Lidia le miró con rabia.
—Y si no, tienen la píldora del día después. Para qué preocuparse entonces, ¿verdad? —preguntó mirándome como dejando suponer que yo estaría dispuesta a una cosa así.
Todos nos quedamos callados. Sentí que me estaba juzgando de una manera muy injusta. Lidia no me conoce en absoluto. No tiene ningún derecho a suponer cosas que no sabe de mí. Por otro lado, me sentía fatal al tener que reconocer que yo ignoraba lo que sucedía. Suponía que como jóvenes que eran serían alocados y por supuesto mi hija no me iba a pedir permiso para adentrarse en cuestiones de sexo, pero de ahí a que utilizaran la casa de los padres de Álvaro… sabiendo además que a los padres de él no les iba a agradar.
Ahora entendía el interés de Vicky por quedarse a dormir en casa de Lucía tan a menudo. ¿Cómo había sido tan tonta? ¿Por qué creemos que lo hacen los demás y nuestros hijos son incapaces de mentirnos o de hacer cosas a nuestras espaldas? Si solo llevaban dos meses saliendo… ¿Por qué la juventud se empeña en tener tanta prisa para todo? Parece que temen perder el tren y no llegar a tiempo.
Mentiras, mentiras, mentiras… Siempre he intentado ser una madre de ideas abiertas, dentro de un orden. He hablado con ella de todo. Es responsable y en estos últimos meses la veo más centrada y más comunicativa. Aunque le he advertido en ocasiones que el sexo no es un juego, que el amor y los sentimientos son importantes, ha sido más que nada para que no cayera en irse con uno y con otro como si se tratara de una mera diversión sin más, como hacen muchas… Entiendo que si toma precauciones tenga una vida sexual con su novio, soy capaz de comprenderlo, no va a esperar a estar casi en el altar, sería absurdo… pero lo de quedarse a pasar la noche en su casa… me parece una falta de respeto absoluto hacia todos.
¿Todavía no se ha dado cuenta de que Álvaro es hijo único y Lidia siente adoración enfermiza por él? Y no, no es que tenga algo contra Vicky, es que lo tendría con cualquier otra chica. Ninguna le gustará, porque no será lo suficientemente guapa, inteligente ni maravillosa… para su niño.
Mercedes se levantó de la siesta y llegó al salón sonriente. Nos debió de ver tan callados que se sorprendió.
—¿Qué os pasa? —preguntó—. Os veo muy serios.
Sergio la miró y sonrió.
—Nada, mamá, solo estábamos hablando.
Ya no volvimos a mencionar el tema. Yo me sentía incómoda y deseaba irme. También tenía especial interés en tener una seria charla con mi hija, así que en cuanto tuve ocasión le sugerí a Sergio la idea de irnos a casa.
Cuando llegamos, Vicky estaba en su habitación estudiando para un examen. Aunque había salido con Álvaro a dar una vuelta, había regresado temprano. Ni Sergio ni yo habíamos comentado nada en el coche. Alex iba en el asiento de atrás y no era un tema a hablar delante de él. Pero cuando después de cambiarme de ropa en la habitación, me dirigí al salón donde él esperaba tomando una cerveza, me habló:
—No te lo tomes muy a la tremenda. Son jóvenes, Paula.
—Ya lo sé, Sergio. Y perdona, pero no es a mí a quien preocupa que tu sobrino y mi hija tengan relaciones sexuales, es a tu «querida hermana» a quien le molesta, al parecer…
Reconozco que lo dije con retintín.
—Mi hermana es un poco particular…
—¿Un poco? Ja. Deja que me ría.
—Podían haberse buscado otro sitio, no tenían que…
—Ya lo sé, Sergio, ¿vale? Y es con mi hija con quien tengo que hablar, no contigo. No te imaginas lo violento que ha sido para mí… ¿Qué se piensa? ¿Qué mi hija es una puta y su niño un santo varón?
—Ella no ha dicho eso.
—No lo ha dicho, pero lo ha insinuado.
