Read The Unknown University Online
Authors: Roberto Bolaño
Tags: #Poetry, #General, #Caribbean & Latin American
I saw her walking down the street.
Wind passed over
her: it was moving
the leaves on the trees and the hanging clothes, but her hair
looked
like a statue’s.
Down the street, with steady steps, in a straight
line
toward the blue of the crossroads.
Then I didn’t see her anymore.
I
closed my eyes and remembered
a girl sprawled on a straw mat in the corner of a dark
room, like a garage .
.
.
Hello, I said, I just got here and I don’t
know anyone
in this charming village .
.
.
Wind knocked at the door, shook the
windows:
her shadow, like a spinning top, got lost in the crossroads, unfazed.
Only then
did I realize I’d arrived in Ghost City.
Frozen, I closed
my eyes and saw her again .
.
.
Queen of reflections .
.
.
Queen of
descending streets .
.
.
En coches perdidos, con dos o tres amigos lejanos,
vimos de cerca
a la muerte.
Borrachos y sucios, al despertar, en suburbios pintados de
amarillo,
vimos a la Pelona bajo la sombra de un tenderete.
¡Qué clase de duelo es éste!, gritó mi amigo.
La vimos desaparecer y aparecer como una estatua griega.
La vimos estirarse.
Pero sobre todo la vimos fundirse con las colinas y el horizonte.
In lost cars, with two or three distant friends
— we saw
Death up close.
Drunk and dirty, waking up, in yellow-painted suburbs,
we saw Death in the shade of a market stall.
What kind of match-up is this!
my friend shouted.
We saw Her disappear and appear like a Greek statue.
We saw Her stretch.
But mainly we saw Her melt away into the hills and the horizon.
Cada día los veo, junto a sus motos, en el otro lado
del río.
Con buen o mal tiempo ellos siempre están ahí, confabulando
o jugando a ser estatuas.
Bajo las nubes y bajo las sombras:
nunca cambian.
Esperan y desesperan, dicen las viejitas en este
lado
del río.
Pero se equivocan: nada esperan, su serenidad metálica
es la bandera secreta de su pueblo.
I see them every day, with their motorbikes, on the
other side of the river.
In good weather or bad they’re always there, plotting
or pretending to be statues.
Beneath the clouds and beneath the
shadows:
they never change.
They hope and give up hope, say the little old
ladies on this side
of the river.
But they’re mistaken: they hope for nothing, their
metallic serenity
is the secret flag of their people.
Llegué a los Estadios con mucho frío, patrón, y los
Estadios
comenzaron a moverse.
Llovía a cántaros y yo estaba parado en una esquina, que es
como decir que estaba parado en medio del desierto
y los Estadios se alejaban de aquel lugar para no volver.
¿Se mueven por el Sonido?, me pregunté.
¿Y hacia dónde se dirigen, hacia donde el Sonido disponga?
Tenía frío y tenía miedo, patrón, pero comprendí
que los Estadios, los compartimentos estancos,
marchaban de cabeza rumbo al pasado.
Todo lo que un día poseímos o quisimos poseer
marchaba de cabeza rumbo al pasado.
Después cesó la lluvia, patrón, y en el horizonte
aparecieron las agujas.
When I got to the Stadiums, I was really cold, boss,
and the Stadiums
started moving.
It was raining buckets and I was standing on a corner, which is
like saying I was standing in the middle of the desert
and the Stadiums were moving away from that place for good.
Are they moving because of Sound?
I asked myself.
And where are they going?
to wherever Sound orders them?
I was cold and I was scared, boss, but I understood
that the Stadiums, the watertight compartments,
were marching headlong into the past.
Everything we’d once possessed or wanted to possess
was marching headlong into the past.
Then the rain stopped, boss, and on the horizon
steeples appeared.
En la película de la tele el gángster toma un
avión
que se eleva lentamente contra un atardecer en blanco y negro.
Sentado en tu sillón mueves la cabeza: en la ventana
ves el mismo atardecer, las mismas nubes en blanco
y negro.
Te levantas y pegas las manos en el cristal:
el reactor del gángster se abre paso entre las nubes,
nubes increíblemente hermosas, ondas de la cabellera
de tu primer amor, labios ideales que formulan
una promesa para ti, pero que no entiendes.
La imagen que se desplaza por el cielo, la imagen
del televisor, son idénticas, el mismo anhelo, la misma
mirada.
Y sin embargo tiemblas y no entiendes.
In the TV movie the gangster hops a plane
that takes off slowly against a black and white dusk.
Seated in your armchair you turn your head: in the window
you see the same dusk, the same black and white
clouds.
You get up and press your hands against the glass:
the gangster’s jet parts the clouds,
incredibly beautiful clouds, waves in your
first love’s hair, idyllic lips that mouth
a promise meant for you, but that you don’t understand.
The image moving through the sky, the image
on the television, are identical: the same longing, the same
look.
