Read Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
—No conocía al barón antes de que subiera a bordo del
Glorioso
, coronel —dijo Hammax—. Pero a juzgar por su reputación, Calrissian es esos tres hombres a la vez.
—Nunca podrían soportarse los unos a los otros —declaró Pakkpekatt con firmeza—. Hiciera lo que hiciese, un hombre así jamás se sentiría satisfecho de sus logros. Siempre se vería atraído hacia algún otro sitio: el hedonista buscaría un propósito, el bandido buscaría la seguridad, el perfeccionista buscaría el impulso, y así sucesivamente. ¿Puede entenderlo?
—Los humanos son unas criaturas muy contradictorias —dijo Hammax—. Cuarenta mil metros.
—Ya lo sabía, coronel. Pero... ¿Podría explicarme por qué consideran que el ser tan contradictorias es una de sus grandes virtudes? —preguntó Pakkpekatt.
—Me parece que ésa es la primera de las contradicciones —respondió Hammax con una sonrisa.
—No me está siendo de ninguna ayuda —dijo el hortek, visiblemente irritado—. Vaya a despertar a los demás. Ya estamos muy cerca.
Los cuatro miembros del equipo ocuparon sus puestos antes de que el
Dama Afortunada
hubiera tenido tiempo de recorrer cinco mil metros más a lo largo del vector de aproximación al objetivo desconocido que los exploradores de la INR habían registrado bajo el nombre de Anomalía 2249.
Dentro del puente, Pakkpekatt había asumido las funciones de pilotaje, Taisden vigilaba la matriz de sensores y Hammax controlaba el cañón láser mediante un casco ultraligero de seguimiento y adquisición de blancos.
Pleck, que se encontraba en la cubierta de observación de popa, se ocupaba del conjunto de sistemas de seguimiento y procesadores de imágenes holográficas proporcionados por la INR que él y Taisden habían instalado.
Ya estaban empezando a acostumbrarse a aquella rutina, pero Pakkpekatt no estaba dispuesto a permitir que la familiaridad hiciera que se la tomaran menos en serio que al principio. Las primeras cinco anomalías investigadas habían incluido un carguero estelar modano cuyos sistemas llevaban mucho tiempo muertos, una barcaza de carga abandonada aparentemente agujereada por una colisión, y una sección bastante grande de una vieja antena de espacio profundo, todas las cuales no podían ser más inofensivas. Pero también se habían encontrado con un navío de exploración de Kuat totalmente operacional que mantenía anulada la señal de su teletransductor y que había huido a toda velocidad en cuanto se le aproximaron, y con una mina espacial ilthaniana activada que Hammax hizo estallar mediante una precisa andanada del cañón láser del yate.
Cuando estuvieron a tres mil metros de ella quedó claro que la Anomalía 2249 no era ni el Vagabundo de Telkjon ni ninguna parte de él. Los reflectores iluminaron un cilindro de rejilla metálica de unos sesenta metros de longitud salpicado de protuberancias circulares cuyos dos extremos terminaban en esferas de metal macizo de unos quince metros de diámetro. El cilindro giraba lentamente sobre sí mismo, pivotando alrededor de un centro de gravedad ligeramente excéntrico.
—¿Qué demonios es esa cosa? —preguntó Hammax—. ¿Una nave espacial? ¿Una sonda? No reconozco esa configuración.
—Ni yo tampoco —dijo Pakkpekatt—. Pero sé qué no es. —Cogió un cuaderno de datos y consultó el informe que le habían proporcionado los analistas de la red de boyas estacionarias de seguimiento del tipo bola negra de la INR—. Según nuestra lista de índices de probabilidad la siguiente candidata a visitar es la Anomalía 1033, que se encuentra cerca de Carconth.
—¿Coronel?
—¿Sí, agente Pleck?
