Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano (18 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano
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Y entonces las amarras que unían las naves se partieron repentinamente en un punto muy cercano al casco del intruso, y el comandante del módulo tuvo que enfrentarse a una elección tan rápida como irreversible entre seguir las últimas órdenes que había recibido y volver al crucero. El comandante era uno de aquellos hombres para los que la lealtad pesaba más que la obediencia, y dirigió el módulo hacia el
Gorath
mientras el gigantesco navío empezaba a moverse. Sólo se oyó una voz de protesta, pero el comandante redujo al silencio al discrepante con una mirada.

—El navío enemigo está seriamente malherido —dijo con salvaje satisfacción—. Miren con qué lentitud se mueve. El
Tobay
se encuentra bastante cerca de aquí. Ayudaremos a nuestros hermanos del
Gorath
, y después nos uniremos al
Tobay
para perseguir a ese demonio y destruirlo.

Cuando el Vagabundo volvió al espacio real después de su encuentro con la nave de Prakith, Lando tuvo la impresión de que el gruñido que acompañaba a la reentrada estaba un poco más cerca de ser un aullido que la vez anterior. Pidió silencio a los demás con un gesto de la mano y después escuchó con gran atención los ruidos que estaba produciendo la nave.

—¿Hay algún problema? —acabó preguntando Cetrespeó.

—No lo sé —dijo Lando—. Consígueme acceso a una base de datos sobre estructuras creadas mediante la bioingeniería e intentaré averiguarlo. Ni siquiera sé si esta nave es susceptible a la clase de fatiga de los materiales que acaba matando a las naves de metal. Quizá ésa sea la razón por la que los qellas la construyeron de esta manera..., para que pudiera surcar el espacio hasta el fin de los tiempos, eternamente indestructible y capaz de repararse a sí misma.

—Parece una deducción razonable —dijo Cetrespeó.

—Salvo por el hecho de que los mecanismos que se encargan de las reparaciones son igual de vulnerables a los fallos, por lo que necesitas mecanismos que reparen los mecanismos de reparación..., y así sucesivamente. ¿Está funcionando todo correctamente? No tengo ni idea.

—Quizá hayamos sufrido algunos daños durante el ataque —dijo Lobot—. Eso podría esperar la alteración del espectro del gruñido de reentrada.

—¿Cómo puedo saberlo? —exclamó Lando—. Ni siquiera sé algo tan elemental como qué impulsa a esta nave y a qué fuente de energía estamos accediendo cuando tocamos uno de esos puntos de activación. El motor hiperespacial de un navío de estas dimensiones necesita disponer de unos generadores de fusión a fin de tener la energía suficiente para poder funcionar. Eso lo sabe todo el mundo, ¿no? Pero el radiómetro nos dice que no hay generadores de fusión a bordo. —Lando meneó la cabeza—. Francamente, estoy a punto de rendirme y admitir que estamos ante un caso de magia pura y simple.

—Los momentos siguientes deberían permitirnos averiguar algunas cosas más —dijo Lobot—. Cuando el Vagabundo hizo su último salto para evitar ser capturado, cambió de curso y saltó menos de quince minutos después. Si la nave se halla bajo la dirección de una lógica basada en reglas, como creo que lo está, debería volver a actuar de la misma manera.

—Y naturalmente, no hay que olvidar que justo entonces le estábamos haciendo cosquillas con un láser de calibre industrial —dijo Lando en un tono bastante seco—. Espera un momento... No digáis nada.

Al principio los dos humanos tuvieron que aguzar el oído para poder captar una especie de zumbido quejumbroso que parecía proceder de un punto situado a varios compartimentos de distancia. Mientras la nave empezaba a estremecerse rítmicamente a su alrededor, el sonido se fue intensificando rápidamente hasta que acabó ahogando los ruidos de fondo normales del Vagabundo y adquirió una nueva cualidad jadeante que parecía vagamente destructiva.

—¿Qué es eso? —preguntó Lobot, y la preocupación que había en su voz reflejaba la que acababa de aparecer en el rostro de Lando—. Parece como si...

—Parece que vuelven a disparar contra nosotros —dijo Lando.

—¿Crees que puede ser la flota del coronel Pakkpekatt?

—No hay ni una probabilidad entre mil millones de que sean ellos —replicó Lando—. Alguien debe de habernos seguido desde Prakith. Sella tu traje, Lobot..., y deprisa.

—¿Y qué pasa con el guante que perdiste?

—Alguien tiene que manejar los accesos —dijo Lando—, y eso exige una cierta cantidad de piel desnuda. Si perdemos presión, me fabricaré otro mitón con una bolsa de muestras. Pero necesito que estés en condiciones de seguir funcionando si yo no dispongo de tiempo o si tenemos alguna otra clase de problemas. ¡Vamos, date prisa!

Lobot estaba acabando de sellar su casco cuando la iluminación de la cámara empezó a parpadear. Lando estaba sacando una bolsa de muestras del cada vez más vacío trineo del equipo cuando la iluminación falló por completo.

Las ya escasas reservas de valor de Cetrespeó se desvanecieron con ella.

