Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano (17 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano
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El azar quiso que la sesión en la que por fin tuvo lugar la votación sobre Leia fuese presidida por Behn-Kihl-Nahm, quien ocultó su reluctancia detrás de una máscara de eficiencia fruto de una larga práctica.

—Presidenta Leia Organa Solo, comparece ante el Consejo de Gobierno del Senado de la Nueva República para responder a una petición de falta de confianza presentada por el consejero Doman Beruss —dijo Behn-Kihl-Nahm.

Leia estaba inmóvil en el pozo de audiencia delante de la mesa en forma de V y mantenía los dedos entrelazados ante ella.

—Me presento ante el Consejo de Gobierno para escuchar el desafío y responder a él, tal como se especifica en la Carta Común.

Behn-Kihl-Nahm asintió.

—El fundamento de la petición está expresado de la siguiente manera: su capacidad para continuar desempeñando sus deberes como presidenta de este organismo político se encuentra seriamente comprometida por un conflicto insuperable con sus intereses como esposa del general Han Solo, quien actualmente está prisionero de la Liga de Duskhan, con la que nos hallamos a punto de librar un conflicto armado, y seguirá estándolo en el futuro. ¿Tiene alguna pregunta que hacer sobre esta acusación?

—No —dijo Leia sin inmutarse.

—¿Desea matizar o negar la veracidad de los hechos tal como están expuestos en el apartado segundo de la petición?

—No lo deseo —dijo Leia, poniéndose todavía un poco más erguida de lo que ya lo estaba.

—¿Desea hacer algún tipo de declaración para rechazar los argumentos expuestos en el apartado tres?

—Sólo quiero declarar que el demandante ha dicho mucho más sobre sus temores que sobre mi conducta —replicó Leia, lanzando una rápida pero penetrante mirada de soslayo a Beruss—. Ignoro cuáles pueden ser sus razones, pero el consejero Beruss se ha dejado llevar por prejuicios sin fundamento..., y al hacerlo se ha convertido en el principal factor de perturbación del funcionamiento de la presidencia. Confío en que este Consejo de Gobierno sabrá reconocer ese hecho y que pondrá fin a esa perturbación rechazando su petición.

—Muy bien —dijo Behn-Kihl-Nahm—. El demandante ha vuelto a pedirme que le ofrezca una alternativa antes de iniciar la votación. El consejero Beruss está dispuesto a retirar la petición contra la presidenta si ésta accede a abandonar el cargo de manera temporal hasta que la crisis del Sector de Farlax haya quedado resuelta y se haya asegurado el regreso del general Solo.

—Esa alternativa no me interesa lo más mínimo —dijo Leia.

Beruss se removió nerviosamente en su asiento.

—Los términos podrían ser redactados de tal manera que conservara toda su autoridad en otras áreas.

—No —replicó secamente Leia—. Eso es imposible. Ya es un poco tarde para empezar a rescribir la Carta con la idea de separar las funciones presidenciales de las de la jefatura de Estado y la comandancia suprema de las fuerzas armadas..., y aunque pudieran hacerlo, yo tampoco lo aceptaría.

Leía se volvió hacia Behn-Kihl-Nahm en una actitud de tranquilo desafío y contempló en silencio a su viejo amigo durante unos momentos antes de seguir hablando.

—El Consejo de Gobierno no fue creado para proporcionar una ocasión de chantajear a la presidencia de la Nueva República a puerta cerrada. Si piensan que esta petición es razonable y que ya no soy capaz de hacer el trabajo para el que se me eligió..., entonces envíen la petición al Senado. Basta de retrasos. Inicie la votación.

—Muy bien —dijo Behn-Kihl-Nahm—. Por haber presentado la petición, se considera que el senador Beruss la apoya con su voto. ¿Senador Rattagagech?

—Apoyo la petición.

—¿Senador Fey'lya?

—Comparto los temores del senador Beruss y le ofrezco mi apoyo.

—¿Senador Praget?

—Afirmativo.

El voto de Praget selló el desenlace, pero Leia permaneció inmóvil e impasible hasta que el último miembro del Consejo hubo votado. El recuento final fue de cinco votos contra ella por dos a favor.

—La petición será comunicada al Senado en su próxima sesión general —dijo Behn-Kihl-Nahm, tan visiblemente alterado que tuvo que hacer un considerable esfuerzo de voluntad para contener un estallido de ira—. Se levanta la sesión.

Cuando golpeó el cristal, lo hizo con tanta fuerza que éste se agrietó..., y la grieta fue lo bastante grande para debilitar su nítida voz tintineante, pero no lo suficientemente severa para que el cristal quedara hecho añicos.

Behn-Kihl-Nahm no creía en los presagios, pero sostuvo el cristal con cautelosa delicadeza mientras lo sacaba del estrado y se aseguró de que nadie más viera la grieta.

SEGUNDO INTERLUDIO
Emboscada

—¡Capitán! ¡El rastro de solitones del intruso se ha desvanecido de repente!

