Un punto y aparte (18 page)

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Authors: Helena Nieto

Tags: #Romántico

BOOK: Un punto y aparte
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Se lo comenté a Sergio mientras me vestía y se rio.

—¿Cómo he podido estar tanto tiempo sin ti? —pregunté.

—Humm… no lo sé.

Me besó de nuevo y me hizo caer sobre la cama.

—No, Sergio, no… para… déjame, tengo que irme… —dije entre risas—, es muy tarde.

—Pero si mañana no tienes que madrugar…

A él le hubiera gustado que me quedara a pasar la noche, pero no podía ni debía hacerlo. Tenía tres hijos de los que ocuparme y a los que había dejado muy libres en la última semana, sobre todo a los dos mayores. Ya sé que ellos están encantados de no tenerme todo el día detrás y de que mi madre se encargue de prepararles la cena y controlar sus horarios, pero ya me toca volver a ejercer de «mamá fastidiosa»; además al día siguiente se levantarían temprano para ver los regalos que ya he dejado bajo el árbol.

Caí agotada en la cama. El sexo con Sergio era fantástico, extenuante y como una droga… o tal vez era mi necesidad de recuperar el tiempo perdido, pero confieso que no podía pensar en otra cosa…

Tal y como imaginé, a las ocho y media ya estaban levantados abriendo paquetes. Unos minutos antes habían entrado en mi habitación despertándome para que fuera con ellos al salón.

—Nooooo —protesté—, dejadme dormir, por favor. Noooo…

Fue inútil. Tiraron de mi dispuestos a arrastrarme si hacía falta.

—Venga, mamá. Levántate…

Tenía tanto sueño que no podía ni abrir los ojos. Me incorporé pero volví a dejarme caer sobre la almohada.

—Mamááááááá —dijeron los tres a la vez.

—Está bien. Está bien, ya puedo sola.

14. Amor a primera vista

El trece de enero era sábado y el cumpleaños de Sergio, también teníamos la invitación de la comida en casa de su madre. Ya le había regalado un reloj deportivo de esos que tiene miles de funciones y son tan complicados que parecen cualquier cosa menos un reloj. Ahora me encontraba sin saber qué comprarle y recurrí a lo más socorrido, una corbata y una pluma estilográfica.

Se lo di el día anterior porque no me apetecía que abriera los regalos delante de su familia.

Mi madre se había ido a pasar unos días con mi hermana esa misma mañana. La habíamos llamado como todas las semanas y nos enteramos de que estaba con gripe en la cama desde hacía dos días.

—¿Y por qué no me has avisado? —preguntó mi madre—. Me voy para allá.

Aunque mi hermana trató de convencerla de que no hacía falta, no quiso escucharla.

—No podré ir a conocer a la familia de Sergio —me dijo—. Otra vez será.

—Claro, mamá. No te preocupes.

Mis hijos mayores, como siempre, no estaban nada entusiasmados con la idea de la reunión familiar pero les prometí que podrían irse a las cuatro después de la sobremesa.

Le rogué a Vicky que se cambiara de ropa y se pusiera algo más adecuado que los vaqueros con los bajos rotos que tanto le gustan y yo estoy desando tirar a la basura.

—Jo, mamá —protestó—, no sé qué tienen de malo estos pantalones.

—Ponte otra cosa, Vicky. ¡Cómo si no tuvieras ropa!

—Si quieres me pongo un vestido con volantes y unas coletas con lacitos en el pelo —dijo burlándose—. Y menudo rollo, no sé por qué tengo que ir yo.

—Date prisa, que ya está ahí Sergio.

—¡Qué coñazo!

Me vestí con una falda negra, una blusa blanca que combiné con un cárdigan de color gris claro, un pañuelo al cuello y el abrigo. Me puse unos zapatos de tacón, muy a mi pesar, pues hubiera preferido elegir cualquiera de mis dos pares de botas, y me maquillé sin excesos. Después de haber visto a la hermana de Sergio, estaba segura de que al menos ella no perdería detalle de mi vestimenta.

