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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Humor, Relato

Superviviente (13 page)

BOOK: Superviviente
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Ya, ya, pienso yo. También he pasado por eso.

—Deprisa —me dice—. Los bomberos llegarán en un par de minutos.

Me coge las manos y dice:

—No podemos desaprovechar este cha-cha-cha.

Un, dos, cha-cha-cha. Bailamos, tres, cuatro, cha-cha-cha.

Y así es como nos encuentran.

32

La semana que viene explotará una gasolinera. Hay una tienda de animales de la que se van a escapar los canarios, la colección completa de centenares de canarios. Fertility lo ha anticipado todo sueño tras sueño. En este momento hay una tubería en un hotel que gotea. Desde hace semanas, el agua se ha ido filtrando en las paredes y ha disuelto el yeso, ha ido pudriendo la madera, ha oxidado el metal, y a las tres y cuatro de la tarde del martes la gigantesca araña de cristal que cuelga sobre el vestíbulo se desplomará.

En su sueño, ella oye el tintineo de los comosellamen de cristal engastado y ve luego una lluvia de polvo de yeso. De uno de los brazos de la araña salta la cabeza de un perno oxidado. En su sueño, el perno cae con un
plop
junto a un viejo y su equipaje. Éste lo recoge y le da vueltas en la mano, y observa el óxido y el brillo del acero bajo la rotura de desgaste.

Una mujer llega arrastrando su equipaje y le pregunta al hombre si está en la cola. El viejo le dice que no. La mujer dice:

—Gracias.

El recepcionista toca la campanilla y dice:

—¡Por favor, a recepción!

Un botones se acerca.

En ese momento cae la araña.

Así de exactos son los sueños de Fertility, y en cada sueño procura buscar un nuevo detalle. La mujer lleva un traje chaqueta rojo con un cinturón de cadenilla de oro de Christian Dior. El viejo tiene ojos azules. En la mano con la que sostiene el perno lleva una alianza de oro. El botones tiene la oreja perforada, pero se ha quitado el pendiente.

Tras el mostrador de recepción, me cuenta Fertility, hay un recargado reloj barroco con marco de plomo dorado en el que la esfera del reloj está sujeta por conchas marinas y delfines. Son las tres y cuatro minutos de la tarde.

Fertility me contó todo esto con los ojos cerrados. No sabría decir si recordándolo o inventándoselo.

I Tesalonicenses, capítulo cinco, versículo veinte:

«No despreciéis las profecías».

La araña parpadeará en el momento de caer, con lo que todo el mundo que esté debajo mirará hacia arriba. Lo que pasa después no lo sabe. Siempre se despierta. Los sueños acaban siempre ahí, en el instante en que cae la lámpara o el avión se estrella. O cuando el tren descarrila. Cuando el rayo golpea. Cuando tiembla la tierra.

Ahora lleva un calendario de catástrofes futuras. Yo le enseño la agenda que me impone la gente para la que trabajo. Para la semana que viene tiene prevista la explosión de una panadería, lo de los canarios, el fuego en la gasolinera y la araña del hotel. Fertility me dice que escoja. Nos llevaremos la comida y lo pasaremos en grande.

Para la semana que viene tengo previsto cortar el césped, dos veces. Pulir los trastos de bronce de la chimenea. Comprobar las fechas de caducidad de todo lo que hay en el congelador. Seguir la rotación de la comida enlatada de la despensa. Comprar regalos de aniversario de boda para que la gente para la que trabajo se los regalen mutuamente.

Le digo que de acuerdo. Que lo que ella prefiera.

Esto fue después de que los bomberos nos pillasen bailando el cha-cha-cha en el calcinado departamento de señoras en la quinta planta de unos grandes almacenes sin un rasguño. Después de tomarnos declaración y hacernos firmar formularios de seguros por los que quedaban libres de toda culpa, nos acompañaron hasta la puerta. Espero hasta estar fuera para preguntarle: ¿por qué?

¿Por qué no llama a nadie para avisar de los accidentes de antemano?

—Porque nadie quiere malas noticias —me dice, y se encoge de hombros—. Trevor avisaba de cada sueño que tenía, y sólo le trajo problemas.

Nadie quería creerse un don tan increíble, me dijo. Preferían acusar a Trevor de ser un terrorista o un incendiario.

Un pirómano, según el
Manual de estadística de enfermedades mentales
.

En otro siglo, le hubieran acusado de ser un nigromante.

Por eso se mató Trevor.

Con la ayudita de un servidor.

—Por eso ya no le digo nada a nadie —dice Fertility—. Quizá si fuese un orfanato lo que se iba a quemar, pues entonces quizás avisaría, pero esa gente mató a mi hermano, así que ¿por qué les voy yo a hacer favores?

La forma que tengo de salvar vidas sería decirle a Fertility la verdad, que yo maté a su hermano, pero no lo hago. Nos sentamos en la parada del autobús sin decir nada hasta que podemos ver el autobús. Me escribe su teléfono en un ticket de compra que recoge del suelo. Valdría trescientos dólares si lo llevase a la tienda e intentase el timo. Fertility me dice que escoja un desastre y la llame. El autobús se la lleva a donde sea, a trabajar, a comer, a soñar.

