Ulises (39 page)

Read Ulises Online

Authors: James Joyce

Tags: #Narrativa, #Clásico

BOOK: Ulises
9.73Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Qué es ése? ¿No trabaja en algo de seguros?

—Hace mucho que no está en eso —dijo Nosey Flynn—. Busca anuncios para el
Freeman
.

—Le conozco mucho de vista —dijo Davy Byrne—. ¿Ha tenido alguna desgracia?

—¿Desgracia? —dijo Nosey Flynn—. No que yo sepa. ¿Por qué?

—Me he fijado que iba de luto.

—¿Ah sí? —dijo Nosey Flynn—. Pues sí que es verdad. Le pregunté qué tal estaban todos en casa. Tienes razón. Sí que iba de luto.

—Yo nunca toco el tema —dijo Davy Byrne, humanitario—, si veo que un caballero tiene esa clase de desgracia. No hace más que volvérselo a traer de nuevo al ánimo.

—No es su mujer, en todo caso —dijo Nosey Flynn—. Le encontré anteayer y salía de esa lechería irlandesa que tiene la mujer de John Wyse Nolan en la calle Henry, con un jarrito de nata en la mano llevándosela a casa a su media naranja. Está bien alimentada, lo puedo asegurar. Canapés de codorniz.

—¿Y él trabaja con el
Freeman
? —dijo Davy Byrne.

Nosey Flynn frunció los labios.

—No compra la nata con los anuncios que saca por ahí. Puedes estar seguro.

—¿Y eso? —dijo Davy Byrne, dejando su libro.

Nosey Flynn hizo en el aire rápidos pases con dedos ilusionistas. Guiñó el ojo.

—Está en la hermandad —dijo.

—¿De veras? —dijo Davy Byrne.

—Ya lo creo —dijo Nosey Flynn—. Una orden antigua, libre y prestigiosa. Es un excelente hermano. Luz, vida y amor, qué caray. Le echan una mano. Me lo dijo un, bueno, no voy a decir quién.

—¿Es cierto eso?

—Ah, es una orden muy buena —dijo Nosey Flynn—. No se apartan de uno cuando uno anda mal. Sé de un tío que estaba intentando entrar en ella, pero son más cerrados que maldita sea. Pero qué caray han hecho muy bien en dejar a las mujeres fuera de eso.

Davy Byrne sonriobostezoasintió todo en uno:

—¡Iiiiichaaaach!

—Hubo una mujer —dijo Nosey Flynn— que se escondió en un reloj para averiguar lo que andan haciendo. Pero joder la olfatearon y la sacaron fuera y le tomaron juramento allí mismo como maestre de masones. Era una Saint Legers de Doneraile.

Davy Byrne, saciado de bostezar, dijo con ojos bañados de lágrimas:

—¿Y eso es verdad? Es un hombre decente y tranquilo. Muchas veces le he visto por aquí y ni una sola vez le he visto… ya comprendes, excederse.

—Ni Dios Todopoderoso le podría emborrachar —dijo Nosey Flynn firmemente—. Se escapa en cuanto la juerga se acalora demasiado. ¿No le viste mirar el reloj? Ah, no estabas ahí. Si le pides que eche un trago lo primero que hace es sacar el reloj para ver qué debería tomar. Como que nos ve Dios que es verdad.

—Hay algunos así —dijo Davy Byrne—. Es un hombre seguro, diría yo.

—No está demasiado mal —dijo Nosey Flynn, sorbiéndoselo para arriba—. Se ha sabido de él que ha echado una mano para ayudar a alguien. Hay que darle lo suyo hasta al diablo. Vaya, Bloom tiene sus lados buenos. Pero hay algo que no hará nunca.

Su mano garrapateó una firma en seco al lado del grog.

—Ya lo sé —dijo Davy Byrne.

—Nada por escrito —dijo Nosey Flynn.

Entraron Paddy Leonard y Bantam Lyons. Les siguió Tom Rochford, frunciendo el ceño, alisándose con una mano el chaleco color vino rosado.

—Buenas, señor Byrne.

—Buenas, caballeros.

Se detuvieron ante el mostrador.

—¿Quién convida? —preguntó Paddy Leonard.

—Con vida estoy yo, en todo caso —contestó Nosey Flynn.

