Tiempos de gloria (61 page)

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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Tiempos de gloria
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Naroin cambió de canal.

—Trot y su tripulación casi han terminado. Las últimas partes de la balsa han sido bajadas al mar. Ahora lo hacen con las cajas de provisiones. Acabarán de un momento a otro.

Maia volvió a mirar la pantalla y vio una imagen borrosa de mujeres trabajando en plataformas de leños cortados, esforzándose por atar las secciones y levantar un improvisado mástil. Como ya sabían por su anterior investigación, las olas eran más suaves en aquella parte, a esa hora. Por desgracia, no sucedía lo mismo en la boca del túnel espía.

Por fin, el mar se calmó un instante. Ninguna pared de roca pareció a punto de aplastarlas. Suspirando, Maia y las demás soltaron los remos. Habían pasado una noche entera sin dormir desde el fatal encuentro con Inanna, la saqueadora infiltrada.

Primero fue el desagradable deber de despertar a las otras marineras abandonadas, y contarles que una de sus camaradas era una espía. Cualquier recelo inicial hacia Maia y Naroin fue calmándose durante el trayecto a la luz de las antorchas hasta las grutas ocultas de la isla, y se disipó del todo cuando les mostraron los mensajes grabados de la unidad comunicadora de Inanna. Pero eso no fue el final de las discusiones. Siguió un interminable debate sobre el plan de Maia, para el cual, desgraciadamente, nadie ofreció una alternativa mejor.

Finalmente, horas de frenéticos preparativos llevaron a aquel madrugador derroche de actividad. Cuanto más lo pensaba Maia, más absurdo le parecía todo.

.¿Tendríamos que haber esperado? ¿Evitar simplemente poner en movimiento la trampa de Inanna? ¿Dejar que las saqueadoras se marcharan decepcionadas, y luego intentar escapar en el bote de noche?

El problema era que las dieciocho no cabían en el botecito. Y al anochecer las piratas llamarían a su espía.

Cuando Inanna no contestara con los códigos correctos, darían por sentado lo peor y pondrían en marcha otras medidas. Ni siquiera el pequeño esquife podría atravesar un firme bloqueo de barcos equipados con radar. Y para las que se quedaran en la isla, el hambre resolvería el problema de las prisioneras de las piratas, más despacio, pero con la misma precisión que un ataque armado.

No, tiene que ser ahora, antes de que esperen las noticias de Inanna otra vez.

—¡Eia! —gritó Naroin—. ¡Aquí vienen! Las velas desplegadas a todo trapo. —Miró con más atención—. ¡Perras patarkales!

—¿Qué pasa? —preguntó el joven Brod.

—Nada —Naroin se encogió de hombros—. Por un momento me pareció que era un barco grande, de dos palos.

Pero es un queche. Lástima. Son rápidos como cuchillas, con una tripulación de doce o más. Esto no va a ser tan fácil como mezclar cerveza y escarcha.

Charl escupió por la borda.

—Dime algo que no sepa —gruñó la alta mechantesa.

Tress, una marinera más joven de Ursulaborg, preguntó nerviosa:

—¿Nos damos la vuelta?

Naroin hizo una mueca.

—Espera y verás. Han virado y han quedado fuera del alcance de la primera cámara. Pasará un rato hasta que la siguiente las detecte. —Cambió de canal—. Pero la tripulación de Lullin las ha visto.

La diminuta pantalla mostró al grupo de constructoras de balsa, apresurándose por acabar su tarea antes de que el barco pirata pudiera cruzar el estrecho entre las islas vecinas. Era claramente inútil, pues la imagen más reciente del estilizado barco pirata lo había mostrado cortando las aguas, enviando salvajes chorros de espuma a babor y estribor mientras corría al ataque.

—¿Las abordarán? —preguntó Tress.

—Ojalá lo hicieran. Pero me temo que coger prisioneras no es el objetivo de hoy.

La corriente se encrespó de nuevo. Maia y las demás volvieron a remar, mientras que Naroin cambiaba de canal y gritaba.

—¡Las tengo! A unos tres kilómetros. Se acercan a toda velocidad.

.Ahí vienen… pensaba Maia cada vez que miraba la pantalla, hasta que una enorme extensión de vela blanca ocupó la diminuta imagen.
.Se acercan cada vez más
.

Por fin, la tripulación de la balsa soltó sus amarras hechas de enredaderas. Algunas empezaron a empujar con largas ramas, mientras otras dos intentaban alzar un rudo mástil cubierto con mantas remendadas. Parecía que realmente intentaban escapar.

O bien Lullin, Trot y las demás eran buenas actrices, o el miedo prestaba verosimilitud a su plan.

Naroin seguía calculando a qué distancia estaba el barco pirata. El queche se hallaba a menos de mil metros de la almadía. Luego a ochocientos, y seguía avanzando.

La situación de la balsa se hizo más desesperada. Una agitada figura empezó a lanzar cajas de provisiones por la borda, como para aliviar la carga. Las cajas quedaron flotando a la deriva detrás de la almadía, a muy poca distancia las unas de las otras.

—Seiscientos metros —anunció Naroin.

