Ulises (57 page)

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Authors: James Joyce

Tags: #Narrativa, #Clásico

BOOK: Ulises
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Fff. Uu. Rrprr.

Las naciones de la tierra
. Nadie detrás. Ella ha pasado. Entonces y no hasta entonces. Tranvía cran cran cran. Buena oport. Viniendo. Crandlcrancran. Estoy seguro de que es el borgoñ. Sí. Una, dos.
Mi epitafio sea
. Carraaa.
Escrito
. He.

Pprrpffrrppfff.

Terminado
.

[12]

Estaba yo echando una parrafada con el viejo Troy, el de la Policía Municipal, ahí en la esquina de Arbour Hill, y en esto, maldita sea, pasó un cabrón de deshollinador y casi me metió la herramienta en un ojo. Me doy la vuelta para echarle una buena encima cuando a quién veo vagueando por Stony Batter sino al mismísimo Joe Hynes.

—Eh, Joe —digo yo—. ¿Cómo anda el asunto? ¿Has visto a ese cabrón de deshollinador que casi me saca el ojo con el cepillo?

—El hollín da suerte —dice Joe—. ¿Quién es ese pesado que hablaba contigo?

—El viejo Troy —digo yo—, estaba en la policía. Casi estoy por denunciar a ese tío por estorbar la circulación con sus escobas y sus escaleras.

—¿Y tú qué andas haciendo por aquí? —dice Joe.

—Poca cosa —digo yo—. Hay un viejo zorro, un jodido ladrón allá junto a la iglesia del cuartel en la esquina de Chicken Lane —el viejo Troy me estaba contando algo de él— que se le ha llevado la mar de té y azúcar a pagar a tres chelines por semana, diciendo que tenía una granja en el condado de Down, a ese retaco que se llama Moses Herzog, ahí cerca en la calle Heytesbury.

—¿Un circuncidado? —dice Joe.

—Eso —digo yo—. Un tío un poco chalado. Un viejo fontanero llamado Geraghty. Llevo quince días encima de él y no le puedo sacar un penique.

—¿En eso andas ahora pringando? —dice Joe.

—Eso —digo yo—. ¡Cómo han caído los poderososos! Cobrador de deudas imposibles y dudosas. Pero el cabrón éste es el más famoso ladrón que se pueda encontrar por el mundo, con esa cara toda marcada de viruelas, que parece un colador.
Dígale
, dice,
que le desafío
, dice,
y le vuelvo a desafiar a que le mande a usted otra vez por aquí, y si lo hace
, dice,
le haré convocar ante el juzgado, sí que lo haré, por actividad comercial sin licencia
. ¡Y eso después de haberse hinchado hasta reventar! Qué demonio, me daba risa de ese judío bajito subiéndose por las paredes.
Él beber mis tés. El comer mis azúcares. ¿Por qué él no pagar mis dineros?

Por mercancías no fungibles adquiridas a Moses Herzog, Parade Saint Kevin 13, distrito Wood Quay, del comercio, en lo sucesivo designado como el Vendedor, y vendidas y entregadas al señor Michael E. Geraghty, domiciliado en Arbour Hill 29, en la ciudad de Dublín, distrito Arran Quay, en lo sucesivo designado como el Comprador, a saber, cinco libras medida legal de té de primera calidad a tres chelines por libra medida legal y cuarenta y dos libras medida legal de azúcar molida cristalizada, a tres peniques la libra medida legal, el mencionado Comprador es deudor al mencionado Vendedor de una libra cinco chelines y seis peniques por la mercancía recibida cuya suma será pagada por dicho Comprador a dicho Vendedor en plazos semanales cada siete días de calendario a razón de tres chelines cero peniques: y las mencionadas mercancías no serán empeñadas ni pignoradas ni enajenadas de ningún otro modo por el mencionado Comprador sino que serán y permanecerán y se considerarán como sola y exclusiva propiedad del mencionado Vendedor pudiendo éste disponer a su voluntad y placer de ellas hasta que la mencionada suma haya sido debidamente pagada en la forma establecida por la presente en el día de hoy en acuerdo por una parte entre el mencionado Vendedor, sus herederos, sucesores, apoderados y representantes, y por la otra parte el mencionado Comprador, sus herederos, sucesores, apoderados y representantes.