—Bueno, ¿qué va a ser? —preguntó Paddy Leonard.

—Yo tomaré una gaseosa de gengibre —dijo Bantam Lyons.

—¿Cuánto? —gritó Paddy Leonard—. ¿Desde cuándo, por lo más sagrado? ¿Tú qué tomas, Tom?

—¿Qué tal está la tubería principal? —preguntó Nosey Flynn, sorbiendo.

Como respuesta Tom Rochford se apretó con la mano el esternón e hipó.

—¿Puedo pedirle la molestia de un vaso de agua fresca, señor Byrne? —dijo.

—Claro que sí, señor.

Paddy Leonard echó una ojeada a sus compañeros de cerveza.

—Válgame Dios —dijo—. ¡Miren a quién convido a beber! Agua fría y gaseosa. Dos tíos que chuparían whisky de una pierna herida. Este tiene en la manga algún jodido caballo de la Copa de Oro. Impepinable.

—¿Es
Zinfandel
? —preguntó Nosey Flynn.

Tom Rochford echó polvos de un papel retorcido en el agua que le pusieron delante.

—Esta maldita dispepsia —dijo antes de beber.

—El bicarbonato es muy bueno —dijo Davy Byme.

Tom Rochford asintió y bebió.

—¿Es
Zinfandel
?

—No digas nada —guiñó Bantam Lyons—. Voy a echar cinco chelines por mi cuenta.

—Dínoslo si eres hombre y vete al cuerno —dijo Paddy Leonard—. ¿Quién te lo ha dicho?

El señor Bloom, saliendo, levantó tres dedos como saludo.

—¡Hasta otra! —dijo Nosey Flynn.

Los demás se volvieron.

—Ése de ahí es el que me lo ha dicho —susurró Bantam Lyons.

—¡Puaf! —dijo Paddy Leonard con desprecio—. Señor Byrne, oiga, vamos a tomar dos de esos Jamesons pequeños después y un…

—Una gaseosa de gengibre —añadió Byrne cortésmente.

—Eso —dijo Paddy Leonard—. Un biberón para el niñito.

El señor Bloom salió hacia la calle Dawson, restregándose los dientes con la lengua. Algo verde tendría que ser: espinacas, por ejemplo. Luego con un reflector de esos rayos X uno podría.

En Duke Lane un terrier voraz vomitó con esfuerzo una asquerosa mascada de huesos en las piedras del pavimento y la lamió con nuevo celo. Sobrante. Devuelto con agradecimiento una vez digerido plenamente el contenido. Primero el dulce después lo salado. El señor Bloom se desvió cautamente. Rumiantes. Su segundo plato. Mueven la mandíbula de arriba. No sé si Tom Rochford conseguirá algo con ese invento suyo. Pérdida de tiempo el explicárselo a ese bocazas de Flynn. La gente flaca tiene boca larga. Debería haber una sala o un sitio donde los inventores pudieran entrar a inventar gratis. Claro que entonces todos los chiflados irían a molestar.

Canturreó, prolongando en solemne eco las últimas notas de los compases:

Don Giovanni, a cenar teco
M’invitasti.

Me siento mejor. El borgoña. Buen tentempié. ¿Quién fue el primero que destiló? Alguno que andaba triste. El valor de la desesperación. Ese
Kilkenny People
en la Biblioteca Nacional ahora tengo que.

Tazas de retrete descubiertas, limpias, en el escaparate de William Miller, fontanería, hicieron retroceder sus pensamientos. Podrían: y observarlo bajar todo el camino, al tragar un alfiler a veces sale por las costillas años después, una gira alrededor del cuerpo, cambiando al conducto biliar, el bazo como cañerías. Pero el pobre desgraciado tendría que estar de pie todo el tiempo con las entrañas de manifiesto. La ciencia.


A cenar teco
.

¿Qué quiere decir
teco
? Esta noche, quizá.

Don Giovanni, tú me has invitado
a venir a cenar esta noche,
tralará laralá.

No marcha como es debido.

Llavees; dos meses si convenzo a Nannetti. Eso será dos libras con diez, cerca de dos libras con ocho. Tres me debe Hynes. Dos con once. El camión de la tintoreria Presscott por ahí. Si consigo el anuncio de Billy Prescott: dos con quince. Cerca de cinco guineas. Viento en popa.