—¿Podríamos dedicar unos cuantos minutos más a esta estructura? Estaba pensando que quizá podríamos acercarnos hasta quedar a unos quinientos metros de ella y dar una vuelta a su alrededor. Me gustaría poder registrar los detalles del casco para transmitírselos a los analistas, y tal vez haya algunas señales de identificación al otro lado.
—La perspectiva de poder prestar cualquier clase de servicios extra a la Sección de Análisis no me interesa lo más mínimo —replicó secamente Pakkpekatt, desviando la proa del
Dama Afortunada
del objeto misterioso para iniciar un vector de aproximación a Carconth—. Que resuelvan los misterios de sus anomalías utilizando sus propios recursos. Introduzca el módulo del cañón en el casco, coronel Hammax. Apague sus sensores, agente Pleck.
Entraremos en el hiperespacio dentro de un minuto y daremos un salto de nueve horas, así que efectuaremos el cambio de turno ahora.
Dejando aparte el desagradable olor que quedaba flotando en el aire, la idea de abrir un camino para él y los demás mediante el haz desintegrador a lo largo de la sucesión de cámaras no le planteaba ningún grave dilema moral a la conciencia de Lando. Si la nave sobrevivía a lo que resultaba obvio eran daños mucho más serios sufridos en alguna otra sección, cerrar las heridas que Lando le estaba infligiendo no supondría ningún problema para ella..., y si la nave ya estaba condenada, entonces las heridas que estaba abriendo no tendrían ninguna importancia.
Pero ver cómo Lando iba abriendo agujeros no tardó en hacer que Lobot sintiera una creciente inquietud. Después de sólo cuatro cámaras y cuatro boquetes de bordes ennegrecidos, Lobot fue hacia Lando y le cogió del brazo antes de que pudiera crear el quinto.
—¿No podríamos tratar de abrir cada acceso de la manera habitual antes de destruirlo? —suplicó.
—¿Tienes alguna razón para creer que el Vagabundo se está recuperando de sus heridas? —preguntó Lando, liberándose el brazo de un brusco tirón y alzando el desintegrador.
Lobot se encogió sobre sí mismo mientras el haz abría el agujero que les permitiría pasar a la cámara siguiente.
—No sé qué está pasando —dijo—. Lo que sí sé es que estamos dejando un rastro que no les costará nada seguir, y ese hecho hace que nuestra huida resulte de lo más fútil. Los grupos de abordaje se limitarán a seguir la sucesión de agujeros y acabarán encontrándonos en la última cámara.
Un nuevo sonido llegó hasta ellos mientras Lando se detenía y miraba hacia atrás. Era una serie de detonaciones curiosamente líquidas que recordaban el sonido que produciría una piedra al caer sobre un charco de barro.
—Fluidos estallando bajo los efectos de la presión —dijo Lando, estirando el cuello en esa dirección—. En una ocasión oí estallar una cápsula de combustible defectuosa, y el sonido fue muy parecido. —Volvió la mirada hacia Lobot—. Sí, tienes razón, seguirnos no resultará nada difícil. Pero la oscuridad nos ayuda, y no tenemos por qué estar esperándoles al final de la serie de cámaras.
—¿Y ése es todo tu plan? —preguntó Lobot—. ¿Piensas que el encontrarse con Cetrespeó hará que adopten tan pocas precauciones a la hora de seguirnos que podremos sorprender a todo un grupo de abordaje con sólo unas cuantas herramientas manuales como única arma?
—Mi plan es retrasar la confrontación —dijo Lando—. Es la única idea que tengo por ahora. De momento sólo estoy pensando en interponer un poco de distancia entre nosotros y quienquiera que esté entrando por ahí atrás.
—Bueno, en ese caso... ¿Qué me dirías de hacer más de un agujero?
Oblígales a tomar una decisión. Haz que tengan que separarse.
—Me encantaría abrir unos cuantos agujeros más si eso pudiera hacer que les resultara más difícil seguirnos, pero no tengo ni idea de qué puede haber detrás de los agujeros que abra —replicó Lando—. Y te aseguro que no quiero incrementar las posibilidades de abrir un agujero que dé al vacío espacial.
