Qué fastidio. El fastidiado Bloom tamborileó suavemente con dedos de estoy reflexionando sobre la lisa carpeta que trajo Pat.
Adelante. Ya comprendes lo que quiero decir. No, cambia esa e. Acepta mi pobre reg adju. No le pides que cont. Espera. Cinco por Dignam. Dos por ahí. Un penique las gaviotas. Elías viene. Siete en Davy Byrne. Son cerca de ocho. Digamos media corona. Mi pobre reg: giro de dos con seis. Escríbeme una larga. ¿Desprecias? Tintineo, ¿a dónde cuerno va? Tan excitada. ¿Por qué me llamas niño ma? ¿Tú también mala? Ah, Mary perdió el alfiler de sus. Adiós por hoy. Sí, sí, ya te contaré. Quiero. Para sostenerlas en alto. Llámame eso otro. El otro mundo escribió. Mi paciencia se está agot. Para sostenerlas en alto. Debes creer. Creer. El jar. Es. Verdad.
¿Es una tontería que escriba? Los maridos no. Culpa del matrimonio, sus mujeres. Porque estoy alejado de. Supongamos. Pero ¿cómo? Ella debe. Conservarse joven. Si descubriese. La tarjeta en mi sombrero alta cal. No, no decirlo todo. Dolor inútil. Si no lo ven. Mujer. Bueno para una, bueno para todas.
Un coche de punto, número trescientos veinticuatro, cochero Barton James, domiciliado en Harmony Avenue número uno, Donnybrook, en el que iba sentado un pasajero, un caballero joven, vestido a la moda con un traje de sarga azul añil hecho por George Robert Mesias, sastre y cortador, de Eden Quay número cinco, y tocado con un sombrero de paja muy elegante, comprado en John Plasto, calle Great Brunswick número 1, sombrerero. ¿Eh? Este es el calesín del tintín y el tacatán. Ante la salchichería de Dlugacz con sus brillantes tubos de Agendath trotaba una jaca de galantes ancas.
—¿Contestando a un anuncio? —preguntaron a Bloom los agudos ojos de Richie.
—Sí —dijo el señor Bloom—. Corredor en plaza. Nada que hacer, me parece.
Bloom murm: las mejores referencias. Pero Henry escribió: me emocionará. Ya lo sabes. Deprisa. Henry. E griega. Mejor añadir una postdata. ¿Qué toca ése ahora? Improvisando. Intermezzo. P. D. Toron tontón. ¿Cómo me vas a cast? ¿Me castigarás? Falda torcida, a cada sacudida. Dime, quiero. Saber. Oh. Claro que si no no preguntaría. La la la re. Acaba ahí tristemente en menor. ¿Por qué el menor es triste? Firmar H. Les gusta una coda triste al final. P. P. D. La la la re. Me siento tan triste hoy. La re. Tan solo. Sol.
Secó deprisa en la carpeta de Pat. Sobre. Dirección. Basta copiarla del periódico. Murmuró: Callan, Coleman y Cía., Sociedad Anónima. Henry escribió:
Srta. Martha Clifford
Lista de Correos
Dolphin’s Barn Lane
Dublín
Emborronar encima lo otro para que él no pueda leerlo. Muy bien. Una idea para un cuento de premio. Algo que leyó un detective en un papel secante. Pagado a razón de una guinea por columna. Matcham piensa a menudo en la risueña brujita. Pobre señora Purefoy. V. E.: ve.
Demasiado poético eso de lo triste. Culpa de la música. La música tiene encantos dijo Shakespeare. Citas para cada día del año. Ser o no ser. Sabiduría en conserva.
En la rosaleda de Gerard, Fetter Lane, él pasea, castañogris. Una vida lo es todo. Un cuerpo. Hazlo. Pero hazlo. Hecho, de todos modos. Giro postal sello. La oficina de correos un poco más abajo. Andar ahora. Basta. En Barney Kiernan he prometido reunirme con ellos. No me gusta ese trabajo. Casa de luto. Andar. ¡Pat! No oye. Sordo como una tapia.
El coche cerca de allí ahora. Hablar. Hablar. ¡Pat! No. Arreglando esas servilletas. Mucho camino debe hacer a lo largo del día. Pintarle una cara detrás y entonces sería dos. Me gustaría que cantaran más. Me distrae el ánimo.
