Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano (56 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano
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—Nunca estará más lejos de lo que lo está ahora.

Pakkpekatt se inclinó hacia adelante y curvó los dedos alrededor de las palancas de control.

—Informe a los demás de lo que vamos a hacer, y después intente ponerse en contacto con Calrissian empleando la frecuencia que usaba el sistema de comunicaciones de su traje cuando estábamos en Gmar Askilon. Envíe la señal de llamada a través del satélite.

—Eh, un momento... ¿Y qué pasa si los circuitos de control remoto del yate vuelven a ser activados? —preguntó Hammax—. Parece que estamos dando por sentado que permanecerán inactivos. Incluso si el general y su ayudante están fuera de combate, cabe la posibilidad de que uno de los androides envíe la señal.

—Tendremos que confiar en que no adoptarán esa medida a menos que el hacerlo no suponga ningún peligro —dijo Pakkpekatt—. Envíen la señal. Unos momentos después oyeron la voz temblorosa, enronquecida y llena de impaciencia de Lando Calrissian.

—Sí, Cetrespeó... ¿Qué pasa? ¿Qué está ocurriendo ahora?

—No he hecho nada, amo Lando...

—¡Calrissian! —rugió Pakkpekatt—. ¿Cómo es que sigue con vida?

—¡Pakkpekatt! —respondió Lando en un tono bastante similar—. ¿Qué está haciendo a bordo de mi nave? ¿Y por qué demonios no viene a sacarnos de aquí?

—Cálmese, general —dijo Hammax—. Todavía estamos esperando recibir nuestra invitación.

—¿Hammax? ¿Es usted?

—No paraban de repetirme que el general Calrissian había muerto, pero les dije que se estaban dejando llevar por el optimismo.

—Ése es el comentario típico de un hombre que se encuentra en el extremo equivocado de una deuda de juego —murmuró Lando—. Le diré lo que vamos a hacer, coronel: le perdono la mitad de la deuda a cambio de que nos lleve de vuelta a Ciudad Imperial.

—Debería tratar de ofrecerme una alternativa un poco más atractiva. Si volvemos con su cadáver metido dentro de una caja, podría olvidarme de toda la deuda.

A pesar de que su rugido inicial había sido la causa de todo aquel torrente de bromas y animada jovialidad, Pakkpekatt hizo cuanto pudo para tratar de recuperar el control de la conversación e imponerle un tono más serio.

—Le agradecería que me informara sobre su situación actual, general Calrissian.

—¿Mi situación actual? Vamos a ver, vamos a ver... ¿Qué es lo que todavía no sabe? La nave está vacía: es un artefacto totalmente automatizado creado mediante la bioingeniería, y no hay nadie más a bordo. Estamos más o menos bien. Lobot, ¿todavía no has conseguido ningún resultado? ¿Estás oyendo todo esto? ¿Y cuál es su situación actual, coronel? ¿Dónde está la fuerza expedicionaria?

—Ahora somos la totalidad de la fuerza expedicionaria —dijo Pakkpekatt—. Los otros efectivos tuvieron que ir a cumplir otra misión, y se consideró que tanto usted como su grupo habían muerto.

—Eso no tiene ninguna gracia, coronel —dijo Lando—. El almirante jamás haría eso.

—¿A qué almirante se refiere? Coruscant está lleno de almirantes —dijo Hammax—. El general Rieekan dio la orden de abortar la misión después de que usted se escapara con su chica.

Pakkpekatt le administró una reprimenda silenciosa con la mirada.

—Hemos estado buscándoles desde su huida, general Calrissian —dijo después—. Creemos tener en nuestro poder una secuencia genética qella completa, y hemos preparado un sistema de respuesta automática. En vez de adoptar cualquier clase de medidas drásticas, preferiría esperar hasta ver si...

Lando dejó escapar una carcajada llena de cansancio.

—Predecible. Me parece recordar que empezamos a discutir exactamente en este punto, coronel.

—... podemos conseguir una invitación, tal como ha dicho el coronel Hammax —siguió diciendo Pakkpekatt—. Comprendo que debe de tener muchas ganas de salir de ahí. Pero me estaba preguntando si podría resistir durante unas cuantas horas más para que tengamos una ocasión de, y ahora me limito a repetir una sugerencia que alguien me hizo en cierta ocasión..., de abrir una cerradura mediante una ganzúa en vez de volarla a tiros.

Lando suspiró.

—Me inclino ante la indiscutible sabiduría de su consejero. Podemos aguantar un poco más.

Hora tras hora, el Vagabundo fue examinando la superficie de Maltha Obex en busca de la señal que se le había dicho que debía aguardar, esperando la llamada que le informaría de qué debía hacer a continuación.

Antes de aquel nuevo viaje ya había ido allí cinco veces, siguiendo obedientemente el plan incorporado a su misma sustancia e intentando no faltar a la cita con aquellos que le habían dado forma y lo habían enviado al vacío. Cinco veces había orbitado pacientemente el planeta, buscando y esperando mientras se bañaba en las ricas energías de N'oka Brath, la piedra resplandeciente. Cinco veces había vuelto a partir, sin ser lo suficientemente inteligente para sentirse desilusionado pero sabiendo que no había logrado cumplir el propósito para el que había sido concebido.

