Ulises (59 page)

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Authors: James Joyce

Tags: #Narrativa, #Clásico

BOOK: Ulises
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—Danos uno de esos malolientes de primera, Terry —dice Joe.

Y Alf nos estaba contando que había un tío que había mandado una tarjeta de luto con el borde negro alrededor.

—Son todos barberos —dice—, que vienen de esa región tiznada, y ahorcarían a su padre por cinco pavos al contado y gastos de viaje.

Y nos contaba que hay dos tíos esperando abajo para tirarle de los talones cuando le dejan caer y estrangularle como es debido y luego cortan la cuerda en pedazos y venden los pedazos a unos pocos chelines por cabeza.

En la tierra oscura residen, los vengativos caballeros de la navaja de afeitar. Su mortal rollo de cuerda agarran: oh sí, y con él conducen al Erebo a cualquier ser humano que haya cometido acción de sangre pues de ninguna guisa lo he de sufrir así dijo el Señor.

Conque empiezan a hablar de la pena capital y naturalmente que Bloom sale con el porqué y el cómo y toda la cojonología del asunto y el viejo perro venga a olerle todo el tiempo que me han dicho que esos judíos tienen una especie de olor raro que echan para los perros a propósito de no sé qué efecto deterrente, y etcétera etcétera.

—Hay una cosa sobre la que no tiene efecto deterrente —dice Alf.

—¿Qué es? —dice Joe.

—El instrumento del pobre diablo que ahorcan —dice Alf.

—¿De veras? —dice Joe.

—Como que nos ve Dios —dice Alf—. Me lo contó el carcelero jefe que estaba en Kilmainham cuando ahorcaron a Joe Brady, el Invencible. Me dijo que cuando cortaron la cuerda después de dejarle caer, el instrumento seguía tieso como un asador delante de sus narices.

—La pasión dominante sigue siendo fuerte en la muerte —dice Joe—, como dijo alguien.

—Eso se puede explicar científicamente —dice Bloom—. Es sólo un fenómeno natural, comprenden, porque a causa de…

Y entonces empieza con sus trabalenguas sobre fenómeno y ciencia y este fenómeno y el otro fenómeno.

El distinguido científico Herr Professor Luitpold Blumenduft ofreció pruebas médicas demostrando que se podía calcular que la fractura instantánea de las vértebras cervicales y la consiguiente escisión de la médula espinal, conforme a las más acreditadas tradiciones de la ciencia médica, producirían inevitablemente en el sujeto humano un violento estímulo ganglionar de los centras nerviosos, dando lugar a que los poros de los
corpora cavernosa
se dilataran rápidamente de tal modo que se facilitaría instantáneamente el aflujo de la sangre a esa parte de la anatomía humana conocida como pene u órgano masculino, resultando en el fenómeno que los facultativos han denominado erección filo-progenitiva morbosa vertical-horizontal
in articulo mortis per diminutionem capitis.

Así que claro el Ciudadano no esperaba más que esa consigna y empieza a darle al bla-bla a propósito de los Invencibles y la Vieja Guardia y los hombres del 67 y quién tiene miedo de hablar del 98, y Joe venga con él, a propósito de todos los tíos que fueron ahorcados, descuartizados y deportados por la causa en juicio sumarísimo y una nueva Irlanda y un nuevo esto y lo otro y lo de más allá. Hablando de nueva Irlanda, ya podía ir a buscarse un nuevo perro, de veras. Bicho costroso y comilón resoplando y olfateando por todas partes y rascándose la sarna y allá que va a Bob Doran que estaba invitando a Alf a una media pinta, a fastidiarle a ver qué puede sacar. Así que claro Bob Doran empieza a joder con estupideces con él:

—¡Dame la patita! ¡Dame la pata, perrito! ¡El viejo perrito, tan bueno! ¡Dame acá la pata! ¡Dame la patita!

¡Mierda! Al cuerno la pata que le pateaba, y Alf venga a tratar de sostenerle para que no se cayera de su jodido taburete encima del jodido perro viejo y venga de hablar de toda clase de majaderías sobre domesticar con bondad y el perro de raza y el perro inteligente: para vomitar. Luego empieza a rascar unos pocos pedazos de galleta vieja del fondo de una lata de Jacob que le dijo a Terry que trajera. Coño, se los engulló como unas botas viejas y con la lengua colgándole dos palmos. Casi se come la lata y todo, jodido chucho hambriento.