La casa estaba situada a las afueras, en una zona residencial conocida por el alto poder adquisitivo de los residentes, y aunque la vivienda no era de las más modernas ni de las más grandes, no dejaba de ser un chalecito muy mono de dos plantas con un jardín muy bien cuidado y su garaje particular. Un precioso perro de color canela y de raza indefinida se acercó hacía nosotros moviendo la cola, aunque al segundo empezó a ladrarnos. Alejandro se escondió detrás de mí.

—No te preocupes, no hace nada —advirtió Sergio—. Solo ladra para asustar, ¿verdad,
Dog
?

El perro pareció entenderlo porque dejó de ladrar al instante.

«Original nombre para un perro», pensé.

Mercedes Valdés es una mujer menuda, de piel pálida y cabello teñido en tono claro. Sus ojos azules me observaron con esa mirada melancólica tan propia de Sergio, y con una sonrisa tierna que me cautivó.

Allí estaban Félix, que me saludó muy sonriente, Lidia, su marido Álvaro, médico de familia y el hijo de ambos, también llamado Álvaro, al que Vicky saludó muy entusiasmada. Adiviné enseguida que le había gustado, y pude entenderlo, el muchacho no estaba nada mal, alto, de ojos claros y con pelo rizado de color castaño; tenía además una bonita sonrisa. Parecía tímido, apenas habló durante el aperitivo ni en la comida, lo mismo que mi hijo Daniel, que parecía estar en otro mundo; me imagino que el pobre se moría de aburrimiento y, al igual que Alejandro, me miraba como preguntándome cuándo nos íbamos a ir.

Todos fueron muy amables, la comida fue estupenda y los chicos se mostraron más educados que nunca, creo que estaban algo cohibidos ante tantas caras nuevas y por eso no se atrevieron ni a rechistar.

En la sobremesa, mientras tomábamos café en el salón, observé cómo Vicky hablaba con Álvaro muy sonriente mientras miraban por la ventana que daba al jardín. Conociéndola me temí lo peor, por sus gestos, su manera de tocarse el pelo y sus movimientos arrimándose al muchacho, adiviné que estaba coqueteando con total descaro. Él parecía inquieto, apoyaba el peso en un pie y luego en el otro, sonriendo, y no dejaba de mirarla. Dejé de observarlos y seguí la conversación de Félix porque mi hija me estaba poniendo nerviosa.

Nos quedamos todos pasmados cuando los dos nos anunciaron quince minutos después que se iban juntos. Como él tenía coche parecía que se había ofrecido a llevarla al centro y aprovecharían para ir a tomar algo juntos.

«¿Y Diego?», pensé, porque hasta el día anterior mi hija seguía saliendo con ese chico. ¿Solo iba a ir a tomar algo o pensaba pasar el resto de la tarde con el sobrino de Sergio? A saber…

—¿Podéis llevarme? —preguntó Dani—. Así me ahorro el autobús.

Había quedado con sus amigos.

—No volváis tarde —les dije.

Se fueron. Creo que si yo me quedé sorprendida ante la repentina amistad surgida entre Álvaro y mi hija, Lidia no salía de su asombro.

Me miró y sonrió.

—Por lo que se ve —dijo—, parece que han congeniado.

Yo también sonreí.

—Ya… eso parece.

Alex se acercó a mí con cara compungida.

—¿Cuándo nos vamos, mamá? Me aburro.

Todos le miraron.

Mercedes le preguntó si deseaba ir a ver la televisión, y por supuesto dijo que sí enseguida. Sergio se lo llevó a otra sala para que pudiera ver un canal infantil de dibujos animados.

—Qué hijos más guapos tienes —me dijo la madre de Sergio mirándome—. Bueno, tienen a quién parecerse —añadió halagándome.

—Gra… gracias —dije un poco avergonzada.

