—El arte de ser abuelo —el señor Best empezó a murmurar—.
L’art d’être grandp
…
—¿No verá renacido en ella, con el recuerdo añadido de su propia juventud, otra imagen?
¿Sabes de qué hablas? Amor, sí. Palabra conocida de todos los hombres.
Amor vero aliquid alicui bonum vult unde et ea quae concupiscimus
…
—Para un hombre con esa cosa rara, el genio, su propia imagen es la norma de toda experiencia, material y moral. Semejante apelación le afectará. Las imágenes de otros varones de su sangre le repelerán. Verá en ellas grotescos intentos de la naturaleza por predecirle o repetirle a él mismo.
La benigna frente del bibliotecario cuáquero se encendió rosadamente de esperanza.
—Espero que el señor Dedalus elaborará esa teoría para ilustración del público. Y deberíamos mencionar a otro comentador irlandés, el señor George Bernard Shaw. Y tampoco deberíamos olvidar al señor Frank Harris. Sus artículos sobre Shakespeare en la
Saturday Review
fueron brillantes, sin duda. Curiosamente, él también traza para nosotros una relación infeliz con la dama morena de los sonetos. El rival favorecido es William Herbert, conde de Pembroke. Confieso que si debe ser rechazado el poeta, tal rechazo parecería más en armonía con, ¿cómo lo diré?, nuestras nociones de lo que no debería haber sido.
Feliz, cesó de hablar manteniendo erguida entre ellos su mansa cabeza, huevo de alca, premio de su contienda.
La trata a ella con el solemne «tú» cuáquero, con graves palabras maritales. ¿Amas, Miriam? ¿Amas a tu esposo?
—También puede ser verdad eso —dijo Stephen—. Hay un dicho de Goethe que al señor Magee le gusta citar. Ten cuidado con lo que deseas en tu juventud porque lo obtendrás en tu media edad. ¿Por qué a una qué es una
buonaroba
, una jaca que todos los hombres cabalgan, una doncella de honor con una doncellez escandalosa, le manda a un señorón para que la corteje por él? Él mismo era señor del lenguaje y se había hecho paje caballero y había escrito
Romeo y Julieta
. ¿Por qué? La creencia en sí mismo ha sido muerta prematuramente. Fue derrotado primero en un trigal (un campo de centeno, debería decir) y nunca en lo sucesivo será un vencedor ante sus propios ojos ni jugará victoriosamente el juego de reír y tumbarse. El asumir el donjuanismo no le salvará. No habrá posterior deshacimiento que deshaga el primer deshacimiento. El colmillo del jabalí le ha herido allí donde amor yace sangrando. A la furia, aunque sea vencida, sin embargo, le queda el arma invisible de la mujer. Hay, lo noto en las palabras, algún aguijón de la carne que le empuja a una nueva pasión, una sombra más oscura de la primera, oscureciendo incluso su propio entendimiento de sí mismo. Un hado semejante le aguarda y las dos furias se mezclan en un torbellino.
Escuchan. Y en los pórticos de sus oídos vierto.
—El alma ha sido herida mortalmente antes, un veneno vertido en el pórtico de un oído dormido. Pero los que reciben la muerte durante el sueño no pueden conocer el modo de su extinción a no ser que su Creador dote a sus almas con ese conocimiento en la vida futura. El envenenamiento y el animal de las dos espaldas que lo apremió no los habría podido conocer el fantasma del rey Hamlet si no estuviera dotado de conocimiento por su creador. Por eso el discurso (su triste y acerba lengua inglesa) siempre se dirige hacia otro punto, hacia atrás. Violador y violado, lo cual él lo quería pero no lo quería, va con él desde las ebúrneas esferas cercadas de azul de Lucrecia hasta el pecho de Imogene, descubierto, con su verruga de cinco manchas. Él regresa, fatigado de la creación que ha amontonado para que le esconda de sí mismo, viejo perro lamiendo una vieja llaga. Pero, puesto que el perder es su ganancia, avanza allá hacia la eternidad, en personalidad no disminuida, sin ser aleccionado por la sabiduría que él ha escrito ni por las leyes que ha revelado. Su celada está levantada. Es un fantasma, una sombra ahora, el viento junto a las rocas de Elsinore o lo que os parezca bien, la voz del mar, una voz oída sólo en el corazón de aquel que es la substancia de su sombra, el hijo consubstancial con el padre.
