Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano (54 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano
5.37Mb size Format: txt, pdf, ePub

Y el módulo de escape salió disparado al vacío y la nada del espacio con un rugido ensordecedor.

QUINTO INTERLUDIO
Cita

Joto Eckels estaba contemplando la pantalla sensora con un respeto tan solemne que se aproximaba a lo religioso. Durante toda una vida dedicada al trabajo de campo arqueológico, Eckels jamás se había enfrentado a un momento como aquél, en el que los instrumentos todavía capaces de funcionar, creados por una raza muerta, habían parecido tender un puente a través del abismo de los siglos.

Era un acontecimiento que podía compararse con los mayores descubrimientos de la era moderna, desde la Trampa de las Sombras de Liok hasta la sonda estelar de Foran Tutha pasando por el Tallo de Nojic o el Gran Conducto Subcrustal de los patho. Pero al principio aquellos descubrimientos no traían consigo ni un solo átomo de alegría, y en los primeros momentos su única consecuencia era que te veías obligado a cargar con el repentino y casi insoportable peso de la responsabilidad. Dreiss y Mokem habían muerto en la Trampa de las Sombras. Bartleton había tenido que contemplar cómo la sonda de Foran Tutha era devorada por un incendio que sus propios hombres habían causado involuntariamente sin poder hacer nada para evitar su destrucción.

Pero el equipo de Pakkpekatt no parecía sentirse nada afectado por las obligaciones que acababan de contraer ante la historia y la posteridad.

Todos empezaron a trabajar con despreocupada eficiencia sin perder ni un solo instante, y se enfrentaron con aquella sorpresa sin titubear.

—¿Qué mensaje he de enviar al cuartel general, coronel? —preguntó Pleck.

—Limítese a enviar un informe de contacto —dijo Pakkpekatt—. Antes debemos averiguar qué clase de saludo nos está preparando. ¿Está listo el satélite para el despliegue?

—Ya he terminado. Está colocado sobre el dispersor de popa, y podemos soltarlo cuando quiera —dijo Taisden.

—¿Tiene alguna recomendación que hacerme?

—El
Abismos de Penga
debería desplazarse hacia el exterior del sistema y mantener el planeta entre su casco y el Vagabundo hasta que hayan recogido a su gente y salido de la órbita. Si colocamos el
Dama Afortunada
y el satélite a ciento ochenta grados de separación el uno del otro y en geosincronía, podremos obtener una cobertura completa de las aproximaciones con un máximo de separación.

—Despliegue el satélite —dijo Pakkpekatt—. ¿Doctor?

Eckels, que parecía estar ligeramente perplejo, fue hacia Pakkpekatt.

—¿Puedo hablar con el
Abismos de Penga
, coronel?

—Por supuesto. Coronel Hammax, abra un canal para el doctor en el puesto número tres.

Eckels transmitió la orden identificadora y después informó al capitán Barjas de la situación.

—Que todo el mundo suba a bordo y que aseguren todo el equipo —dijo—. Que Mazz registre todos los datos que pasen por nuestros satélites, y vean si pueden obtener alguna lectura de la nave que se aproxima al sistema. Pero no pongan en peligro los artefactos: a la primera señal de cualquier amenaza directa, salten al hiperespacio inmediatamente.

Después volvió a dirigir su atención hacia los demás, que parecían haberse olvidado momentáneamente de su presencia.

—Vamos a hacer otro ciclo de prueba en el auto contestador —estaba diciendo Pleck—. Cuando llegue esa señal de interrogación...

—No —dijo Pakkpekatt—. Las pruebas anteriores ya dieron resultados satisfactorios. La señal podría llegar en cualquier momento. Active el sistema y conéctelo al canal.

—Sí, coronel —dijo Pleck.

—El satélite ha sido lanzado y activado, y se está dirigiendo hacia la posición asignada —informó Taisden—. Faltan catorce minutos para que llegue a las coordenadas. Podemos ponernos en movimiento seis minutos después de que el esquife se encuentre lo suficientemente lejos.

Pakkpekatt se volvió hacia Eckels y le contempló con visible curiosidad.

—¿No cree que ya va siendo hora de que se vaya, doctor?

—¿Adonde?

—A su nave..., al
Abismos de Penga
.

—¿Para esconderme al otro lado de Maltha Obex? No creo que sea una buena idea, coronel. Me parece que si se lo propone podría encontrar alguna actividad en la que mi presencia le resulte más útil.

Eckels esperaba una discusión y se había preparado para ella. Pero el único diálogo detéctale fue el que tuvo lugar entre su mirada llena de decisión y la agudamente interrogativa de Pakkpekatt. Eckels también se había preparado para la posibilidad de que hubiera un diálogo no detectado, por lo que llenó su mente con un solo pensamiento: «Acepto su autoridad. Deje que le ayude. Deje que esté aquí cuando la puerta se abra.»

Los labios de Pakkpekatt se curvaron para formar una mueca que recordaba un poco a un bostezo.

