Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano (13 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano
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—Pero no lo hacen —dijo Dar Bille.

—No —dijo Tal Fraan—. Su gran debilidad hace que su gran arma no resulte efectiva.

—Nos aseguraremos de que no aprendan a ser una sola especie —dijo Nil Spaar.

—Y mientras estabais en Coruscant supisteis obtener resultados espléndidos en ese aspecto —dijo Dar Bille—. Pero ahora las alimañas parecen ser capaces de ver las cosas con más claridad..., y no se han retirado. ¿Cómo vamos a responderles?

Tal Fraan sabía que era el virrey quien debía contestar a aquella pregunta, y no dijo nada. Pero Nil Spaar se volvió hacia él y sonrió.

—¿Qué me aconsejarías que hiciera, guardián? ¿Cómo puedo conseguir que la alimaña llamada Leia me muestre su cuello?

—Ha llegado el momento de que le enseñemos a nuestros rehenes —dijo Tal Fraan sin inmutarse—. Y dado que las alimañas de piel pálida no pueden soportar la visión de la sangre, deberíamos encontrar una manera de recordarles que ése es otro de los aspectos en los que somos muy distintos de ellas.

La reunión del Consejo de Gobierno para tratar la petición contra la princesa Leia Organa Solo presentada por Doman Beruss fue retrasada dos días, y luego volvió a ser retrasada un día y después otro más. No se dio razón alguna para justificar ninguno de los aplazamientos. Leia fue informada de ellos a través de un correo de alta seguridad, y Beruss no se puso en contacto con ella y no hizo ningún intento de verla. Leia sospechaba que los miembros del Consejo todavía estaban divididos acerca del camino a seguir después de que hubiera rechazado los tanteos en privado llevados a cabo por Doman Beruss.

Behn-Kihl-Nahm fue a verla el tercer día. Pero su informe era muy pesimista y sus consejos fueron desusadamente claros y secos.

—Si se niega a hacerse a un lado, no podré contar con los votos suficientes para protegerla —dijo—. Pero si accede magnánimamente, Doman ha prometido que apoyará mi candidatura como presidente provisional. Preséntese ante el Consejo y diga que sus deberes son demasiado agotadores para que pueda seguir cumpliendo con ellos en estos momentos de dificultades personales, y que debe estar con su familia. Pídales que me permitan ocupar la presidencia en nombre suyo hasta que esta crisis haya pasado...

—No solicité esa clase de ayuda cuando mis hijos fueron secuestrados —replicó Leia con voz gélida—. ¿Qué concepto se formarían de mí?

—No hay ninguna necesidad de que nada de todo esto llegue a ser del dominio público —dijo Behn-Kihl-Nahm—. Leia, Borsk Fey'lya ha estado intentando obtener cuatro votos que le apoyen. Si crea la impresión de que está decidida a salirse con la suya sea como sea, entonces Rattagagech pasará a apoyar a Fey'lya, quien está diciendo todo lo que parece lógico y correcto en estas circunstancias..., y eso le proporcionará sus cuatro votos. Debe entender lo frágil que ha llegado a ser su situación.

—No habrá ninguna votación a menos que yo acepte el juicio de Doman y considere que no estoy capacitada para seguir ocupando la presidencia —dijo Leia—. Si no he dejado vacante el puesto, entonces no hay ninguna necesidad de nombrar a alguien para que se ocupe de los asuntos pendientes.

—Esa opción ya no existe, princesa —dijo Behn-Kihl-Nahm en un tono muy sombrío—. Lo único que conseguirá mediante la tozudez es obligar al Consejo de Gobierno a que presente la petición de falta de confianza ante el Senado. Y nadie puede controlar o predecir qué ocurrirá a continuación. Si hemos de encontrar una solución al problema que representan los yevethanos, necesitamos estabilidad y continuidad.

