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Authors: Jean-Claude Barreau & Guillaume Bigot

Tags: #Historia

Toda la Historia del Mundo

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He aquí una historia de la humanidad concentrada y de fácil lectura, ágil y accesible, que resume de modo cronológico los principales acontecimientos de la civilización, desde los antecedentes del
homo sapiens
hasta los atentados del 11-S. Un acercamiento a veces desmitificador, pero siempre riguroso, que profundiza en los aspecto culturales y políticos para explicar con atrevimiento y originalidad —¿qué fue el Imperio romano sino la primera globalización?— los hechos presentes a partir de los pasados. Un libro-brújula para todo tipo de lectores que se detiene en lo esencial y que, al modo clásico, instruye deleitando.

Jean-Claude Barreau y Guillaume Bigot

Toda la Historia del mundo

De la prehistoria a la actualidad

ePUB v1.0

Horus01
04.02.12

Jean-Claude Barreau & Guillaume Bigot

Fecha de Publicación: 2006

Traducción de: Sofía Tros de Ilarduya

Capítulo
1
Los desmemoriados

E
N
F
RANCIA
, hace un siglo, todo aquel que sabía leer también sabía situarse en el tiempo y en el espacio. Un manual redactado por dos eminentes profesores, el «Malet-Isaac», mencionaba las referencias históricas y geográficas que conocían las personas que habían superado el graduado escolar. Sin embargo, esto ya no es así. La mayor parte de los franceses, y de los occidentales en general, se han convertido en personas sin pasado, en «desmemoriados» (esta palabra describe bastante bien la situación). Por una irónica paradoja, nunca se ha hablado tanto del «deber de la memoria» como en esta época de olvido; ya se sabe, sólo se insiste en una cualidad cuando ésta se ha olvidado.

Hasta hace poco tiempo, aún se escuchaba a los franceses quejarse cuando no se sentían contentos: «Si una vez hicimos la Revolución, podríamos volver a hacerla», manifestaban así que eran conscientes de una bonita continuidad histórica. ¿Qué encontraríamos hoy en la cabeza de sus hijos (al menos en la de los que no han cursado el tercer ciclo)? ¡Un caballero de la Edad Media con su armadura, cabalgando sobre un cohete interplanetario, a modo de caballo, en un lugar indeterminado!

La película en varias entregas
El señor de los anillos,
una epopeya que no se desarrolla en ninguna parte, nos proporciona con su éxito el testimonio de la ignorancia universal. La culpa no es de nuestros contemporáneos si se ha descuidado instruirles sobre hechos y lugares. Un mundo apremiante ha querido sustituir el estudio de la historia cronológica por el de los temas que cabalgan por los siglos, del tipo «Los medios de comunicación a través de los tiempos». En cuanto a los lugares, todos son iguales para los apresurados técnicos que ya no quieren tener en cuenta los parajes, las ciudades actuales alinean por todas partes las mismas torres de cristal. Dentro de este barullo, los paisajes se difuminan, las culturas se disuelven, las historias colectivas se borran.

Esta mezcolanza provoca la desaparición de aquello que permitía a los individuos efectuar el inventario de su herencia.

Si a esto se añade un tremendo desprecio por el pasado lejano y el culto a lo «inmediato», se entiende que nuestra modernidad fabrique más consumidores, «zapeadores» e hijos de la publicidad que ciudadanos responsables, deseosos de comprender y construir.

Así pues, hay que ponerse en guardia: la misión más importante de una civilización es transmitir a sus hijos un patrimonio, queda a cargo de estos últimos rechazar, dilapidar o hacer fructificar esa herencia.

Cuando en la noche de Pascua, un joven israelí interroga de manera ritual a los adultos que lo rodean sobre el sentido del rito que se celebra, éstos le responden, de un modo no menos ritual, con el relato de la liberación del pueblo judío de la esclavitud egipcia. Este hecho, expresado de un modo sobrecogedor durante la cena pascual del judaísmo, constituye el acto fundamental de la educación. No fue por casualidad que Pol Pot, en Camboya, quisiera arrancar radicalmente a los jemeres de su pasado: sabía lo que se hacía.

De este modo, sin esas preguntas del discípulo al maestro, sin la transmisión de los maestros a los más jóvenes, deja de subsistir la civilización y sólo queda la barbarie; ni siquiera sobrevive la especie humana, lo que subrayaremos haciendo alusión a la prehistoria.

Esta convicción nos ha empujado a intentar contar la historia de los hombres. Sabemos que numerosos profesionales, muy eruditos en tal o cual cuestión, escriben cantidad de obras, la mayoría excelentes, que se publican todos los años (por ejemplo, en esta misma editorial); pero esas historias tratan de problemas concretos, de épocas precisas y de personajes aislados. Y nuestros contemporáneos —que no han aprendido en el colegio la cronología— no encuentran ningún equivalente actual al «Malet-Isaac», (que, es verdad, se ha reeditado en bolsillo, pero ese manual daba por supuesta una enseñanza de Historia que ya no se proporciona). En la actualidad, la gente tiene dificultades para hacer un estudio comparativo de los temas, para situarse en la cadena del tiempo. Sin embargo, Malraux nos explica en sus
Antimemorias
que sin un punto de comparación, los problemas dejan de ser comprensibles. «Pensar es comparar», escribe.

