Tormenta de sangre (34 page)

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Authors: Mike Lee Dan Abnett

BOOK: Tormenta de sangre
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Pasó un tiempo antes de que Malus se diera cuenta de que la presencia del demonio se había retirado. Se hallaba sentado sobre la cubierta, y en sus oídos resonaba un rugido. De su armadura manchada de sangre ascendían jirones de niebla fría. Del brujo quedaba poco que aún fuese reconocible.

Poco después, el rugido se resolvió como los ruidos de la batalla, y Malus recordó dónde estaba. Un escalofrío de terror le recorrió la espalda al darse cuenta de la trascendencia de lo que acababa de hacer. Miró a su alrededor, enloquecido, esperando encontrar a Urial de pie junto a él, con el hacha ardiente dispuesta a caer.

En cambio, el hermano había cedido a su propio señor ultraterreno, transportado por el éxtasis de la batalla. Había matado a todos los skinriders que el brujo había lanzado contra él y, borracho de sangre, había cargado hacia popa, donde aún se libraba la batalla por la posesión del barco. Había caído como un rayo sobre los defensores de la nave, y los corsarios, al reconocer en él el toque de la divinidad, habían recuperado el valor y redoblado sus esfuerzos. Salvo los muertos, no había habido nadie que pudiera presenciar la transformación de Malus, y por el momento se encontraba solo entre ellos.

El noble se puso de pie, con una sensación de profundo cansancio. En torno al barco, el mar estaba rojo de fuego. A estribor, el último de los tres barcos que habían perseguido a la nave exploradora iba entonces a la deriva, a capricho del viento, con la cubierta convertida en un infierno. Un trío de naves negras pasaron ante el viejo buque incendiado, deslizándose sin esfuerzo hacia el sur antes de virar a barlovento. Más lejos, también a estribor, el
Saqueador
bogaba hacia el norte, vapuleado pero invicto. El barco enemigo que había virado hacia él al principio de la batalla era entonces una pira en llamas que se hundía bajo las olas.

A babor, la lucha no había ido tan bien. El
Navaja Negra
iba a la deriva, trabado en un llameante abrazo con un barco de los skinriders: los tripulantes de uno habían abordado al otro, y en la furiosa batalla que siguió, ambos se habían incendiado y nadie había podido extinguir el fuego. El
Dragón Marino
se hundía lentamente, y las olas pasaban por encima de la borda mientras el mar entraba por los agujeros abiertos en el casco. Sin embargo, el agresor había tenido poco tiempo para saborear la victoria. El último barco de los skinriders se encontraba entonces bien al sur, con una estela de aparejos en llamas y un mástil partido, y perseguido por otras tres naves druchii que lo acosaban como lobos.

Malus se dio cuenta de que Bruglir no se había visto superado en número en ningún momento. Había dividido las fúerzas en tres escuadras, y había enviado dos de ellas al este y el oeste, justo al otro lado del horizonte. Cuando había comenzado la batalla, les había hecho una señal, y las escuadras habían caído sobre los sldnriders por los flancos para cerrarse sobre ellos como mandíbulas.

Los ruidos de batalla de la popa se apagaron repentinamente. Malus se volvió y vio que el capitán de los skinriders dejaba caer la espada y se arrodillaba ante Tanithra; resultaba evidente que el ardiente semblante de Urial y su hacha habían bastado para lograr una rendición impropia de aquellos enemigos. Tanithra gritó de júbilo al mismo tiempo que decapitaba al hombre, y la tripulación lanzó un largo bramido de victoria.

Los gritos de celebración eran tan potentes que Malus estuvo a punto de no oír el débil lamento procedente de la popa. El noble frunció el ceño. «Parece extrañamente familiar», pensó. Y entonces, recordó: «¡Hauclir!»

Malus corrió hacia la popa. La nave exploradora había desaparecido, tragada por las voraces olas. El noble se asomó por el lado y vio al guardia que colgaba de un cabo de abordaje y sujetaba con fuerza un manojo de cartas de navegación empapadas. Malus lanzó un grito de sobresalto e izó la cuerda con todas sus fuerzas, con la esperanza de tener aún en su interior un poco de la fortaleza del demonio.

Todavía pasó cierto tiempo hasta que Hauclir rodó por encima de la borda. Le corría agua del pálido semblante y el pelo, y le caía a chorros desde debajo de la pesada armadura. Aún sujetaba las cartas de navegación en una presa de muerte, y la mirada que le dirigió a Malus era de insubordinación y horror al mismo tiempo.

—¡Que la Madre Oscura no lo quiera —dijo Hauclir, tembloroso—, pero si alguna vez volvemos a encontrarnos en un barco que se va a pique y nos hemos dejado algo bajo cubierta, maldición, ya puedes ir a buscarlo tú mismo, mi señor!

19. La isla de los perdidos

—Ahí está —declaró Bruglir, y dio unos golpecitos sobre un punto del mapa de pergamino amarillo con un dedo acorazado—. Ése es el islote de Morhaut.

