Texas (5 page)

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Authors: Jim Thompson

Tags: #Novela Negra

BOOK: Texas
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—Por supuesto, todo el mundo en casa trabajaba cuando podía, cortábamos leña, ayudábamos a recoger la cosecha de los vecinos tanto como la propia. Pero cuando la tierra no da ni un cuarto de bala por acre, bueno, ¿qué se puede hacer? En especial, ¿dónde vas cuando tienes una familia del tamaño de la de papá?

»Trabajé en la biblioteca hasta que la cerraron, después en el colmado hasta que cerró, y después en la central telefónica hasta que cerró. No encontraba ninguna razón para seguir allí. Todo el que podía se iba. Pero papá estaba enfermo de nuevo, y mamá estaba otra vez embarazada —explicó con tono de amargura, ¿o quizás era de indignación?— y por lo menos allí tienen una casa, y…

Ella, Red, había sido elegida para ir a Memphis. A conseguir un trabajo inmediatamente y enviar dinero a casa con prontitud.

—Eh, ¿qué tipo de trabajo hace usted?

—Mitch, Mitch de Mitchell. ¿Le importa que la llame Red?

—¿Por qué me iba a importar? Eh, ¿qué tipo de trabajo dice que hace, Mitch?

Decidió ponerse a la altura de ella; parecía el tipo de persona con el que se puede hacer.

—Soy jugador profesional.

—Ah. Me parece que no es usted muy bueno, ¿no es así?

—¿Qué te parecería si te dijera que sí, que soy muy bueno, que tengo formas de ganar casi siempre?

—Me parece que puede ser —dijo con firmeza—. Si no pudiera ganar, no jugaría. Pero si es usted tan bueno, ¿por qué…?

Se lo explicó brevemente y le dejó entrever su fajo de billetes a modo de documentación. La reacción no fue la que él esperaba.

—¡Así que me ha estado engañando! —Sus ojos lanzaban destellos de fuego—. Se sienta usted aquí y me dice que se emborrachó y perdió el trabajo, y que ni siquiera tiene…

—Eh, no, yo no lo he dicho. Yo no he dicho nada.

—¡Sí que lo hizo! ¡Yo he intentado ser amable con usted y usted me toma el pelo!

Mitch le preguntó si quería que se buscara otro asiento, y ella movió la cabeza con un despreciativo bufido, que era su forma de tratar a los mentirosos, según dijo. Primero te mienten y después echan a correr.

—Yo te podría dar un trabajo, Red —insistió—. Conseguirías un montón de dinero, y…

—¡Cállese! ¡Ya sé la clase de trabajo que me daría usted!

—De verdad que no…

—¡
Cállese
!

Mitch se calló. Con la llegada de la noche, empezó a hacer mucho frío, él cerró las ventanas más cercanas. Después, encogiéndose en su asiento, trató de tirar de su abrigo hacia el pecho.

Red abrió su maleta con remilgos. Haciendo de ello una representación, sacó algo muy voluminoso y comenzó a arroparse con ello. Por fin, ya cómodamente instalada, lanzó una mirada arrogante a Mitch.

—Ya ve —dijo—. Podría estar usted también caliente si no me hubiera mentido.

—Está bien —terció Mitch—. Necesitas la manta para ti.

—¿
Manta
? ¡Es mi abrigo, mierda!

Se movió en el asiento y le dio la espalda. Hubo un largo tiempo de ofendido silencio, y después volvió a encarársele, riendo.

—Creo que sí, que parece una manta, ¿verdad? Venga, acérquese y métase dentro.

Por necesidad, tuvieron que acercarse el uno al otro, casi cara a cara. Las luces se oscurecieron y se apagaron, y sólo quedó brillando la pálida luz de la luna a través de las ventanas. Red dijo que casi era como estar en la cama, ¿verdad?

—Bueno, sí y no —dijo Mitch.

Y Red le dio un pellizco reprobatorio.

—Mitch… ¿es verdad lo del trabajo?

