—Sergio… —murmuré—, dime que ese de ahí no es Dani.
Tardó unos segundos en responder.
—Pues yo diría que sí que es…
Estábamos a poca distancia de la parejita, pero con lo ocupadísimos que parecían, no nos hubiera visto ni queriendo.
—No puedo creerlo.
—Se te está derritiendo el helado —me dijo Sergio sonriendo.
Se lo di.
—Puedes comértelo, se me han quitado las ganas.
—¿Eh? Pero si yo no lo quiero…
—Yo tampoco.
Caminamos en dirección contraria y aún volví la vista atrás para cerciorarme de que no me equivocaba. Seguían lengua con lengua…
Sergio acabó por tirar el helado a la basura y sé que aunque trataba de contenerse, estaba muerto de risa.
—Ni se te ocurra reírte, Sergio.
—Paula, es normal…
—¿Normal? Todavía le quedan tres meses para cumplir los dieciséis.
—¿Y?
—Es un niño —afirmé todavía atónita— ¿…y ha empezado antes que Vicky…? —Me resultaba imposible de creer, y si no lo hubiera visto por mi misma, pensaría que era cualquier otro que se pareciera a él, pero no, era mi hijo. Mi niño de quince años se morreaba, como ellos decían, sin ningún pudor a plena luz del día y en uno de los sitios más concurridos de la ciudad, y no es que me importara dónde, ni a qué hora, me importaba el no saber siquiera que tenía una chica… ¿porque sería su chica? ¿O era solo un rollo de adolescentes de un sábado por la tarde…?
Y yo pensando que era tan tímido, tan inocente… Pues como todos los tímidos sean así, ¿cómo serán los demás? No eran besos de colegiales en su primer amor… ¿Y quién demonios era esa chica? Aunque no había podido fijarme bien, no me resultaba conocida. No me parecía que fuera de su clase, incluso parecía mayor, aunque claro, según van vestidas ahora, todas parecen tener veinte años.
Por supuesto no comenté ni una palabra cuando llegó a la hora de cenar.
—¿Qué tal? —le pregunté.
—Bien.
—¿A dónde has ido?
—Por ahí…
—¿Con tus amigos?
—Pues claro…
—¿Te has divertido?
—Sí, mucho.
—Ah… qué bien…
Miré a Sergio que, escondido detrás del periódico, se moría de risa.
Tuve que hacer grandes esfuerzos para callarme y mientras cenábamos le observé todavía incrédula.
Mi hijo tiene el rostro aniñado, sus facciones son delicadas, rubio, imberbe, de mirada azul y guapo, muy guapo, en realidad. Sí es verdad que ha crecido mucho en estos dos últimos años, que tiene cuerpo de adolescente larguirucho, con largos brazos y piernas, pero conserva el gesto inocente, infantil, o tal vez solo sea que quiero creerlo… Hubo un momento que me miró y sonrió.
—¿Qué pasa? —preguntó.
Yo también sonreí.
—Nada, nada…
Cuando se lo comenté a Vicky horas después haciéndole prometer que no diría ni una palabra se estuvo riendo un buen rato.
—Pues yo no le veo la gracia, Vicky.
—Ay… mamá. No me lo puedo creer…
—Pues sí, tal y como te lo digo.
—Confiesa, mamá, lo que no puedes soportar es que otra mujer ocupe el corazón de tu niñito…
—Qué graciosa, Vicky. Claro que no… simplemente es… que es un niño… Tiene que ocuparse de estudiar y no de tener novia tan joven.
—Seguro que ni es su novia. Será un rollo de una tarde. Ahora todos hacen eso. Se dicen que se gustan por mensaje de móvil, se citan y se morrean hasta que se cansan, luego «si te vi no me acuerdo».
La miré asombrada.
—¿Eh? Pero…
—Sí, mamá —afirmó riéndose—. Los de catorce y quince hacen así…
—¿Los de catorce?
Calculé mentalmente cuánto tiempo le quedaba a Alex para llegar a los catorce… aunque viendo cómo avanzaba todo, puede que a los doce ya empezara.