—La topografía de esta nave ha sido concebida de tal manera que las paredes de las cámaras nunca forman parte del casco —dijo Lobot—. Cuando colocaste la lapa sensora...
—No sabemos qué recintos pueden haber sufrido brechas debido al ataque —dijo Lando—. De hecho, incluso cabe la posibilidad de que acabe encontrándome con el vacío a pesar de que estoy siguiendo la sucesión lineal de los accesos. Lo que estoy intentando hacerte entender...
Y de repente la articulación del hombro del traje de contacto de Lobot chocó suavemente con la pared de la cámara. Unos instantes después Lando también se encontró avanzando hacia una barrera sólida.
—La nave vuelve a moverse —dijo Lando.
—Sí, pero el movimiento es casi imperceptible.
—Y también está cambiando de dirección.
—¿Por sus propios medios, o porque la están remolcando?
—No hay forma de saberlo desde aquí —dijo Lando—. Pero lo más probable es que sea por sus propios medios... Nuestros intrusos no han dispuesto del tiempo suficiente para inspeccionar toda la nave, y empezar a remolcarla sin haberlo hecho resultaría demasiado arriesgado. Vamos.
Lando fue hacia el orificio que había abierto, se agarró al borde y se metió por él.
Lo que vio cuando dirigió sus luces y su desintegrador hacia el otro extremo de la cámara era tan sorprendente que le dejó sin habla. El acceso ya estaba iniciando su habitual apertura en iris.
Lando empezó a retirarse y pasó su mano enguantada sobre los controles del traje para apagar las luces. Lobot, que estaba detrás de él, comprendió lo que pretendía conseguir con eso y le imitó. Pero incluso después de que Erredós obedeciera la instrucción que Lobot emitió en su lenguaje de registro, la cámara siguió estando tenuemente iluminada por la claridad que emanaba del anillo que rodeaba cada uno de sus accesos abiertos, revelando un total de seis.
—Lando...
—Sí, ya lo veo —dijo Lando.
—Lando, ésas son las puertas de acceso restringido al personal autorizado de las que hablabas antes. ¿Qué está pasando?
—No estoy seguro.
Lando se impulsó en una rápida trayectoria diagonal hacia la más cercana de las cuatro nuevas entradas, desconocidas hasta aquel momento, que acababan de ofrecerles cuatro nuevos accesos a la cámara 229 y echó un vistazo por ella.
—¿Qué puedes ver?
—Más de lo mismo, sólo que distinto —dijo Lando, yendo hacia la entrada de la cámara 228—. Inspecciona la que tenemos detrás.
Tanto la cámara que tenían delante como la que acababan de abandonar estaban mostrando múltiples accesos iluminados por anillos relucientes.
Algunos de los nuevos accesos daban a cámaras diminutas en las que ya había más puertas, otros a estrechos pasadizos cilíndricos y unos cuantos más a aquel vasto interespacio que Lando había descubierto cuando colocó la lapa sensora.
—¿Alguna idea? —preguntó Lando, volviéndose hacia Lobot.
—Posiblemente. La lógica basada en reglas debe estar estrictamente priorizada y seguir un árbol de decisiones condicionales —dijo Lobot—. Lo primero que hizo la nave fue sellar todos los accesos, otorgando la máxima prioridad posible a la limitación de daños; eso es una respuesta razonable a un ataque, especialmente si había una brecha en el casco. Después, y en cuanto hubo terminado de hacer un inventario de los daños, asignó la prioridad inmediatamente siguiente a restaurar la libertad de movimientos, quizá para facilitar las labores de reparación.
—O la huida —murmuró Lando—. ¿Me estás diciendo que crees que esto significa que el ataque ha terminado?