—Pues entonces ve a ver a Doman Beruss y dile que ponga fin a todas estas distracciones, Bennie —replicó Leia—. Porque la forma más rápida y sencilla de garantizar que haya estabilidad y continuidad es que yo siga estando donde estoy ahora.

A la mañana siguiente Leia recibió otra visita, y vio entrar en su despacho a la silueta alta y esbelta de Rattagagech. El anciano consejero había traído consigo las herramientas del cálculo físico elómico, una tabla de equilibrio y un recipiente dividido en compartimentos que contenían varios pesos hemisféricos de distintos colores.

—He venido a analizar la lógica de sus circunstancias con usted —dijo Rattagagech—. Eso le dará una oportunidad de cuantificar los elementos objetivos en conflicto.

—No es necesario que se tome esa molestia, consejero —dijo Leia.

—No es ninguna molestia, sino una oportunidad que acojo con gran placer —dijo Rattagagech, colocando la tabla transparente sobre su columna de sustento—. El viejo arte me parece muy elegante y el practicarlo siempre me relaja mucho; hallarme en presencia de mentes que son muy viejas y sabias hace que me sienta muy joven.

Rattagagech se sentó delante de la tabla, que había quedado equilibrada encima de la columna.

—Le agradezco su preocupación, consejero —dijo Leia, deteniéndole antes de que pudiera abrir el recipiente—. Pero no puede ayudarme.

Rattagagech, muy sorprendido, alzó la mirada hacia ella. Las palabras que acababa de oír estaban muy cerca de constituir un insulto para su intelecto.

—Presidenta Solo... Princesa Leia... El cálculo físico es el cimiento del análisis lógico, y el análisis lógico es el cimiento sobre el que se alza la civilización de Elom. Este arte nos ha elevado desde lo que éramos hasta lo que somos ahora.

—Respeto los grandes logros de la ciencia elomin —dijo Leia—, pero el cálculo lógico nos habría dicho que rebelarse contra el Imperio no serviría de nada. Y el análisis lógico siempre sacrificará la vida de uno para salvar las vidas de muchos, o las de unos cuantos para salvar un número de vidas superior, y te dejará convencido de que has obrado noblemente.

—Debo tratar de atraer su atención hacia la obra de Notonagarech, quien ha demostrado que una tabla cuyos pesos estén adecuadamente repartidos se inclina en favor de la Alianza Rebelde...

—Cuando ya conoces cuál será el desenlace. —Leía meneó la cabeza—. No puedo permitir que la inclinación de la tabla decida cuál será el camino que seguiré. El problema está en que no creo que todo pueda ser cuantificado para someterlo al cálculo.

Rattagagech recogió sus herramientas sin tratar de ocultar su indignación y se marchó.

Leía recibió a una última visita surgida de las filas del Consejo de Gobierno antes de que el día hubiera terminado. Dalí Thara Dru —la senadora de Raxxa y presidenta del Consejo de Comercio del Senado, y la única representante del sexo femenino entre los siete integrantes del Consejo de Gobierno— no había tenido nada que decir durante la última reunión. El recuento de votos hecho por Behn-Kihl-Nahm incluía a Dru en el grupo que apoyaba su continuidad en la presidencia de la Nueva República, pero eso hizo que Leia se sintiera todavía más insegura de qué debía esperar de ella.

—Le agradezco muchísimo que haya encontrado unos momentos para recibirme —dijo Dalí Thara Dru mientras entraba en el despacho de Leia—. Lo ocurrido es realmente terrible... ¡Soy incapaz de imaginármelo! Su vida debe de haberse convertido en un auténtico caos.

—Y yo le agradezco su simpatía, pero...

—Esta petición presentada contra usted es la peor estupidez imaginable. Vengo del despacho del presidente Beruss, y me temo que no ha habido manera de convencerle de que cambie de parecer; sigue defendiendo tozudamente la teoría de que el problema es usted. ¡Como si usted tuviera la culpa de que haya planetas muertos esparcidos por todo el Cúmulo de Koornacht!

