Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano (53 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano
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—No puedo oír tu pregunta —dijo Wialu.

Luke le dio la espalda con una mueca de irritación, sintiendo cómo su frustración se intensificaba hasta rozar el dolor.

—Sólo puedo decirte que no son rehenes —murmuró Wialu—. Eligieron prestar este servicio la última mañana en que la Corriente hirvió tal como lo está haciendo ahora..., el día en que los yevethanos bajaron del cielo para reclamar lo que consideran suyo. Fueron muchos, muchos los que murieron ese día... Pero algunos fueron salvados por quienes se interpusieron entre ellos y la muerte. No les pedí que lo hicieran, pero les honro y honro su sacrificio.

Y mientras contemplaba un navío de impulsión yevethano envuelto en llamas, Luke descubrió que lo único que podía hacer era respetar aquel sacrificio con el silencio.

En realidad, el desenlace de la batalla de N'zoth había quedado decidido desde el momento en que Sil Sorannan abandonó la formación llevándose consigo los navíos del Mando Espada Negra.

Pero eso no hizo que la batalla resultara menos brutal o menos difícil de ganar. Los escudos de los navíos de impulsión yevethanos eran superiores a los escudos de las naves de la Nueva República, y la simetría esférica del diseño del navío de impulsión hacía que resultaran todavía más efectivos.

Y aunque su armamento no era excesivamente poderoso para lo habitual en los patrones imperiales —la potencia de fuego combinada de las ocho baterías era inferior a la de una cañonera, por no hablar ya de un navío de escolta o un crucero pesado—, la capacidad de concentrar toda la energía sobre una zona relativamente pequeña les proporcionaba el poder de impacto de un navío mucho más grande.

Los navíos de combate yevethanos fueron sucumbiendo uno tras otro y cayeron bajo el ataque combinado de tres o cuatro naves de la Nueva República. Pero eso obligó a librar una guerra de desgaste, con casi tantas pérdidas —el
Nube de Tormenta
, el
Abukir
, el
Fulminante
, el
Werra
, el
Guirnalda
, el
Banshee
— como victorias.

Y no todas las pérdidas tuvieron lugar entre las naves más pequeñas. El
Yakez
, mandado por el comodoro Farley Carson, quedó atrapado entre dos navíos de impulsión y fue partido en dos mitades por la detonación del arsenal delantero después de que sus escudos de proa se derrumbaran. El transporte
Ballarat
sufrió el impacto de una salva de cohetes yevethanos justo delante de la cubierta de vuelo número cuatro, y la cadena de explosiones subsiguiente hizo pedazos a tres escuadrones de alas-E y alas-X y lanzó sus restos ennegrecidos al espacio.

El infortunio del
Ballarat
proporcionó a Plat Mallar su primera oportunidad de hacer algo más que contemplar la batalla desde las fauces entreabiertas de una cubierta de vuelo. Todos los esquifes, chalupas y lanzaderas de la flota habían sido preparados para llevar a cabo tareas de rescate y recuperación, y después habían sido distribuidos entre las distintas fuerzas expedicionarias. Mallar y su lanzadera habían sido asignados al crucero
Mandjur
, el cual formaba parte del escuadrón del
Ballarat
y era el navío que se encontraba más cerca de él cuando los cohetes yevethanos estallaron. Mientras el
Mandjur
se enzarzaba en un duelo con el navío de combate yevethano, Mallar llevó a la nave a un piloto vivo y a dos muertos en tres viajes a través de una zona sometida a un intenso diluvio de fuego.

Pero a pesar de las numerosas pérdidas esparcidas por toda la zona de batalla, su curso general estaba bastante claro.

Sólo hubo dos momentos en los que ese curso amenazó con llegar a invertirse. El primero tuvo lugar cuando los fantasmas desaparecieron, permitiendo así que las naves yevethanas pudieran concentrar su fuego sobre las amenazas reales. El segundo llegó cuando ya faltaba poco para que la batalla finalizara y los últimos once navíos de impulsión supervivientes lanzaron sus cazas tri-alados al espacio..., cazas que cayeron aullando sobre los navíos de la Nueva República, introduciéndose por las grietas de los escudos que les habían abierto las baterías yevethanas para precipitarse sobre sus blancos como otros tantos proyectiles suicidas.

En sólo cinco minutos, media docena de las naves que estaban luchando con los restos de la flota yevethana fueron destruidas o se vieron obligadas a retirarse. El
Mandjur
se encontraba entre las naves que acudieron a llenar los huecos, pero fue alcanzado dos veces cerca de la popa antes de que hubiera tenido tiempo de lanzar a la mitad de sus interceptores. La nave empezó a flotar a la deriva por el espacio, herida y vulnerable, con los motores inutilizados y los escudos de popa desvanecidos.