El androide de protocolo se había estado agarrando al trineo del equipo mientras Erredós examinaba y catalogaba las proyecciones del centro de la cámara, y las frenéticas contorsiones con que respondió a la repentina oscuridad hicieron que el trineo iniciara un lento movimiento circular.

—¡Erredós! Erredós, ven aquí ahora mismo. Oh, esto es espantoso... Mis circuitos y engranajes ya no pueden soportarlo ni un momento más. Tiene que hacer algo, amo Lando. Supongo que ahora sí que estará dispuesto a enviar la señal de socorro para llamar al
Dama Afortunada
, ¿verdad?

—Olvídalo —dijo Lando, impulsándose hacia el acceso delantero de la cámara por el que habían entrado hacía un rato—. Lo que voy a hacer es averiguar qué ha producido todo ese estrépito.

Pero cuando puso la mano sobre el activador del acceso no ocurrió nada.

Lando repitió el movimiento con idéntica falta de resultados y después se volvió hacia Lobot.

—¿Has visto algún letrero que indicara que nos habíamos metido en una calle de dirección única?

Lobot apretó los labios y meneó la cabeza.

Al otro extremo de la cámara la situación era idéntica.

—Estamos encerrados —anunció Lando.

—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó Cetrespeó, muy preocupado—. Puede usar su desintegrador, ¿verdad?

—No sin saber si hay atmósfera al otro lado —dijo Lando.

—Esto es intolerable —declaró Cetrespeó—. Amo Lando, debo insistir en que traiga aquí su yate inmediatamente...

Antes de que el androide pudiera completar su demanda y antes de que Lando pudiera articular en voz alta la negativa que ya se estaba formando en su lengua, la cámara fue invadida por un gemido casi ensordecedor que parecía el primo malévolo del sonido que habían oído antes. Pero esta vez la fuente se encontraba mucho más próxima, y no podía estar a más de uno o dos mamparos de distancia.

—¿Oís ese silbido? —gritó Lando, alejándose del acceso—. Es el sonido que produce un haz desintegrador cuando choca con un cuerpo, quemando la grasa y haciendo hervir el agua..., pero es un millón de veces más fuerte que el peor impacto que haya oído jamás. Algo está cortando en pedacitos a esta nave.

Lando ya se había acercado lo suficiente al trineo del equipo para que Cetrespeó pudiera soltarse y salir disparado hacia adelante, surcando el aire en un torpe vuelo hacia la pierna de Lando que quedaba más cerca de él.

—Pero qué demonios... ¿Qué estás haciendo, Cetrespeó? —preguntó Lando, retorciéndose en el aire para ver qué era lo que lo había golpeado.

Y entonces un nuevo sonido hizo que Lando se olvidara de Cetrespeó. Lo que estaban oyendo era el rugido ahogado de una descompresión explosiva: la brecha era grande, y se encontraba lo suficientemente cerca de ellos para hacer que las paredes de la cámara ondularan de manera claramente visible a su alrededor bajo los haces luminosos de los reflectores de Erredós.

—Por todas las estrellas y su hermosa y fría luz... —jadeó Lando, moviendo lentamente la cabeza de un lado a otro—. Ahora sí que está metida en un buen lío. Todos estamos metidos en un buen lío.

—No hay ninguna razón para tener miedo —exclamó Cetrespeó con repentina jovialidad—. Ya no corremos ningún peligro.

—Cierra el pico, Cetrespeó. No has entendido nada, y no haces más que decir tonterías.

—Le ruego que no se preocupe, amo Lando. Nadie tiene ninguna necesidad de preocuparse. Yo me he ocupado de todo —declaró orgullosamente Cetrespeó.

—¿Qué? —Lando miró hacia abajo y vio que Cetrespeó flotaba a la deriva en la oscuridad con la baliza de control del
Dama Afortunada
firmemente sujeta en la mano de su brazo intacto. Lando hurgó frenéticamente en el bolsillo donde había estado el transmisor, como si no pudiera dar crédito a sus ojos—. No sabes qué has hecho —dijo después, hablando en un tono de voz tan bajo como impregnado de amenaza.

—Por supuesto que lo sé. He enviado la señal de llamada al
Dama Afortunada
para que venga y nos rescate.

—No —dijo Lando, que a duras penas podía contener la furia que hervía en su interior—. Lo que has hecho es condenarnos a todos. Ahí fuera hay algo lo suficientemente grande y poderoso como para enfrentarse al Vagabundo y sobrevivir. ¿Cuánto tiempo crees que tardará el
Dama Afortunada
en ser destruido después de que llegue aquí? Has llamado a una nave sin tripulación para que venga justo al centro de una zona de combate. El
Dama Afortunada
no puede defenderse. ¿Cómo esperas que consiga dar esquinazo a lo que sea que está arrancando trozos del casco del Vagabundo?

—Oh —dijo Cetrespeó—. Comprendo.

—Lando...

—Déjame en paz, Lobot —dijo Lando, y su tono subrayó todavía más la advertencia—. Voy a desmontar a este montón de chatarra cibernética barata. Voy a cortarle los brazos y las piernas a rebanadas para que podamos tener algo que arrojarle al grupo de abordaje. Eh, oye... ¿Qué me dirías de utilizar su plancha posterior como escudo?