—¿Eres un abstemio riguroso? —dice Joe.

—No tomo nada entre tragos —digo yo.

—¿Y qué tal si presentáramos nuestros respetos al amigo? —dice Joe.

—¿Quién? —digo yo—. Seguro que ése está en San Juan de Dios, chiflado del todo, el pobre.

—¿De beberse lo suyo? —dice Joe.

—Eso —digo yo—. Whisky y agua en los sesos.

—Vamos a dar una vuelta por Barney Kiernan —dice Joe—. Quiero ver al Ciudadano.

—Vamos a ver al bueno de Barney —digo yo—. ¿Algo raro o notable, Joe?

—Ni hablar —dice Joe—. Estuve ahí, en esa reunión en el City Arms.

—¿Qué era eso, Joe? —digo yo.

—Tratantes de ganado —dice Joe—, por lo de la glosopeda. Quiero contarle algo de eso al Ciudadano.

Así que nos fuimos por el cuartel de Linenhall y por detrás del Juzgado charlando de unas cosas y otras. Un buen muchacho, ese Joe, cuando está en buena forma, pero seguro que eso no pasa nunca. Coño, no le podía sacar de lo de ese jodido del astuto Geraghty, ladrón en pleno día. Por comercio sin licencia, decía.

En la bella Inisfail se extienden unas tierras, las tierras del Venerable Michan. Allí se yergue una torre vigilante ante los ojos de cuantos moran en la lejanía. Allí duermen los poderosos difuntos como durmieron en vida, guerreros y príncipes de elevada fama. Una placentera tierra es ésa en verdad, con murmurantes aguas, con corrientes ricas en peces, donde juguetean el salmonete, el sollo, la carpa, el hipogloso, la merluza gibosa, el salmón, el róbalo, el mero, el lenguado, los peces comunes en mezcla general y otros ciudadanos del reino acuoso demasiado numerosos para ser enumerados. En las suaves brisas del oeste y del este, los altaneros árboles balancean en diferentes direcciones su follaje de primera clase, el balsámico sicomoro, el cedro del Líbano, el exaltado plátano, el eugénico eucalipto y otros ornamentos del mundo arbóreo de que está absolutamente bien provista esa región. Amables doncellas están sentadas en cercana proximidad a las raíces de los amables árboles cantando las más amables canciones mientras juegan con toda clase de amables objetos como por ejemplo áureos lingotes, argentinos peces, barriletes de arenques, cajas de anguilas, bacalaos, cestos de estrellas de mar, violáceas gemas de mar y juguetones insectos. Y hay héroes que vienen desde lejos en expedición a cortejarlas, desde Elbana a Slievemargy, los impares príncipes del indomable Munster y de Connacht el justo y del suave y blando Leinster y de la tierra de Cruachan y de Armach la espléndida y del noble distrito de Boyle: príncipes hijos de rey.

Y allí se yergue un refulgente palacio cuyo chispeante techo cristalino es observado por los navegantes que atraviesan el ancho mar en embarcaciones construidas expresamente para ese fin, y allá acuden todas las manadas y las reses cebadas, y las primicias de esa tierra, pues O’Connell Fitzsimon recibe diezmos de ellas, caudillo descendiente de caudillos. Hacia allá llevan las enormes carretas mieses de los campos, cestos de coliflores, carretadas de espinacas, rodajas de piña, judías de Rangún, sartas de tomates, panes de higos, ristras de nabos suecos, esféricas patatas y gran variedad de iridiscentes coles, de York y de Saboya, y bateas de cebollas, perlas de la tierra, y cestillos de setas y calabazas amarillas y gruesas algarrobas y cebada y colza, y manzanas rojas verdes amarillas pardas bermejas dulces gordas amargas maduras y abultadas, y canastillos de fresas, y cestillos de grosellas pulposas y pelosas, y fresas dignas de príncipes y frambuesas en rama.