Pero hasta entonces nunca había llegado allí estando lisiado, y nunca se había encontrado quemado y envenenado por las intensas energías que habían entrado por la misma abertura a través de la que era alimentado por N'oka Brath. Las quemaduras se habían curado, pero los venenos seguían estando presentes en su interior y, junto con ellos, el Vagabundo llevaba consigo un recuerdo de la forma y las acciones del atacante.

Y antes nunca se había encontrado otras presencias esperando, pero esta vez había criaturas diminutas compartiendo con él los círculos que se extendían sobre Brath Qella, la piedra del hogar y el lugar del comienzo.

Su forma no le resultaba familiar, y no cantaban. Pero las criaturas no avanzaron hacia el Vagabundo y tampoco intentaron tocarlo, por lo que al no haber sido invocado ningún imperativo el Vagabundo tampoco emprendió ninguna acción con respecto a ellas. Aun así, tomó buena nota de su presencia y las observó con gran atención.

El período de espera prefijado llegó a su fin y el Vagabundo empezó a cantar. Y, por primera vez en todos sus viajes al hogar, una respuesta llegó hasta él.

Pero la respuesta no procedía de Brath Qella..., sino de uno de los huevos diminutos que estaban compartiendo los círculos con el Vagabundo, y estaba siendo cantada con una voz áspera y desagradable en la que no había ni rastro de la suave y delicada fortaleza de Brath Qella. El Vagabundo buscó entre sus recuerdos y enseguida supo que la respuesta era mera forma sin sustancia, un simple engaño, la treta de un depredador.

Y había ciertos imperativos concernientes a los depredadores.

Cuando el Vagabundo por fin rompió su silencio y emitió una interrogación de catorce segundos de duración, sólo Taisden estaba presente en la cubierta de vuelo para oírla.

Hammax estaba echando una siesta en su camarote, acostado en su litera con todo el traje de combate puesto salvo por las botas y los guanteletes.

Pleck estaba en la cubierta de observación e intentaba arrancar lo que esperaba fuese una medición más realista del desplazamiento del Vagabundo a un magnetómetro que no estaba funcionando correctamente. Pakkpekatt y Eckels se habían encerrado en la suite de Lando, y se hallaban absortos en una apasionada discusión después de que Eckels por fin se hubiera enterado de que había un equipo de la INR a bordo del navío qella.

La alarma de Taisden hizo que todos interrumpieran sus ocupaciones del momento y trajo a la carrera a todos, salvo a Pleck, hasta la cubierta de vuelo.

—No sé cuál era la pregunta, pero estamos respondiendo —les dijo Taisden—. Y el objetivo está cambiando de órbita y acelerando.

—¿Hacia nosotros?

—Hacia el satélite de difusión.

—Vaya, vaya... No cabe duda de que cuando quiere puede ir realmente deprisa —dijo Hammax, meneando la cabeza.

—¿Es una buena noticia? —preguntó Eckels—. ¿Es lo que esperaban que ocurriera?

—Quizá —dijo Taisden—. Si va hacia allí para portarse bien y hacer las paces, la próxima vez podremos transmitir nuestra contestación directamente desde el
Dama Afortunada
y...

Y en ese momento un resplandor azulado apareció en la proa del Vagabundo y su claridad inundó tanto las pantallas visoras como los monitores.

—La guadaña —dijo Pakkpekatt.

—Es imposible —dijo Taisden—. El satélite se encuentra a tres mil kilómetros de distancia del Vagabundo...

Tres delgados pero deslumbrantes haces de energía acuchillaron la oscuridad y se unieron en un punto situado a 3.409 kilómetros por delante del Vagabundo. El lugar en el que convergieron quedó iluminado por una pequeña explosión lo suficientemente intensa para dejar una imagen residual en sus ojos. Después el resplandor se desvaneció y las lanzas de energía desaparecieron, dejando tras de sí una nube de plastiacero y metal atomizado que se fue expandiendo entre un sinfín de destellos bajo la luz de N'oka Brath.

—Bien, está claro que no se trataba de una visita amistosa —dijo Hammax, visiblemente impresionado—. ¿Qué clase de arma es ésa?

Taisden ya había desconectado el contestador automático antes de que el Vagabundo iniciara su viraje. Pakkpekatt tiró de las palancas de control al mismo tiempo, desplazándolas hacia atrás y lanzando el
Dama Afortunada
a una órbita más baja y más rápida que los alejaría del Vagabundo y haría que pasaran por encima de su horizonte.

—Podría haber acabado con toda la fuerza expedicionaria en Gmar Askilon cuando le hubiera dado la gana —dijo Taisden, meneando la cabeza.

—Quiero un canal vocal con Calrissian —dijo Pakkpekatt—. Utilice uno de los satélites regulares del
Abismos de Penga
.

—Preparado —dijo Taisden—. Use el número dos.

—Aquí el
Dama Afortunada
, general —dijo Pakkpekatt—. ¿Por qué está disparando contra nosotros?