¿Es posible, por tanto, descifrar la actualidad sin referencias históricas; los acontecimientos más actuales siempre se enraízan en un pasado lejano? ¿Cómo situar, por ejemplo, las guerras de Irak sin haber oído hablar de Mesopotamia? Sin referencias cronológicas ni geográficas, los telediarios se transforman en historias fantásticas, en episodios de
El señor de los anillos.
Sus imágenes nos disgustan sin que nos sintamos concernidos. Hoy en día se ve todo, de inmediato, en directo, pero no se entiende nada. En las librerías se encuentran excelentes diccionarios históricos, pero para consultar un diccionario hay que saber por dónde hincarle el diente. En los monitores de internet aparece más o menos todo lo que se busca, pero en la «red», en la «web», coexisten lo mejor y lo peor, y sin cultura general se hace difícil distinguir lo uno de lo otro.

De ahí la idea simple, ambiciosa y modesta a la vez, de escribir un libro bastante corto que sea el relato de la historia del mundo; un relato necesariamente incompleto y orientado desde el punto de vista de sus autores, por lo tanto discutible, pero firmemente cronológico. Retomando el título de una famosa colección de libros franceses, «La historia contada a mi hija o a mi hijo», nuestra historia se dirige a todos los lectores que deseen «encontrarse», y situar sus destinos personales (para lo que multitud de psicólogos les ofrecen sus servicios) en la gran historia colectiva, heroica y trágica, absurda o llena de sentido, de la especie humana.

Nosotros hemos querido «narrar» un relato cronológico; un cuento, es verdad, pero el más apasionante (la realidad supera la ficción), basado en lo real y no en las fantasmagorías de la literatura fantástica (género literario que se puede apreciar, pero solamente sabiendo que es «fantástico»).

Este libro no es un libro de sabios. Pretende ser una especie de resumen de la historia de la humanidad; rudimentario, aunque lleno de acercamientos sorprendentes y de cuestiones impertinentes; un cuento verdadero en donde el lector podrá encontrar interpretaciones discutibles de hechos que no son cuestionables. Está dirigido a todos, con excepción de los historiadores de oficio.

Nota: Los autores agradecen su ayuda a Sandra Muñoz.

Capítulo
2
La prehistoria

L
A AVENTURA
del ser humano empieza mucho antes que su historia. Sólo se puede elaborar la historia de los pueblos que han escrito.

Antes de la invención de la escritura, no disponemos más que de documentos arqueológicos sobre nuestros ancestros: osamentas, útiles, pinturas; únicamente más tarde podemos leer lo que contaban de sí mismos. Porque la escritura se utiliza desde hace alrededor de seis mil años. Es decir, la prehistoria es mucho más larga que la historia.

La Tierra es un planeta rocoso situado a gran distancia de una estrella mediana, el Sol, semejante a millones de otras estrellas.

En la Tierra, la vida nació y se desarrolló hace más de cuatro millones de años, aprovechando la abundancia de agua (los océanos cubren las tres cuartas partes del globo) y la existencia de una atmósfera densa y con nitrógeno. Probablemente exista vida en otros lugares, en planetas que gravitan alrededor de estrellas fijas, pero hasta el momento, y a pesar de las sondas espaciales, sólo la hemos encontrado en nuestro planeta.

Tal vez los extraterrestres vivan en la inmensidad del cosmos; sin embargo, no tenemos ninguna noticia de que hayan visitado nuestro mundo, ninguna de las «pruebas» de su eventual paso resisten realmente el análisis científico.

Aun sin visitar la maravillosa Galería de la Evolución del Museo de Historia Natural de París, se puede comprobar que los animales más desarrollados han sido los primates, familia a la que nosotros pertenecemos.

Los primates son todos los simios, pequeños o grandes. Todavía quedan en la Tierra otros grandes primates además de nosotros: los chimpancés, los gorilas, los orangutanes. Éstos no son nuestros antepasados, sino nuestros primos. Nuestros ancestros eran los grandes primates desaparecidos hoy en día: el
Sinanthropus
, el
Pithecanthropus
, etcétera. Los mamíferos son los animales más desarrollados, en particular, gracias a su modo de reproducción dentro del seno de las hembras, in útero, en donde están mucho mejor protegidos que los huevos de las serpientes o de los pájaros.

Los primates son los más inteligentes de los mamíferos. La vida progresa por selección natural, se elimina a los peor adaptados. Así pues, la inteligencia es el mejor criterio de selección. Una especialización demasiado grande no es una ventaja. Un elefante es formidable, pero sus defensas lo estorban. Un caballo corre muy rápido pero no tiene cuernos. El tigre es una extraordinaria máquina de matar (igual que todos los felinos), pero, como no tiene que hacer demasiado esfuerzo para alimentarse, es bastante estúpido. Los primates no tienen defensas, corren menos rápido que el caballo y se encuentran desnudos frente a los leones, pero triunfan sobre los depredadores por su astucia.

Además es necesario que esa inteligencia pueda adecuarse al hábitat: los mamíferos marinos (ballenas, delfines) son muy inteligentes, pero no tienen manos. Los primates tienen manos. ¿Por qué? Porque viven en los árboles y porque, para poder vivir en los árboles, tienen que agarrarse. Los primates son, pues, tetrápodos. Sus manos les han proporcionado enormes posibilidades de acción. Las especies animales cambian por mutación genética, la selección natural elimina las mutaciones inadaptativas. Tras millones de años de mutaciones y de selección, los grandes primates eran, en la era cuaternaria, los más adaptativos de entre todos los animales: menos fuertes que los elefantes, menos salvajes que los tigres, menos rápidos que los caballos, pero aptos para todo.

De esto puede deducirse que, si en alguna otra parte de la galaxia existen «homínidos», éstos tienen todas las probabilidades de parecerse a nosotros: cerebro grande, manos, no demasiada especialización...

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