—¡Amén! —se respondió desde el umbral.
¿Me has descubierto, oh mi enemigo?
Entr’acte
.
Con cara pícara, sombría como la de un decano, Buck Mulligan avanzó entonces, bufón abigarrado, hacia el saludo de sus sonrisas. Mi telegrama.
—¿Hablabas del vertebrado gaseoso, si no me equivoco? —preguntó a Stephen.
Chaleco color prímula, saludó alegremente con el jipijapa que se había quitado como con un sonajero.
Le dan la bienvenida.
Was Du verlachst wirst Du noch dienen
.
Camada de burlones: Focio, Pseudomalaquías, Johann Máximo.
El que se engendró a Sí mismo con la mediación del Espíritu Santo y Sí mismo se envió a Sí mismo, Rescatador entre Sí mismo y los demás, Quien, insultado por sus demonios, desnudado y azotado, fue clavado como un murciélago en la puerta de un granero, dejado morir de hambre en el árbol de la cruz, Quien se dejó sepultar, resucitó, violó el infierno, se trasladó al cielo y allí estos mil novecientos años está sentado a la derecha de Su Propio Yo pero aún ha de venir el último día a juzgar a los vivos y a los muertos cuando todos los vivos ya estén muertos.
Glo - o - ri - a in ex - cel - sis De - o
Eleva las manos. Caen los velos. ¡Oh, flores! Campanas campanas y campanas en coro.
—Sí, efectivamente —dijo el bibliotecario cuáquero—. Una discusión muy instructiva. El señor Mulligan, lo juraría, tiene también su teoría sobre el drama y sobre Shakespeare. Todos los lados de la vida deberían estar representados.
Sonrió a todos los lados por igual.
Buck Mulligan pensó, perplejo:
—¿Shakespeare? —dijo—. Me parece que conozco ese nombre.
Una volandera sonrisa soleada irradió en sus tranquilas facciones.
—Ah, claro —dijo, recordando luminosamente—. Ese tío que escribe como Synge.
El señor Best se volvió hacia él.
—Haines le echaba de menos —dijo—. ¿Le ha encontrado? Le espera luego en el D.B.C. Ha ido a Gill a comprar las
Canciones de amor de Connacht
, de Hyde.
—He venido por el museo —dijo Buck Mulligan—. ¿Estaba allí?
—Los conterráneos del bardo —contestó John Eglinton— quizás están más bien cansados de nuestras brillanteces de teorización. He oído decir que una actriz ha representado Hamlet anoche en Dublín por la cuatrocientas octava vez. Vining sostenía que el príncipe era una mujer. ¿Nadie le ha hecho ser un irlandés? El juez Barton, creo, está buscando algunas pistas. Jura (Su Alteza, no Su Señoría) por San Patricio.
—La más brillante de todas es ese relato de Wilde —dijo el señor Best, elevando su brillante cuaderno—. Ese
Retrato de W. H.
en que demuestra que los sonetos fueron escritos por un tal Willie Hughes, hombre de muchos colores.
—Para Willie Hughes, ¿no? —preguntó el bibliotecario cuáquero.
O Hughie Wills. William
Himself
, el mismo William.
W. H.: who?
¿quién? ¿quién soy yo?
—Quiero decir, para Willie Hughes —dijo el señor Best, enmendando su glosa tranquilamente—. Claro que es todo paradoja, ya comprenden, Hughes y
hews
, carta y
hues
, colores, pero es típico el modo como lo elabora. Es la mismísima esencia de Wilde, de veras. El toque ligero.
