Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano (21 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano
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—¿Quién es el ladrón? —aulló—. ¿Quién es el traidor? ¿Es usted, Prega?

Cerró los dedos de una mano alrededor de los cabellos del jefe de navegación y los utilizó para echar su cabeza hacia atrás de un feroz tirón.

—Dependo del jefe de sensores, capitán. No transcurrieron ni cinco segundos entre su aviso y el momento en el que salimos del hiperespacio...

Nillik, el jefe de sensores, se levantó de su sillón antes de que Gegak pudiera llegar hasta él y retrocedió ante su capitán con las manos levantadas en un gesto de súplica.

—No le he traicionado, capitán. Los instrumentos me han traicionado...

Gegak saltó hacia adelante con un gruñido gutural y acortó la distancia que se interponía entre ellos hasta dejarla reducida a poco más de un brazo.

—¿Y quién es el responsable del mantenimiento de sus instrumentos?

—Yo, capitán... Pero... Capitán, le suplico que me escuche...

—Sólo oigo los gimoteos de un traidor.

—Esta nave es vieja. Tiene dos veces la edad del
Gorath
, y no hemos podido contar ni con el dinero de las recompensas ni con las bendiciones de Foga Brill para mantenerla en buenas condiciones. No puede esperar...

Gegak sacó un látigo neural de entre los pliegues de su guerrera y lo agitó ante su pecho.

—Puedo esperar que mis oficiales no me devolverán el favor que les hago con excusas.

—Capitán... ¡No, no, se lo ruego! —Nillik había ido retrocediendo hasta que se encontró con la espalda pegada a un mamparo—. Seguir a una nave a través del hiperespacio ya resulta difícil incluso contando con las instalaciones más sensibles. No se me concedió el tiempo necesario para enfriar la antena de solitones y volver a sintonizarla... No podía oír al objetivo. Apenas si pude oír al
Gorath
por encima del estrépito de su oleada de compresión.

—Todo eso no son más que excusas con las que intenta disculpar su falta de atención.

—No, capitán... No fue mi atención la que falló. La firma era tan tenue que la perdí y la recuperé media docena de veces antes de la pérdida de señal definitiva. Ésa fue la única razón de mi retraso. No estoy seguro de si esas naves salieron del hiperespacio antes que nosotros o si continúan avanzando por él y acabarán saliendo más lejos.

Gegak soltó un gruñido y hundió el extremo del látigo neural en el abdomen de Nillik. El jefe de sensores aulló, se convulsionó y cayó al suelo.

—Debería haber sido informado de sus dificultades —dijo el capitán, devolviendo el látigo a su bolsillo. Su voz se había vuelto repentinamente serena y pausada—. Ha olvidado la primera regla de supervivencia en una autocracia: nunca intentes ocultarle la verdad al poder. Espero que el dolor le ayude a aprender de su error.

Después el capitán giró lentamente sobre sus talones hasta quedar de espaldas al jadeante jefe de sensores.

—Dirijan la proa hacia Prakith y avancen a velocidad de flanqueo. Que el contramaestre de sensores asuma el control de las consolas. Volveremos al punto en el que el
Gorath
desapareció de las lecturas de nuestros instrumentos e iremos examinando todo ese vector espacial..., y no oiré más excusas que intenten justificar un fracaso. He invertido toda mi tolerancia en Nillik.

5

Luke tuvo que hacer un considerable esfuerzo de voluntad para reprimir el impulso de salir de la calzada móvil, perseguir a Akanah y continuar su discusión. La amenaza tenuemente velada que le había lanzado como despedida, sugiriéndole que podía seguir viaje hacia J't'p'tan sin él y que podía llegar a retirar su promesa de guiarle hasta el pueblo de su madre, no carecía de poder.

Pero aquella amenaza también constituía un descarado intento de manipulación, y la callada irritación que despertó en Luke le permitió percibir la existencia del chantaje emocional y, al mismo tiempo, hizo que fuera capaz de resistirse a él.

No se trataba de que no diera crédito a la amenaza, desde luego. Su conducta en Atzerri había dejado muy claro que Akanah era perfectamente capaz de actuar por su cuenta cuando sus intereses así se lo dictaban.

Pero Luke no tenía ningún compromiso o concesión que ofrecerle. El viejo y familiar demonio del Deber había vuelto a entrar en su mente durante su conversación con el encargado del taller, y Luke no podría hacer nada más hasta que hubiera respondido a la voz de su conciencia o la hubiera reducido al silencio.

Buscar una reconciliación con Akanah no tendría ningún sentido ni serviría de nada mientras Luke no consiguiera poner algo de orden en sus pensamientos..., y mientras no supiera si podía permitirse proseguir aquel viaje.

Y para ello necesitaba información.