Según mi agenda, estoy quitando el polvo de los zócalos. Tendría que estar recortando el seto. Y cortando el césped. Tendría que estar puliendo los coches. Debería estar planchando, pero sé que la asistente social hace mi trabajo por mí.

Según el
Manual de estadística de enfermedades mentales
, debería meterme en una tienda y pispar algo. Debería ir a rebajar toda esta energía sexual.

Según Fertility, debería prepararme algo de comer para ir a ver cómo mueren completos desconocidos. Ya nos veo a los dos el martes por la tarde en un silloncito de terciopelo del recibidor del hotel, tomando té en nuestros asientos de primera fila.

Según la Biblia tendría que estar... no sé cómo.

Según la doctrina de la Iglesia del Credo, debería estar muerto.

Nada de lo anterior me apetece de verdad, así que me voy a dar una vuelta por el centro. A la puerta de la panadería puede olerse el pan; en cinco días, según Fertility, ¡bum! En la trasera de la tienda de animales, cientos de canarios revolotean de esquina a esquina en su repugnante jaula. La semana que viene, todos serán libres. ¿Y luego qué? Me gustaría decirles: «Quedaos en la jaula». Hay cosas mejores que la libertad. Hay cosas peores que vivir una larga y aburrida vida en casa de un extraño y luego morirse e ir al cielo de los canarios.

En la gasolinera que dice Fertility que va a explotar, los encargados sirven gasolina sin problemas, en absoluto descontentos, jóvenes, sin saber que la semana que viene estarán muertos o parados, depende del turno en que trabaje cada uno.

Oscurece muy deprisa.

Desde fuera del hotel, vista a través de los grandes ventanales del vestíbulo, la araña se cierne sobre sus víctimas. Una mujer con su perrillo de aguas. Una familia: padre, madre y sus tres pequeños. El reloj de mostrador dice que aún falta mucho para las tres y cuatro minutos de la tarde del martes. No hay peligro en quedarse días y días, pero ni un segundo de más.

Podrías pasar ante los porteros y sus bordados de oro y decirle al director que la lámpara se va a desplomar.

Todos sus seres queridos morirán.

También él morirá algún día.

Dios regresará para juzgarnos.

Sus pecados lo arrastrarán al infierno.

Ya puedes contar la verdad a la gente, que no te creerán hasta el momento de la verdad. Hasta que ya sea tarde. En el entretanto, la verdad los cabreará y te buscarán un montón de problemas.

Por eso me voy a casa.

Hay que preparar la cena. Hay una camisa que mañana tiene que estar planchada. Hay zapatos que limpiar. Platos que fregar. Nuevas recetas que aprender.

Hay una cosa que se llama sopa nupcial que requiere tres kilos de tuétano. Este año, las carnes orgánicas están de moda. La gente para la que trabajo come siempre a la última. Ríñones. Hígados. Vejigas infladas de cerdo. El buche de la vaca relleno de berro e hinojo, como si fuera el bolo. Quieren animales rellenos de animales inverosímiles, pollos rellenos de conejo. Carpa rellena de jamón. Oca rellena de salmón. Hay tanto que perfeccionar en casa...

Para entreverar un filete se recubre con tiras de grasa de otro animal y así no se cuece mientras se hace. En ésas estoy cuando suena el teléfono.

Es Fertility, claro.

—Tenías razón con el rarito ese —me dice. Le pregunto: ¿con qué?

—Ese tío, el novio de Trevor —me dice—. Necesita a alguien, en serio. Lo llevé a dar una vuelta, como te dije, y en el autobús iba con nosotros uno de esos tíos de la secta. Tenían que ser gemelos. Se parecían muchísimo.

Le digo que quizá se equivoca. La mayoría de la gente de la secta está muerta. Eran una banda de locos e idiotas y casi todos están muertos. Venía en el periódico. Todo aquello en lo que creían resultó ser falso.

—El tío del autobús le preguntó si no eran familia, y el novio de Trevor le dijo que no.

Pues entonces es que no eran familia, le digo. Hubiera reconocido a su hermano.

—Eso es lo triste. Sí que le reconoció. Incluso dijo un nombre, Brad, o Tim, o algo por el estilo.

Adam.

Le pregunto por qué es tan triste eso.

—Porque fue una negación obvia y patética —dice ella—. Es tan evidente que intenta hacerse pasar por una persona feliz y corriente. Era tan triste que hasta le di mi número de teléfono. Me daba lástima. Me gustaría ayudarle a que sea capaz de vivir con su pasado. Además —dice—, me da que va de cabeza a un montón de problemas.

Cómo que problemas, pregunto. ¿Qué problemas son ésos?

—Sufrimiento —dice—. Aún es muy vago. Desastres. Dolor. Asesinato en masa. No me preguntes cómo lo sé. Es una historia muy larga.