Y el Ciudadano y Bloom venga a discutir sobre el asunto, los hermanos Sheares y Wolfe Tone allá en Arbour Hill y Robert Emmet y morir por la patria, el toque de Tommy Moore a propósito de Sara Curran y ella está lejos del país. Y Bloom, por supuesto, con su cigarro de postín que tiraba de espaldas y su cara grasienta. ¡Fenómeno! El montón de manteca con que se casó él también es un buen fenómeno, de un trasero con una hendidura como un juego de la rana. En los tiempos en que estaban en el hotel City Arms Pisser Burke me dijo que había allí una vieja con un sobrino patas largas un poco chiflado y Bloom trataba de metérsela en el bolsillo bailándole el agua y jugando con ella a la brisca a ver si pescaba algo de la herencia y sin comer carne los viernes porque la vieja era una beata y venga de sacar de paseo al atontado. Y una vez le llevó a dar una vuelta por las tabernas de Dublín y, qué coño, no dijo ni pío hasta que él lo trajo a casa más borracho que una cuba y dijo que lo había hecho para enseñarle los perjuicios del alcohol y, qué diablos, por poco no le asan las tres mujeres, la vieja, la mujer de Bloom y la señora O’Dowd que llevaba el hotel. Joder, qué risa cuando Pisser Burke las imitaba cómo se le echaban encima y Bloom con su
¿pero no comprenden? y pero por otra parte
. Y claro, lo más divertido es el que el atontado me dijeron que se iba luego a la tienda de Power el representante de bebidas, en la esquina de la calle Cope, y volvía a casa en coche sin poder ni andar cinco veces por semana después de haber hecho un recorrido por todo el muestrario del jodido establecimiento. ¡Fenómeno!

—A la memoria de los caídos —dice el Ciudadano levantando su vaso de media pinta y mirando a Bloom con ojos llameantes.

—Eso, eso —dice Joe.

—No comprende usted lo que quiero decir —dice Bloom—. Lo que quiero decir es…


Sinn Fein!
—dice el Ciudadano—.
Sinn fein amhain!
Los amigos que amamos están a nuestro lado y los enemigos que odiamos están frente a nosotros.