—¡Qué horror! —exclamé.
—Yo de ti le controlaría el móvil —me dijo sonriendo, aunque luego añadió—: por supuesto es broma… ni se te ocurra. Dani tiene derecho a su intimidad.
—Sí, sí, claro…
¿Intimidad? Claro que iba a intentar controlar el móvil. En cuanto tuviera ocasión de hacerlo no pensaba ni dudarlo. Puede que no fuera políticamente correcto, pero necesitaba averiguar en qué ambiente se estaba desenvolviendo mi hijo, y sobre todo quién podría ser aquella quinceañera que me lo acosaba de aquella manera…
No tardé en averiguar quién era la jovencita. Al día siguiente por la mañana le dije a Dani que hiciera los deberes, y para no variar, no me hizo ni el más mínimo caso. Se entretuvo en el ordenador, en jugar a la play, y con todo lo que le apeteció sin pararse a abrir la mochila y sacar los libros, así que cuando a las cuatro de la tarde vi que se estaba cambiando para salir entré en la habitación y le dije que no iba a ningún sitio.
—No has hecho nada en toda la mañana, no has tocado un libro.
—Los haré cuando vuelva, te lo prometo.
—Ni hablar. Estoy harta de que me tomes el pelo. Te quedas en casa y ponte a estudiar.
Cerré la puerta enfadada. Lo oí maldecir y protestar pero no me inmuté
Una hora más tarde sonó el timbre. Fui abrir preguntándome quién sería.
Una jovencita me sonrió y preguntó por Dani. Aunque no estaba muy segura de que fuera la del día anterior, me imaginé que sí. Ante mis ojos tenía a la vampiresa que se morreaba con mi hijo…
—He quedado con él —me dijo—. Pero como no ha aparecido…
—Ah, pasa…
La acompañé hasta el salón. Me quedé sorprendida cuando vi que saludaba a Alex con toda naturalidad. Se conocían.
—Vicky, avisa a tu hermano de que tiene visita.
Mi hija obedeció porque se estaba partiendo de risa. Enseguida llegó Dani, que se puso rojo y de todos los colores al verla.
—Hola, Dani. Hace una hora que te estoy esperando.
Debió quedar tan impactado con la presencia de la chica que no era capaz de decir nada.
—Te he llamado para avisarte —dijo al fin.
—Ya… pero olvidé el móvil en casa…
Yo los miraba todavía atónita.
—Lo siento —dije—, pero no va a salir porque tiene que estudiar.
Me pareció mucho mayor que él, por lo menos tenía una pinta más similar a la que podía llevar Vicky y no a una chica de quince años; además iba demasiado pintada.
—¿Vas a clase con Dani? —pregunté.
—No… Qué va. Yo voy a segundo de Bachiller… el año que viene iré a la Universidad. Quiero estudiar Biología…
¿Había oído bien? ¿Segundo de bachiller? ¡¡¡¿Segundo de bachilleeerrr??!!!
No sé cuál fue la expresión de mi rostro pero vi cómo Sergio y Vicky contenían la risa, y cómo Dani se había puesto pálido y me miraba con cara de susto.
—¿Segundo de bachiller? —pregunté intentando aparentar normalidad.
—Sí… —contestó sonriendo—. Voy al instituto.
—Qué bien…
Se volvió hacia Dani.
—¿Podemos hablar? —preguntó.
Mi hijo le hizo una señal para que lo siguiera y desaparecieron por el pasillo.
Sergio y Vicky se empezaron a reír.
—¿Qué os parece tan gracioso? —pregunté molesta.
—La cara que has puesto, Paula —contestó Sergio—. Tenías que haberte visto.
—Es su chica —dijo Alex de pronto.
Enseguida explicó que cuando Dani había ido a buscarlo a los entrenamientos de baloncesto, muchas veces iba acompañado de Andrea, que así se llamaba.
—Siempre me ordenan ir delante para que no vea cómo se besan —dijo sonriendo—, porque se besan en la boca —añadió—. Agh, qué asco…
—¿Y por qué no me habías dicho nada?