—Estás exagerando, Paula.
—No, no estoy exagerando. Y ahora, si me disculpas, voy a hablar con mi hija.
Lo dejé solo y me encaminé al cuarto de Vicky. Tenía la intención de hablar con calma y no alterarme demasiado, pero fue inútil. Era previsible. Vicky se puso como loca y lo negó todo. Acusó a Lidia de que le tenía manía y de que estaba medio chiflada. Que se lo había inventado todo. Yo dije que no podía creerlo, que no se iba a inventar una cosa así, que por lo menos tuviera la valentía de reconocerlo. Lo negó, una vez, dos… no sé cuántas. Acabamos levantando demasiado la voz. Discutimos y al final no tuvo más remedio que admitirlo. Lidia no se había inventado nada. Todos esos fines de semana en que me había dicho que se quedaba a dormir en casa de su amiga Lucía, habían sido una mentira.
—¿Por qué me mientes, Vicky? —Le dije ya desesperada—. Confiaba en ti. ¿Por qué me haces esto? ¿Sabes cómo me he sentido delante de Lidia? ¿Tienes idea? Y no sé cómo vas a mirar a los padres de Álvaro la próxima vez que los veas. A mi se me caería la cara de vergüenza…
—Me da igual lo que piense la bruja esa.
—¿Ah, te da igual? Pues déjame decirte lo que sin duda pensará: que eres una fresca y has seducido a su maravilloso hijo… eso piensa.
Se rio con burla.
—¿Te hace gracia, Vicky? Pues a mi no —le grité—. No me hace maldita gracia. ¿Por qué tuviste que liarte con él? Hay millones de chicos que no tienen nada que ver con Sergio, pero no… tú tenías que dar la nota, como siempre… ¡Pero sabiendo cómo es su madre! ¿Cómo se te ocurre? ¿Es que no piensas con la cabeza? Por Dios… pero si llevas dos días con él…
—No seas retrógrada.
Eso me exasperó.
Me acerqué a ella y la agarré del brazo zarandeándola con fuerza.
—Escúchame bien. No soy ninguna retrógrada. No quiero que vuelvas a hablarme así, y no quiero que vuelvas a irte a la cama con Álvaro en su casa. ¿Entiendes? Si queréis tener sexo buscad otra manera, pero no allí. No quiero tener más problemas con su madre. ¿Me has oído?
La solté y me miró muy seria.
—Porque es la hermana de Sergio, claro.
—Sergio no tiene nada que ver en esto.
—Yaaaaa… seguro…
—De todos modos, no vuelvas a decirme que vas a dormir a casa de Lucía porque no te voy a dejar. Ya te has burlado bastante de mí.
—Tengo dieciocho años.
Estoy harta de que cada vez que le digo algo me salga con lo mismo.
—Como si no…
—Al final eres como todas…
La miré sin entender.
—Sí, muy liberal y mucho cuento pero al final, nada. Y no sé si lo que te jode más es que haya sido en casa de Lidia o que tenga sexo con Álvaro… Pues para que lo sepas, él no ha sido el primero… ya lo había hecho a los dieciséis —afirmó con orgullo.
—¿Eh?
Eso sí que no me lo esperaba. Supongo que al ver la expresión de mi rostro se arrepintió de haberlo dicho. A mi se me cayó la venda de los ojos.
¿A los dieciséis?
Pero si a los dieciséis no salía con Jorge, su primer novio… ¿Con quién, entonces?
¿A los dieciséis?
Tantas veces que habíamos hablado del tema, tantas veces que le había dado consejos… mucho tenía que haberse reído de mí. No deseaba preguntarle más, me había dejado helada.
—¿Mamá? No, no es cierto. Te estoy tomando el pelo.
¿Tomarme el pelo?
¿Estábamos jugando a algo y yo no me había enterado?
Me apetecía darle un guantazo. ¿Cómo se podía estar bromeando?
Me costó contenerme.
—Mamá —repitió con voz acongojada—. No pongas esa cara. No es cierto.