—Si el
Abismos de Penga
no le necesita, entonces sacaremos el máximo provecho posible de tenerle con nosotros —dijo por fin—. Agente Pleck, lleve al doctor Eckels a la cubierta de observación y familiarícele con el equipo.

Lobot había descubierto que compartir su banda de conexión con el Vagabundo era una ocupación muy seductora. Sólo habían transcurrido veinte minutos cuando empezó a perder tanto la voluntad como la capacidad de responder a Lando o a los androides.

No se trataba de que la conexión fuese tan rica y fácil de establecer que experimentase lo que los ciborgs solían describir en sus conversaciones privadas como «caer por un agujero que da al cielo», desde luego. De hecho, la experiencia era más bien totalmente opuesta. La conexión resultaba tan difícil de crear, la comunicación se producía de una manera tan lamentablemente lenta y las estructuras de datos eran tan distintas a cuanto había conocido hasta el momento que mantenerse en contacto con la nave iba absorbiendo gradualmente toda su atención y todos sus recursos.

El mero hecho de pasar al básico para procesar los datos auditivos o el formular y emitir una respuesta vocal fue convirtiéndose poco a poco en una carga insuperable. Por primera vez en todo el tiempo que abarcaba su memoria, Lobot se encontró totalmente concentrado en una sola tarea y tuvo que renunciar a sus propios procesos internos para pensar en los algoritmos binarios de base seis del Vagabundo. La comunidad de los ciborgs definía esa pérdida de límites con la expresión «volverse del revés» y consideraba que suponía un grave peligro para la integración sistémica..., y que sólo se encontraba a un paso de distancia del colapso disociativo.

Lando sólo sabía que Lobot se hallaba conectado a una máquina que poseía el poder de llevárselo muy lejos y que parecía carecer de toda inclinación a devolverlo. Después de haber observado el fenómeno por primera vez, Lando fijó unos límites muy estrictos y se nombró a sí mismo vigilante de ellos y encargado de hacer que fuesen respetados. A lo largo de toda la duración del salto hiperespacial, Lobot no pasó más de una hora seguida conectado, y siempre hubo un descanso mínimo de dos horas entre sesión y sesión.

Incluso eso ya suponía hacerle una considerable concesión a Lobot, quien había insistido en que la parte más productiva de una sesión era aquella en la que permanecía insensible a todo lo que no fuesen las estructuras de datos del Vagabundo. Se trataba de una afirmación que Lando tuvo que aceptar sin que viniera apoyada por ninguna prueba, ya que hasta el momento los escasos resultados útiles que había podido ver no justificaban el riesgo que suponía el seguir manteniendo cualquier tipo de contacto.

Los datos que Lobot estaba obteniendo del contacto con el Vagabundo parecían mucho más consistentes y significativos que los que estaba consiguiendo comunicar a Lando.

—No sabe qué es —le había explicado Lobot—. Sólo sabe qué hace.

Pero incluso dentro de esos parámetros, lo que el Vagabundo le había «dicho» a Lobot parecía excesivamente mutable y sujeto no sólo a la interpretación, sino también a los posibles errores causados por el exceso de entusiasmo de Lobot.

La nave era un protector-contra-los-daños, un refugio-nutridor, un médico-fuente de auxilio, una forma de huir-de-los-depredadores, un mantenedor-y-preservador y un maestro-encargado de dar la bienvenida..., funciones que eran interpretadas por Lobot, de manera muy distinta y dependiendo del momento en que se le preguntara al respecto, como las propias de un huevo, una madre, un jardín de infancia, una despensa y una crisálida. Los cuerpos redondeados de los túbulos internos eran durmientes, guardianes, cadáveres, infiltrados, sacrificios y directores..., con la mitad de esas designaciones sugiriendo que formaban parte de la nave y la otra mitad sugiriendo que poseían una existencia totalmente independiente de la del Vagabundo.

—Creo que ya no se acuerda de nada —había dicho Lobot en un momento dado, reaccionando a la frustración de Lando—. Sus reflejos son complicados y elegantes, y dispone de grandes poderes que emplear. Pero ni siquiera posee la autoconsciencia o el sentido del propósito de un niño. Hace lo que sabe hacer mediante el estímulo y la respuesta, por instinto... Es consciente de esos procesos, pero no es consciente de nada que se encuentre más allá de ellos. Creo que ni siquiera sabe dónde está, de la misma manera en que una semilla enterrada en el suelo tampoco sabe dónde se encuentra.

—Si tú y el Vagabundo tomáis algún tipo de decisión sobre lo que sea, te ruego que tengas la amabilidad de compartirla conmigo —había respondido Lando, visiblemente disgustado—. Si no va a obedecernos, entonces me parece que todo esto no nos está siendo de ninguna utilidad. Si quieres seguir comunicándote con él, por lo menos deberías intentar seguir haciendo alguna clase de progresos en esa dirección.

Lobot había encontrado un nuevo foco alrededor del que concentrar sus esfuerzos, pero Lando parecía haber perdido el suyo. Por fin tenían acceso a toda la nave, pero Lando había mostrado muy poco interés en utilizarlo.