Le desafío
, dice él,
y le vuelvo a desafiar
. ¡Sal acá fuera, jodido Geraghty, famoso salteador de caminos!

Y por la misma senda acuden los innumerables rebaños de carneros con cencerros y ovejas paridas y corderos recién esquilados y lechales y gansos de otoño y novillos y yeguas relinchantes y terneros descornados y ovejas de lana larga y ovejas de corral y becerros de primera de Cuffe y marranas y cerdas de vientre y cerdos cebados y las variadas y diferentes variedades de ganado porcino altamente distinguido y becerros de Angus y jóvenes toros de inmaculado árbol genealógico, juntamente con excelentes vacas de leche y bueyes ganadores de premios: y allí se oye siempre un pisotear, cacarear, rugir, mugir, balar, aullar, roncar, gruñir, rumiar, morder, mascar, de ovejas y cerdos y vacas de pesada pezuña, llegados de los pastos de Lush y Rush y Carrickmines y de los bien regados valles de Thomond, de los vapores de M’Gillicuddy y del inaccesible y señorial Shannon el insondable, y de los suaves declives del lugar de la raza de Kiar, con las ubres distendidas por la sobreabundancia de leche, y barricas de mantequilla y cuajos de queso y requesones y pechos de cordero y celemines de maíz y oblongos huevos, a centenares y centenares, variados en tamaño, el ágata con el ámbar.

Así que fuimos a parar a la taberna de Barney Kiernan y allí por supuesto que estaba el Ciudadano en el rincón, metido en conversación con él mismo y con su jodido chucho sarnoso,
Garryowen
, y esperando a que le lloviera del cielo algo de beber.

—Ahí está —digo yo—, en su agujero, con su jarro y su cargamento de papeles, trabajando por la causa.

El jodido chucho echó un gruñido como para poner carne de gallina. Sería una obra de misericordia corporal si alguien le quitase la vida a ese podrido perro. Me han asegurado que se le comió una buena parte de los calzones a un guardia de Santry que había venido una vez con un papel azul por una licencia.

—¿Quién vive? —dice él.

—Está bien, Ciudadano —dice Joe—. Amigos.

—Adelante, amigos —dice él.

Entonces se restriega la mano en el ojo, y dice:

—¿Qué piensan de cómo están los tiempos?

Haciéndose el perdonavidas y el rey de la montaña. Pero, caray, Joe estuvo a la altura de las circunstancias.

—Creo que el mercado está en alza —dice, deslizándose la mano entre las piernas.

Así que, coño, el Ciudadano se da una palmada con la zarpa en la rodilla y dice:

—Las guerras extranjeras tienen la culpa.

Y dice Joe, metiéndose el pulgar en el bolsillo:

—Son las ganas de tiranizar de los rusos.

—Venga, basta ya de joder con estupideces, Joe —digo yo—, tengo encima una sed que no la vendería por media corona.

—A ver qué va a ser, Ciudadano —dice Joe.

—Vino del país —dice él.

—¿Y tú?

—Ídem MacAnaspey —digo yo.

—Tres pintas, Terry —dice Joe—. ¿Y cómo está ese viejo corazón, ciudadano? —dice.

—Nunca mejor,
a chara
—dice él—. ¿Qué, Garry? ¿Vamos a ganar? ¿Eh?

Y con eso, agarró por la piel del cuello a su jodido viejo chucho y, coño, casi lo estranguló.