Durante los momentos siguientes a las violentas sacudidas producidas por los impactos gemelos que hicieron temblar todo el crucero, Mallar fue corriendo a reunirse con un grupo de pilotos, técnicos de cubierta y androides que estaban intentando apartar un ala-E dañado de la embocadura de la cubierta de vuelo. Las conversaciones que les oyó mantener le explicaron lo que estaba ocurriendo fuera de la nave y decidieron el curso de acción que iba a seguir.

Desde que subió a bordo del
Mandjur
, Mallar no había apartado los ojos del ala-X del capitán Tegget. Pintado de un vivo color rojo, el caza estaba estacionado en una plaza reservada bajo las enormes transparencias del departamento de control de vuelo. Y cuando los restos fueron apartados por fin y los interceptores que no habían sufrido daños empezaron a deslizarse sobre la cubierta para ser lanzados al espacio, Mallar corrió hacia el ala-X rojo en vez de volver a su lanzadera.

Cuando el jefe de operaciones de vuelo le dio permiso para que conectara los motores en vez de tratar de expulsarle de la carlinga, Mallar comprendió hasta qué punto era desesperada la situación del navío.

Utilizando la energía de la firma identificadora de su aparato, Mallar se colocó entre dos alas-E y no tardó en ver aparecer la bola verde que le daba permiso para lanzarse al espacio.

—¡Tengo cuatro contactos aproximándose! —oyó gritar por el canal de comunicaciones de su carlinga mientras el
Mandjur
se iba empequeñeciendo rápidamente detrás de él—. Aquí Azul Cinco... ¡Necesito ayuda!

Mallar hizo que el ala-X describiese un brusco viraje hacia la popa del crucero y experimentó un fugaz instante de vértigo. Después oyó cómo la voz de Ackbar resonaba dentro de su mente. «No intentes girar con ellos... Utiliza tu velocidad, y aprende a conocer tus recursos y tus límites.»

Mallar vio arder a Polneye detrás de sus ojos.

«Gracias por las lecciones, almirante —pensó—. Gracias por haberme dado esta oportunidad.»

Mientras pulsaba el botón de comunicaciones, Mallar vio que un ala-E viraba junto con él y que otro aparecía por detrás para colocarse junto a su ala de estribor.

—Aquí Líder Rojo —dijo con voz firme y segura—. Voy para allá con un poco de compañía, Azul Cinco. Ocúpate del primero y nosotros nos encargaremos de los demás.

Después empujó las palancas de control y el caza salió disparado hacia adelante con una nerviosa impaciencia que no tenía nada que envidiar a la del propio Mallar.

Los informes que llegaban de las distintas fuentes de inteligencia esparcidas por la periferia del cúmulo eran muy parecidos: las naves que habían estado orbitando las colonias destruidas habían desaparecido.

Posteriormente el análisis de Seguimiento de Recursos mostraría que esas mismas naves se encontraban entre las que habían reforzado las flotas de N'zoth, Wakiza, Z'fell y los otros mundos que albergaban poblaciones considerables.

Los informes procedentes de las fuerzas expedicionarias enviadas a esos mundos reflejaban la experiencia de N'zoth: las naves imperiales habían alterado bruscamente su trayectoria para saltar al hiperespacio sin que hubiese ninguna causa o explicación aparente, pero ni un solo navío yevethano se había rendido o había huido. Todos los navíos de impulsión habían luchado implacablemente, enfrentándose a la Flota con la ferocidad propia de quien defiende su hogar de un agresor hasta que fueron destruidos.

Ábaht nunca había visto nada parecido en cuarenta años de carrera militar, y estaba bastante afectado.

—Hasta ahora siempre había bastado con derrotar al enemigo —le dijo a Morano en la intimidad de la sala de situación, que había pasado a estar muy silenciosa—. Nunca he conocido a un enemigo que me obligara a destruirlo por completo. Al final, casi buscaba formas de no tener que destruir esas últimas naves... Si sus capitanes me hubieran dado alguna oportunidad de perdonarles la vida, si hubieran mostrado alguna vacilación, aunque sólo se hubieran limitado a interrumpir el enfrentamiento y hubieran huido...

—No nos dieron ni una sola posibilidad de evitar el tener que destruirlas —dijo Morano, meneando la cabeza—. No puedes permitirte recurrir a la clemencia con alguien que se está lanzando sobre tu garganta.

—No —murmuró Ábaht.

El general empezó a examinar los resúmenes de bajas, haciendo avanzar las pantallas con suaves golpecitos de su dedo índice sobre una tecla. Tardó bastante en llegar al final del archivo.

—Esto es un error —dijo deteniéndose en un momento dado—. Tegett no llegó a salir del
Mandjur
... Su caza iba pilotado por otra persona. Siguen sin saber quién fue.

—Lástima. Eso echará a perder una gran historia heroica que habría encantado a las redes de noticias —dijo Morano—. Un capitán salva su nave embistiendo a un bombardero suicida...

—Sigue habiendo una historia que contar —dijo Ábaht, volviendo a presionar la tecla de avance—. Hay un montón de historias en este archivo, y no todas llegarán a ser contadas...

