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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

Tiempos de gloria (57 page)

BOOK: Tiempos de gloria
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A pesar de las leyes protectoras aprobadas por el Consejo y la Iglesia, las majestuosas criaturas desaparecían lentamente de la faz de Stratos. Era raro ver alguna cerca de las regiones habitables.
.¡Las cosas que he visto!
, pensó Maia, advirtiendo la única y gran compensación a sus aventuras.
.Si alguna vez tengo nietas, las cosas que podría contarles
.

Entonces recordó algunas de las historias de Renna sobre otros mundos y panoramas, tan extraños que resultaban inimaginables. Aquello le provocó un estertor de pérdida y envidia. Antes de conocer al terrestre, Maia nunca había pensado en anhelar las estrellas. Ahora lo hacía, y sabía que nunca podría tenerlas.

—Acabo de recordar… —reflexionó el joven Brod—. Algo que leí sobre zoors y similares. ¿Sabéis que los atrae el olor del azúcar quemado? Podemos poner un poco al fuego.

Las mujeres se volvieron a mirarlo.

—¿Y qué? —preguntó Naroin—. ¿Es que pretendes invitarlos a cenar?

Él se encogió de hombros.

—En realidad, estaba pensando que salir volando de aquí podría ser mejor que navegar en esa almadía. De todas formas, es una idea.

Se produjo un largo silencio, y entonces las mujeres se echaron a reír en voz alta, o rugieron ante lo absurdo de la idea. Por desgracia, Maia estuvo de acuerdo. De todos los muchachos que intentaban cabalgar los zoors cada año, sólo un número muy pequeño volvía a ser visto. Con todo, la idea tenía un notable encanto, y podría haberla considerado si los vientos imperantes soplaran hacia un lugar seguro… o incluso hacia tierra firme. Aunque era enormemente inteligente, Brod no tenía instintos prácticos.

Su expresión anhelante, junto con su tímido rubor, acabaron con una duda que Maia había abrigado: que Brod pudiera ser un espía, dejado allí por las saqueadoras para vigilar a las prisioneras. Con todo lo que había vivido en los últimos meses, se había vuelto recelosa. Pero nadie podría fingir aquel súbito paso de la esperanza a la vergüenza. Sus pensamientos eran más similares a los de ella que los del viejo Bennett. O que los de la mayoría de las mujeres a las que había conocido. Era mucho menos románticamente misterioso que su amigo, el alienígena terrestre, pero tampoco eso era ningún problema.

.Te estás volviendo una auténtica apreciadora de hombres, reflexionó, palmeando a Brod en la espalda y volviéndose para regresar al trabajo.
.Las Perkinitas, que sólo los utilizan para el sexo y la potenciación, no saben lo que se pierden
.

La almadía había sido construida en cuatro partes, que serían ensambladas rápidamente a mano cuando las bajaran durante la pleamar. Las vars practicaron todos los movimientos necesarios una y otra vez, en un claro junto al montacargas cubierto. Aunque sin duda sería muchísimo más difícil en el mar, finalmente estuvieron preparadas. Harían el primer intento al día siguiente a primera hora.

Había motivos para darse prisa. Las provisiones sólo durarían ocho o diez días más. Una lancha de la colonia pirata llegaría entonces. Inanna y las demás querían haberse marchado ya para cuando lo hiciera.

¿Y si la lancha no venía nunca? Tanto más motivo para partir pronto. De cualquier forma, estarían hambrientas pero no inanes cuando llegaran a la costa de Mérchant.

Ninguna intentó con mucho énfasis persuadir a Naroin y a Maia para que cambiaran de opinión y las acompañaran. Alguien debía quedarse y dar una excusa cuando el barco de suministros llegara (si lo hacía). Con eso la tripulación de la balsa tendría más tiempo para escapar.

—Enviaremos ayuda —aseguró Inanna.

Maia no tenía intención de esperar hasta que cumplieran la promesa. Las que se quedaban se pondrían de inmediato a trabajar en el plan alternativo de Naroin. Maia tenía motivos propios. Si se llegaba a construir un burdo bote, no navegaría con Naroin y Brod hasta el Continente del Aterrizaje, sino que pediría que la dejaran por el camino. Tenía que ser posible descubrir en qué isla vecina se encontraban Renna y las rads, la base pirata secreta donde Maia planeaba agarrar a Leie, sujetarla, y tener unas palabras con ella.

La noche antes de la botadura, dieciocho mujeres y un muchacho se congregaron tarde alrededor de la hoguera, contando historias, bromeando, cantando salomas. Las vars se burlaban del pobre Brod diciendo que era una lástima que la gloria hubiera sido tan escasa, y preguntándole si estaba seguro de no querer ir con ellas, después de todo. Aunque aliviado en cierto modo por la clemencia del tiempo, Brod también parecía triste de haberse escapado por los pelos. Maia supuso con una sonrisa que algo en su interior sentía curiosidad y estaba dispuesto a aceptar el desafío, si se producía.