And still you tremble and don’t understand.
Volví en sueños al país de la infancia.
En el
cielo
había una espada azul.
Una gran espada azul sobrevolando
los tejados marrones y rojos de Quilpué.
Entré caminando, con las manos en los bolsillos, y busqué
las viejas películas: el riachuelo, el caballo, la plaza
cubierta de hojas, el porche de mi casa.
No vi
a nadie.
Hasta el Duque había desaparecido.
De alguna manera intuí que el pueblo había entrado
en una suerte de operación geométrica sin fin.
La espada
se reproducía en el cielo mas siempre era una e indivisible.
In dreams I returned to my childhood country.
In the
sky
there was a blue sword.
A great blue sword flying above
the brown and red roofs of Quilpué.
I entered on foot, with my hands in my pockets, and searched
for the old films: the brook, the horse, the plaza
covered in leaves, my house’s porch.
I didn’t
see anyone.
Even the Duke had disappeared.
Somehow I sensed that the town had entered
a kind of endless geometric operation.
The sword
was multiplying in the sky, but was always one and indivisible.
EL ÚLTIMO SALVAJE
1
Salí de la última función a las calles vacías.
El esqueleto
pasó junto a mí, temblando, colgado del asta
de un camión de basura.
Grandes gorros amarillos
ocultaban el rostro de los basureros, aun así creí reconocerlo:
un viejo amigo.
¡Aquí estamos!, me dije a mí mismo
unas doscientas veces,
hasta que el camión desapareció en una esquina.
2
No tenía adónde ir.
Durante mucho tiempo
vagué por los alrededores del cine
buscando una cafetería, un bar abierto.
Todo estaba cerrado, puertas y contraventanas, pero
lo más curioso era que los edificios parecían vacíos, como
si la gente ya no viviera allí.
No tenía nada que hacer
salvo dar vueltas y recordar
pero incluso la memoria comenzó a fallarme.
3
Me vi a mí mismo como «El Último Salvaje» montado en
una motocicleta blanca, recorriendo los caminos
de Baja California.
A mi izquierda el mar, a mi derecha el mar,
y en mi centro la caja llena de imágenes que paulatinamente
se iban desvaneciendo.
¿Al final la caja quedaría vacía?
¿Al final la moto se iría junto con las nubes?
¿Al final Baja California y «El Último Salvaje» se fundirían
con el Universo, con la Nada?
4
Creí reconocerlo: debajo del gorro amarillo de basurero un amigo
de la juventud.
Nunca quieto.
Nunca demasiado tiempo en un solo
registro.
De sus ojos oscuros decían los poetas: son como dos
volantines
suspendidos sobre la ciudad.
Sin duda el más valiente.
Y sus ojos
como dos volantines negros en la noche negra.
Colgado
del asta del camión el esqueleto bailaba con la letra de nuestra
juventud.
El esqueleto bailaba con los volantines y con las
sombras.
5
Las calles estaban vacías.
Tenía frío y en mi cerebro se sucedían
las escenas de «El Último Salvaje».
Una película de acción, con
trampa:
las cosas sólo ocurrían aparentemente.
En el fondo: un valle
quieto,
petrificado, a salvo del viento y de la historia.
Las motos, el
fuego
de las ametralladoras, los sabotajes, los 300 terroristas muertos, en
realidad
estaban hechos de una sustancia más leve que los sueños.
Resplandor
visto y no visto.
Ojo visto y no visto.
Hasta que la pantalla
volvió al blanco, y salí a la calle.
6
Los alrededores del cine, los edificios, los árboles, los buzones de
correo,
las bocas del alcantarillado, todo parecía más grande que antes
de ver la película.
Los artesonados eran como calles suspendidas en el
aire.
¿Había salido de una película de la fijeza y entrado en una ciudad
de gigantes?
Por un momento creí que los volúmenes y las
perspectivas
enloquecían.
Una locura natural.
Sin aristas.
¡Incluso mi ropa
había sido objeto de una mutación!
Temblando, metí las manos
en los bolsillos de mi guerrera negra y eché a andar.
7
Seguí el rastro de los camiones de basura sin saber a ciencia
cierta
qué esperaba encontrar.
Todas las avenidas
desembocaban en un Estadio Olímpico de magnitudes colosales.
Un Estadio Olímpico dibujado en el vacío del universo.
Recordé noches sin estrellas, los ojos de una mexicana, un
adolescente
con el torso desnudo y una navaja.
Estoy en el lugar donde sólo
se ve con la punta de los dedos, pensé.
Aquí no hay nadie.
8
Había ido a ver «El Último Salvaje» y al salir del cine
no tenía adónde ir.
De alguna manera yo era
el personaje de la película y mi motocicleta negra me conducía
directamente hacia la destrucción.
No más lunas rielando
sobre las vitrinas, no más camiones de basura, no más
desaparecidos.
Había visto a la muerte copular con el sueño
y ahora estaba seco.