La postrera despedida fue emotiva en extremo. Desde los campanarios, cercanos y lejanos, el fúnebre doblar resonaba incesantemente mientras en torno al triste recinto retumbaba la fatídica amonestación de cien tambores destemplados puntuada por el cavernoso retumbar de los cañones de ordenanza. Los ensordecedores chasquidos del trueno y los deslumbrantes destellos del relámpago iluminando la espectral escena daban testimonio de que la artillería del cielo había prestado su pompa sobrenatural al ya horrendo espectáculo. Una lluvia torrencial se vertía desde las compuertas de los cielos iracundos sobre las cabezas descubiertas de la multitud allí congregada, que comprendía, según los cálculos más bajos, quinientas mil personas. Un destacamento de la policía Metropolitana de Dublín a las órdenes del comisario jefe en persona mantenía el orden en la vasta turba, para la cual la banda de viento y metal de la calle York amenizaba los intervalos ejecutando admirablemente en sus instrumentos con crespones negros la incomparable melodía que la quejumbrosa musa de Speranza nos ha hecho cara desde la cuna. Rápidos trenes especiales de excursión y carros de bancos almohadillados habían sido proporcionados para comodidad de nuestras parentelas campestres, de que había amplios contingentes. Causaron considerable diversión los cantores callejeros, favoritos de Dublín, L-n-h-n y M-ll-g-n, que cantaron
La noche antes de que Larry estirase la pata
con su acostumbrado estilo regocijante. Nuestros dos inimitables excéntricos hicieron un excelente negocio vendiendo ejemplares de la letra entre aficionados al elemento cómico y nadie que tenga un hueco en su corazón para la auténtica diversión irlandesa sin vulgaridad les verá con malos ojos esos peniques laboriosamente ganados. Los niños del Hospicio de Niños y Niñas Huérfanos agolpados en las ventanas que dominaban la escena fueron deleitados por esa inesperada adición a los entretenimientos del día: a una palabra de elogio son acreedoras las Hermanitas de los Pobres por su excelente idea de proporcionar a los pobres niños sin padre ni madre un recreo verdaderamente instructivo. Los invitados de los virreyes, que incluían muchas damas bien conocidas, fueron guiados por Sus Excelencias a los lugares más favorables de la tribuna de honor mientras la pintoresca delegación extranjera, denominada Amigos de la Isla de Esmeralda, quedó acomodada en un tribuna exactamente enfrente. La delegación, presente en su integridad, consistía en el Commendatore Bacibaci Beninobenone (el semiparalítico decano del grupo, a quien hubo que ayudar a sentarse en su puesto mediante una poderosa grúa de vapor), Monsieur Pierrepaul Petitépatant, el Grancuco Vladimiro Sparragof, el Archicuco Leopold Rudolph von Schwanzenbad-Hodenthaler, la Condesa Marha Virága Kisászony Putrápeshti, Hiram Y. Bomboost, Conde Athánatos Karamelópulos, Alí Babá Bakchich Rahat Lokum Effendi, Señor Hidalgo Caballero Don Pecadillo Palabras y Paternóster de la Malahora de la Malaria, Hokopoko Harakiri, Hi Hung Chang, Olaf Kobberkedelsen, Mynheer Trik van Trumps, Pan Poleaxe Paddyriski, Goosepond
Přhklšř
Kratchinabritchisitch, Herr Hurhausdirektorpräsident Hans Chuechli-Steuerli, Nazional-gymnasium-museum-sanatorium-und-suspensorium-sordinar-privatdozent-general-histori-espezial-professor-doktor Kriegfried Ueberallgemein. Todas las delegaciones sin excepción se expresaron en los más enérgicos y heterogéneos términos posibles en referencia a la innombrable barbaridad que se les había llamado a presenciar. Un vivo altercado (en que todos tomaron parte) tuvo lugar entre los Amigos de la Isla de Esmeralda en cuanto a si el ocho o el nueve de marzo era la fecha correcta del nacimiento del santo patrón de Irlanda. En el curso de la discusión se recurrió al uso de las bolas de cañón, paraguas, catapultas, rompecabezas, sacos de arena y lingotes de hierro dulce, intercambiándose golpes en abundancia. La mascota de la policía, McFadden, a quien se convocó desde Booterstown por mensajero especial, restableció rápidamente el orden y con fulgurante prontitud propuso el diecisiete del mes como solución equitativamente honrosa para ambas partes contendientes. La sugerencia del ingenioso gigantón sedujo inmediatamente a todos y se aceptó por unanimidad. El agente McFadden fue cordialmente felicitado por todos los A. D. L. I. D. E., algunos de los cuales sangraban profusamente. Habiendo sido extraído de debajo de la silla presidencial el Commendatore Beninobenone, su asesor legal Avvocato Pagamimi explicó que los diversos artículos ocultos en sus treinta y dos bolsillos habían sido extraídos por él durante la refriega de los bolsillos de sus colegas más jóvenes con la esperanza de restituirles a su juicio. Los objetos (que incluían varios centenares de relojes de oro y plata de señora y caballero) fueron restituidos prontamente a sus legítimos poseedores y reinó sin discusión una armonía general.