Después de haber hecho una breve parada en el control portuario para autorizar a Servicios Camino Estelar a que trasladara el
Babosa del Fango
a sus hangares de reparaciones, Luke volvió al esquife. Bloqueó la entrada para impedir el paso no sólo a los desconocidos sino también a Akanah, y se sentó delante de la consola de vuelo para iniciar sus averiguaciones.

Una conexión con la Red de Noticias de Utharis le proporcionó acceso —a un precio agradablemente barato— tanto a los archivos de la Global de Coruscant como a los de la Principal de la Nueva República, así como a los bancos de datos de varias redes más pequeñas. Pero la información más completa que logró encontrar surgió de dos servicios locales,
El ojo de las noticias y ¡Taldaak hoy!
Las redes con sede en Coruscant parecían estar obsesionadas por la vida política de la Ciudad Imperial y sólo ofrecían un panorama general muy sucinto —y frecuentemente un tanto engañoso— de los aspectos militares de la crisis.

—Acceso a
El centinela de la Flota
—dijo Luke.

El centinela de la Flota
, el paquete de noticias de la Asociación de Veteranos de la Victoria de la Alianza, normalmente estaba lo suficientemente actualizado y ofrecía una información lo bastante amplia para que muchos altos oficiales de los cuarteles generales de la Flota lo mantuvieran en sus listas de material informativo a examinar como complemento a las fuentes oficiales.

—La fuente solicitada no se encuentra disponible por el momento —le informó el controlador de comunicaciones.

—¿Por qué?

—El acceso ha sido suspendido voluntariamente por el suministrador. Hay un mensaje disponible.

—Oigámoslo.

La grabación contenía un rostro y una voz bastante familiares: ambos pertenecían al brigadier Bren Derlin, FDNR, ret. Derlin y Luke habían luchado juntos en Hoth, donde Derlin era uno de los comandantes de campo de la base rebelde. Derlin era más bien una influencia estabilizadora que un líder, pero era un buen soldado y un hombre al que resultaba fácil llegar a apreciar a pesar de que fuese más bien callado. Luke no había vuelto a verle hasta el final de la guerra, y desde entonces sólo se habían visto en una ocasión, durante las ceremonias que reunieron a más de un centenar de supervivientes de Hoth para la inauguración de un monumento conmemorativo dedicado al número infinitamente mayor de combatientes que habían caído allí.

Derlin se había convertido en comandante de la AVVA, una organización que por el momento no era más que un club de militares retirados del servicio activo, pero que albergaba la ambición de llegar a ser una especie de milicia o reserva de emergencia de la Flota. La grabación empezaba con una espiral de insignias que giraban alrededor del emblema de la AVVA y el saludo rígidamente marcial de un Derlin uniformado.

—Gracias por su interés. Debido a la actual situación militar, la junta de gobierno de la AVVA ha puesto a todos sus miembros en el estado de alerta dos. Por razones de seguridad, el acceso a los volúmenes anteriores y presentes de
El centinela de la Flota
ha quedado restringido a los miembros de la asociación. Le ruego que se una a nosotros en nuestro esfuerzo para apoyar a los soldados y pilotos que en este mismo instante están arriesgando sus vidas en defensa de nuestra libertad.

—¿Cuándo decidieron bloquear el acceso? —le preguntó Luke al controlador de comunicaciones.

—Hace nueve días.

—Me pregunto qué ha podido ocurrir para que adoptaran esa decisión... —dijo Luke, rascándose la cabeza—. ¿Qué más tiene en su banco de datos? Enséñeme una lista.

Después de media hora más, Luke quedó convencido de que ya había obtenido toda la información que podía esperar sacar de las fuentes de noticias públicas. Por desgracia, no había averiguado lo suficiente para poder tomar una decisión.

Podía contactar directamente con Coruscant, pero las circunstancias habían cambiado desde la última vez en que había necesitado información y Luke ya no estaba seguro de que el hacerlo fuese muy buena idea. Si habían organizado algún tipo de vigilancia para que detectara el uso de sus códigos de autorización, incluso el interrogar a las fuentes impersonales y automatizadas podía hacer que acabara viéndose involucrado en una conversación que Luke no quería mantener..., con Ackbar, o con Behn-Kihl-Nahm o Han, o posiblemente incluso con la misma Leia.

Porque la pregunta que le torturaba no era la de si Leia quería su ayuda, sino la de si realmente la necesitaba. Si su presencia podía significar la diferencia entre el triunfo y la derrota, entonces Luke iría a reunirse con su hermana..., de la misma manera en que Leia había venido a él en el momento más oscuro de toda la existencia de Luke, cuando se encontraba a bordo del navío insignia del clon del Emperador.

Leia le había apartado del precipicio del poder oscuro, y había unido su poder al de Luke para derrotar a Palpatine. Si su hermana no hubiera estado dispuesta a sacrificar su vida y la del bebé que llevaba en sus entrañas para enfrentarse al Emperador renacido, Luke nunca habría logrado escapar a la terrible presa del lado oscuro..., y la historia de los años siguientes habría sido escrita con la pluma de la tiranía. Luke jamás habría podido triunfar por sí solo.