Malus cruzó los brazos debajo de la gruesa capa que llevaba puesta, y reprimió otro ataque de temblores. El gélido toque del demonio aún perduraba, aunque hacía ya más de cuatro horas que había acabado la batalla a bordo del barco de los skinriders. Era casi mediodía, y el agitado mar septentrional brillaba como acero pulimentado bajo una pálida luz solar difusa. Los corsarios druchii andaban por ahí descalzos y descamisados para bañarse como lagartos en el agradable calor, pero Malus aún se sentía congelado hasta los tuétanos. A Tanithra y los demás les dijo que se había empapado al sacar a Hauclir del agua, y la capa de invierno no había despertado más que un interés pasajero en Bruglir y Urial. El noble se inclinó sobre la mesa del capitán y entrecerró los ojos para enfocar las líneas finamente trazadas y las grotescas anotaciones del mapa de los skinriders. Había visto libros de brujería que eran más claros y fáciles de descifrar.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? Todo está escrito en una especie de galimatías.

—De hecho, es idioma norse —replicó Bruglir—. Mira aquí. —El dedo retrocedió de la diminuta señal que representaba al islote, y señaló ocho islas grandes extendidas ante la entrada del mar septentrional—. Tres de estas islas son bien conocidas por albergar importantes campamentos de los skinriders, y podemos suponer que también las otras cinco son importantes puestos avanzados. Observarás que todas tienen trazadas rutas claramente definidas que las conectan unas con otras. —El dedo recorrió las largas líneas curvas que iban de una rocosa silueta a la siguiente, cada una con anotaciones en una extraña escritura rúnica—. Ahora bien, ¿qué más tienen en común todas estas islas?

Malus estudió el mapa. Cuando Bruglir lo señaló, la respuesta saltó fuera del enredo de líneas y runas.

—Todas ellas tienen un curso trazado hasta una isla localizada en el centro, más pequeña que las demás.

El capitán asintió con la cabeza.

—Exacto. Esta isla central es el cuartel general. No puede ser otra cosa.

Se desplazó para ojear un montón de cartas de navegación druchii que descansaban sobre la superficie de un escritorio cercano, y finalmente se decidió por una y la extendió sobre la mesa. A través de la fina vitela se transparentaba la carta de los skinriders, y creaba una figura compuesta del mismo mar.

—¿Ves que la isla ni siquiera aparece en nuestra carta? —Bruglir sonrió cruelmente—. Éste es el secreto que tanto luchaban por proteger. ¡Ahora sabemos dónde está su corazón, y podemos arrancárselo y sostenerlo ante sus incrédulos rostros!

Malus apretó los dientes para controlar otra tanda de estremecimientos, y estudió a los otros druchii que había en el camarote. Tanithra asintió para sí misma al estudiar el mapa con expresión pensativa. Urial el Rechazado se mantenía rígidamente erguido, con los ojos brillantes y feroces. Resultaba evidente que el éxtasis de la batalla aún cantaba en sus venas, y la mirada que le dirigía al hermano mayor casi equivalía a un reto. El noble se preguntó si Urial había luchado alguna vez en una verdadera batalla antes de ese día. Estaba claro que el sabor le gustaba. Malus consideró los cambios acaecidos a Yasmir desde la llegada al
Saqueador
, y se preguntó qué significaría eso para sus planes. Tendría que actuar dentro de muy poco tiempo, y no podía permitirse que Urial ni nadie más hiciera algo impredecible.

La batalla con los skinriders había continuado durante una hora más después de que Tanithra y su tripulación hubiesen capturado el barco pirata. Tres de las naves enemigas habían quedado completamente destruidas, con los cascos consumidos por el fuego brujo de los virotes de llama de dragón. De las tres restantes, dos fueron despojadas de todo lo que pudiese resultar útil, y luego fueron dejadas a la deriva con brea encendida esparcida por la cubierta, al no disponerse de suficientes tripulantes para dotarlas. También el
Cuchillo Ensangrentado
fue entregado a las llamas, dado que el capitán y casi todos los tripulantes habían muerto, y los aparejos habían quedado casi completamente destruidos durante la lucha. Además, se había perdido la mayor parte de la tripulación del
Dragón Marino
, que había muerto congelada en las frías aguas antes de que otro barco pudiera llegar a rescatarla. Eso dejaba sólo el barco que había tomado Tanithra, y que claramente esperaba conservar, a juzgar por las inequívocas solicitudes de más tripulantes y suministros que le planteaba a Bruglir.

Una vez concluida la batalla, el
Saqueador
se había situado junto al barco pirata capturado. Malus y Urial habían subido a bordo con las cartas de navegación, y el noble había enviado a Hauclir a que se secara y averiguara qué había sucedido durante su ausencia. Entonces, el resto de la flota bogaba hacia el norte, avanzando lenta pero certeramente hacia el islote de Morhaut.

—De acuerdo —dijo Malus—. Parece que todos los demás coinciden con tus conclusiones, capitán. Y ahora, ¿qué?

Bruglir se encogió de hombros.