El calvo Pat que está fastidiado ponía en mitra las servilletas. Pat es un camarero duro de oído. Pat es un sirviente que sirve a un servidor que observa. Ji ji ji ji. Sirve a un servidor. Ji. Ji. Es un sirviente. Ji ji ji ji. Sirve a un servidor. A un servidor que observa él sirve conserva. Ji ji ji ji. Oh. Servir a un servidor.
Douce ahora. Douce Lydia. Bronce y rosa.
Lo ha pasado estupendamente, de veras que estupendamente. Y mire qué bonita caracola trajo.
Al extremo de la barra para él trajo ella con ligereza el cuerno marino pinchoso y retorcido para que él, George Lidwell, procurador, pudiera oír.
—¡Escuche! —le pidió.
Bajo las palabras de Tom Kernan, calientes de ginebra, el acompañador tejía lenta música. Verdad auténtica. Cómo perdió la voz Walter Bapty. Bueno, señor mío, el marido le agarró por la garganta.
Canalla
, dijo él,
ya no cantarás más canciones de amor
. Así fue, señor Tom. Bob Cowley tejía. Los tenores consiguen muj. Cowley se echó atrás.
Ah, ahora oía él, ella sosteniéndola a su oído. ¡Oiga! Oía. Asombroso. Ella la sostuvo a su propio oído y a través de la cernida luz oro pálido se deslizó en contraste. Para oír.
Tac.
Bloom a través de la puerta del bar veía una caracola pegada a los oídos de ellos. Oía más débilmente que lo que ellos oían, cada cual para sí solo, luego cada cual para el otro, oyendo el chasquido de las olas, ruidosamente, silencioso estruendo.
Bronce junto a un fatigado oro, de cerca, de lejos, escuchaban.
Su oreja es también una caracola, el lóbulo asomando por allí. Ha estado en la playa. Esas bañistas tan guapas. La piel tostada en carne viva. Debería haberse dado crema primero para broncearla. Tostada con mantequilla. Ah, y esa loción, no tengo que olvidarme. Calentura boba junto a su boca. Te hierve cabeza. El pelo trenzado por encima: caracola con algas. ¿Por qué se esconden las orejas con pelo de algas? ¿Y las turcas la boca, por qué? Los ojos de ella sobre la sábana.
Yashmak
. Encontrar el camino para entrar. Una cueva. Prohibida la entrada excepto para asuntos de servicio.
El mar se creen que oyen. Cantando. Un estruendo. Es la sangre. Flujo en el oído a veces. Bueno, es un mar. Islas Glóbulos.
Asombroso realmente. Tan claro. Otra vez. George Lidwell sostenía su murmullo, oyendo: luego lo dejó a un lado, suavemente.
—¿Qué dicen las olas furiosas? —preguntó sonriendo.
Encantadora, marsonriendo y no contestando sonrió Lydia a Lidwell.
Tac.
Desde la abandonada caracola la señorita Mina se deslizó hasta su jarro en espera. No, no estaba tan sola, malignamente la cabeza de la señorita Douce hizo saber al señor Lidwell. Paseos a la luz de la luna junto al mar. No, no sola. ¿Con quién? Ella contestó noblemente: con un caballero amigo suyo.
Los dedos chispeantes de Bob Cowley volvieron a tocar en los agudos. El casero tiene preferen. John el Largo. El gran Ben, Big Ben. Con ligereza tocó un ligero claro chispeante ritmo para señoras danzantes, malignas y sonrientes, y para sus galanes, caballeros amigos suyos. Uno; uno, uno, uno, uno, uno; dos, uno, tres, cuatro.
Mar, viento, hojas, trueno, aguas, vacas mugiendo, el mercado de ganado, gallos, las gallinas no cantan, las serpientes sisssean. Hay música en todas partes. La puerta de Ruttledge: iii rechina. No, eso es ruido. El minueto de
Don Juan
está tocando ahora. Trajes de gala de todas clases bailando en salones de castillo. Desgracia. Los campesinos fuera. Caras verdes muertas de hambre comiendo hojas de acedera. Qué bonito. Mirad; mirad, mirad, mirad, mirad, mirad; nos miráis a nosotros.