—¿No deberíamos acercarnos ya? —preguntó Brod. Parecía extrañamente relajado. No exactamente ansioso, sino muy frío, considerando sus anteriores confesiones a Maia. De hecho, Brod había insistido en ir con ellas.

.Lysos nunca dijo que los varones no pudieran pelear
—había protestada apasionadamente la noche anterior—.
.Nos enseñan que todos los hombres son miembros de reserva de la milicia, capaces de ser llamados en caso de que haya problemas graves. ¡Yo diría que eso es una buena definición para esas bandidas!

Maia nunca había oído un razonamiento como ése antes. ¿Era verdad? Como policía, Naroin tenía que saberlo.

La antigua contramaestre parpadeó dos veces al oír la afirmación de Brod, y finalmente asintió.

.Hay… precedentes. Además, no esperarán a un hombre. Será un elemento sorpresa
.

Al final, a pesar de las protestas de algunas de las otras, se le permitió acompañarlas. De todas formas, Brod estaría más seguro con ellas que en la balsa.

—Sé paciente y cierra el pico —le dijo Naroin al muchacho, mientras luchaban contra las corrientes—. Cuatrocientos metros. Quiero ver cómo planean hacerlo esas zorras… Trescientos metros.

Brod aceptó mansamente la orden. Al mirarlo por segunda vez, Maia vio otro motivo para su relativa calma: la tez del muchacho estaba verdosa; luchaba contra las náuseas. Si el joven intentaba demostrar tener agallas, Maia esperaba que no lo hiciera literalmente.

Se acercaba el momento de la decisión. El Plan A requería una batalla. Pero si ésta parecía perdida de antemano, las del bote intentarían huir a sotavento, manteniendo la masa de la isla entre ellas y las saqueadoras.

Sólo de esa forma podrían ser vengadas las marineras que se sacrificaban en la balsa. Pero, ya que la enemiga poseía un radar, Maia sabía que era improbable escapar con facilidad. A pesar de todos sus defectos, el plan de la emboscada seguía pareciendo la mejor posibilidad que tenían.

—Trescientos metros —dijo Naroin—. Doscientos ochenta… ¡Perras sangrantes!

Su puño hizo que la amura vibrara. Este sonido fue seguido casi al instante por un trueno, anómalo bajo el cielo despejado.

—¿Qué es eso?

Maia se volvió a tiempo de ver, en la pantalla, una súbita erupción de agua que estuvo a punto de alcanzar la pequeña balsa y que salpicó a su frenética tripulación.

—¡Un cañón! ¡Están utilizando un cañón! —gritó Naroin—. Esas perras malditas de Lysos, con sus caras de lúgar y sus cabezas de hombre. Nunca imaginamos esto.

Dolida y cargada de culpa, porque el plan había sido idea suya, Maia se volvió para ver, fascinada, mientras Naroin cambiaba las tomas del barco pirata. En su proa, un destello surgió entre el humo del primer disparo. Otra torre de agua casi cubrió la temblorosa balsa.

—Las tienen acorraladas —anunció Naroin, y entonces se volvió hacia Maia—. ¿Qué estás mirando? ¡Atiende los remos! Yo os diré lo que pasa.

Maia se giró justo cuando una ola empujaba su pequeño bote contra un afilado arrecife.

—¡Bogad! —gritó Brod, remando con fuerza. Maniobrando con todas sus fuerzas, consiguieron detenerse justo ante la entrecortada y amenazadora roca. Entonces, tan rápidamente como vino, la enorme ola retrocedió, arrastrándolos consigo.

—¡Naroin! ¡Vira! —chilló Maia. Pero la preocupada contramaestre estaba maldiciendo lo que veía en la pantalla, y sólo se dio cuenta cuando un amasijo de cables de fibra restalló súbitamente en el agua, extendido hasta el límite, y le arrancó el aparato electrónico de las manos. El artilugio espía voló por los aires, y luego cayó entre las olas y se perdió de vista.

La mujer policía se levantó y gritó enardecida, haciendo que el bote se moviera de un lado a otro, y luego se obligó a calmarse mientras los ecos de nuevos truenos retumbaban al otro lado del acantilado. Naroin se sentó, apoyando la mano y el brazo sobre el timón una vez más.

—No importa, ya no durará mucho —dijo.

—¡No podemos quedarnos aquí sentadas! —chilló Tress—. ¡Lullin y las demás volarán en pedazos!

—Sabían que sería duro. Apareciendo ahora sólo conseguiríamos que nos mataran también.

—¿Deberíamos intentar huir, entonces? —preguntó Charl.

—Nos localizarían en cuanto dieran la vuelta a la isla. Ese barco es más rápido, y el cañón anula cualquier ventaja que pudiéramos sacarles. —Naroin sacudió la cabeza—. Además, quiero desquitarme. Nos acercaremos, pero esperaremos hasta el último disparo antes de atacar.

Ahora que estaban lejos de la superficie de roca, las olas eran más suaves. Maia y las demás dejaron que las corrientes las llevaran hacia el norte. Más estampidos resonaron en el denso aire, cada vez más y más fuertes.