.No te preocupes. Un hombre tan listo como tú tendrá otras oportunidades, en mejores circunstancias .

La expectación que todas sentían animó el ambiente. Dos de las marineras más jóvenes, una delgada rubia de seis años de Quinnland y una exótica muchacha de siete procedente de Hypatia, empezaron a marcar el compás haciendo chocar la cuchara contra la taza, entonando un rápido himno de celebración que abrió una sesión de cantos de corro.

Ven aquí, ven aquí… ¡No! ¡Vete!,

eso es lo que oímos decir al alférez.

Sé que prometí atacar,

pero perdí la habilidad,

parece que me perdí en la oscuridad.

¿Es primavera, me parece?

Ven aquí, ven aquí, ven aquí, ven aquí.

Oh, venga tú… ¡No, vete!

Era una famosa canción de francachela, y apenas importaba que nadie tuviera nada que beber. Las cantantes se inclinaban alternativamente hacia Brod y luego se retiraban, para embarazo de él y diversión de todas las demás.

Una a una, siguiendo el círculo, cada mujer añadía otro verso, más picante, al anterior. Cuando le tocó el turno, Maia pasó con una sonrisa. Pero cuando la ronda parecía a punto de pasar por alto a Brod, el joven se puso en pie de un salto. Al cantar, su voz sonó fuerte, y no se quebró.

Acércate… ¡No, vete!,

dicen las madres del clan.

No pretendíamos incordiar,

ni incomodar,

pero creímos que iba a nevar

y fue lluvia nada más.

Vamos, vamos, vamos, vamos,

oh, acércate… ¡No, vete!

La mayoría de las marineras se rieron y aplaudieron, reconociendo la justicia de su salida. Sin embargo, unas pocas parecieron molestas por su intromisión. Las mismas que, días atrás, no habían querido aceptar el voto de un simple muchacho.

Siguieron más canciones. Tras el animado comienzo, Maia advirtió que el ambiente se iba haciendo menos alegre, más sombrío y reflexivo. En un momento dado, una muchacha bajó la cabeza, dejando que sus cabellos cubrieran su rostro mientras entonaba una suave y hermosa melodía,
.a capella
. Una canción vieja y triste sobre la pérdida de una compañera amada que había ganado un nicho, fundado un clan, y luego había muerto, dejando hijas clónicas a las que nada importaban los tristes amores de su Fundadora var.

He ahí su rostro, oigo su voz,

imágenes y sonidos de la juventud perdida.

Ella vive, inmortal, sin conocerme,

mientras que yo estoy condenada a la muerte.

El viento sopló, levantando chispas del fuego moribundo. Tras esa canción se hizo el silencio hasta que dos vars mayores, Charl y Tortula, empezaron a golpear un tambor improvisado a un ritmo cada vez más rápido.

Cantaron una balada que Maia solía oír de vez en cuando en las avenidas de Puerto Sanger en boca de las misioneras Perkinitas. Una epopeya de días pasados, cuando las tiranías herejes llamadas «los reino». se extendían por las islas de los trópicos. El período casi no se estudiaba en la escuela, ni siquiera lo trataban mucho los fantasiosos romances que Leie solía leer. Pero cada primavera la canción se cantaba en las esquinas, cargada de peligro y de trágico misticismo.

La regla de la fuerza, poderosos y osados,

repitiendo las costumbres de sus padres,

como en los días humanos de antaño,

la regla de la fuerza, su legado.

A la luz de la pira de Wengel,

andando ferozmente, los ojos inflamados,

vinieron los malditos hombres del fuego

a proclamar el Imperio del verano…

En algún momento entre la Gran Defensa y la Era del Reposo (quizás hacía más de mil años), la rebelión se había extendido por toda la Madre Océano. Envalentonados por el renombre recién obtenido tras la expulsión de los terribles invasores alienígenas, los hombres habían conspirado para reestablecer el patriarcado. Apoderándose de las rutas marinas alejadas de Caria, quemaron barcos y ahogaron a los hombres que no quisieron unirse a su causa. En las ciudades que tomaron, todas las restricciones de la ley y la tradición desaparecieron. La estación de las auroras fue, en el mejor de los casos, un desenfreno. En el peor, un horror.

… Imperio del verano, nunca elegido

por las mujeres. ¡Llorad por el destino!

¡Pues un frío hado

clama vigilancia, demasiado tarde!

Cuando Maia le preguntó una vez a una maestra por el episodio, la Sabia Claire hizo una mueca de disgusto.

—La gente simplifica demasiado. Las Perkies nunca hablan en público de las
.alianzas
de los reyes. Recibieron mucha ayuda.

—¿Por parte de quién? —preguntó Maia, sorprendida.

—De las mujeres, por supuesto. Grupos enteros de mujeres. Oportunistas que sabían cómo tenía que terminar.

Sin embargo, Claire se negó a dar más detalles, y en la biblioteca pública no había más que referencias escuetas. Maia sintió tanta curiosidad que Leie y ella se sirvieron del truco de las gemelas para fingir ser clones, y consiguieron entrar en una reunión Perkinita… hasta que algunas parroquianas descubrieron que eran vars, y las expulsaron.