—No hemos tenido nada que ver con eso —replicó Lando—. ¿Qué le han dicho? ¿Por qué están huyendo?

—General, si su yate dispone de una capa antisensora o de un escudo de invulnerabilidad, creo que éste sería un momento excelente para informarnos de ello.

La respuesta de Lando se perdió entre un estallido de estática cuando el Vagabundo extendió un brazo de energía a través de casi ocho mil kilómetros de vacío espacial y convirtió en vapor el SDO-2 del
Abismos de Penga
.

—La idea de interponer el horizonte entre nosotros y esa cosa me va gustando cada vez más a cada segundo que pasa —dijo Pakkpekatt.

—Seis minutos.

—Coronel... —La voz de Eckels temblaba de una manera casi imperceptible—.

Quizá haya llegado el momento de transmitirlo todo mientras todavía disponemos de un satélite en condiciones de operar que puede difundir la señal. Sea cual sea el mensaje que acabamos de enviar, resulta obvio que no le ha gustado nada. Quizá necesitamos ser más convincentes..., o menos inteligibles.

Pakkpekatt se volvió hacia Taisden.

—No tengo ninguna idea mejor, coronel.

—Pues entonces hágalo —dijo Pakkpekatt—. Doctor...

—Sí. Déjeme hablar con el
Abismos de Penga
.

La voz del capitán Barjas respondió a la señal de llamada de Eckels.

—Doctor... No sabe cómo me alegra oírle. Nuestros sensores indican que dos de los satélites han dejado de operar de repente, y estábamos bastante preocupados.

—El Vagabundo ha adoptado una actitud claramente hostil —dijo Eckels—. ¿Está todo el mundo a bordo?

—Salvo usted. Acabamos de recoger al último que faltaba.

—Excelente. Le ordeno que abandone la órbita inmediatamente y que salte a las coordenadas acordadas para la cita número uno.

—Muy bien, doctor Eckels. Buena suerte, señor.

—No nos pasará nada. Salga de aquí..., y cuide de mi gente.

—Ocho minutos para el horizonte —dijo Taisden.

—¿Qué? ¿Cómo es posible que estemos perdiendo terreno?

—El objetivo está acelerando hacia el SDO-Uno, que en estos momentos está transmitiendo la base de datos qella.

Hammax meneó la cabeza.

—Mantener la roca entre nosotros y esa cosa quizá no resulte tan fácil como habíamos pensado en un principio.

—El
Abismos de Penga
se ha puesto en movimiento —dijo Taisden.

—Quizá la contestación debería proceder de la superficie... —empezó a decir Eckels.

Pakkpekatt le ignoró.

—¿Queda alguna banda disponible en el SDO-Uno?

—Puedo encontrar alguna —dijo Taisden.

—Quiero hablar con Calrissian.

Las puntas de los dedos del agente bailotearon sobre los controles.

—Comunicación preparada por el número dos.

—General, aquí Pakkpekatt.

—Parece que las cosas se están calentando un poquito por ahí fuera, coronel —dijo Lando—. No sé si es el momento más adecuado para hablar de esto, pero me parece que debería decirle que mi yate no está asegurado. Quizá podría empezar a tomar en consideración la posibilidad de huir un poquito más deprisa...

—No sé durante cuánto tiempo podremos seguir hablando, general Calrissian. ¿Puede hacer algo para poner fin a toda esta actividad hostil?

—No lo creo —dijo Lando—. Acabamos de tener un pequeño motín a bordo: hace unos diez minutos mi buen amigo Lobot agotó la célula de energía de nuestro único desintegrador para recargar los circuitos de uno de los androides. Los androides están de su lado.

—¿Conoce alguna debilidad o vulnerabilidad del Vagabundo que podamos explotar?

—Sí. Podrían utilizar unas cuantas baterías desintegradoras de nivel de crucero para arriba. El casco no está blindado y no parece haber escudos de rayos, o por lo menos no en esas frecuencias. Pueden agujerearlo y hacerle bastante daño. Pero tendrían que dar en el blanco al primer disparo, y darle lo más duro posible.

Todos pudieron oír una segunda voz que empezaba a protestar.

—Lando, el Vagabundo no se merece esto...

Y un instante después Eckels, que parecía paralizado por la sorpresa, se recuperó lo suficiente para alzar su voz en una protesta que ahogó a la de Lobot.

—Es una solución totalmente inaceptable, coronel. Este artefacto es único, insustituible...

—Y mortífero —dijo Pakkpekatt—. Entendido, general. Manténgase a la escucha. —Hizo una seña a Taisden—. Quiero que abra un canal de hipercomunicaciones protegido para hablar con Rieekan y Collomus.

—Listo.

—Aquí el coronel Pakkpekatt al mando de la fuerza expedicionaria de Telkjon en Maltha Obex —dijo Pakkpekatt—. Confirmación: hemos localizado al Vagabundo y hemos establecido contacto con el equipo que se encuentra a bordo. Pero el objetivo ha adoptado una actitud hostil y no podemos acercarnos lo suficiente para...

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