Podría comprarle a Molly una de esas enaguas de seda, del color de sus ligas nuevas.

Hoy. Hoy. No pensarlo.

Luego una excursión al sur. ¿Y qué tal las playas inglesas? Brighton, Margate. Los muelles a la luz de la luna. Su voz flotando por el aire. Esas bañistas tan guapas. Contra la tienda de John Long un vagabundo soñoliento estaba ocioso en profundos pensamientos, royéndose un costroso nudillo. Hombre habilidoso busca trabajo. Jornal modesto. Come de todo.

El señor Bloom se volvió hacia el escaparate de Gray el pastelero, lleno de tartas sin comprar, y pasó por delante de la librería del reverendo Thomas Connellan.
Por qué dejé la Iglesia de Roma
. El nido de aves las mujeres manejan. Dicen que daban sopa a los niños pobres en tiempos de la escasez de patatas. Más allá la sociedad para la conversión de judíos pobres donde iba papá. El mismo cebo.
Por qué dejamos la Iglesia de Roma
.

Un muchacho ciego estaba parado golpeando el bordillo con su delgado bastón. No hay ni un tranvía a la vista. Quiere cruzar.

—¿Quiere usted cruzar? —preguntó el señor Bloom.

El muchacho ciego no contestó. Su cara de pared se puso débilmente ceñuda. Movió la cabeza con incertidumbre.

—Está usted en la calle Dawson. Tiene enfrente la calle Molesworth. ¿Quiere cruzar? No hay nada por en medio.

El bastón se movió temblando hacia la izquierda. Los ojos del señor Bloom siguieron su línea y volvieron a ver el carro de la tintorería detenido delante de Drago. Allí es donde vi su cabeza con brillantina precisamente cuando iba yo. El caballo con la cabeza colgando. El cochero en John Long. Apagando la sed.

—Hay un carro ahí —dijo el señor Bloom—, pero no se mueve. Ya le cruzaré yo. ¿Quiere ir a la calle Molesworth?

—Sí —contestó el muchacho—. A la calle Frederick South.

—Venga —dijo el señor Bloom.

Le tocó suavemente el flaco codo: luego le tomó la floja mano vidente para guiarla adelante.

Decirle algo. Mejor no ser condescendiente. Desconfían de lo que les dice uno. Hacer una observación corriente.

—La lluvia sigue sin llegar.

Manchas en la chaqueta. Se salpica cuando come, supongo. Todo le sabrá diferente a él. Primero le tuvieron que alimentar con cuchara. Su mano es como una mano de niño. Como era la de Milly. Sensitiva. Tomándome las medidas, estoy seguro, por mi mano. No sé si se llamará de algún modo. El carro. Tener su bastón separado de las patas del caballo: cansada bestia echando un sueñecito. Ya está bien. Libres. Con un toro, detrás, con un caballo, delante.

—Gracias, señor.

Sabe que soy un hombre. La voz.

—¿Está bien ahora? La primera esquina a la izquierda.

El muchacho ciego golpeó el bordillo y siguió adelante, llevando atrás el bastón y volviendo a tocar.

El señor Bloom caminó detrás de los pies sin ojos, un traje demasiado ancho de paño en espiguilla. ¡Pobre muchacho! ¿Cómo diablos sabía que estaba ahí ese carro? Debió sentirlo. Ven cosas en la frente quizá. Una especie de sentido del volumen. Peso o tamaño de ello, algo más negro que lo oscuro. No sé si notaría si quitaran algo de en medio. Notar un hueco. Extraña idea de Dublín debe tener, andando por ahí a golpecitos por el empedrado. ¿Podría andar en línea recta si no tuviera ese bastón? Cara exangüe piadosa como la de uno que fuera a ser cura.

¡Penrose! Así se llamaba aquél.

Mira cuántas cosas pueden aprender a hacer. Leer con los dedos, afinar pianos. O es que nos extraña que tengan sesos. Bueno pensamos que una persona deforme o un jorobado son listos si dicen algo que podemos decir. Claro que los demás sentidos son más. Bordar. Trenzar cestos. La gente debería ayudar. Una cesta de labores le podría comprar a Molly para su cumpleaños. Le fastidia coser. Podría tomarlo a mal. Les llaman hombres en la oscuridad.