—Le agradezco su apoyo...

—Aun así, me temo que Doman ha conseguido influir sobre un número de mentes lo bastante grande para crearle considerables problemas cuando el Consejo tenga que adoptar una decisión sobre la petición. Por lo tanto, me he estado preguntando qué se puede hacer. ¿Cómo podemos convencer a los demás de que usted controla la situación? ¡Y entonces comprendí que la respuesta estriba precisamente en la pregunta que nadie parece estar formulando!

—Y esa pregunta es...

—¿Dónde está Luke Skywalker? —preguntó Dalí Thara Dru—. ¿Dónde están los Caballeros Jedi?

—Lo lamento, senadora Dru, pero me temo que no la entiendo —dijo Leia.

—Bueno... Skywalker derrotó al Emperador sin ayuda de nadie, ¿verdad? Estoy segura de que él podría resolver el problema que representan los yevethanos sin ninguna dificultad. Y en el caso de que necesite ayuda, Skywalker ha creado todo un ejército..., ¡y los gastos han corrido a cargo de la Nueva República, no lo olvidemos!..., de hechiceros tan poderosos como él. Bien, no me extraña que Beruss no quiera enviar a nuestros hijos a Koornacht... ¿Por qué tenemos que luchar en esta guerra? ¿Dónde están nuestros Caballeros Jedi?

—Los Caballeros Jedi no son el ejército de la Nueva República, senadora Dru..., y tampoco son sus mercenarios o su arma secreta —dijo Leia con voz firme y pausada—. Si está sugiriendo que me presente ante el Consejo y les diga que no deben preocuparse porque mi hermano se encargará de resolver todo este embrollo por mí...

—Oh, por supuesto que no —se apresuró a decir Dru—. Ya sé que no puede presentarse delante de los consejeros y decirles exactamente lo que ha planeado hacer. Bastaría con que les hiciera saber que los Jedi están de su parte. Eso no es pedir demasiado, ¿verdad? Después de todo, estamos intentando conseguir que sigan confiando en usted. ¿Y quién puede inspirar confianza mejor que Luke Skywalker?

—Me está pidiendo que haga algo que no puedo hacer —dijo Leia. Su tono se había vuelto gélido, y no se molestó en andarse con rodeos—. Senadora Dru, no he pedido la ayuda de los Jedi y ellos tampoco me la han ofrecido. No existe ningún plan secreto que ocultar. La Nueva República puede librar sus propias batallas y las librará..., de la misma manera en que lo haré yo. Y si usted apoyó mi nominación pensando que hacía un gran negocio porque así conseguía gratis a Luke Skywalker incluido en el lote..., entonces lamento decirle que estaba muy equivocada.

No hubo más aplazamientos. A la mañana siguiente, Leia estaba en el pozo de la cámara del Consejo y contemplaba a Doman Beruss.

—Presidenta Leia Organa Solo, ¿ha leído la petición de falta de confianza presentada contra usted?

—La he leído —respondió Leia con voz firme y clara.

—¿Comprende las acusaciones que contiene?

—Sí.

—¿Comprende las argumentaciones presentadas en apoyo de las acusaciones?

—Sí.

—¿Desea ofrecer alguna respuesta a la petición?

Leia miró a Behn-Kihl-Nahm, que estaba sentado a la derecha de Beruss, antes de responder.

—Respondo a la petición en su totalidad rechazándola por completo. No entiendo cómo ha podido llegar a ser presentada, y el que lo haya sido me llena de consternación.

Behn-Kihl-Nahm se hundió en su sillón, y el cansancio tiñó de gris sus facciones.

—No sólo es un insulto personal, sino que también es un error político —siguió diciendo Leia—. Debo preguntarme si la presidencia de este Consejo ha decidido seguir las indicaciones de Nil Spaar..., porque él es el único que va a salir beneficiado de nuestros enfrentamientos internos.