—Sí.

—Es, es, algo deshonesto, ¿no es así?

Él se encogió de hombros.

—Depende de tu punto de vista, me parece.

—Y… ¿De verdad piensa que yo puedo hacerlo?

—Creo que sí. —Titubeó con cuidado—. Podría equivocarme, pero una gran parte de mi negocio es calibrar a la gente, y tú pareces encajar a la perfección. De cualquier manera, conmigo tendrías que trabajar muy duro y hacer un gran entrenamiento antes de empezar.

—Es natural —asintió ella—. Hay que trabajar duro si uno quiere tener un lugar en este mundo. Eh… ¿Alrededor de cuánto dinero ganaría, Mitch?

—El veinticinco por ciento de lo que consigamos, descontando los gastos. Eso podría significar mil o más a la semana, pero hay un montón de semanas que no se trabaja.

Ella tenía una pregunta más, pero anduvo dando rodeos. Temía, dijo, que se hiciera una idea equivocada de ella.

—Me parece que sé lo que tienes en la cabeza —dijo Mitch—. La respuesta es no, no en lo que a mí concierne. Esas relaciones quizá puedan producirse, pero…

—¡Calla! —dijo ella, extrañamente contrariada—. ¡Tengo diecinueve años, por amor de Dios! No necesitas deletrearlo todo como si fuera una niña.

—Lo siento. ¿Qué era lo que querías preguntar?

Ella se lo dijo, pero añadió que probablemente pensaría que eso no era asunto suyo. Mitch dijo que no pensaba tal cosa. Ella tenía todo el derecho de saberlo si iban a trabajar juntos, y él estaba más que satisfecho de explicárselo todo.

Por detrás de las palabras, su mente hacía carreras. Quería contarle la verdad… pero, ¿cuál era la verdad? Él no sabía nada de Teddy desde hacía años. Probablemente se había divorciado de él, o quizás algún ciudadano con espíritu cívico la había matado. Hasta ahora no le había importado. Ahora le importaba muchísimo.

Si quería conseguir esta cabeza pelirroja, y por mucho que dijera lo contrario, sí quería conseguirla, del todo, para trabajar y para jugar, sólo podía darle una respuesta. Supo cuál era —lo sintió— igual que supo el tesoro potencial de su cuerpo, su rostro y su cabeza.

—No —dijo— no estoy casado. Lo estuve y tengo un hijo pequeño en un internado, pero mi esposa murió.

—Bueno, entonces, de acuerdo —concluyó Red—. Venga, abrázame… ¡No, así no, tonto!… así estaremos muy bien y muy calentitos.

—¿Como si estuviéramos en la cama?

—Calla, ya te lo haré saber cuando quiera que te hagas el fresco conmigo.

…En su dormitorio del ático, Red alzó los brazos para permitir que le quitara la bata, inclinó la cabeza con sumisión, con los ojos casi cerrados, fue hacia la cama y se tumbó.

Mitch comenzó a quitarse la ropa. Ya se había quitado los zapatos, un calcetín y la corbata, cuando sonó el timbre de la puerta.

5

Los jóvenes que entran a trabajar a un hotel pueden seguir varios procesos. Ya que se ven rodeados de muchas tentaciones en forma de mujeres, bebida y posibilidades para robar, pueden ser despedidos con mucha facilidad; pero si son capaces de comportarse (o de cubrir sus fallos de comportamiento), normalmente tienen pocos problemas para: 1) avanzar hacia una posición de responsabilidad; 2) no avanzar y continuar como sirviente uniformado; o 3) mediante los contactos conseguidos en el hotel, obtener un buen empleo fuera del mismo.

Extrañamente —claro está, extrañamente en apariencia—, la mayoría de los jóvenes hace lo segundo.