Crucé la mirada con Félix, que me sonrió. Me resultó curioso, ante su familia no era tan charlatán ni fanfarrón, se había mostrado de lo más prudente y discreto. Algo que me sorprendió.

Había decenas de fotos distribuidas por la casa, todas familiares. Pude conocer al fallecido marido de Mercedes, al que se veía muy apuesto, y me hizo gracia ver a Sergio vestido de comunión, de marinero, con la misma sonrisa que tiene ahora y esos ojos soñadores y melancólicos. Me encantó, y esperaba tener más confianza con Mercedes para pedirle una copia.

Caí en la cuenta de que desde que estábamos juntos no nos habíamos hecho ni una foto. Yo no soy muy aficionada a la fotografía aunque mi ex estaba convencido de que era muy fotogénica y siempre salía bien.

Me imagino que eso lo pensaba entonces, cuando solo tenía ojos para mi. Ahora tal vez no diría lo mismo.

Estaba profundamente dormida cuando sonó el teléfono. Me incorporé con rapidez y, asustada, descolgué mientras con la otra mano encendía la luz. Era Vicky.

—Mamá, tenías el móvil apagado. Te llamo para decirte que tardaré un poco. Estoy con Álvaro, el sobrino de Sergio. ¿Vale? Me acompañará a casa, no te preocupes. Adiós.

—¿Eh? ¿Vicky?

Miré el reloj. Las tres y media de la mañana. Se supone que tiene que estar en casa a las dos y media. Ya llevaba una hora de retraso.

¿Y con Álvaro…?

Me dejé caer sobre la almohada. A pesar de que estaba muerta de sueño ya no fui capaz de cerrar los ojos hasta que sentí abrir la puerta con la llave. Me levanté.

Vicky se había descalzado y trataba de no hacer ruido pero la sorprendí en el pasillo.

—¡Mamá, qué susto me has dado!

—¿Se puede saber de dónde vienes? Son las cuatro y cuarto —dije en voz baja.

Entró en la habitación y la seguí.

—Ah, mamá, si vieras lo fantástico que es Álvaro —dijo sentándose sobre la cama con una sonrisa—. Es el hombre de mi vida.

Suspiré.

—Vicky, a ti todos los chicos te parecen fantásticos… y todos son «el hombre de tu vida».

—Esta vez es diferente, mamá. De verdad… y no te enfades. Álvaro me ha acompañado hasta el portal, y te juro que no volveré a llegar tan tarde, te lo prometo.

Se acercó a mi y me abrazó para camelarme. Yo estaba demasiado cansada y se me cerraban los ojos.

—Está bien. Anda, acuéstate que es tardísimo.

Me dio un beso y me sonrió.

No sé qué le había pasado con el sobrino de Sergio, pero parecía otra. Hasta me había dado un beso por voluntad propia, todo un milagro.

Me volví a la cama y me dormí enseguida.

No conseguí que Vicky me contara nada importante de su salida con Álvaro. Es más, me explicó que, aunque le gustaba, seguiría saliendo con Diego, y que no tenía por qué preocuparme. Yo no entendía nada, toda la euforia que parecía tener la madrugada anterior, se había evaporado de pronto, y ahora Álvaro ya no era ni el chico más fantástico del mundo ni el hombre de su vida.

—Eso sí, me cae muy bien —dijo sonriente.

No supe descifrar que todo era una maniobra de ambos para evitar preocupaciones innecesarias a los demás, es decir, al resto de la familia. Sin embargo, no tardó en descubrirse la verdad.

Era viernes y había invitado a Sergio a cenar ya que no había tenido tiempo de verlo en toda la semana. La ausencia de mi madre me obligaba a regresar a casa nada más salir del trabajo y Sergio había trabajado hasta muy tarde todos los días.

—¿Cuándo vuelve tu madre? —me preguntó mientras estaba conmigo en la cocina.