Decidí salir de la habitación. Desconcertada, fui hasta el salón.
Sergio seguía esperando con la tele encendida en un canal de deportes y la misma cerveza con que le había dejado. Al verme se levantó y se acercó hasta mí.
—¿Qué te pasa?
—Nada.
—¿Nada?
«¿Por qué los hijos dan tantos problemas? No quiero ni pensar cuando Daniel empiece también a tontear con las chicas y Alex a darme disgustos. ¿En qué me estoy equivocando? ¿Qué hago mal? ¿Por qué todo se vuelve en mi contra?», pensé.
Me senté en el sofá y Sergio a mi lado.
—No le des demasiada importancia, Paula.
—Para ti es muy fácil hablar —contesté—. No son tus hijos.
Se quedó callado.
—Y ya te dije antes que ha sido tu hermana la que ha sacado las cosas de quicio. No yo. ¿Con qué cara voy a mirarla el próximo domingo que vayamos a casa de tu madre?
—Paula, tú no tienes la culpa.
—No directamente, pero seguro que Lidia piensa que no sé educarlos. Después de todo soy una divorciada que lleva una vida familiar que es un caos. Trabajo todo el día y no tengo tiempo para ser una buena madre y dedicarme a ellos —dije con rabia.
—Ella no ha dicho eso.
—No hace falta que lo diga. Se ve. No hay mejor madre que ella, que tiene a tu sobrino entre algodones todavía y no lo deja crecer.
—Estás siendo injusta.
—Claro, es tu familia y es intocable.
—¿Por qué lo pagas conmigo? ¿Por qué es mi hermana y mi sobrino?
—A ti te pareció estupendo que mi hija y Álvaro salieran juntos. Dijiste que hacían muy buena pareja. Mira para lo que ha servido. Para que tu hermana tenga la opinión de que Vicky es una…
Me interrumpió.
—¿Quieres calmarte? No quiero discutir contigo.
—El problema es que nunca quieres discutir —dije con rabia—, pero yo sí, ¿sabes? Yo sí quiero discutir…
Se levantó.
—Muy bien. Pues discute sola.
Me reí con sarcasmo.
—Mis hijos después de todo son asunto mío.
Clavó la mirada en mi pero yo no me inmuté.
—Y tú no tienes nada que decir.
Fue una gran torpeza por mi parte, lo sé. Noté cómo su rostro se tensaba.
—Me voy —dijo—. No sé cuándo volveré a llamarte. Voy a estar muy ocupado.
—Vale. Perfecto —contesté irónica—. Yo también voy a estar muy ocupada.
Cogió la chaqueta que había dejado sobre la silla y se dirigió al hall. Escuché cómo cerraba la puerta con un portazo, lo que demostraba que en realidad sí estaba enfadado, pues nunca había hecho algo semejante. En ese momento me importó muy poco. Ya tenía bastantes problemas como para preocuparme por él.
Sin embargo hoy, cuatro días después, estoy deseando que me llame. Yo lo hice anoche ya angustiada por su silencio. Le dejé un mensaje en el contestador, pero no ha respondido. Reconozco lo irracional de mi enfado. Fui capaz de decirle que lo sentía y mencionarle lo injusta que había sido…
¿Era posible que no volviéramos a estar juntos? ¿Qué una discusión tan tonta nos distanciara? Es mi terror desde hace unos días. Apenas duermo pensando en ello. No quiero perderle. Le llamaré otra vez, y las veces que haga falta. Me he prometido no involucrarlo en asuntos de mis hijos. Me sermoneé a mi misma por ser tan obstinada. Él no se lo merece.
Vicky ahora está como la seda. Intenta camelarme para que no esté disgustada e incluso me ha dicho que no volverán a cometer la imprudencia de ir a casa de Lidia. Cuando me lo dijo ayer, no contesté nada. Ya no sé ni qué creer ni qué opinar… Parece que todo lo que toco se rompe en pedazos.