El capitán Voba Dokrett se volvió hacia el jefe de navegación del
Gorath
y le asestó una violenta palmada en la espalda.

—¡Parada de emergencia! ¡Llévenos de vuelta al espacio real! Deprisa, y procure no cometer ningún error... Si el enemigo no está delante de nuestros cañones cuando salgamos del hiperespacio, su primogénita morirá.

Dokrett giró sobre sus talones, se alejó un par de pasos de la consola de navegación y buscó al jefe de sistemas de artillería con la mirada.

—Ordene a las baterías desintegradoras que centren sus disparos sobre la proa y la popa del intruso para destruir su armamento, y que abran un agujero en su parte central a continuación.

—¿No deberíamos dejar incapacitado al intruso antes, señor?

—Las baterías iónicas del
Precio de Sangre
no surtieron ningún efecto perceptible. Dogot siguió al pie de la letra las reglas del manual y murió.

—Sí, señor —dijo el jefe de sistemas de artillería—. Atención todos los puestos de combate: números uno y tres de proa, lleven a cabo las operaciones de seguimiento y adquisición de blancos en la sección delantera. Números cuatro y seis de proa, centren las miras en la sección de popa. Números dos y cinco, prepárense para abrir agujeros en el casco y esperen nuevas instrucciones.

El jefe de sistemas de artillería apenas había acabado de ladrar las órdenes cuando la alarma de salida del hiperespacio empezó a sonar y el
Gorath
fue sacudido por una serie de zumbidos y temblores.

—¡Una porción de la recompensa para cada oficial si logramos capturar al intruso intacto! —gritó Dokrett—. ¡Por la gloria de Prakith y al servicio de nuestro amado gobernador Foga Brill, uno el destino de esta nave con el resultado de la batalla que nos espera!

Las pantallas cobraron vida por todo el puente del
Gorath
cuando el crucero volvió a sumergirse en el mar de energías electromagnéticas que formaban el universo sublumínico.

—No hay ni rastro del
Tobay
, capitán —anunció el jefe de sensores—. Si no han observado el cambio producido en la emisión de solitones del intruso, habrán saltado siguiendo el nuestro y su reentrada tendrá lugar muy lejos de nosotros.

—Pues entonces lo siento por su tripulación, porque perderán su parte de la recompensa cuando ya la tenían al alcance de la mano —dijo Dokrett—. ¡Distancia al objetivo!

—Ocho mil metros.

Sonriendo de oreja a oreja, Dokrett dejó caer las manos sobre el hombro de su navegante.

—¡Ja! Vaya, parece que es usted un buen padre después de todo —exclamó.

—¿No deberíamos esperar al
Tobay
, capitán?

—¡No! —ladró secamente Dokrett—. ¡Fuego!

El jefe de sistemas de artillería se inclinó sobre sus pantallas de control.

—¡Números uno y tres de proa, fuego! ¡Números cuatro y seis de proa, fuego!

Casi de inmediato y prácticamente al unísono, cuatro de las ocho baterías primarias del crucero lanzaron temibles dardos de energía hacia el gran navío que tenían delante.

No hubo ni llamaradas ni explosiones, pero el sensor telescópico de Dokrett le mostró pequeñas nubes de restos que se desprendían de cicatrices ribeteadas de negro repentinamente abiertas en ambos extremos del casco del intruso.

—¡Basta! —gritó—. ¡Y ahora, disparen sobre su corazón!

Momentos después de que el jefe de sistemas de artillería hubiera transmitido las órdenes, las cuatro baterías que habían lanzado la primera andanada volvieron a la inactividad y las dos baterías que habían estado aguardando instrucciones abrieron fuego. El terrible diluvio de haces desintegradores surgido de sus cañones se precipitó sobre un solo punto situado en el centro del gigantesco navío y lo martilleó implacablemente hasta que otro agujero de bordes negros se abrió en esa zona. Después los haces desintegradores se fueron separando para formar un círculo, y siguieron royendo el perímetro de la abertura hasta que ésta tuvo veinte metros de diámetro.

—¡Alto el fuego! —gritó Dokrett—. Eso debería bastar para mantenerlos ocupados. Jefe de sistemas de artillería, ordene a todas las baterías que estén preparadas para lanzar disparos de represalia. Navegante, inicie un vector de aproximación que nos lleve hacia su flanco. ¡Grupos de abordaje, a sus módulos de incursión! El trofeo ya casi es nuestro.

El objetivo no mostró ninguna clase de respuesta mientras el
Gorath
se le iba aproximando hasta quedar a cien metros del agujero abierto en su sección central. A esa distancia, las colosales dimensiones del navío —que tenía más de cinco veces la longitud del crucero ligero de Prakith, y tres veces su diámetro— llenaron todas las pantallas visoras y mirillas de artillería.

—¡Capitán! —gritó de repente el jefe de sensores—. Está ocurriendo algo muy raro... A esta distancia y con una nave de esas dimensiones, la lectura del detector de anomalías magnéticas casi debería salirse de la escala. Pero a juzgar por las lecturas que estoy obteniendo, yo diría que ahí fuera no hay nada más grande que una chalupa.

