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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

Tiempos de gloria (59 page)

BOOK: Tiempos de gloria
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.¡Empujarla a la izquierda… y luego hacia arriba!

La losa rotó, revelando un sólido trabajo de ranuras y clavijas. Unas escaleras de piedra, bastante burdas en la porción superior, se perdían en la oscuridad. Con cuidado, Maia adelantó una pierna y se internó en ellas, agachándose torpemente bajo las raíces del bosque.

.La antorcha está ya medio consumida. Será mejor que lo hagas rápido, muchacha .

Los peldaños se terminaban unos cinco metros más abajo; seguía un túnel bajo sostenido por arcos primitivos.

Maia tuvo que agacharse mientras las llamas lamían el techo, prendiendo telarañas y convirtiéndolas en piras chispeantes. Por fin, el pasadizo desembocó en una habitación subterránea.

Polvo y pedazos de piedra cubrían todas las superficies, excepto una mesa de madera y una silla rodeadas de marcas de roces y pisadas. En un rincón había un cubo de basura, cuya capa superior consistía en mondas de naranja y frutas aún aromáticas
.Alguien ha estado comiendo mejor que las demás
, pensó, amargamente. En una caja de madera encontró una bolsa de galletas de sésamo y una naranja, ya algo pasada.
.No me extraña que tengas tanta prisa por botar la almadía. Te estabas quedando sin suministros, Inanna
.

Una manta colgaba sobre la única salida. Maia la descorrió. Unos cuantos metros más allá, había otras escaleras. Hizo tiras la manta, y envolvió la mitad en la antorcha, justo debajo de la parte ardiente. Una tira prendió demasiado pronto y la dejó caer, maldiciendo entre susurros. Maia se guardó el resto en el cinturón, junto con el cuchillo, y continuó avanzando.

La polvorienta sensación de tiempo fue aumentando mientras descendía en espiral por las escaleras cilíndricas.

Eran las originales, finalmente talladas y gastadas varios centímetros en el centro por incontables pisadas. Cada peldaño tenía la forma de un segmento circular, y cada eje radial se apoyaba en el que tenía debajo. En el centro, las proyecciones en forma de disco de cada cuña se apilaban unas sobre otras, formando una barandilla redonda y vertical que Maia utilizó para apoyarse mientras bajaba más y más, vuelta tras vuelta.

Después de bajar unos diez metros, Maia se detuvo ante una puerta y un rellano que conducían a habitaciones oscuras. La luz de la antorcha reveló techos en forma de arco, algunos desplomados, que se perdían en la negrura total. No se oía nada. El polvo intacto indicaba que nadie había recorrido aquella zona en años. Sintiéndose extrañamente helada, Maia continuó bajando, pasó por un segundo rellano… y por un tercero… y otro más, hasta que por fin oyó claramente un sonido que subía por el hueco. Leve, aunque muy claro, tenía su origen más abajo.

.¡Oh, si hubiera un ascensor!, se dijo Maia con ironía, mientras pensaba en lo que sería rehacer todo el camino subiendo.
.Ni siquiera la maldita bodega Lamai era así. Era un lugar odioso, pero al menos tenían un montacargas y una ristra de bombillas de dos vatios
. No tenía claro lo que haría si se quedaba allí atrapada con la antorcha apagada. En teoría, regresar sería simple. Bastaría seguir las escaleras hacia arriba, y abrirse paso hacia el aire fresco. En la práctica, sin duda sería aterrador.
.Me pregunto qué clase de lámpara tiene Inanna
.

Ahora las paredes estaban resquebrajadas, como torturadas por un antiguo golpe o temblor. Peor, los mismos peldaños estaban hendidos, rotos. Su parte inferior había cedido, aquí y allá, lanzando una lluvia de escombros de piedra sobre los tramos inferiores de escalera. Algunos se bamboleaban de una forma que Maia encontró enervante. En varias zonas había huecos.

Maia estaba segura ya de que el gran cráter cristalino no era volcánico, ni natural, sino un artefacto de guerra.

Aquí había vivido gente, en las profundidades, buscando protección. Y alguien había venido a por ella, sacudiendo los niveles más profundos.

La escala de aquellos antiguos acontecimientos la asustaba, y ahora mismo lo último que necesitaba era más miedo.

Los sonidos se aproximaban: chasquidos ocasionales. Y una brisa fresca.

Maia estuvo a punto de tropezar cuando las escaleras se acabaron. La tensa espiral terminaba sin previa advertencia en una habitación con puertas que se abrían en tres direcciones. Al principio tuvo que recorrer el perímetro de la cámara, intentando enderezar la postura agachada que había mantenido inconscientemente durante el descenso. Finalmente, se chupó un dedo para sentir la brisa, contempló el fluctuar de la antorcha moribunda, y buscó las huellas en el suelo.

.Esa puerta .

Detrás se extendía un pasadizo tallado en roca de la isla, que se prolongaba habitación tras habitación, hasta donde alcanzaba la tenue luz de la antorcha. Maia introdujo la antorcha en la primera cámara, y la encontró vacía, a excepción de un gran banco de piedra pulida que tenía una disposición regular de agujeros uniformes abiertos en su superficie superior, como si alguien lo hubiera preparado para que sujetara los tacos de algún extraño juego.