El chico de hotel no tiene edad. Mientras se mantenga con un cuerpo medianamente ágil, es un «chico» a los sesenta y cinco igual que lo era a los dieciséis, cuando comenzó su carrera como botones, camarero o mozo. Sus ganancias continúan siendo casi las mismas a través de los años; tampoco hace más al cabo de los años de lo que hacía al principio. Más bien al contrario, es al principio cuando se hace mucho más. Y sus ingresos extras por propinas difícilmente se cambian por una paga baja en un empleo en el que les sería muy difícil ascender a la cúspide.

Aun así, algunos hacen el cambio. El espectro de ellos mismos como abuelitos uniformados les empuja a salir. O algún ejecutivo interesado les toma de la mano y les ordena ponerse a ello o dejarlo. O sufren por un crecimiento tardío y se encuentran de golpe demasiado mayores para el papel de lacayo. De cualquier manera, y por una u otra razón, muchos de los jóvenes con los que Mitch había trabajado como botones habían ascendido a altas posiciones de responsabilidad.

De manera precavida y sin que mediara la simpatía, les había ayudado en el camino desde la privación hasta la cima. Ahora, salvo raras excepciones, estaban dispuestos a ayudarle a él. Al margen de la simpatía y de la gratitud, al margen de consideraciones prácticas, ¿quién está más allá de la necesidad de un billete seguro? (y con un personaje refinado como Mitch siempre era seguro). Aparte, también hay el desprecio del hombre de hotel por el género de los majaderos. Y cualquier jugador no profesional que apuesta se considera un majadero.

Si inevitablemente le tenían que desplumar, ¿por qué no iba a hacer el desplume un amigo?

…Mitch abrió la puerta de par en par. En el umbral había un hombre gordito, de mejillas rosadas, con pantalones rayados y chaqueta de mañana. Con una sonrisa abierta de oreja a oreja, alargó los brazos.

—¡Mitch, eres tú, grandísimo sinvergüenza! ¡Acabo de descubrir que estás en el registro del hotel!

Mitch dejó escapar un lamento de fingida consternación.

—¡Turk! ¡Dios nos libre, es Turk! —Empujó al gordito hacia dentro, mientras avisaba a Red a voces—. Todo está perdido, cariño. Está aquí Turkelson.

Turkelson se echó a reír entre dientes encantado cuando Red entró corriendo. Le abrazó con entusiasmo, le dio un beso en la parte alta de la cabeza y aceptó un beso en la mejilla.

—¿Es que no hay manera —preguntó, volviéndose a Mitch— de escapar de este personaje?

—Ésta —dijo Mitch— es la pregunta que está en todos los labios.

—Bueno, será mejor que se porte bien —expuso Red con severidad—. Es capaz de contar cuarenta historias.

Mitch le invitó a que se sentara antes de que su peso pudiera hundir la alfombra. Después preguntó cuál era la posición de Turkelson en el lugar, ¿lavaba platos o limpiaba váteres? Turkelson se echó a reír con una risita ahogada y le dijo que le habían llamado para hacer ambos trabajos, pero fue echado por falta de confianza y le habían forzado a aceptar el puesto de director residente. De hecho, añadió con un rasgo de ligera tristeza, el trabajo no era tan bueno como parecía. Prácticamente todo estaba en régimen de concesión —comida, bebida, lavandería y servicio, quiosco, floristería, y todo lo demás— y a él sólo le quedaba la dirección del hotel propiamente dicho.

—Pero no lo hago mal. —Se iluminó—. Y ya veo que vosotros, chicos, tampoco lo hacéis mal. Cuando podéis reventar cuatrocientos cincuenta en un mes de alquiler…

Red dejó escapar un lamento, y aparentó desmayarse. Mitch movió la cabeza con indignación.

—¡Ah, cielos, Mitch! —dijo Turkelson palmeándose la frente—. Debía haber pensado que quizá no se lo habías dicho.

—¿Por qué iba a hacerlo teniéndote a ti en la región?

—Pero ésa es la razón por la que he venido, una de las razones. Para hacer algo en ese sentido. Red, criatura de ensueño, ¿me pasas el teléfono, por favor…?