Sus sueños. La gasolinera, los canarios, la lámpara del hotel y ahora yo.

—Escucha —me dice—. Todavía tenemos que hablar de lo de quedar, pero no ahora mismo.

¿Por qué no?

—Mi horrible trabajo empieza a urgirme un poco, o sea que si alguien llamado doctor Ambrose llama para preguntar si conoces a Gwen, dile que no le conoces. Dile que no nos conocemos, ¿vale?

¿Gwen?

¿Quién es el doctor Ambrose?

—Es su nombre —dice Fertility. Dice Gwen—. No creo que sea doctor de verdad. Es algo así como mi agente. No me gusta hacer lo que hago, pero trabajando para él tengo un contrato.

Le pregunto qué es lo que hace por contrato.

—No es nada ilegal. Lo tengo controlado. Casi del todo.

¿Qué?

Y me lo cuenta, y se disparan todas las alarmas y las sirenas.

Me siento más y más pequeño.

Las alarmas y las sirenas y las luces me rodean.

Me siento menos y menos.

En la cabina del vuelo 2039, el primero de los cuatro motores acaba de apagarse. Estamos en lo que se suele llamar el principio del fin.

31

Parte de su trabajo como preventora de suicidios consiste en prepararme otro gintonic. Eso, mientras yo hablo por teléfono. En la línea dos espera el productor de
The Dawn Williams Show
. Todas las líneas parpadean y parpadean. Alguien de Barbara Walters está en la línea tres. Ahora mismo tiene prioridad encontrar a alguien que me lleve este follón. Los platos del desayuno se apilan en el fregadero y se niegan a fregarse solos.

Ahora mismo tiene prioridad contactar con un buen agente.

Arriba, las camas siguen sin hacer.

El jardín necesita una mano de pintura.

Al teléfono hay un agente que recalca que qué pasa si no soy el único superviviente. Lo que yo le digo es que tengo que serlo. La asistente social no se hubiera acercado por aquí para desayunar un gintonic si no hubiese habido un suicidio esta noche. Justo delante de mí tengo los archivos con el historial del resto de los casos.

Todo el Programa de Retención de Supervivientes del gobierno es lo que se llama una filfa. La que necesita prevención contra el suicidio es la asistente social.

Para asegurarse de que no voy a pegar el bote, la asistente no deja de observarme. Para que me deje en paz, la pongo a cortar en rodajas una lima. La envío a por tabaco. Prepárame otra bebida, le digo, o me suicido. Lo juro. Me meteré en el baño y me abriré las venas con la navaja de afeitar.

La asistente me trae otro gintonic a la cocina, donde estábamos sentados, y me pregunta si quiero ayudar a identificar los cadáveres. Se supone que con eso conseguiré cerrar esa etapa de mi vida. Después de todo, eran mi gente, sangre de mi sangre. Mis deudos, mis amigos.

Vuelve a dejar las mismas fotos oficiales de hace diez años sobre la mesa. Cientos de personas muertas dispuestas en hileras hombro con hombro me observan desde la mesa. Tienen la piel ennegrecida por el cianuro. Están tan hinchados que las ropas de confección casera que llevan les quedan estrechas. Polvo somos, en polvo nos convertiremos. El proceso de reciclaje debería ser así de fácil, pero no lo es. Mira esos cuerpos rígidos y purulentos. La asistente social está intentando cortocircuitar mis sentimientos. Me dice que estoy reprimiendo mi dolor.

¿No me gustaría echar un vistazo y ponerme a identificar a los fallecidos?

Si hay un asesino suelto, me dice, yo puedo ser de ayuda si identifico a la persona que tendría que estar entre las fotos de los muertos y no está.

Gracias, le digo. No, gracias. Sin mirar siquiera, sé que Adam Branson no estará muerto en ninguna de las fotos.

Mientras la asistente social se sienta, le pregunto si no le importaría correr las cortinas. Fuera está aparcada la furgoneta de la filial de una cadena de televisión que está filmando para enviar vía satélite lo que se ve desde la ventana de la cocina. No es así como quiero salir en el telediario de esta noche, con los platos sucios del desayuno en primer plano. Platos sucios en el fregadero, la asistente y yo sentados en la cocina junto al teléfono y los historiales color manila esparcidos sobre el hule de cuadrícula blanca y amarilla, tomando gintonics a las diez de la mañana.

La voz en
off
del presentador estará contando que el único superviviente de la última secta suicida de Estados Unidos, la Iglesia del Credo, está bajo vigilancia a raíz de la trágica serie de suicidios que uno por uno han costado la vida a los últimos integrantes de la secta.

Luego pasarán a publicidad.

La asistente social saca los últimos historiales. Brannon, fallecido. Walker, fallecido. Phillips, fallecido. Todos fallecidos. Todos excepto yo.

La chica de anoche, la otra única superviviente de la Iglesia del Credo, comió tierra. Hay incluso un nombre para eso. Lo llaman geofagia. Fue muy popular entre los esclavos africanos traídos a América. Aunque popular seguramente no sea la palabra adecuada.

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