Sin embargo, supo instintivamente que en aquella especie de cripta nunca se había practicado «jueg». alguno.

Sintió un escalofrío.

Los golpecitos se hicieron más fuertes cuando continuó caminando. Un grave susurro también aparecía y desaparecía, rítmicamente. La antorcha empezó a chisporrotear. Era el momento de decidir si la alimentaba con más tiras de tela o si dejaba que se apagase. Le hizo falta todo su valor para tomar la decisión lógica.

Maia avanzó con la mano izquierda apoyada en la pared, los ojos intentando memorizar el contorno del pasillo anterior… Entonces sucedió. Un último aleteo y la antorcha se apagó. Sumida en una súbita y total oscuridad, frenó el paso pero siguió moviéndose, combatiendo la urgencia de echar a correr en la dirección opuesta. En cambio, pisó con cuidado para evitar hacer sonidos innecesarios.

Bruscamente, sus dedos perdieron contacto con la pared izquierda, lo que le provocó una oleada de vértigo.

.No te dejes llevar por el pánico. Es sólo la puerta siguiente, ¿recuerdas? Sigue avanzando, extiende el brazo, y encontrarás la otra jamba .

Tardó una eternidad… o unos cuantos segundos. Debió de desviarse al avanzar, pues el siguiente contacto físico se produjo cuando golpeó el otro extremo de la entrada con el codo. Le dolió, aunque restaurar el contacto le resultó tranquilizador, así como atravesar el umbral. En medio de la negrura absoluta, resultaba aún más fácil que antes imaginar monstruos. Criaturas que no tenían necesidad de luz.

.Las auténticas stratoianas, pensó, intentando liberarse de una espiral de pánico. Había cuentos tontos que contaban las hermanas mayores sobre las míticas y primigenias habitantes de Stratos, expulsadas hacía tiempo por la invasión homínida. Antaño tímidas e inocentes, las criaturas habitaban ahora bajo tierra, lejos del cielo abierto.

Amargas, vengativas… hambrientas. Era un cuento de hadas, por supuesto. Que ella supiera, no existía prueba alguna de la existencia de seres semejantes.

.Pero claro, tampoco había oído jamás de cráteres de cien metros brotando en mitad de las montañas .

Otra puerta engulló la mano de Maia, sobresaltándola más que la vez anterior, convenciendo a su susceptible imaginación que unas mandíbulas vengativas estaban a punto de cerrarse a la altura de su hombro. Cuando la pared apareció, esta vez golpeando su muñeca, dejó escapar un suspiro físico de alivio.

.Basta. Piensa en otra cosa. En el Juego de la Vida .

Lo intentó. Había muchas cosas con las que trabajar. Las manchas que su córtex cerebral producía, a falta de los impulsos visuales de los ojos, creaba ante ella un panorama de puntos efímeros que fluctuaban como el tablero de Renna a máxima velocidad. Era fascinante pensar que allí pudiera haber significado. Algún gran secreto o principio que encontrar entre las descargas aleatorias de fondo que tenían lugar dentro de su propio cráneo.

.Y también puede que no signifique nada .

Maia reemprendió la marcha, atravesando otra puerta, y otra. Antes de que pasara mucho tiempo, estuvo segura de que los sonidos se habían hecho más fuertes, más claros. Pronto supo que sus primeras sospechas eran acertadas. Sólo podía tratarse del sonido del agua.
.Debo de haber bajado hasta cerca del mar
.

Notó el olor del aire fresco. Más importante, casi podía jurar que en lo alto la horrible oscuridad era aliviada por un leve resplandor. Una tenue fuente de luz. Incluso antes de que distinguiera conscientemente el suelo, le resultó más fácil caminar. Zonas más claras en la oscuridad le hicieron tener más confianza en sus pasos.

Pronto tuvo más que sospechas. Por delante, vio lo que sólo podía ser un reflejo. Una pared, levemente iluminada por alguna suave fuente de luz que no podía ver de modo directo.

Maia se acercó con cuidado. Era una intersección en forma de T, iluminada por un lado. Se deslizó a lo largo de la pared derecha, llegó a la esquina y asomó apenas un ojo.

Era otro pasillo que terminaba unos veinte metros más allá en una gran sala. La fuente de luz se encontraba dentro, aunque no a la vista. Mientras empezaba a acercarse, vio aquellos extraños reflejos ondulantes que se agitaban en el techo de la habitación. Los sonidos eran más fuertes, un inconfundible goteo de líquido sobre líquido. En la distancia, las olas rugían al golpear contra las rocas.

