Me llevé a los niños y a mi madre una semana al Sur, donde disfrutamos del calor, a veces excesivo para mi gusto, y me olvidé del estrés, del trabajo, de los problemas cotidianos. Hablé con Sergio todos los días, y si me alegré de hacer la maleta para volver, solo fue por él.
En cuanto pude fui a su encuentro. Era casi la hora de cenar. Sabía que estaba en su oficina, pues me había avisado de que tenía mucho trabajo por hacer y que se quedaría hasta tarde.
Una de las secretarias, que se iba en ese momento, me abrió con la llave.
—Está en el despacho. Y solo —añadió con una sonrisa.
—Gracias.
Asomé la cabeza por la puerta entreabierta.
—¿Puedo pasar?
Levantó la vista y soltó los papeles que tenía en la mano.
Vino hacia mí.
—Paula, cariño.
No le había avisado de que iría a buscarle, en realidad se suponía que él pasaría por casa a verme.
Me besó.
—Deja que te vea.
Apartándose me miró con detalle.
—Estás preciosa.
El sol había bronceado ligeramente mi piel y me había llenado el escote de pecas, algo que a él le pareció delicioso.
Volvió a besarme una y otra vez, haciendo que mi libido se disparara.
—No hay nadie —me susurró al oído—. Estamos solos, y quiero hacerte el amor ahora…
—Humm…
Me derretí con solo oírlo y entonces fui yo quien lo besó con ansia.
Avanzamos sin dejar de besarnos, suspirando, gimiendo, y tan excitados que creo que ni nos dábamos cuenta de lo que hacíamos. Me hizo caer sobre el sillón con suavidad.
Se agachó y recorrió con sus manos mis piernas por debajo del vestido. Deslizó mis coquetas braguitas, recién estrenadas, poco a poco, haciéndome suspirar de impaciencia.
—Sergio…
Luego tiró de mis rodillas dejando mis nalgas al borde del asiento separándome las piernas.
Hundió su rostro entre mis muslos.
—Oh, oh… por favor… —exclamé agarrándome a la butaca para no caerme.
Acabamos sobre la alfombra sin ropa embriagados por un inmenso placer.
—Dios Mio —exclamé mientras me vestía—, si me viera mi madre.
Se rio con gana.
—Peor sería que te viera la mía.
—O las dos a la vez… —bromeé.
—Toma… —dijo lanzándome el sujetador.
Me acerqué a él sonriendo.
—Ahora confiesa. ¿Cuántas mujeres han pasado por este despacho?
Puso una sonrisa encantadora.
—Alguna que otra…
Le miré.
—¿En serio?
—Pero por otros motivos, Paula —se rio—. No seas mal pensada.
—Ah…
—Ya sabes que no soy nada promiscuo —bromeó.
—Humm… —murmuré mirándolo de reojo.
Me besó.
—Tú has sido la primera, te lo aseguro.
Me reí.
—¡Qué ilusión!
Me abrazó y me volvió a besar.
—¿Me invitas a cenar, Sergio? ¡Me muero de hambre!
—Te invito a lo que quieras, cariño.
Después de cenar nos refugiamos en su apartamento para seguir entregándonos a los maravillosos placeres que solo puede proporcionar el sexo.
Vicky regresaba entusiasmada con la idea de pasar el resto del verano junto a Álvaro, pero un día antes de llegar él le comunicó por teléfono que se iba a Londres. La excusa era practicar el idioma, pero adiviné enseguida que todo había sido una artimaña muy estudiada por Lidia para alejarlo de mi hija.
Si piensa que con eso va a conseguirlo, está muy equivocada. Basta que les prohíbas algo para que lo tomen con más entusiasmo. Por lo que sé, siguen llamándose por teléfono y hablan por el Messenger, dudo mucho que se vayan a olvidar el uno del otro, si es eso lo que pretende.
Hemos estado en el pueblo quince días. Sergio también. Desde la primera noche compartió mi cama. A ninguno de mis hijos pareció extrañarles, más bien creo que lo tomaron como algo natural.