Su mirada les tocó levemente las caras mientras sonreía, rubio efebo. Domesticada esencia de Wilde.
Estás condenadamente ingenioso. Tres vasos de whisky que te bebiste con los ducados de Dan Deasy.
¿Cuánto he gastado? Ah, unos pocos chelines.
Para una porción de periodistas. Humor húmedo y seco. Sentido del humor. Darías tus cinco sentidos por la orgullosa librea de juventud en que se pavonea. Facciones de deseo saciado.
Quedan otros mu. Tómala por mí. En el momento de aparearse, Júpiter, envíales una fresca época de celo. Sí, arrúllala.
Eva. Desnudo pecado vientre de trigo. Una serpiente la envuelve, colmillo en su beso.
—¿Creen que es sólo una paradoja? —preguntaba el bibliotecario cuáquero—. Al burlador no le toman nunca en serio cuando se pone más serio.
Hablaron seriamente de la seriedad del burlador.
Buck Mulligan, de nuevo con rostro pesado, observó a Stephen un rato. Luego, balanceando la cabeza, se acercó y sacó del bolsillo un telegrama doblado. Sus móviles labios leían, sonriendo con nuevo placer.
—¡Telegrama! —dijo— ¡Prodigiosa inspiración! ¡Telegrama! ¡Una bula papal!
Se sentó en una esquina de la mesa no alumbrada, leyendo gozosamente en voz alta.
—
El sentimentalista es el que querría disfrutar sin incurrir en la inmensa deuda de la cosa hecha
. Firmado: Dedalus. ¿Desde dónde lo has lanzado? ¿Desde el burdel? No. Desde College Green. ¿Te has bebido las cuatro libras? La tía va a hablar con tu padre insubstancial. ¡Telegrama! Malachi Mulligan, Ship, calle Lower Abbey. ¡Ah, farsante sin par! ¡Ah, bufón curificado!
Gozosamente, se echó mensaje y sobre en un bolsillo pero lloriqueó en quejoso bable:
—Es lo que te estoy diciendo, señor miel, estábamos raros y mareados, Haines y yo, en el momento en que él mismo lo trajo. Rogábamos en murmullo por un brebaje como para levantar a un fraile, digo yo, y él flojo de sus lujurias. Y nosotros una hora y dos horas y tres horas sentados en Connery como es debido esperando una pinta por cabeza.
Gimió:
—Y nosotros venga a estar ahí, guapito, y tú como quien no quiere la cosa mandándonos tus conglomeraciones y nosotros con una yarda de lengua fuera como clérigos en sequía, que nos desmayábamos por un sorbito.
Stephen se rió.
Rápidamente, en aviso, Buck Mulligan se inclinó:
—El vagabundo de Synge te está buscando, dice, para asesinarte. Ha oído decir que te measte en su puerta en Glasthule. Anda por ahí en pantuflas para asesinarte.
—¡A mí! —exclamó Stephen—. Esto ha sido tu contribución a la literatura.
Back Mulligan, jubiloso, se echó atrás, riendo hacia el oscuro oído indiscreto del techo.
—¡Asesinarte! —se rió.
Áspera cara de gárgola que guerreó contra mí sobre nuestro plato de picadillo de despojos en rue Saint André des Arts. En palabras de palabras por palabras,
palabras
. Oisin con Patricio. El hombre fauno que se encontró en los bosques de Clamart, blandiendo una botella de vino.
C’est vendredi saint!
Irlandeses asesinos. Su imagen, errando, encontró. Yo la mía. Encontré un loco en el bosque.
—Señor Lyster —dijo un auxiliar desde la puerta entreabierta.
—… en que cada cual puede encontrar lo suyo. Así el señor Juez Madden en su
Diario del Maestro William Silence
ha encontrado los términos de caza… ¿Eh? ¿Qué hay?
—Hay ahí un caballero —dijo el auxiliar, adelantándose y ofreciendo una tarjeta—. Del
Freeman
. Quiere ver la colección del
Kilkenny People
del año pasado.