Había desactivado a los dos androides, y pasaba la mayor parte del tiempo flotando en la cámara 229. El que sus reservas de propelente estuvieran casi agotadas sólo era un pretexto que ocultaba su abatimiento.

Lobot hizo un intento de hablar de lo que estaba viendo con Lando.

—Durante todos los viajes que hemos hecho, sólo te he visto abandonar la mesa de juego en dos ocasiones —dijo—. Una de ellas fue cuando descubriste que estabas tomando parte en una partida amañada, y la otra cuando esa mujer, Sarra Dolas, apareció y se sentó al lado de Narka Tobb en vez de sentarse a tu lado. Sólo te he visto darte por vencido cuando no podías ganar la partida y en una partida que había dejado de interesarte. Bien, Lando... ¿De cuál de las dos cosas se trata esta vez?

—De ninguna de las dos —dijo Lando—. He hecho todo lo que sé hacer. Nada de cuanto he hecho ha servido para mejorar en lo más mínimo nuestra situación, y ahora me dices que el Vagabundo está volviendo a casa. Me limito a esperar a que la última mano de cartas sea arrojada encima de la mesa.

Pero los temblores de una violencia sin precedentes que habían sacudido al Vagabundo mientras salía del hiperespacio consiguieron arrancar a Lando de su estado de indiferencia.

—¿Dónde estás, Lobot? —preguntó por el sistema de comunicaciones del traje.

—En el interespacio de popa —respondió Lobot.

—¿Has oído lo que ha estado a punto de no ocurrir? Ni en mis peores mañanas después de mis peores días he llegado a soltar tales gemidos cuando trataba de levantarme de la cama —dijo Lando.

—Sí, Lando —dijo Lobot—. El gruñido de salida ha sido extraordinariamente potente y extenso en toda esta zona. Tuve la clara impresión de que lo estaba oyendo como si procediese de atrás: primero venía de la popa, pero una fracción de segundo después parecía venir de la proa. Ah, y también he podido ver una onda de oscilación de una amplitud mínima de un decímetro que ha avanzado a lo largo del casco exterior.

—Tienes suerte de que todavía exista un casco exterior —dijo Lando—. Ya sé por qué los saltos hiperespaciales son cada vez más bruscos. Ven al compartimento doscientos veintinueve, Lobot: hay algo que necesito que veas. Te lo iré explicando mientras vienes hacia aquí.

—Ya voy —dijo Lobot—. Continúa, por favor.

—No sé por qué no se me ocurrió pensar en ello antes. Sea cual sea la fuente de energía que utiliza, las reservas de la nave deben de estar muy bajas. O el Vagabundo lleva demasiado tiempo sin llenar los depósitos —igual que tú, yo y los androides—, o los daños que sufrió durante el último ataque han afectado a las reservas o a los generadores.

—El Vagabundo no dispone de generadores.

—Bueno, me da igual lo que utilice —dijo Lando—. Tómatelo como una metáfora. El Vagabundo se las arregla de alguna manera desconocida para almacenar y transformar la energía que necesita para el armamento, la potencia motriz, la luz y todos los cacharritos que hay en las cámaras.

—Hasta ahí estamos de acuerdo.

—Pues tanto si se debe a que los depósitos están vacíos como si se debe a que los convertidores se encuentran bajo mínimos, lo que ocurre es que no hay suficiente energía disponible para atender a todos los sistemas. Por eso abrió todos los accesos y los dejó abiertos. Por eso ninguno de los artilugios de los qellas ha vuelto a funcionar después del ataque, y por eso se apagaron las luces y nos dejaron a oscuras. Hemos entrado en alguna clase de modalidad de ahorro de energía. No sólo le duele todo..., sino que además está muy cansado.

—Sí. La nave y yo hemos hablado de ello.

—Podrías haber compartido esa parte conmigo —dijo Lando con una sombra de irritación—. Lobot, las transiciones se han ido volviendo cada vez más violentas porque la nave se encuentra a punto de agotar sus recursos..., por lo menos en lo que concierne al abrir una puerta hiperespacial lo suficientemente grande y el abrirla lo suficientemente deprisa para minimizar las tensiones. Todo se reduce a una cuestión de ser capaz de concentrar una cantidad de energía lo bastante grande sobre un espacio lo bastante pequeño durante un período de tiempo lo bastante corto. Y cualquiera de estos días, el Vagabundo no será capaz de hacerlo..., y entonces o la sección central de la nave saltará al hiperespacio dejando atrás al resto, o la puerta se cerrará de golpe sobre ella y la aplastará. Eso quiere decir que...

Lobot se reunió con Lando en la cámara 229 antes de que éste hubiera podido terminar su exposición.

—Que se trata de algo que preferiría ver desde lejos.

Other books

Releasing the Wolf by Dianna Hardy
Así habló Zaratustra by Friedrich Nietzsche
Exquisite Danger by Ann Mayburn
Reckless Abandon by Morgan Ashbury
Everything They Had by David Halberstam
Thirteen Steps Down by Ruth Rendell
Warlord of Kor by Terry Carr