Eso no significa que la relación de Sergio y Dani haya sido estupenda. Me ha sorprendido la infinita paciencia que ha tenido con mi hijo cuando este se dedicaba a decir bobadas o indirectas que iban dirigidas a él, o le contestaba de mala manera con la única intención de provocarle. En mi interior se me removía todo, y si me contuve e hice un esfuerzo por mostrar indiferencia, fue por no causar problemas. Si Sergio se ponía a ver las noticias en la televisión, él llegaba y cambiaba el canal sin preguntar, o si yo le ordenaba que le avisara de que íbamos a comer, a cenar, o lo que fuera, nunca lo hacía, le pasaba la orden a su hermano diciendo: dile al novio de mamá… dile a ese… o cosas similares, y era incapaz de dirigirse a él por su nombre, se limitaba a decirle; tío, aun sabiendo lo mucho que me ofende. Aunque creo que por ese motivo lo hizo y sigue haciéndolo.
Podía notar su tono despectivo cada vez que lo mencionaba y a continuación el murmullo de mi madre: pero este niño…, qué poco respeto…
Sergio se limitaba a sonreír haciéndose el sordo.
Él y yo lo habíamos hablado. Los dos sabíamos que la única manera de tener una convivencia tranquila era no caer en la provocación de un adolescente como Dani. Y lo logramos. No sé cómo conseguí no perder la paciencia. Creo que el calor, las vacaciones y el apoyo de Sergio, fue lo que me ayudó.
Nos encontramos con Víctor cerca de la playa. No había vuelto a verlo desde el incidente de Navidad, pero sabía por mi hermana que había dejado de visitarles y evitaba hablarles cuando se encontraban, aunque no les había retirado el saludo.
Yo iba de la mano de Sergio paseando cuando casi chocamos con él y su acompañante, una pelirroja madura, de muy buen aspecto, a la que llevaba enlazada por la cintura. Él bajó la vista cuando pasó a mi lado, y yo torcí la cabeza al mismo tiempo hacia Sergio, al que sonreí. Recordé que nunca le había contado lo sucedido, y casi estuve a punto de decírselo en ese momento, pero lo pensé mejor y preferí olvidarme del asunto. Me pareció lo más acertado.
Y ahora que los dos hemos vuelto al trabajo, y que los chicos, como todos los años, han querido seguir en el pueblo con mi madre, disfrutamos de una intimidad absoluta. Decidimos convivir juntos lo que queda de verano, por eso se ha instalado en mi casa. ¿Y qué puedo decir? Despertar pegada a él, hacer al amor sin prisas, sin mirar el reloj, sin robarle horas al sueño… Aunque no siempre es del todo cierto, por la mañana, por la noche, a cualquier hora, por toda la casa, sin planearlo, cuando surge… es humm… fantástico.
Echo de menos a mis hijos, no lo voy a negar. El silencio es tan abrumador que me parece que estoy en otro mundo o en otra dimensión, sin escuchar voces, peleas, música a todo volumen o portazos…
Todos los días los llamo por teléfono porque si espero a que ellos me telefoneen puede darme el siglo que viene. Todavía tardarán una semana en llegar. Aprovecharé estos últimos días y disfrutaré de la inmensa calma y paz que reina en la casa.
No me agradan para nada las fiestecitas que tanto le gusta organizar a Félix. Creo que solo lo hace para hacerse notar, rodearse de gente y sentirse el centro de atención de todo el mundo.
Siempre van los mismos: amigos, conocidos, clientes… la mayoría van con la única intención de atiborrarse a canapés y a bebida, sin ningún interés de hablar de negocios o de contratos laborales. Incluso me atrevería a decir que muchos van a ver si ligan y pueden llevarse a alguien a la cama.
Yo estaba charlando junto a Sergio y varios conocidos, cuando Félix interrumpió la conversación para presentarles a una chica joven, de unos treinta años. La reconocí al instante, era la rubia a la que había visto junto a Sergio en la primera fiesta a la que asistí de su empresa.