La figura sentada en una enorme roca al pie de una redonda torre era la de un héroe de anchos hombros de profundo pecho de recios miembros de ojos francos de pelo rojo de pecas abundantes de barba hirsuta de boca ancha de nariz grande de cabeza larga de voz profunda de rodillas desnudas de manos musculosas de piernas velludas de rostro bermejo de brazos nervudos. De hombro a hombro medía varias varas y sus rodillas montañosas y pétreas estaban cubiertas, como lo estaba igualmente el resto de su cuerpo donde quiera que era visible, por una recia espesura de punzante y fulvo pelo semejante en color y dureza al tojo de montaña (
Ulex europeus
). Las narices de anchas aletas, de las cuales emergían briznas del mismo color fulvo, eran de tal capacidad que en su cavernosa oscuridad podría haber alojado fácilmente su nido la alondra campesina. Los ojos, en que una lágrima y una sonrisa luchaban perpetuamente por el predominio, tenían las dimensiones de unas coliflores de buen tamaño. Una poderosa corriente de cálido aliento surgía a intervalos regulares de la profunda cavidad de su boca, mientras, en rítmica resonancia, los sonoros, recios y saludables retumbos de su tremendo corazón tronaban rumorosamente haciendo vibrar y temblar el suelo, la cima de la altiva torre y las aún más altivas paredes de la caverna.

Vestía un largo ropaje sin mangas de piel de buey recién desollado que le llegaba a las rodillas en amplia falda e iba ceñido en torno por un cinturón de paja y juncos trenzados. Debajo de eso llevaba bragas de piel de ciervo, toscamente cosidas con tripa. Sus extremidades inferiores iban enfundadas en altos borceguíes de Balbriggan teñidos con púrpura de liquen, estando sus pies calzados con abarcas de piel de vaca curtida con sal, enlazadas con tráqueas del mismo animal. De su cinturón pendía una fila de guijarros de mar que se balanceaban a cada movimiento de su prodigiosa figura, y en ellos estaban grabadas, con arte tosco pero impresionante, las imágenes tribales de numerosos héroes y heroínas de la antigüedad, Cuchulin, Conn el de las cien batallas, Niall el de los nueve rehenes, Brian de Kincora, el Ardri Malachi, Art MacMurragh, Shane O’Neill, el Padre John Murphy, Owen Roe, Patrick Sarsfield, Red Hugh O’Donnell, Red Jim MacDermott, Soggarth Eoghan O’Growney, Michael Dwyer, Francy Higgins, Henry Joy M’Cracken, Goliat, Horace Wheatley, Thomas Conneff, Peg Woffington, el Herrero de la Aldea, el Capitán Clarodeluna, el Capitán Boycott, Dante Alighieri, Cristóbal Colón, San Fursa, San Brandán, Marshall McMahon, Carlomagno, Theobald Wolfe Tone, la Madre de los Macabeos, el Último Mohicano, la Rosa de Castilla, el Representante de Galway, el Hombre que Hizo Saltar la Banca en Montecarlo, el Hombre en la Brecha, la Mujer que Dijo No, Benjamin Franklin, Napoleón Bonaparte, John L. Sullivan, Cleopatra, Savourneen Deelish, Julio César, Paracelso, Sir Thomas Lipton, Guillermo Tell, Miguel Ángel, Hayes, Mahoma, la Novia de Lammermoor, Pedro el Ermitaño, Pedro el Enredador, Rosaleen la Morena, Patrick W. Shakespeare, Brian Confucio, Murtagh Gutenberg, Patricio Velázquez, el Capitán Nemo, Tristán e Isolda, el primer Príncipe de Gales, Thomas Cook e Hijo, el Soldadito Valiente, Arrah na Pogue, Dick Turpin, Ludwig Beethoven, la Bella Irlandesita, Waddler Healy, Angus el Culdee, Dolly Mount, Sidney Parade, Ben Howth, Valentine Greatrakes, Adán y Eva, Arthur Wellesley, Boss Croker, Heródoto, Jack el Matagigantes, Gautama Buda, Lady Godiva, el Lirio de Killarney, Balor el del Mal de Ojo, la Reina de Saba, Acky Nagle, Joe Nagle, Alessandro Volta, Jeremiah O’Donovan Rossa, Don Philip O’Sullivan Beare. Una jabalina de granito aguzado descansaba tendida junto a él mientras a sus pies reposaba un salvaje animal de la tribu canina, cuyos jadeos estertorantes anunciaban que estaba sumido en inquieta somnolencia, suposición confirmada por roncos gruñidos y movimientos espasmódicos que su amo reprimía de vez en cuando mediante tranquilizadores golpes de un poderoso garrote toscamente formado con piedra paleolítica.

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