Pero después de haber visto no sólo la gran fortaleza que se ocultaba en el corazón de su hermana sino también el poder Jedi que podía llegar a invocar, Luke sentía todavía menos deseos que antes de ofrecerse como campeón para rescatarla. Sabía que Leia poseía extraordinarias reservas de voluntad y energía..., y que durante los últimos tiempos se había ido mostrando cada vez menos dispuesta a recurrir a esos recursos. Luke creía que él era una gran parte de la razón, y que tanto su ejemplo como su presencia la disuadían de hacerlo. Era muy importante que Leia volviera a encontrar esa fortaleza.

Luke tenía la impresión de que Leia había descuidado —y quizá incluso abandonado— su adiestramiento, y que el adiestramiento de sus hijos había acabado volviéndose considerablemente desequilibrado, con las disciplinas del guerrero y el arma eliminadas de él como si fuesen meras partes secundarias de las que se podía prescindir. Luke no había hablado de aquellos temas con su hermana, pero a juzgar por lo que había visto casi parecía como si Leia esperase poder ganar tiempo, y como si ésa fuera la razón por la que estaba enseñando a los niños a ser más bien unos contables Jedi que unos Caballeros Jedi..., como si el camino que se extendía ante ella, el camino que Luke había seguido, prometiera llevarla a un sitio al que Leia no quería ir.

La elección era única y exclusivamente suya, desde luego. El destino de su hermana era un misterio tan grande para Luke como lo era para la misma Leia. Pero fuera cual fuese ese destino, parecía como si Leia estuviera intentando resistirse a él en vez de seguirlo.

Y estaba muy claro que Leia no extraería ninguna lección del rescate bienintencionado pero innecesario llevado a cabo por un Caballero Jedi que siempre andaba vagando por la galaxia..., eso suponiendo que permitiera que tal rescate llegara a producirse. Conociendo muy bien su profunda veta de orgullo aristocrático firmemente decidido a confiar únicamente en sí mismo, Luke no estaba demasiado seguro de que pudiera contar con que Leia le pediría ayuda ni siquiera en el caso de que la necesitara..., no después de la pelea que habían tenido la noche en que se fue de Coruscant.

No, quienes la rodeaban, aquellos que la amaban apremiarían a Luke a volver junto a ella fueran cuales fuesen las circunstancias. Y en cuanto a Leia, insistiría en que Luke se mantuviera alejado fueran cuales fuesen las circunstancias. En consecuencia, resultaba esencial que Luke llevara a cabo su propia evaluación de la situación y que la decisión fuera suya y únicamente suya. Eso quería decir que sería mejor que se mantuviera oculto en un sitio donde no pudieran establecer contacto con él hasta que hubiera tomado una decisión.

«Ackbar, especialmente, nunca lo entendería —pensó Luke—. Siente tanta devoción por ella como un padre por su hija. Me pregunto hasta qué punto Leia es consciente de ello...»

Aun así, Luke necesitaba más información..., y esa información sólo podía proceder de Coruscant. Decidió empezar la labor echando un vistazo a los mensajes registrados en el circuito de hipercomunicaciones del archivo principal establecido por el Departamento de Comunicaciones.

El archivo conservaba una copia de cada mensaje provisto de señas de recepción enviado a través del sistema de la Nueva República, con lo que cumplía la función de barrera protectora contra los ocasionales caprichos de la transmisión hiperespacial. Los mensajes que no podían ser entregados eran conservados en el archivo hasta que quienes debían recibirlos solicitaban una puesta al día de su expediente personal, algo que la mayoría de personas hacían de manera rutinaria cada vez que salían del hiperespacio. Pero salvo por las pocas horas de vuelo espacial cuando iba hacia Teyr, Luke se había mantenido fuera del sistema desde que despegó de Yavin 4.

La actualización necesitó casi veinte minutos para quedar introducida en el sistema de comunicaciones del
Babosa del Fango
. Como siempre, había centenares de mensajes enviados a ciegas: cartas de amor y propuestas de matrimonio, solicitudes de favores personales, preguntas de Jedi aficionados y de aspirantes a convertirse en Caballeros Jedi, alguna que otra diatriba de un imperialista que seguía resistiéndose tozudamente a aceptar la idea de que su mundo había cambiado...

Luke casi nunca leía ese tipo de mensajes. El valor de novedad que podían encerrar las propuestas más explícitas se había desvanecido hacía ya mucho tiempo, y la repetida acometida en dos tiempos del halago y la súplica había perdido su atractivo todavía más deprisa. Luke la encontraba tan incómoda como estar rodeado por una multitud en la que todo el mundo quería tocarle.

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