que esa gente haya pasado al olvido!

El grito hizo que algunas personas los miraran. Rogelio bajó la cabeza instintivamente. Fue un error y lo supo, porque Beatriz se dio cuenta de ello. Habían rebasado la zona del bar, que quedaba a su derecha, y llegaban ya casi a la entrada del parque por Pau Casals.

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