Es alegre, lo noto. Nunca lo he escrito. ¿Por qué? Mi alegría es otra alegría. Pero las dos son alegrías. Sí, debe ser alegría. El mero hecho de la música demuestra que uno está. Muchas veces he creído que ella tenía murrias hasta que empezaba a canturrear. Entonces sabía.
La maleta de M’Coy. Mi mujer y tu mujer. Gata maullante. Como desgarrar seda. Cuando ella habla como el mango de un fuelle. No pueden arreglárselas para las duraciones de los hombres. Un agujero también en sus voces. Lléname. Estoy caliente, oscura, abierta. Molly en el
Quis est homo
: Mercadante. Mi oreja contra la pared para oír. Hace falta una mujer que sepa cumplir.
Trota trot trotó se paró. Elegante zapato claro del elegante Boylan calcetines moteados azul celeste bajaron ligeros a la tierra.
¡Ah, mire estamos tan! Música de cámara. Original, orinal. Se podría hacer un juego de palabras con eso. Es una clase de música en que pienso muchas veces cuando ella. La acústica, es lo que pasa. Tintineo. Los cacharros vacíos son los que hacen más ruido. Porque la acústica, la resonancia cambia según que el peso del agua es igual a la ley de gravitación del agua. Como esas rapsodias de Liszt, húngaras, ojos gitanos. Perlas. Gotas. Lluvia. Plin plin plinplin plan plan plon plon plon. Ssss. Ahora. Quizá ahora. Antes.
Uno dio un toque a una puerta, uno tocó con un toque, toque toc Paul de Kock, con un ruidoso orgulloso con un tocón con un toc carracarracarra coc. Coccoc.
Tac.
—
Qui sdegno
, Ben —dijo Padre Cowley.
—No, Ben —intercaló Tom Kernan—,
El mozo rebelde
, nuestra habla natal.
—Sí, eso, Ben —dijo el señor Dedalus—. Hombres valientes y leales.
—Eso, eso —pidieron todos a una.
Me marcho. Vamos, Pat, vuelve. Ven. Vino, vino, no se quedó. A mí. ¿Cuánto?
—¿Qué tono? ¿Seis sostenidos?
—Fa sostenido mayor —dijo Ben Dollard.
Las garras extendidas de Bob Cowley aferraron los negros acordes de hondo sonido.
Tengo que marcharme, el príncipe Bloom dijo al príncipe Richie. No, dijo Richie. Sí, tengo. Con dinero por algún lado. Allá que va a correrse una juerga con su dolor de riñones. ¿Cuánto? Él oyeve lenguajedelabios. Uno con nueve. El penique para ti. Toma. Darle dos peniques de propina. Sordo, fastidiado. Pero quizá tiene mujer y familia en reserva que observa si sirve. Ji ji ji ji. Sordo sirviente conserva a su caterva.
Pero espera. Pero oye. Acordes oscuros. Lúgugugubres. Bajos. En una caverna del oscuro centro de la tierra. Mineral en ganga. Música en bruto.
La voz de la edad oscura, del desamor, de la fatiga de la tierra se aproximaba gravemente y, dolorosa, llegaba desde lejos, desde encanecidas montañas, llamaba a los hombres valientes y leales. Al sacerdote buscaba, con él quería hablar unas palabras.
Tac.
La voz de barríltono de Ben Dollard. Haciendo todo lo que puede por decirlo. Graznar de vasto pantano sin hombre sin luna sin hembraluna. Otra bajada. En otros tiempos fue proveedor de marina mercante. Recuerdo: cordajes resinosos, faroles de barco. Quebró por el orden de diez mil libras. Ahora en el asilo Iveagh. Celda número tantos de tantos. La cerveza Bass Número Uno le trajo eso.
El sacerdote está en casa. El criado de un falso sacerdote le dio la bienvenida. Entre. El santo padre. Colas rizadas de acordes.
Arruinarles. Destrozar sus vidas. Luego construirles celdas de asilo en que acabar sus días. Ninanana. Nanita nana. Muere, perro. Muere, perrito.