Maia sentía una conmoción auditiva y tenía el rostro desencajado. Mientras se acercaban, un nuevo sonido heló su corazón, el débil y chirriante grito de mujeres desesperadas.

—Tenemos que…

—¡Cállate! —ordenó Naroin a Tress.

Entonces se produjo un ruido como ningún otro. Lo más parecido que Maia había oído a la rotura de los mamparos a bordo del carbonero
.Wotan
. Fue una explosión no de agua, sino de madera y hueso. De aire y carne salvajemente hendidos. Los ecos se disiparon en un largo y aturdido silencio, moderado por el cercano romper de las olas contra las rocas. Maia necesitaba tragar saliva, pero tenía la boca y la garganta tan secas que era una agonía sólo intentarlo.

Naroin habló, con furia poderosamente controlada.

—Se mantendrán a la espera y buscarán durante un rato, antes de moverse. Charl, prepárate. ¡Las demás, izad la vela y luego agachaos para que no os vean!

Maia y Brod se levantaron, y juntos soltaron las abrazaderas que plegaban la vela, y tiraron de la driza. La vela aleteó como un pájaro liberado, hinchándose al viento y balanceando la botavara, lo que desequilibró a Brod y lo empujó contra Maia. Juntos, los dos cayeron a la brazola de popa, uno encima del otro.

—Uh, lo siento —dijo el joven, levantándose ruborizado.

—Uh, no importa —contestó ella, imitando amablemente su tono cohibido.
.Podría haber sido divertido
, pensó Maia,
.si las cosas no fueran tan condenadamente serias
.

Tress se reunió con ellos en el pantoque, por debajo del nivel de las bordas. Mientras el esquife bordeaba la zona norte de su isla-prisión, Charl se encargó del timón, dejando que Naroin se agachara también. Sólo Charl permaneció a la vista, vestida ahora con una túnica blanca manchada de sangre alrededor del cuello. Se había puesto una improvisada peluca que la hacía parecer ligeramente rubia.

—Firme —dijo Naroin, asomándose por la borda—. Veo la balsa, o lo que queda de ella… ¡Mantened las cabezas gachas!

Maia y Brod volvieron a agacharse, tras haber visto trozos a la deriva de astillas, troncos y cajas destrozadas, junto con un cuerpo grotescamente deforme. Fue un espectáculo nauseabundo. Maia se contentó con que Naroin describiera el resto.

—Todavía no hay rastro del barco saqueador. Veo una, dos supervivientes escondidas detrás de troncos.

Esperaba que hubiera más, ya que sabían lo que iba a pasar… ¡Eia! Allí está su proa. ¡Prepárate, Maia!

Habían discutido largamente sobre esta parte del plan. Naroin pensaba que ella debería ser la que se encargara de la parte más peligrosa. Maia respondió que la policía era demasiado pequeña para conseguirlo. Además, Naroin tenía tareas más importantes que realizar.

.Tú lo pediste, se dijo Maia. Brod le apretó la mano deseándole suerte, y ella le dirigió una rápida sonrisa antes de arrastrarse hasta la popa.

Desde el momento en que el barco saqueador quedó a la vista, Charl empezó a agitar los brazos y a gritar.

.Suponemos ciertas cosas, pensó Maia. Sobre todo, las saqueadoras no deberían ver al instante la artimaña.

.Pero tiene sentido. Inanna no se quedaría en la isla después de la destrucción de la balsa. Dirigiría a un grupo de asesinas a través del pasadizo secreto, para acabar con cualquier posible superviviente .

Era una lógica brutal, surgida de los últimos acontecimientos. ¿Pero era cierta? ¿Esperaban las piratas ver a una mujer rubia en el pequeño bote de vela? Maia ansiaba asomarse.

Charl describió lo que sucedía con los dientes apretados.

—Están a unos ciento cincuenta metros… las velas ceñidas… aún demasiado lejos. Ahora alguien me señala… me saluda. Alguien más alza unos binoculares. ¡Hagámoslo, rápido!

Inhalando profundamente, Maia se levantó de pronto, y fingió atacar a Charl, lanzando un exagerado puñetazo que la otra mujer esquivó en el último momento. Charl la empujó hacia atrás, y el bote se agitó. Entonces empezaron a forcejear, las manos cerradas sobre las gargantas. En el proceso, se colocaron de forma que Charl quedó de espaldas al barco pirata. Ahora todo lo que las enemigas podrían ver, incluso con los binoculares, sería a una mujer rubia que luchaba con una adversaria que debía de haber subido a bordo tras el naufragio de la balsa.

Oyeron gritos de excitada preocupación desde el otro barco.
.Nos volarán con el cañón si sospechan algo. O si no les importa nada el valor de sus espías
.

Incluso fingir una pelea con Charl era un esfuerzo intenso y agotador. Los movimientos oscilantes del bote las obligaban a agarrarse una a la otra de verdad. Cuando llevaban unos minutos de lucha, Charl agarró a Maia por la garganta, provocando oleadas de auténtico dolor.

—¡Maia! —susurró Naroin, oculta a popa, la mano sobre el timón—. ¿Dónde están?

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