Durante la larga balada, Maia vio cómo las actitudes hacia Brod cambiaban. Las mujeres sentadas cerca de él encontraban una excusa para levantarse: para servirse otra taza de caldo, o ir a la letrina, y cuando regresaban se sentaban más lejos. Incluso Quinnish, la muchacha de seis años que había flirteado descaradamente con Brod durante días, evitó mirarlo a los ojos y se mantuvo cerca de sus compañeras. Pronto, sólo Maia y Naroin estuvieron cerca de él. Valientemente, el joven no dio muestras de darse cuenta.

Era injusto. Él no había tomado parte en crímenes cometidos hacía tantísimo tiempo. Todo habría seguido siendo agradable si Charl y Tortula no hubieran escogido aquella maldita canción. De todas formas, ninguna de aquellas vars podía ser Perkinita. Maia comprendió que los prejuicios pueden ser una cosa compleja.

… para proteger el don de las Fundadoras,

y nunca olvidar el destino

de aquel futuro, pasado y presente

que hay que salvar del pesar del Hombre.

Nadie habló mucho después de eso. El fuego se apagó. Una a una, las futuras aventureras se fueron a la cama.

Al regresar de la letrina, Maia pasó a propósito junto al refugio de Brod, separado de los demás, y le deseó buenas noches. Después, volvió a sentarse junto a las ascuas, cuando ya todas las demás se habían acostado, y contempló los troncos brillar y animarse cuando las ráfagas de viento los sacudían.

Un poco más allá, hacia el bosque, Naroin alzó la cabeza.

—¿No puedes dormir, copito de nieve?

Maia respondió encogiéndose de hombros, dando a entender a la otra mujer que se ocupara de sus propios asuntos. Alzando un poco las cejas, Naroin captó la indirecta y se dio la vuelta. Pronto, suaves ronquidos se alzaron de entre las sombras, por todas partes, de aquellos bultos discernibles sólo como contornos vagos. Las ascuas se extinguieron aún más y se hizo la oscuridad, permitiendo que las constelaciones brillaran con fuerza cuando se las podía ver entre las nubes. Los agujeros en el cielo se fueron haciendo más estrechos a medida que pasaba el tiempo.

Sin estrellas que la distrajeran, Maia vio cómo algún soplo de brisa esporádica jugaba con la hoguera apagada.

Sacudido por una ráfaga, algún trozo se iluminaba de repente, desprendiendo chispas rojas antes de volver a apagarse con la misma rapidez. Consideró que las pautas de luz y oscuridad no eran en modo alguno aleatorias.

Dependiendo de los suministros de combustible, aire y calor, se producían continuos cambios de mayor o menor intensidad. Una zona podía oscurecerse porque las zonas que la rodeaban se iluminaban, consumiendo todo el oxígeno, o viceversa. Maia contemplaba otro ejemplo más de algo que, en cierto modo, se parecía a la ecología. O a un juego. Un juego de fina textura, con complejas reglas propias.

Las pautas eran fascinantes. Otro trance geométrico atrajo su atención, dispuesto a absorberla. Tentada, esta vez rehusó. Su atención era necesaria en otra parte.

Suavemente, sin hacer ningún movimiento brusco, Maia cogió un palo e hizo rodar una de las ascuas más encendidas hasta su taza. La cubrió con un pequeño plato de los suministros dejados por las saqueadoras, y esperó. Pasó una hora, durante la cual pensó en Leie, y en Renna, y en la balada de los reyes… y, sobre todo, en si se estaba comportando como una estúpida al preocuparse por una sospecha que sólo se basaba en la pura lógica, puesto que no tenía ninguna prueba que la apoyase.

Al final, alguien fue a sentarse junto a ella.

—Bien, mañana es el gran día.

Le hablaban en voz baja, casi en un susurro, para evitar despertar a las demás. Pero Maia reconoció la voz sin alzar la cabeza
.Lo que pensaba
, se dijo, mientras Inanna se sentaba a su izquierda.

—No esperaba que estuvieras demasiado excitada para poder dormir, puesto que vas a quedarte —dijo la gran marinera en un tono desenfadado y amistoso—. ¿Tanto nos echarás de menos?

Maia miró a la mujer, que parecía
.demasiado
relajada.

—Siempre echo de menos a mis amigas.

Inanna asintió vigorosamente.

—Sí, tenemos que volver a vernos, tal vez en alguna ciudad costera. En una ocasión u otra, cuando todas estemos juntas bebiendo cerveza, sorprenderemos a las parroquianas con nuestro relato. —Se inclinó hacia Maia, en tono conspirador—. Por cierto, tengo algo, si quieres un sorbo.

Sacó un frasquito que se agitaba y borboteaba.

—Las malditas saqueadoras se olvidaron de esto, benditas sean. ¿Te apetece una copa? ¿Para no tener resentimientos?

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