—Mamá, lo prometí. Dani me deja jugar al ordenador siempre a cambio de que no te lo diga —confesó.
—Ah, qué bien… —murmuré—, ya veo cómo te callas cuando te conviene.
—Yo de ti, mamá, no los dejaría en la habitación con la puerta cerrada —dijo Vicky, que volvía del pasillo.
—Anda, Alex —dijo Sergio bromeando—. Vete a buscar algo a la habitación y cuando salgas deja la puerta abierta.
—¿Voy, mamá? —preguntó mi hijo.
—Sí, vete…
Alejandro obedeció.
—Mamá —exclamó Vicky—, ¡cómo eres! Déjalos en paz, que se morreen tranquilos…
—Es verdad, Paula. Deja al chico.
—Pero qué gracioso os parece todo a vosotros dos —refunfuñé.
—Es que haces un drama de todo, mamá.
Alex volvió con un libro en la mano.
—Dejé la puerta abierta pero la volvieron a cerrar —afirmó con ingenuidad.
Vicky y Sergio siguieron riéndose pero a mi maldita la gracia que me hacía.
Poco después aparecieron otra vez por el salón.
—¿Puedo acompañarla hasta el portal, mamá?
—Bueno… pero no tardes.
No quería parecer la malísima de la película y cedí.
Estaba deseando que subiera para interrogarlo.
Al principio no dijo ni palabra, pero cuando lo amenacé con no pisar la calle en lo que quedaba de curso, se atrevió a hablar. Me dijo que hacía unas tres semanas que salían, aunque me aclaró que en pandilla, nunca solos. Era evidente que mentía. También que Andrea tenía diecisiete años y que en enero cumpliría los dieciocho, pero que no debía de darle importancia a la edad porque se llevaban solo dos años. Se la habían presentado otros amigos comunes, y que si no me lo había dicho antes era porque sabía que me iba a poner histérica.
—¿Ah sí? —exclamé—. No me digas…
—¿Ves? Ya estás histérica…
—Mira, Dani, tienes quince años. Aunque no te guste, eres un crío. Así que te vas a dejar de novias y te vas a centrar en estudiar. Eso es lo que tienes que hacer. Estudiar, porque aunque tu tutora no me haya vuelto a llamar, no pegas golpe… así que no sé cómo vas a aprobar.
No dijo nada. Se puso muy serio.
—Comprendo que te guste esa Andrea, o como se llame, pero eres muy joven. Y es mayor para ti.
—¿Y qué? Ya te he dicho que es dos años mayor que yo, y eso no es nada.
—De todos modos, tienes que estudiar. Es lo único que debe importarte.
—Claro. Solo quieres fastidiarme. Te encanta hacerlo…
Me enfadé.
—Me preocupo por ti —dije—, que es distinto. Ya tendrás tiempo de tener novias. Y pienso controlar todas tus salidas.
—¡Ja!
—A ver, ¿qué notas has sacado en los últimos exámenes? No me has dicho ni un resultado.
Me miró e hizo una mueca de desagrado.
—Todavía no lo sé. No nos han dicho nada.
Mentía. Sabía de sobra que me estaba mintiendo.
—¿Eh? No me lo creo. No soy tonta, Dani.
—Pues no te lo creas. Me da igual.
—Ya veremos qué notas traes…
Me dirigí a la puerta, pero antes de cerrar me volví hacia él.
—Olvídate de esa chica, Dani. Es muy mayor para ti.
—¿Y qué? —volvió a decir—. Me importa una mierda, y lo que digas también… Y pienso irme a vivir con papá, para que lo sepas —me gritó—. En cuanto pueda… él lo entenderá.
Me enfadé en serio, y decidida fui a salir de la habitación. Fue cuando me fijé que tenía el móvil sobre la mesa. Lo cogí.
—El móvil confiscado hasta que termines de estudiar.
—¿Ehhh? Noooooo —protestó.