.Así que de eso se trata. Maia se detuvo en la entrada, cuyas puertas dobles, en otro tiempo orgullosas, se combaban ahora hacia las paredes, reducidas a tablones cubiertos de moho y sujetos por goznes oxidados. Dentro había otra mesa y sobre ella una lámpara de aceite con un pábilo mal ajustado. Más allá, la mitad de la amplia alcoba descendía hasta una laguna de agua de mar. Diez metros más lejos, la plácida superficie pasaba bajo un saliente rocoso, parte de un túnel que conducía a la oscuridad y finalmente (a juzgar por los sonidos apagados) al mar abierto. Había un pequeño bote atracado a un embarcadero, el mástil desmontado, la vela plegada pero lista.

Maia sujetó su palo con ambas manos, dispuesta a blandirlo si era necesario. Miró a derecha e izquierda, pero no había nadie a la vista. Tampoco había otras salidas. El vacío era más enervante que cualquier confrontación directa.

.¿Dónde está?

Maia se acercó a la mesa. Junto a la lámpara había una especie de caja abierta provista de botones y de una pequeña pantalla. Reconoció una consola de comunicación; estaba conectada a un fino cable que se prolongaba hacia el túnel marino. Una antena, presumiblemente. ¿O quizás un enlace de fibra, una conexión directa con otra isla? Parecía una extravagancia. Pero con el tiempo, podía merecer la pena, si la trampa-prisión se usaba con mucha frecuencia.

La pantalla estaba iluminada con una, línea de letras diminutas. Quizás el mensaje le revelara algo. Maia colocó el palo sobre la mesa y se inclinó hacia delante para leer.

LA CURIOSIDAD TIENE UN PRECIO…

¡Oh, sangradoras…!

Maia agarró su arma cuando un sonoro estrépito explotó a su espalda. Girando con la antorcha muerta en las manos, vio cómo la antigua y ajada puerta se desplomaba cuando una furia en forma de mujer cargaba contra ella.

El alarido de Inanna sacudió las paredes de piedra, haciendo que Maia temblara, golpease el aire y no alcanzara a la saqueadora, quien esquivó hábilmente el mandoble, agarró la camisa y el cinturón de Maia, y usó su fuerza bruta más su impulso para lanzarla por los aires.

La trayectoria de Maia duró lo suficiente para que ésta se diera cuenta hacia dónde se dirigía. Soltando el inútil palo, inhaló profundamente antes de que el agua la golpeara con su puño helado. De la impresión perdió la mitad del aire de sus pulmones. Con todo, consiguió no salir de inmediato a la superficie. Por pura fuerza de voluntad, se zambulló y pataleó, nadando tan profundo como pudo hacia la derecha. Si era posible salvar una cierta distancia sin que Inanna lo supiera, podría salir rápidamente, preparándose para una lucha igualada: la desesperación juvenil contra la experiencia.

.¿Una lucha igualada? Ni lo sueñes .

Maia se sintió llegar al límite. En el último segundo, se acercó al negro borde de la laguna y salió a la superficie. Jadeando, se agarró con ambos brazos y subió una pierna, intentando auparse. Pero casi de inmediato un dolor lacerante se la hizo retirar. Parpadeando, vio a su enemiga alzarse sobre ella con la pierna levantada para descargar otro golpe.

Llevada por la necesidad, se concentró en aquel objetivo y se rebulló, agarrándosela y retorciéndosela. Inanna se tambaleó con un grito y cayó, golpeándose la pelvis contra el suelo de piedra.

Una vez más, Maia luchó por salir del agua. Esta vez tenía ya una rodilla en la roca y se impulsó…

La otra mujer se recuperó demasiado rápidamente. Rodó, derribando a Maia, lanzándola al agua una vez más.

Entonces los brazos de Inanna se convirtieron en molinos de viento que descargaron sin cesar golpes sobre la cabeza de la muchacha. Una mano la agarró por el pelo, empujándola bajo la superficie. Maia luchó por soltarse, por nadar hacia otro lugar, incluso hacia el centro de la laguna. El túnel podría ofrecerle algún tipo de refugio, aunque más allá se encontraban el mar abierto y la muerte.

Consiguió ganar cierta distancia, entonces se detuvo con un súbito tirón. ¡Inanna la tenía cogida por el pelo!

Maia estalló, sorbiendo aire, y se sintió arrastrada de nuevo hacia el borde. Pataleó contra el malecón de piedra, esperando arrastrar a Inanna consigo. Pero la mujer se sujetó bien, arrastró a Maia y, una vez más, la agarró por la cabeza y la sumergió.

Mientras las burbujas se le escapaban por la boca, Maia se palpó el cinturón. Las tiras de la manta se interponían, pero por fin encontró el cuchillo de piedra. Liberarlo de los pliegues del cinturón y los pantalones casi la llevó al límite de sus fuerzas antes de que el éxito la recompensara. Desesperada, sin demasiada fuerza para apuntar, alzó el brazo y descargó un tajo.

El grito resonó, incluso bajo el agua. La presión cedió y Maia: emergió, sorbiendo aire entre gemidos.

Entonces, casi sin solución de continuidad, las manos volvieron a agarrarla. Maia las apuñaló, alcanzándolas otra vez. De repente, una sólida tenaza asió su muñeca.

—Buen movimiento, virgie —dijo la saqueadora con los dientes apretados, controlando el dolor—. Ahora lo haremos despacio.

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