—No lo sé. Puede que la próxima semana…

Me enlazó por la cintura y me besó en el cabello.

—¿Cuándo vamos a poder estar a solas?

—No lo sé, cariño —respondí.

Nos besamos. Me hizo retroceder hasta que mi espalda chocó con los azulejos y siguió besándome mientras que su mano se abría paso por debajo de mi camiseta. Sonreí. Me acarició por encima del sujetador y suspiré. Pero al escuchar unos pasos que se aceraban por el pasillo, nos separamos.

Era Alejandro.

—Mamá, ¿cuándo vamos a cenar? Tengo hambre.

—Ahora, cariño. Di a tu hermana que me ayude a poner la mesa, ¿quieres?

—Sí.

Salió de la cocina. Sergio y yo nos miramos.

—Creo que hasta que no se vayan a la cama… —dije en voz baja.

Puso gesto compungido y me reí.

—¿Qué pasa? —pregunté.

Se lamentó porque era viernes y sabía que no se irían pronto a dormir. Luego se acercó y me besó.

—Por poco nos pilla —me susurró al oído.

—Ya…

Durante la cena, Vicky parecía estar en otro mundo, Dani no hablaba ni palabra y Alejandro protestaba por los champiñones que había en su plato.

Conocía a mi hija como para saber que le pasaba algo. En los últimos días se encerraba en la habitación cada vez que le sonaba el móvil como evitando que alguien pudiera escucharla y no había vuelto a hablarme de su novio Diego, del que todas las semanas me contaba alguna aventura por pequeña que fuera.

—Vicky —soltó Dani de pronto—, te vi ayer.

—¿Y? —contestó ella con indiferencia.

—Ya sé que tienes un novio nuevo —respondió con burla.

Vi cómo su hermana enrojecía y dejaba el tenedor suspendido en el aire. Dani siguió mirándola con una sonrisa.

—¿Sí? No me digas… ja, ja…

—¿Quieres saber quién es el nuevo novio de Vicky, mamá? —preguntó dirigiéndose a mi.

No me molesté en contestar y volvió a preguntarme. Le dije que se callara y siguiera comiendo.

—Ayyyyy —chilló—, me ha dado una patada. ¡Imbécil! —añadió mirando a Vicky.

Se revolvió en la silla tratando de devolverle el golpe pero resbaló y estuvo a punto de caerse.

Vicky se carcajeó.

—¡Te está bien empleado, por idiota!

—Vale ya —dije alzando la voz—. Estamos cenando y si no sois capaces de comportaros os vais a cenar a la cocina. ¿Enterados? No quiero oír ni una palabra más, a ninguno.

Vicky me miró.

—Ha empezado él. Yo no he sido.

Me daba igual quién hubiera empezado. Lo único que quería es que se callasen y terminaran de cenar. Sergio debió de verme angustiada porque trató de restarle importancia al tema diciendo que no me preocupara.

—Esto pasa en las mejores familias.

Lo que él no se imagina, o bueno, puede que ya sí, es que en mi familia, y en mi casa sobre todo, a las horas de las comidas pasa casi todos los días. Siempre encuentran un motivo para reñir entre ellos, molestarse o insultarse.

—Mamá, no me gustan los champiñones —dijo ahora Alejandro—, ¿puedo dejarlos?

—No. Come la mitad al menos.

—Pero, mamá, no me gustan.

Suspiré. No pasaron ni tres minutos cuando Dani volvió a la carga. Lo de molestar a sus hermanos le entusiasma. No sé si lo hace para llamar la atención, por incomodarme o fastidiarnos a todos.

Cuando les había avisado de que Sergio cenaría con nosotros no escuché ninguna protesta y me sentí aliviada. Deduje que todo saldría bien y no tendríamos complicación alguna; por lo visto me había equivocado.

—Pues el novio nuevo de Vicky es… tachan, tachan… ¿Lo digo? —preguntó Dani—. Es… es…

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