El sentido del olfato debe ser más fuerte también. Olores por todas partes, en gavilla. Cada calle un olor diferente. Cada persona también. Luego la primavera, el verano: olores. Sabores. Dicen que no se pueden saborear los vinos con los ojos cerrados o con un resfriado. También fumar en la oscuridad dicen que no da gusto.

Y con una mujer, por ejemplo. Más desvergonzados no viendo. Aquella chica que pasaba delante del Asilo Stewart, con la cabeza a lo alto. Mírame a mí. Los tengo a todos encima. Debe ser extraño no verla. Una especie de forma en los ojos de su mente. La voz, temperaturas: cuando él la toca, con los dedos deben casi ver las líneas, las curvas. Las manos de él en su pelo, por ejemplo. Digamos que sea negro por ejemplo. Bueno. Lo llamamos negro. Luego pasando por su piel blanca. Diferente tacto quizá. Sensación de blanco.

La Oficina de Correos. Tengo que contestar. Qué lata hoy. Mandarle un giro postal de dos chelines, media corona. Acepta mi pequeño obsequio. Una papelería aquí mismo también. Espera. Lo pensaré.

Con un dedo suave se tocó muy despacio el pelo peinado hacia atrás sobre las orejas. Otra vez. Fibras de paja fina fina. Luego suavemente su dedo tocó la piel de su mejilla derecha. También ahí hay pelusa. No está bastante liso. La barriga es lo más suave. No hay nadie por aquí. Ahí va ése a la calle Frederick. Quizá al piano de la academia de baile Levenston. Podría estar arreglándome los tirantes.

Pasando por delante de la taberna de Doran deslizó la mano entre el chaleco y los pantalones y, echando suavemente a un lado la camisa, tocó un flojo pliegue de su barriga. Pero ya sé que es blancoamarillo. Quiero probar en la oscuridad a ver.

Retiró la mano y se estiró el traje.

¡Pobre hombre! Un verdadero muchacho. Terrible. Realmente terrible. ¿Qué sueños tendrá, no viendo? La vida es sueño para él. ¿Dónde está la justicia de que haya nacido así? Todas esas mujeres y niños en excursión de fiesta quemados y ahogados en Nueva York. Holocausto. Karma se llama esa transmigración por los pecados que uno hizo en una vida pasada la reencarnación métense cosas. Vaya, vaya, vaya. Lástima, claro: pero no sé por qué uno no está a gusto con ellos.

Sir Frederick Falkiner entrando en la logia masónica. Solemne como Troya. Después de su buen almuerzo en Earlsfort Terrace. Viejos compadres leguleyos abriendo una botella grande de champán. Cuentos del juzgado y anales de la escuela de huérfanos. Le sentencié a diez años. Supongo que torcería la nariz ante eso que he bebido yo. Para ellos vino de marca, con el año de la vendimia señalado en una botella polvorienta. Tiene sus ideas propias sobre la justicia cuando está en el tribunal. Viejo bien intencionado. Atestados de la policía rebosantes de casos con su tanto por ciento en la manufactura del delito. Los manda al cuerno. Una furia con los prestamistas. A Reuben J. le echó una buena peluca. Pero ése es realmente lo que llaman un sucio judío. El poder que tienen esos jueces. Viejos cascarrabias beodos con pelucas. Un oso herido en la garra. Y que el Señor tenga misericordia de tu alma.

Hola, un cartel. Tómbola de beneficencia. Su excelencia el Lord lugarteniente. Hoy es dieciséis. Para recoger fondos para el hospital Mercer.
El Mesías
se dio por primera vez para esto. Sí. Haendel. Y qué tal ir allá: Ballsbridge. Dejarme caer por Llavees. No sirve para nada pegársele como una sanguijuela. Me echo a perder la bienvenida. Seguro que conozco a alguien en la entrada.

Other books

The Beauty of Surrender by Eden Bradley
Faces of Fear by Saul, John
Episodios de una guerra by Patrick O'Brian
Chase by Viola Grace
Shadow on the Sun by Richard Matheson
When the Cypress Whispers by Yvette Manessis Corporon
The Candidate by Lis Wiehl, Sebastian Stuart
Sausage by Victoria Wise