—Lando, escucha —insistió Lobot—. Ya no se oyen disparos.

Lando volvió la cabeza de un lado a otro.

—Cierto. Pero no nos movemos. No creo que esta nave vuelva a moverse. —Volvió la mirada hacia Cetrespeó—. Y tú tampoco volverás a moverte.

—Erredós... Erredós, ¿dónde estás? El amo Lando ha enloquecido. Debes protegerme. No merezco morir.

—Casi nadie merece morir —dijo Lando, desenfundando el desintegrador industrial—. Pero nos morimos de todas maneras, así que procura tomártelo con filosofía.

—Lando, espera —dijo Lobot—. Conocemos esta nave. Eso nos da una cierta ventaja sobre cualquier intruso que suba a bordo, ¿no? La nave que los ha traído hasta aquí puede sacarnos del Vagabundo.

—Claro..., en calidad de prisioneros —replicó Lando—. Ya he visitado demasiadas prisiones, gracias. No tengo ninguna intención de permitir que me capturen.

—Muy bien —dijo Lobot—. Entonces pensemos cómo enfrentarnos a ellos y ganar. Utilicemos nuestra ventaja. Olvídate de Cetrespeó. Lo que ha hecho no puede ser remediado, y enfurecerse por ello sólo es una pérdida de tiempo.

Lando soltó un gruñido, volvió a retorcerse en el aire y dirigió el desintegrador industrial hacia el acceso delantero. El haz iluminó la cámara durante unos momentos con su áspero resplandor, dejando tras de sí un agujero de un metro de anchura que no se cerró.

—El Vagabundo lo está pasando realmente mal —dijo Lando, meneando la cabeza—. Bien, ya podemos salir de esta cámara... Lobot, Erredós, venid conmigo. Hemos de actuar deprisa. —Señaló a Cetrespeó con un dedo—. El Chico de Oro se queda aquí.

—Lando... —empezó a decir Lobot.

—Si lo llevamos con nosotros sólo conseguiremos ir más despacio.

—Lando...

—Pero si lo dejamos aquí, quizá les haga perder un poco de tiempo —dijo Lando—. Una diversión táctica, ¿de acuerdo? Quién sabe... Quizá ni siquiera lo destruyan. Vamos.

—¿Adonde vamos?

—A la cámara veintiuno.

Lando se impulsó hacia el agujero que acababa de abrir, y los demás le siguieron.

La voz quejumbrosa de Cetrespeó también intentó seguirles.

—No pueden dejarme abandonado en la oscuridad... Erredós... Por favor, Erredós...

Erredós respondió con un quejumbroso pitido de simpatía, pero no invirtió su curso.

A casi cinco años luz del pulsar 2GS-91E20 en sentido opuesto al comienzo del Borde, los potentes reflectores externos situados bajo la curva de la proa del
Dama Afortunada
acuchillaban el vacío color ébano y trataban de mostrarles el objetivo que el coronel Pakkpekatt estaba intentando localizar.

—Es demasiado pequeño —dijo el coronel Hammax, levantando la mirada de las pantallas para clavarla en el espacio y tratar de distinguir lo que la lista de contactos-profundos de la INR había bautizado con el nombre de Anomalía 2249—. Tendría que ser el doble de grande, y eso como mínimo...

—O quizá se ha encogido hasta la mitad de su tamaño original —dijo Pakkpekatt—. Mantendremos el curso actual —añadió, inclinando la cabeza.

Hammax bajó la vista.

—El objetivo se encuentra a sesenta mil metros por delante de nosotros.

—Respóndame a una pregunta, coronel. ¿Cómo es posible que un yate personal disponga de un sistema de sensores cuya resolución parece ser comparable a la de los sensores de un navío de exploración militar y cuyo alcance es incluso superior a los de éste..., y que excede con mucho al de los sensores de un crucero como el
Glorioso
.

—El ciclo de obtención del material es mucho más corto —dijo Hammax—. Calrissian compra lo que necesita sin necesidad de obtener el permiso de un tipo que está sentado en un despacho muy lejos de las consecuencias que puede llegar a tener el que diga que no.

—¿Y cuáles son las necesidades de Lando Calrissian?

Hammax se encogió de hombros.

—Considerando que esta nave sólo cuenta con un cañón láser de baja intensidad, ese tipo de sensores podrían ayudarte a salir de un montón de apuros.

—Eso no responde a mi pregunta —dijo Pakkpekatt—. ¿Quién es ese Lando Calrissian? Éste es el puente de un profesional muy meticuloso, el tipo de hombre que siempre insiste en disponer de las mejores herramientas y en saber cómo hay que utilizarlas. Los compartimentos de carga pertenecen a un mercenario o un bandido, un hombre que no respeta más regla que la dictada por su conveniencia. Los camarotes nos hablan de un sibarita, un hedonista decidido a satisfacer todos sus caprichos que se rodea de los lujos más delicados. ¿Cuál de esos tres hombres es Calrissian?

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