Se lo pasó. De repente, Turk se convirtió en un hombre diferente; con una voz imponente, falta de humor y restallante de autoridad mientras hablaba con el empleado encargado de la habitación.

—¡…Venga, bien lo sabe, Davis! O debiera saberlo, al menos. Al igual que otras cosas, la estimación en un caso de este tipo está regida por la disponibilidad de espacio y la conveniencia del huésped. Queremos que la gente vuelva, ya sabe. ¿O es que no comparte usted mi criterio…? Bien, de acuerdo entonces. De acuerdo. Pero consúlteme, de ahora en adelante. Ah, sí, y haga eso, er, treinta-siete-cincuenta.

Colgó el receptor, y les sonrió lleno de satisfacción. Mitch tiró de Red para que se sentara sobre sus rodillas, indicándoselo con un golpecito seco. Red respondió con prontitud.

—Es un hombre agradable, Mitch. Quizá debamos hacerle un regalito.

—Pero si ya tienen de todo —respondió Mitch—. Caspa, cejas caídas, un pecho de sesenta y cuatro pulgadas…

—Bien, veamos —dijo Red, mientras Turkelson reía indefenso—. ¿Por qué no le damos un cubo de bocadillos de pan con mantequilla? Es evidente que está a punto de morir de hambre.

—Un cubo lleno no alcanzaría a llenar ese inmenso vacío. ¿Te parece que podemos fiarnos de él y darle dinero?

—Ahora o nunca —dijo Red—. Después de todo, es un chico bastante grande… considerado en horizontal.

—Le daremos esta oportunidad —declaró Mitch—. Turk, tienes que gastarte cinco billetes de esa rebaja en bocadillos de pan y mantequilla.

Turkelson se negó terminantemente a aceptar los quinientos dólares. Después de todo, los amigos son los amigos.

Se negó a aceptar tanto, los amigos eran los amigos.

De ninguna forma podía aceptarlo, porque eran amigos y los amigos deben ayudarse unos a otros. Y ya que le estaban ayudando, él les ayudaría a ellos también.

—Hay algo grande en el Club de Campo Zearsdale. Puedo conseguiros una tarjeta de invitación.

—¿Me puedes introducir en el juego?

—¿Con esa pandilla? ¡No podría meter ni a Cristo!

Red y Mitch se lamentaron al unísono. Le tomaron el pelo sin piedad, mientras Turkelson se reía, se sacudía y se ponía rojo de placer. Se había sentido muy turbado por el dinero (aunque Dios sabía lo bien que le venía), y las tomaduras de pelo le ayudaron a deshacerse de la sensación.

—Agarra a este personaje… —Mitch le señaló con el pulgar—. ¡Nos consigue una tarjeta de invitación a un club de campo!

—Paga para tener influencias —dijo Red—. Te apuesto a que incluso podría hacer que nuestros nombres salieran en la guía telefónica.

—Es todo corazón —apuntó Mitch—. Un g-r-a-n corazón.

El director levantó las manos, riéndose.

—¡Está bien, está bien! Pero, hay algo más; acabo de tener una idea. Winfield Lord, Jr. se alojará en el hotel la semana próxima, y sé con toda seguridad que puedo poneros en contacto con él. Puedo ir directamente y decirle que eres jugador, y acto seguido le tendrás llamando a tu puerta.

Sonrió a Red y a Mitch, sintiéndose muy satisfecho de sí mismo. Después, lentamente, se le marchitó la sonrisa y apareció casi cómicamente quejumbroso.

—Por favor —imploró—. ¿Puedo hacer algo que os vaya bien a los dos?

—Puedes dejar de utilizar palabras sucias en mi presencia —protestó Red.

—¿Eh? Pero…

—Como Winfield Lord, Jr. —aclaró Mitch.

—En eso estoy de acuerdo, es un verdadero y asqueroso canalla —reconoció el director—. Así que tapaos la nariz y agarrad su bienoliente dinero. Dios mío, los Lord poseen la mitad del estado de Texas, y…

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