Tap... Tap... Tap...

Ábaht meneó la cabeza.

—Qué precio tan terrible hemos tenido que pagar por esta victoria.

—¿Está empezando a pensar que quizá podríamos haber obrado de otra manera, general?

—No —dijo Ábaht con firmeza—. Oh, no. Lo que dije antes, eso de que quería evitar que tuvieran que morir... Por suerte no se me ha ofrecido esa posibilidad. Habría sido un error.

—No le entiendo.

Ábaht señaló la pantalla.

—¿Puede imaginarse qué habría ocurrido si los yevethanos hubieran tenido la paciencia necesaria para esperar diez años más y hubieran dedicado todo ese tiempo a estudiarnos y aumentar su flota? No, capitán... No me arrepiento de nada de lo que he hecho. En realidad, me alegro de lo que ha ocurrido hoy..., a pesar de que el hacerlo me revuelve el estómago. Me alegro de que hayamos hecho esto antes de que los yevethanos llegaran a ser más fuertes o pudieran entendernos mejor. —El general cerró el archivo de bajas y apartó su cuaderno de datos—. Espero que ahora seremos lo suficientemente inteligentes como para encontrar una forma de evitar que jamás vuelvan a construir una nave estelar.

Los brazos de Nil Spaar estaban atados a sus costados, y la barra de restricción había inmovilizado sus garras y las había reducido a la impotencia. Sus tobillos también estaban inmovilizados por un trozo de cable de duracero. Aun así, el virrey intentó lanzarse sobre Sil Sorannan cuando el oficial imperial apareció en el túnel de acceso al módulo de escape del puente.

Su acometida no le llevó muy lejos. Ni siquiera fue necesario que alguien disparase contra el virrey..., porque el teniente Gar, uno de los cuatro testigos, se limitó a frenar el cable que rodeaba los tobillos de Nil Spaar con el empeine de su pie, haciendo que el yevethano cayera estrepitosamente sobre la cubierta.

—Nunca podré hacerte el daño suficiente para que pagues doce años de tortura y la pérdida de demasiados amigos —dijo Sorannan, dando un paso hacia él—. Ya sé que matarte no resultará satisfactorio. No importa cómo lo haga ni cuánto tiempo tarde en hacerlo, porque mañana despertaré y veré el rostro de alguien que no volvió a casa con nosotros..., y sabré en lo más profundo de mi corazón que saliste demasiado bien librado.

»Pero aun así, sigues mereciendo morir. Y la única forma de ayudarme a responder a las preguntas mudas de esas caras que aparecen en mi mente que se me ha ocurrido es hacer que debas esperar mucho tiempo antes de morir.., y asegurarme de que mi rostro permanezca grabado en tu mente mientras esperas.

»Así pues, voy a decirte algunas cosas que deberías saber sobre mí. Antes de que me uniera al Mando Espada Negra, fui asignado a la Sección de Investigación en calidad de piloto para el equipo de hiperfísica experimental. Estábamos intentando averiguar cómo lanzar bombas desde el hiperespacio. Nunca llegamos a encontrar una forma de conseguirlo.

Sorannan se acuclilló junto a la cabeza de Nil Spaar, y cuando volvió a hablar empleó un tono de voz mucho más suave.

—Verás, el problema estriba en que sea cual sea el sentido en el que atravieses la puerta mágica, siempre necesitas un sistema de hiperimpulsión para abrirla..., y en consecuencia cualquier cosa que dejáramos flotando a la deriva en el hiperespacio se limitaba a permanecer allí. Incluso llegamos a emplear una sonda robotizada y la hicimos estallar dentro del hiperespacio para averiguar si eso podía abrir la puerta. Ni una sola partícula de los restos de la sonda reapareció en el espacio real.

Mientras volvía a erguirse, Sorannan hizo una seña al capitán Eistern y éste fue hasta la escotilla del módulo de escape 001 y la abrió.

—Sí, realmente es una lástima que el proyecto fuera un fracaso... —dijo Sorannan, retrocediendo un par de pasos mientras Gar y otro testigo tiraban de Nil Spaar hasta levantarlo—. Porque el caso es que lanzar un objeto al hiperespacio resulta muy fácil. Basta con darle un buen empujón...., como el que puede producir la carga de eyección de un módulo de escape, por ejemplo.

El virrey permaneció inmóvil y en silencio, y contempló a Sorannan con las facciones llenas de desprecio y altivo orgullo.

Sorannan se inclinó hasta que su rostro quedó tan cerca del de Nil Spaar que el hálito de su susurro besó las mejillas del virrey.

—No sé durante cuánto tiempo podrás sobrevivir ahí dentro —dijo—. Pero sé que morirás ahí dentro.

Después el mayor retrocedió y contempló cómo los otros oficiales obligaban a Nil Spaar a entrar en el módulo de escape y sellaban la escotilla.

—Muere despacio —dijo Sorannan con voz enronquecida, y dejó caer la mano sobre el interruptor de lanzamiento.

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