La voz de amonestación, solemne amonestación, les dijo que el joven había entrado en un salón solitario, les dijo qué solemnemente resonaron sus pasos allí, les dijo de la sombría cámara, del sacerdote revestido sentado para confesar.
Un buen chico. Ahora un poco reblandecido. Cree que va a ganar el jeroglífico en verso de
Respuestas
. Le entregaremos un billete nuevo de cinco libras. Pájaro posado incubando en un nido. «El canto del último ministril», se creía que era. C, dos espacios, T, ¿qué animal doméstico? T guión R el más valiente navegante. Buena voz tiene todavía. No es un eunuco todavía con todas sus pertenencias.
Escucha. Bloom escuchaba. Richie Goulding escuchaba. Y junto a la puerta el sordo Pat, el calvo Pat, el apropinado Pat, escuchaba.
Los acordes hacían más lentos sus arpegios.
La voz de penitencia y de dolor llegaba lenta, embellecida, trémula. La barba contrita de Ben confesaba.
In nomine Domini
, en nombre de Dios. Se arrodilló. Se dio golpes de pecho, confesando:
mea culpa
.
Latín otra vez. Eso los sujeta como liga de pájaros. El sacerdote con el corpus de la comunión para aquellas mujeres. El tipo en la capilla funeraria, Malahide o Malamud,
ataúd
,
corpusnomine
. No sé dónde andará ahora esa rata. Escarba.
Tac.
Escuchaban. Los Jarros y la señorita Kennedy, George Lidwell lidiando adalid, raso de busto lleno. Kernan. Sim.
La suspirante voz de pena cantaba. Sus pecados. Desde Pascua había blasfemado tres veces. Hijo de. Y una vez a la hora de la misa se fue a jugar. Una vez que junto al cementerio pasó y por el alma de su madre no rezó. Un mozo. Mozo rebelde.
Bronce, escuchando junto a la bomba de la cerveza, miraba fijamente a lo lejos. Rebosante de alma. No se da cuenta de que yo. Molly es fenomenal para ver si alguien la mira.
Bronce miraba fijamente a lo lejos. Un espejo ahí. ¿Es ese el lado mejor de su cara? Ellas lo saben siempre. Toque a la puerta. Ultimo toquecito del tocado.
Toc carracarra.
¿En qué piensan cuando oyen música? Manera de cazar serpientes de cascabel. La noche que Michael Gunn nos dio el palco. Afinando, eso es lo que más le gustaba al sha de Persia. Le recuerda hogar dulce hogar. Se sonó la nariz también en una cortina. Costumbre de su país quizá. Eso es música también. No tan mal como suena. Trompeteo. Rebuznan metales animales a través de trompas levantadas. Contrabajos, inermes, tajos en los costados. Vientos madera vacas mugientes. El piano de media cola abierto cocodrilo la música tiene quijadas. Viento madera,
woodwind
como el nombre de Goodwin.
Ella estaba muy guapa. Llevaba el traje azafrán, escotado, pertenencias a la vista. A clavo le olía el aliento siempre cuando se inclinaba a hacer una pregunta. Le dije lo que dice Spinoza en aquel libro del pobre papá. Hipnotizada, escuchando. Unos ojos así. Se inclinaba. Aquel tío en la galería mirando abajo hacia ella con sus gemelos a más y mejor. La belleza de la música hay que oírla dos veces. La naturaleza y las mujeres, media mirada. Dios hizo el campo y el hombre la melodía. Métense cosas. Filosofía. ¡Ah, diablos!
Todos se fueron. Todos cayeron. En el sitio de Ross cayó su padre, en Gorey todos sus hermanos. A Wexford, somos los mozos de Wexford, él quería. Último de su nombre y su raza.
Yo también, último de mi raza. Milly, estudiantillo. Bueno, quizá es culpa mía. Ningún hijo. Rudy. Ya es tarde. ¿Y si no? ¿Si no? ¿Si todavía?
No sentía ningún odio.
Odio. Amor. Esos son nombres. Rudy. Pronto seré viejo.
El Big Ben desplegaba su voz. Gran voz, dijo Richie Goulding, un rubor luchando en su pálido, a Bloom, pronto viejo. Pero ¿cuando era joven?