—¡Sergio! —exclamó al verlo.
Le dio un par de besos en la mejilla y observé cómo le miraba con indudable entusiasmo.
—Cuánto tiempo —dijo sin apartar la vista de él.
La observé con detenimiento. Reconozco que era guapa y con una figura envidiable, marcada por el ceñido vestido que llevaba.
—Cariño —le dije—, ¿no nos vas a presentar?
Me la presentó, Se llamaba Laura. No se acercó ni me dio dos besos, ni siquiera la mano. Solo hizo una mueca extraña a modo de saludo y volvió la mirada a Sergio con rapidez.
—¿Y qué tal? ¿Cómo te va la vida?
En ese momento Félix le ofreció una copa que ella aceptó sonriendo. Y yo aproveché para pegarme a Sergio y agarrarme de su brazo.
Noté el gesto contrariado de Laura, que me miró como si estuviera haciendo algo terrible.
—Tienes razón, Félix —dijo volviéndose hacia él—. No sé qué puede ver tu hermano en una cuarentona llena de hijos que ni son suyos.
Sergio y yo lo miramos. Fue la primera vez que vi a Félix avergonzado. Se había puesto rojo y miraba a la chica atónito. Seguro que no se había imaginado que Laura fuera a soltar semejante afirmación.
Pero si él estaba desconcertado, yo estaba perpleja. Sentí cómo me llenaba de indignación.
—¿Sabes, Félix? —Le solté—. ¡Que te jodan!
Lo dije lo suficientemente alto para que todos los que estaban alrededor se volvieran y nos miraran.
—Pa… Paula… —oí decir a Sergio, pero yo ya me iba a la recepción dispuesta a coger el bolso e irme a la calle. No tenía las llaves del coche, pero no me importó. Iría caminando. No pensé en si Sergio iba a salir detrás de mi. Solo quería alejarme.
Gracias a que la fiesta la habían hecho en un hotel muy céntrico no tardé mucho en llegar.
En casa me dirigí al salón. Todo estaba oscuro. Vi cómo parpadeaba la luz del teléfono. Escuché los mensajes. Era mi madre diciéndome que llegaban al día siguiente por la tarde para que fuera a buscarla a la estación de autobuses.
Me quedé sentada en el sofá. Noté que se me cerraban los ojos.
—¿Paula?
Sergio me miraba desde la puerta.
Me incorporé. Me había quedado dormida, pero no habían pasado ni quince minutos desde mi llegada, por lo tanto deduje que había salido disparado detrás de mí.
Se acercó y, sin apartar los ojos de los míos, me besó. Lo hizo con tanta ternura que me emocionó. Le rodeé el cuello con los brazos y dejé que continuara besándome, despacio, en el rostro, en los labios, en los ojos… Sentía su amor en cada roce de su boca en mi piel. Mi respiración se alteró al mismo tiempo que la suya.
—Te quiero —me dijo en un susurro.
Hicimos el amor de forma lenta, sin prisas, recorrió mi cuerpo con besos y caricias hasta que me dormí entre sus brazos. Era la última noche que pasaría en mi casa. Todavía no se había ido y ya empezaba a extrañarlo.
Si yo me sentía dolida por lo de su hermano, Sergio mucho más. Podía leerlo en su rostro cuando lo comentamos en el desayuno.
—Ya sabes cómo es Félix. Tampoco hay que hacerle caso —me dijo—. Querría hacerse el interesante delante de Laura. No hay que tenérselo en cuenta.
Lo excusaba como hermano. Luego me explicó que conocía a Laura desde que era una niña, ya que sus familias conservaban una amistad de muchos años.
—Es evidente que le gustas —dije.
—Yo solo puedo verla como una niña, Paula. La conozco de toda la vida. No me interesa, nunca me ha interesado. En cambio, Félix daría algo por liarse con ella…
—Qué patético —exclamé.