—Claro, claro, claro. ¿Ese señor…?
Tomó la ansiosa tarjeta, le echó una ojeada, no vio, la dejó, retiró la ojeada, miró, preguntó, crujió, preguntó:
—¿Es…? ¡Ah, ahí está!
Vivaz, en una
gaillarde
, arrancó y salió. En el pasillo con luz del día, habló con volubles esfuerzos de celo, sometido al deber, el más equitativo, el más benévolo, el más honrado sombrero cuáquero.
—¿Este caballero? ¿El
Freeman’s Journal
? ¿El
Kilkenny People
? Por supuesto. Buenos días, señor. El
Kilkenny
… Claro que lo tenemos.
Una silueta paciente aguardaba, escuchando.
—Los más importantes de las provincias… El
Northern Whig
, el
Cork Examiner
, el
Enniscorthy Guardian.
El año pasado. 1903… ¿Tiene la bondad?… Evans, lleve a este señor… Puede seguir al au… O por favor permítame… Por aquí… Por favor…
Voluble, concienzudo en su deber, abrió camino hacia todos los periódicos de las provincias, con una oscura figura inclinada siguiendo sus apresurados talones.
Se cerró la puerta.
—¡El hebreo! —gritó Buck Mulligan.
Se puso en pie de un salto y arrebató la tarjeta.
—¿Cómo se llama? ¿Isaac Moisés? Bloom.
Siguió disparado.
—Jehová, el recaudador de prepucios; ya no existe. Le encontré a ése ahí en el museo cuando fui a saludar a Afrodita, nacida de la espuma. La boca griega que nunca se ha contorsionado en oración. Todos los días debemos rendirle homenaje.
Vida de la vida, tus labios inflaman
.
De repente se volvió a Stephen:
—Ése te conoce. Conoce a tu viejo. Ah, me temo que sea más griego que los griegos. Sus pálidos ojos galileos estaban en el surco mesial de ella. Venus Calipigia. ¡Ah, el trueno de esos lomos!
El dios persiguiendo a la doncella escondida
.
—Queremos saber más —decidió John Eglinton con la aprobación del señor Best—. Empezamos a estar interesados en la señora S. Hasta ahora la habíamos imaginado, si es que la habíamos imaginado, como una paciente Griselda, una Penélope de estarse en casa.
—Antístenes, discípulo de Gorgias —dijo Stephen— le quitó la palma de la belleza a la ponedora de Kyrios Menelaos, la argiva Helena, la yegua de madera de Troya en que durmieron una veintena de héroes, y se la dio a la pobre Penélope. Veinte años vivió él en Londres, y durante parte de ese tiempo, recibió un salario igual al del Lord Canciller de Irlanda. Su vida fue rica. Su arte, más que el arte del feudalismo, como lo llamó Walt Whitman, es el arte del hartazgo. Pasteles calientes de arenque, jarros verdes de jerez, salsas de miel, azúcar de rosas, mazapán, pichones rellenos de grosellas, confites de gengibre. Sir Walter Raleigh, cuando le detuvieron, llevaba encima medio millón de francos, incluidos un par de corsés de fantasía. La usurera Eliza Tudor tenía bastante ropa interior como para competir con la reina de Saba. Veinte años mariposeó él entre el amor conyugal con sus castos deleites y el amor putañero con sus turbios placeres. Ya saben lo que cuenta Manningham de la mujer del burgués que invitó a Dick Burbage a su cama cuando le vio en
Ricardo III
y cómo Shakespeare, que lo oyó, sin más ruido por nada, tomó la vaca por los cuernos, y cuando Burbage llamó a la puerta, contestó desde las mantas del capón:
Guillermo el Conquistador llegó antes que Ricardo III
. Y la alegre damita, la señora Fitton, salta y grita ¡Oh!, y su delicado pajarito, Lady Penélope Rich, una limpia mujer de calidad es apropiada para un actor, y las furcias de junto al río, a penique por cada vez.