—Que haya terminado o no carece de importancia —dijo Lobot—. La nave ha abierto todas las puertas. Puede que nunca tengamos otra oportunidad como ésta. —Señaló el portal de acceso al interior sobre el que estaban flotando—. El corazón de la nave se encuentra en esa dirección.
—Quizá..., y por lo que sabes, puede que esté al otro extremo de un laberinto de diez kilómetros. ¿Y qué pasa si la nave está a punto de hacerse pedazos? —preguntó Lando.
—¿Qué otra cosa podemos hacer?
—He de averiguar hasta qué punto son graves los daños. Dame tu guante izquierdo.
—¿Por qué?
—Porque vas a ir a un sitio donde no lo necesitarás, y porque yo voy a ir a un sitio donde sí lo necesitaré. Voy a salir al casco e iré avanzando hacia proa para averiguar qué daños ha sufrido el Vagabundo.
—¿Y con qué objeto? O el Vagabundo puede repararse a sí mismo o no puede hacerlo —dijo Lobot—. Hemos de buscar el nexo de control.
—Tú puedes hacer lo que quieras. Yo necesito saber cuál es la situación actual.
—La nave ya lo sabe —insistió Lobot.
—Avísame cuando hayas descubierto cómo hablar con ella, ¿de acuerdo? Hasta entonces los dos estamos desperdiciando nuestro tiempo. El guante, por favor.
Lobot titubeó durante unos momentos y después abrió el anillo de sujeción e hizo girar el guante en el sentido de las agujas del reloj. Luego lo arrojó a través de la cámara en una veloz rotación por el aire, lanzándoselo a Lando con un poco más de fuerza de la estrictamente necesaria.
—Gracias —dijo Lando, pillándolo limpiamente al vuelo con la mano desnuda—. Te lo devolveré.
—Me pregunto si todos los jugadores siempre están tan seguros de que van a ganar la partida con la próxima carta que saquen de la baraja —murmuró Lobot—. Si consigues volver, puedes buscarme aquí dentro —añadió, dirigiendo el pulgar al acceso que tenía detrás.
—Eso haré —dijo Lando, impulsándose hacia un acceso en el lado opuesto de la cámara—. Si quieres ayudarme, podrías tratar de indicar el camino que sigues con la barra de pintar. Teniendo en cuenta cómo andan las cosas en estos momentos, puede que la nave se encuentre demasiado ocupada para ir borrando las marcas.
—Me lo pensaré —respondió Lobot, y se volvió hacia Erredós en cuanto Lando hubo desaparecido por la abertura después de saludarle con un último gesto de la mano—. Ve a buscar a Cetrespeó y tráelo aquí.
Erredós soltó el trineo del equipo y se lanzó hacia el acceso entre estridentes trinos electrónicos de alivio y aprobación.
—¡No ahorres el propelente! —le gritó Lobot antes de que desapareciera.
Cuando se hubo quedado solo se quitó el guante derecho y el casco y los sujetó al trineo del equipo. Después dobló el cuello hacia adelante, alzó las manos desnudas y acarició con suave delicadeza los rebordes de la banda de conexión fabricada en Hamarin. Las yemas de sus dedos se detuvieron durante unos segundos sobre el botón de apertura situado encima de su nuca.
La conexión nunca se había apartado de su cráneo en treinta y cuatro años, y nada —ni siquiera el sueño, la vanidad o las revisiones de mantenimiento periódicas— había podido separarlo de ella. Sus circuitos hacían algo más que conectar a Lobot con todo un universo de recursos de datos interrelacionados y sistemas de control. La banda se había convertido en un vínculo secundario entre las dos mitades de su cerebro, complementando el cuerpo calloso de tal manera que le permitía procesar la tremenda inundación de datos que caía incesantemente sobre su consciencia. Sus dedos la conocían como parte de los contornos familiares y supremamente corrientes de su cabeza. Su mente ya no era capaz de reconocer ninguna frontera entre la biología y la tecnología, porque la consciencia integrada de Lobot era como un puente que uniese la una con la otra.