—Mañana te lo daré. Ahora estudia…
Me lo llevé y lo escondí en mi habitación. Estaba encendido, pero no lo apagué. Más tarde leí todos los mensajes recibidos. No tenía muchos, pero hubo uno que me dejó de piedra, y aunque le faltaban la mitad de las letras, fue fácil entenderlo.
Estaré sola en casa. Te espero. Podemos hacerlo…
¿Hacer? ¿Hacer qué…?
La hora era de las tres de la tarde, por lo tanto no había ido a esa cita.
Nerviosa volví a dejarlo donde estaba.
Esto era más serio de lo que yo pensaba. Me preocupé de verdad.
«Dios Mío», pensé. Lo que me faltaba.
—Debería hablar con Miguel —le dije a Sergio.
Sergio me miró y suspiró.
—Miguel —murmuró—, siempre Miguel…
Lo miré sin comprender.
—¿Por qué dices eso?
—Por nada, Paula.
—No digas que por nada. ¿Te molesta?
—Me molesta que tengas que estar detrás de él y no se preocupe por nada, eso me molesta.
—Sí, ya lo sé, pero…
—A veces me da le impresión de que buscas cualquier excusa para verlo.
Lo miré atónita.
—Sergio… es el padre de mis hijos. Tiene derecho a saber lo que les pasa. ¿Cómo puedes decir eso?
—¿Es qué te llama para interesarse por ellos? No. Eres tú quien le pone al corriente de todo.
—Sí, sé que tienes razón, pero compréndelo, es su padre. Tiene derecho a saberlo.
Suspiró y se quedó callado. Luego me miró y me habló cambiando el tono.
—Yo… yo… está bien. Lo siento, Paula, no me hagas caso.
Se acercó y me besó. Luego me regaló una de sus maravillosas sonrisas.
—Olvídalo, ¿vale?
—Vale.
Sonreí.
Sin embargo me dejó un poco preocupada. Tiene que comprender que con respecto a los niños, no puedo dejar a Miguel al margen, por mucho que le incomode.
Necesitaba que me echara una mano con nuestro hijo adolescente porque en el momento en que me negara a que viera a esa chica, más interés iba a poner. No estaría mal que tuvieran una conversación padre e hijo y le hiciera comprender que ya tendría tiempo para novias.
Cuando conseguí hablar con él, le dije que teníamos que hablar con urgencia.
—Bien, Paula. Pero conociéndote habrás hecho un drama de nada.
—Qué gracioso… —le contesté, y colgué con rapidez sin dejar que terminara de hablar.
Ahora, mientras escribo, sigo sin entender qué puede ver esa chica en mi hijo. Dani es infantil, y aunque parezca una tontería en esta edad, dos años se notan. Por lo general, las chicas maduran mucho antes que ellos, por lo tanto no me cabe en la cabeza que esa jovencita esté saliendo con un muchacho cuya mayor preocupación es jugar a la
play
o al ordenador. No me cabe en la cabeza. Claro que puede que ella sea más infantil que él, aunque lo dudo, no tiene ninguna pinta… ¿Se habrá encaprichado de mi hijo?
A veces me sorprendo de cómo pasan los días, las semanas, los meses… ya hace más de un año que Sergio y yo nos conocimos. Me parece estar viéndolo la primera vez que entró en mi despacho cuando yo esperaba la visita de Félix y me quedé estupefacta al ver ante mí esa mirada y esa sonrisa que me tienen cautivada.
Cierro los ojos y vuelvo al pasado dejando que mi mente se llene de imágenes que deseo mantener en mi memoria y no olvidar, sobre todo cuando contemplo cómo mis hijos se hacen mayores y se van alejando cada día un poco más de mi. La otra tarde me dio por mirar uno de los álbumes de fotos de hace años. Ya no me duele contemplar a Miguel, antes me producía tanto dolor que se me escapaban las lágrimas, pero ahora me es tan indiferente que yo misma no me creo que no me importe nada. Tal vez porque tengo la sensación de que mi vida ha empezado con Sergio, y que ese pasado con Miguel ya no existe, o he querido desterrarlo al exilio de la inconsciencia.