Me explicó que Félix se había disculpado alegando que había sido una broma, que nunca lo había dicho en serio. Luego él había salido detrás de mí, pero no me vio por ningún lado. Tuvo que ir por el coche que estaba aparcado varias calles más abajo y llegar hasta casa.
—Félix no tiene nada contra ti, Paula. Estoy seguro. Todo lo contrario. Siempre me ha hablado maravillas de ti.
—No importa —dije.
Me besó.
—Lo tengo difícil con tus hermanos —bromeé—. Primero Lidia, ahora Félix… Menos mal que a tu madre le caigo bien.
—Mi madre te adora, cariño. Lo digo en serio. Y a los demás también les caes muy bien. Lo de Lidia no tiene nada que ver contigo, Paula. Fue por Vicky, en serio.
Me acerqué a él y me senté sobre sus rodillas.
—Bueno, sea como sea, reconozco que también tú tienes que aguantar a mis hijos… Así que haré un esfuerzo y soportaré a tus hermanos.
Se rio.
—Entonces estamos empatados —bromeó.
Me alegré tanto de ver a los niños que los abracé y besé emocionada cuando bajaron del autobús, lo mismo que a mi madre.
Sergio había recogido su ropa y sus cosas poco antes para irse a su apartamento.
—Te echaré de menos —confesé.
—Y yo mucho más —contestó besándome.
Habían sido unas semanas muy felices para ambos. Hasta estábamos pensando en posibilidad de plantearnos vivir juntos más adelante. Claro que no era lo mismo convivir solos que con los chicos. Por eso queríamos estar muy seguros antes de dar ese paso.
La que venía con cara de pocos amigos era Vicky. Llevaba varios días sin saber nada de Álvaro y estaba furiosa. No le devolvía las llamadas ni le contestaba a los emails… estaba muy preocupada.
—Es que ya pasa de mi, mamá —me dijo en casa—. Esa bruja lo ha conseguido —añadió refiriéndose a lidia—. ¿Sergio no te ha dicho nada?
—No. Tampoco le he preguntado ni hemos hablado del tema.
—Pues podías preguntarle…
—Ni hablar. No estamos dispuestos a interferir en cosas de familia, ya lo sabes. Es cosa vuestra.
—Claro… Cómo no te interesa.
—Vicky… —le advertí—, tengamos la fiesta en paz que acabas de llegar.
Aunque la relación con ella había mejorado muchísimo, de vez en cuando me soltaba alguna impertinencia o me contestaba de mala manera. Entonces le recordaba lo que había prometido y optaba por una de estas dos cosas: o se disculpaba o salía dando un portazo y protestando, según lo enfadada o molesta que estuviera.
Cinco días después me confirmó llorando que Álvaro la había dejado. Hacía más de una semana que había vuelto de Londres, pero ni la había llamado. Se encontraron por casualidad en la calle, hablaron y él le dijo que de momento solo deseaba centrarse en la carrera.
La consolé.
—Hay miles de chicos en el mundo, Vicky. Te enamorarás de nuevo.
—Sí, ya. Seguro que te alegras.
—No… no digas eso. No es verdad.
—¿Qué no? Claro que te alegras. Así no causaremos más problemas a la familia —dijo con rabia—. Y no pienso ir más a esa casa. Ni a comer ni a nada.
Suspiré.
—Está bien —dije por no oírla.
Aunque Sergio y yo visitamos a su madre varias veces, en todo el verano no hubo comidas familiares. Entre las vacaciones de unos y otros, y que Mercedes también había estado fuera, no nos habíamos vuelto a reunir. Ahora me imaginé que empezaríamos de nuevo. Casi prefería que no. Después del enfrentamiento con lidia, la desagradable situación con Félix, y ahora lo de Vicky… mejor no pensar en ello. ¡Qué desastre! Lo veía venir, sabía que lo de la parejita feliz se acabaría. Los dos eran muy jóvenes… También Lidia se había empeñado en apartarlo de mi hija hasta conseguirlo. Seguía teniendo a su niño pegado a sus faldas, y estaba visto que el chico aún se dejaba dominar por su madre.