—No tiene por qué haber ningún enfrentamiento interno —dijo Krall Praget—. Está claro que resolver este asunto deprisa y discretamente será lo más beneficioso para todos.

—Pues entonces pídale que retire su petición —dijo Leia, señalando a Beruss con un dedo—. El origen de todo este embrollo hay que buscarlo en él, y no en mí. Sólo existe un problema que debemos resolver, y es su miedo.

—El consejero lamenta informar al Consejo de que su conciencia no le permite retirar la petición —dijo Beruss en voz baja y suave.

Leia clavó los ojos en él.

—Ignoro cuándo o cómo ha podido quedar infectado el consejero Beruss por esa curiosamente rastrera y titubeante cobardía que parece estar haciendo estragos entre nosotros. Pero si lo que le preocupa es que la princesa Leia vaya a llevar a la Nueva República a una guerra para rescatar a su esposo, entonces he de sugerir que no es eso lo que debería preocuparle y que debería dedicar su atención a otros temas. Y espero que el resto del Consejo esté dispuesto a sacarlo de su error.

—¿Por qué? —preguntó Borsk Fey'lya—. ¿Cuántos amigos cree que tiene en esta sala? Durante los últimos meses todos nosotros, y eso incluye a su querido Bennie, hemos empezado a tener serias dudas sobre su capacidad para desempeñar la presidencia de la Nueva República. La pasión y el idealismo pueden ser cualidades magníficas a la hora de dirigir una revolución, pero liderar una gran república exige enfriar ese apasionamiento con varios grados de calma y tener mucha más astucia.

—Punto de orden, presidente Beruss... —dijo Behn-Kihl-Nahm.

Pero Beruss, con los ojos oscurecidos por la desaprobación, ya se disponía a intervenir.

—Las observaciones de los consejeros Praget y Fey'lya están totalmente fuera de lugar y serán eliminadas de las actas. La presidenta de la Nueva República tiene la palabra para poder responder a la petición.

—Ya he dicho todo lo que tenía que decir —dijo Leia.

Behn-Kihl-Nahm echó un vistazo a algo que Leia no podía ver y que se encontraba delante del sillón de la mesa donde se sentaba Beruss.

—Presidente, punto de precedencia...

—Adelante.

—Me gustaría ofrecer un compromiso que espero pueda satisfacer a todas las partes —dijo Behn-Kihl-Nahm, advirtiendo a Leia con la mirada de que había llegado el momento de que se ayudara un poco a sí misma—. Si la presidenta consiente en anunciar que va a tomarse unas cortas vacaciones por motivos personales, el Consejo nombrará al consejero Rattagagech para que desempeñe la presidencia de manera provisional hasta el regreso de la princesa Leia.

Rattagagech y Fey'lya parecieron igualmente sorprendidos por sus palabras.

—Daremos tiempo a la presidenta para que reflexione sobre esta nueva proposición —dijo Beruss—. Se suspende la discusión. La votación sobre la petición queda pospuesta hasta que volvamos a reunimos dentro de tres días.

4

El coronel Bowman Gavin ostentaba el título formal de director de personal de vuelo del Mando de la Quinta Flota de Combate. Pero para los más de tres mil pilotos y oficiales de armamento de los casi doscientos escuadrones repartidos por los transportes y los Destructores Estelares, sencillamente era el jefe del aire de la flota.

El jefe del aire de la flota era quien decía la última palabra en todas las decisiones que exigían «consultarlo con la almohada», y eso incluía la asignación de misiones de vuelo, transferencias, evaluaciones, reprimendas y ascensos de todo el personal de vuelo, desde el novato más verde hasta los líderes de escuadrón y los comandantes de las alas de combate. Su despacho formaba parte del «pasillo caliente» del centro neurálgico del
Intrépido
, y se encontraba a quince pasos del que el general Ábaht ocupaba en un extremo y a ocho de las salas que albergaban el centro de operaciones de combate en el otro.

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