—Siempre y cuando no nos encontremos con más skinriders por el camino, llegaremos al islote en una semana —dijo—. Después de eso, dependerá de Urial que atravesemos las defensas de la isla, si es capaz de hacerlo.

Urial se puso rígido, y un rubor coloreó sus pálidas mejillas.

—¡Ah, soy capaz de muchas cosas, hermano! —replicó con tono sorprendentemente venenoso—. Vas a comprobarlo dentro de muy poco.

Malus se aclaró la garganta en el repentino silencio.

—¿Qué sabes acerca de las defensas de la isla, Urial?

Durante un momento, Urial y Bruglir continuaron mirándose con fijeza a los ojos por encima de la mesa. Finalmente, Urial apartó la mirada.

—Existen pocos datos concretos, por desgracia —le dijo a Malus—. Las bibliotecas de Hag Graef contienen escasas referencias a ese islote, pero pude desenterrar alguna información sobre Eradorius, el brujo que residió allí y supuestamente creó las defensas hace miles de años. —Los ojos color latón de Urial brillaban como monedas calientes—. Parece que Eradorius fue un servidor del Caos durante los años de la Primera Guerra, un conquistador y maestro de conocimientos arcanos que era terrible enemigo de Aenarion y sus retorcidos parientes, hasta que huyó de su castillo de hierro y huesos, y se refugió en una isla remota del mar septentrional.

Malus sintió que se le secaba la boca.

—¿Que huyó, dices?

—Eso parece. Lo más probable es que sus tenientes se volvieran contra él, codiciosos de su riqueza y poder —replicó Urial—. Con independencia de qué fuera lo que Eradorius temía, dedicó todo el poder que le restaba a intentar escapar. Según la leyenda, puso muchas protecciones mágicas en torno al islote de Morhaut, destinadas a destruir a cualquiera que fuese lo bastante estúpido como para acercarse.

Tanithra frunció el entrecejo.

—¿Protecciones? —dijo con una mueca, como si le desagradara el sabor de la palabra—. ¿Como qué? ¿Tormentas de sangre y bandadas de demonios?

Urial rió entre dientes.

—No. Se requiere un gran poder para mantener protecciones como ésas, y no habrían sobrevivido sin que se les inoculara energía regularmente. No, las protecciones eran más sutiles, alteraban las percepciones del intruso de tal modo que lo más probable era que ni siquiera reparara en la existencia del islote.

—¿Y si lo hacía?

—Entonces, se perdería para siempre.

Tanithra negó con la cabeza.

—No lo entiendo.

El antiguo acólito abrió las manos hacia adelante.

—Es lo único que cuentan las leyendas. Sabré algo más cuando haya tenido la posibilidad de estudiar las protecciones de primera mano.

—Usaremos el barco capturado —dijo Bruglir—. Una vez que Urial haya encontrado el modo de atravesar las defensas, haremos entrar al resto de la flota.

—¿Y eso significa que conseguiré los tripulantes que necesito? —preguntó Tanithra.

Bruglir respiró profundamente y, al erguirse en toda su estatura, rozó con la cabeza las vigas del techo.

—Después de la última batalla, la flota tiene pocos marineros de los que pueda prescindir —replicó con precaución—. No quiero dejar a nuestros barcos con una dotación insuficiente, cuando podría avecinarse otra importante batalla.

—Ahora mismo nos dejas a nosotros con una dotación insuficiente —le contestó Tanithra.

—No tengo ninguna intención de llevar el barco pirata a la batalla —replicó Bruglir—. Cuando hayamos encontrado la manera de atravesar las defensas del islote y tengamos una idea de lo que hay al otro lado, lo echaremos a pique. Para mí no tiene valor alguno como botín.

Tanithra se quedó boquiabierta, y sus oscuros ojos brillaron de furia.

—Estás hablando de mi barco, capitán. Lo he ganado con sangre y acero, y nadie decide echarlo a pique, excepto yo.

—Tenías un barco, Tani, y lo perdiste en la batalla —replicó Bruglir con frialdad—. Y todos los capitanes de todos los barcos de esta flota sirven según mi deseo. Cuando la batalla comience de verdad, te necesitaré de vuelta aquí, en el
Saqueador
.

Malus evaluó cuidadosamente las reacciones de los dos corsarios, y luego se aclaró la garganta.

—Hermano, estás siendo injusto con la primera oficial. Gobernó la nave exploradora con gran habilidad, y condujo a la tripulación a la victoria contra un enemigo que era más del doble de grande que nuestro barco. Incluso yo sé que la ley del mar avala su derecho al botín. —Hizo una pausa dramática—. Si esto tiene que ver con Yasmir...

—Esto tiene que ver con que estoy al mando de esta flota —le espetó Bruglir—, algo sobre lo que no tiene absolutamente ninguna influencia tu precioso poder de hierro. La reunión se ha acabado —dijo Bruglir con frialdad, y a continuación se inclinó sobre las cartas de navegación que tenía delante—. Llegaremos al islote de Morhaut en seis días. Ahora, marchaos.

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