Tranquilamente, sin presunción, Rumbold subió los escalones del patíbulo en impecable traje de luto y llevando en el ojal su flor predilecta, el
Gladiolus cruentus
. Anunció su presencia mediante esa suave tos rumboldiana que tantos han intentado (sin éxito) imitar: breve, meticulosa y, no obstante, tan característica de tal personaje. La llegada de ese verdugo de fama mundial fue saludada por un rugido de aclamación de la vasta concurrencia, agitando los pañuelos las damas del séquito virreinal mientras los aún más excitables delegados extranjeros aclamaban vociferantes en una algarabía de gritos,
hoch, banzai, eljen, zivio, chinchin, polla kronia, hip-hip, vive, Allah
, entre la cual se distinguía fácilmente el resonante
evviva
del delegado del país del canto (con un fa sobreagudo que recordaba las deliciosas notas penetrantes con que el eunuco Catalani embelesó a nuestras tatarabuelas). Eran exactamente las diecisiete en punto. Se dio entonces prontamente por megáfono la señal de la oración y en un momento todas las cabezas quedaron descubiertas, siéndole retirado al commendatore su sombrero patriarcal, en posesión de su familia desde la revolución de Rienzi, por su consejero médico acompañante, Doctor Pippi. El docto prelado que administraba los últimos consuelos de la santa religión al heroico mártir en trance de sufrir la pena de muerte, se arrodilló con el más cristiano espíritu en un charco de agua de lluvia, con la sotana sobre su canosa cabeza, y elevó al trono de la gracia fervientes plegarias de súplica. Al lado mismo del tajo se erguía la sombría figura del ejecutor, quedando oculto su rostro por una olla de diez galones con dos aberturas circulares perforadas a través de las cuales refulgían furiosamente sus ojos. En espera de la fatídica señal, probaba el filo de su horrible arma suavizándolo en su atezado antebrazo o decapitando en rápida sucesión un rebaño de ovejas proporcionado por los admiradores de su cruel pero necesario cargo. En una elegante mesa de caoba, cerca de él, estaban dispuestos en orden el cuchillo de descuartizar, los diversos instrumentos de fino temple para el destripado (proporcionados especialmente por la mundialmente famosa firma de cuchillería John Round e Hijos, Sheffield), una cazuela de barro para la recepción del duodeno, colon, intestino ciego, apéndice, etc., una vez extraídos con éxito, y dos amplias cacharras de leche destinadas a recibir la preciosísima sangre de la preciosísima víctima. El mayordomo general del Hogar Asociado para Gatos y Perros estaba presente para trasladar esas vasijas, una vez llenas, a dicha institución de beneficencia. Una excelente comida, consistente en huevos con tajadas de tocino, filete frito con cebollas, en su punto exacto, deliciosos panecillos calientes y reconfortante té, había sido proporcionada por la consideración de las autoridades para su consumo por parte de la figura central de la tragedia, quien se hallaba de un ánimo excelente durante los preparativos para la muerte y manifestó el más agudo interés por las operaciones desde el principio hasta el final, pero, con abnegación rara en estos nuestros tiempos, se puso noblemente a la altura de las circunstancias y expresó su deseo final (inmediatamente otorgado) de que la comida se dividiera en partes alícuotas entre los miembros de la Asociación de Enfermos e Indigentes a Domicilio, como muestra de su consideración y estima. El
nec
y
non plus ultra
de la emoción se alcanzó cuando la ruborosa prometida se abrió paso bruscamente entre las apretadas filas de los circunstantes y se lanzó sobre el musculoso pecho de aquel que por su amor estaba a punto de ser lanzado a la eternidad. El héroe envolvió su figura de sauce en un amoroso abrazo murmurando tiernamente
Sheila, amor mío
. Estimulada por ese uso de su nombre de pila ella besó apasionadamente las diversas zonas apropiadas de la persona de él que las decencias del ropaje de la prisión permitían a su ardor alcanzar. Ella le juró, mientras mezclaban los salados ríos de sus lágrimas, que sin ninguna duda conservaría tiernamente su memoria, y que jamás olvidaría a su joven héroe que iba a la muerte con una canción en los labios como si fuese a un partido de hockey en el parque de Clonturk. Ella le hizo recordar los felices días de venturosa infancia, juntos en las orillas de Anna Liffey, cuando se habían entregado a los inocentes pasatiempos de la primera edad, y olvidando el terrible presente, ambos rieron de todo corazón, uniéndose todos los espectadores, incluido el venerable pastor, al júbilo general. El inmenso público se convulsionó verdaderamente de deleite. Pero al punto ellos se sintieron abrumados de dolor y entrelazaron las manos por última vez. Un nuevo torrente de lágrimas brotó de sus conductos lacrimales y la vasta concurrencia de gente, tocada en lo más hondo del corazón, prorrumpió en desgarradores sollozos, no siendo el menos afectado el propio anciano prebendado. Hombres grandes y forzudos, agentes de vigilancia y joviales gigantes de la Policía Real de Irlanda, hacían amplio uso de sus pañuelos, y no es arriesgado decir que no había unos ojos secos en aquella multitud sin precedentes. Un incidente muy romántico tuvo lugar cuando un joven y apuesto graduado de Oxford, famoso por su caballerosidad hacia el bello sexo, se adelantó y, presentando su tarjeta de visita, su talonario de cheques y su árbol genealógico, solicitó la mano de la desdichada damita, pidiéndole que fijara la fecha de la boda, y fue aceptado allí mismo. Todas las señoras del público fueron obsequiadas con un bello recuerdo del acto en forma de un broche con calavera y tibias cruzadas, oportuna y generosa iniciativa que provocó un nuevo acceso de emoción: y cuando el galante joven oxfordiano (portador, dicho sea de paso, de uno de los apellidos más aquilatados por el tiempo que haya en la historia de Albión) puso en el dedo de su ruborosa
fiancée
un precioso anillo de prometida con esmeraldas montadas en forma de trébol de cuatro hojas, la excitación no conoció límites. Sí, incluso el severo jefe de la gendarmería, teniente coronel Tomkin-Maxwell ffrenchmullan Tomlinson, que presidía la triste solemnidad, aunque había hecho volar a un considerable número de cipayos de la boca del cañón sin sentir vacilaciones, no pudo ahora contener su natural emoción. Con su guantelete de malla de hierro se enjugó una furtiva lágrima y los privilegiados ciudadanos que estaban casualmente en su inmediata cercanía le oyeron decir para sí en vacilante voz baja:

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