Dokrett asintió.

—Fíjense en cómo ha ardido y en cómo está construida —dijo—. Eso no es duracero ni una armadura de matriz. Sea lo que sea, nunca había visto nada parecido antes. ¿Qué lecturas de generación de energía está obteniendo?

El jefe de sensores, que parecía perplejo, agitó las manos en el aire.

—La fuerza del campo es prácticamente despreciable —dijo.

—Muy bien —dijo Dokrett, sintiéndose enormemente complacido por la respuesta que acababa de recibir—. Abran las compuertas y lancen todos los módulos.

En el momento transcurrido entre la apertura de las compuertas y el lanzamiento del primer módulo que salía de su hangar, algo surgió del intruso y se estrelló contra el casco del
Gorath
con tal fuerza que la sacudida derribó a Dokrett y lo dejó arrodillado en el suelo. Las alarmas empezaron a sonar por todo el puente mientras el impacto de un segundo proyectil hacía que el crucero temblara de proa a popa.

—¡Fuego! ¡Fuego! —aulló Dokrett mientras se incorporaba. Unas cuantas baterías dispersas ya habían empezado a disparar, aunque sus esfuerzos parecían carecer de una dirección coherente—. ¡Jefe de sistemas de artillería! ¡Destruyan esos lanzaproyectiles!

—Lo estamos intentando. Pero el ángulo... En esta posición no podemos utilizar las baterías principales...

Un movimiento en la pantalla de estribor atrajo la atención de Dokrett, y pudo ver el tercer proyectil mientras éste surcaba velozmente el espacio por entre los dos navíos; parecía tener forma de bola, e iba extendiendo tras de sí un grueso cable que terminaba en el intruso. El
Gorath
gimió bajo el impacto.

—¿Qué está pasando? —preguntó Dokrett—. Quiero ver qué está pasando.

—¡Dispongo de algunas lecturas! —gritó el jefe de sensores.

Un módulo acababa de salir de su hangar y los datos enviados por sus sensores indicaban que los tres proyectiles se habían enterrado en el casco del crucero. El
Gorath
había quedado unido al vagabundo por tres esbeltas y ondulantes amarras que surcaban el espacio a proa, a popa y en la sección central.

—¡Navegación! —gritó Dokrett, girando velozmente sobre sus talones—. ¡Tenemos que librarnos de esos cables! ¡Toberas de maniobra a plena potencia! ¡Motores principales preparados para entrar en acción!

Había miedo en los ojos de Dokrett mientras empezaba a cruzar la cubierta en dirección a la consola del navegante.

—Adelante a toda máquina... ¡Ya! —aulló.

Pero antes de que el capitán hubiera recorrido la mitad de la distancia que lo separaba de su aturdido subordinado, todos los puestos de control del puente estallaron entre una erupción de chispazos. Cada estructura metálica de la nave quedó repentinamente convertida en parte del camino seguido por una corriente eléctrica enormemente poderosa que llegó hasta el
Gorath
a través de los cables que lo unían al navío alienígena. La corriente atravesó bloques de aislamiento y vaporizó aisladores, saltó por los aires y se deslizó por encima de los mamparos, ascendió por las piernas de los tripulantes y se abrió paso a través de sus caras y sus manos. En poco más de un segundo, la inmensa mayoría de sistemas del crucero quedaron convertidos en masas de metal fundido.

La mayoría de los tripulantes murieron con idéntica rapidez y quiénes no murieron enseguida empezaron a agonizar debido a las impresionantes quemaduras, la brusca paralización de sus corazones y el caos que se había adueñado de sus sistemas nerviosos. En el puente, el jefe de sistemas de artillería y su asiento se fundieron el uno con el otro para crear una sola escultura carbonizada. El capitán Dokrett fue inmolado por un relámpago que usó su cuerpo como atajo entre una rejilla de control de incendios situada encima de su cabeza y las planchas metálicas que estaba pisando.

Cuando la corriente atacante cesó, ya había pequeños incendios ardiendo en un centenar de lugares distintos esparcidos por toda la nave, y sus llamas proporcionaban el único alivio a la oscuridad que se había extendido súbitamente por el interior del
Gorath
. Pero en cuanto aquellos incendios hubieron consumido el oxígeno disponible, la nave llena de humo quedó tan negra, inmóvil y silenciosa como un mausoleo.

La extensión de la destrucción no resultaba tan obvia desde el exterior.

El comandante del Módulo 5 y su pelotón de soldados de las tropas de asalto vio el parpadeo de las descargas a través de las puertas abiertas del hangar y de las mirillas hechas añicos, contempló las planchas del casco aplastadas en los puntos de impacto, notó cómo las tórrelas artilleras se iban enfriando, percibió el oscurecimiento del casco exterior gracias a los puntitos de fuego que ardían en su interior y detectó la presencia del incesante crujido de estática que había invadido todos los canales de comunicaciones. Aun así, la nave parecía estar básicamente intacta.

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