Esta mañana mi hija ha querido hablar conmigo
de mujer a mujer
, me dijo cuando terminamos de comer.
Me pidió disculpas por haberme hablado de la forma que lo hizo y me confesó que aunque Álvaro no era el primero, solo lo había hecho el amor con Jorge, y a los diecisiete.
—Y eso, ¿qué cambia, Vicky? —pregunté.
Bajó los ojos avergonzada y me dijo que después de la cara de horror que había puesto al oír lo de los dieciséis se había quedado muy preocupada por mi. Volvió a repetirme que no iría a casa de Lidia y me aseguró que tomaban precauciones y sabían lo que hacían.
—Ella no me puede ver, mamá. Eso es lo que pasa —dijo—. Y ha sido Álvaro quien me ha pedido que hable contigo.
No sabía si alegrarme o todo lo contrario. Ni siquiera había salido de ella.
—Todo un detalle —contesté sarcástica.
Se quedó callada y volvió a bajar la mirada. Creo que fue la primera vez que la vi arrepentida de verdad. Generalmente se ponía a la defensiva y me contestaba con chulería antes que ceder o salía bufando y dando portazos.
—Tengo que ir a trabajar, Vicky. Voy a llegar tarde.
De pronto se puso a llorar. Yo no me esperaba esa reacción y me desconcertó.
—Vicky…
Quise hacerme la dura pero no pude.
Fui hacia ella y la abracé.
—Lo siento, lo siento… —dijo entre sollozos—. No quería disgustarte, mamá. Lo siento… de verdad, de verdad…
—Está bien, cariño. Lo sé, lo sé…
La tuve abrazada hasta que se calmó. Luego la besé varias veces y sonreí.
—Prométeme que vas a ser más responsable —le dije— y que vas a pensar las cosas. Que no me vas a causar más problemas ni disgustos.
—Sí, mamá. Te lo prometo.
—Bien —añadí—. No te preocupes más.
Asintió con la cabeza y yo me fui emocionada. Por fin la había recuperado, mi hija volvía a ser mi niña, y nada me podía hacer más feliz.
Por la tarde la llamé en dos ocasiones. Se mostró contenta de oírme y me aseguró que se pasaría estudiando toda la tarde y que no me tenía que preocupar por nada. Ella se encargaría de ordenar a sus hermanos que hicieran los deberes y de estar pendiente de ellos hasta que llegara la abuela.
Me dio la impresión de que en unos días había crecido de pronto dos años.
«Al final, Álvaro va a ser lo mejor que podía pasarle», pensé.
¿Y, Sergio? Félix me había informado de que estaba fuera y de que llegaría hoy mismo por la tarde. No había podido esperar a que sonara el teléfono y ayer le llamé a la empresa al ver que su móvil estaba apagado o fuera de cobertura.
Cuando cerré la carpeta que tenía sobre la mesa tomé la determinación de ir a verle. Iría hasta su apartamento, sin avisar… Sandra se alegró mucho de mi decisión.
—Pues sí, Paula. Es lo mejor que puedes hacer…
Nos encontramos en el portal de su casa. Yo iba a tocar el timbre cuando él abrió la puerta.
—¡Paula!
—¡Sergio!
Los dos sonreímos.
—Venía a verte…
—Y yo iba a verte a ti —dijo—. Félix me dijo que habías llamado.
Asentí.
Me besó. Después caminamos hacia el ascensor donde volvió a besarme, al lado de la puerta, ya dentro, en el hall, en el pasillo…
No recuerdo si él empezó a desnudarme a mi o yo a él. Lo que sé es que ni llegamos a la cama y acabamos por el suelo envueltos en una gran excitación.
Si hay algo que me gusta del verano, además de la playa, el sol o tomar una cerveza en una de las muchas terrazas que hay en la ciudad, es la ropa. La comodidad de ir con vestidos ligeros, sin medias, o simples vaqueros y pantalones al estilo pirata, me encanta. Y qué decir de las camisetas de tirantes, escotes y demás… no solo es cómodo… es sexy.