Estaba en el baño.
—Vicky, abre la puerta.
Tardó en abrir. Entré y cerré.
—¿Qué pasa? —preguntó con chulería.
—Eso digo yo. ¿Qué pasa, Vicky? ¿Qué tengo que pensar?
—Pensar… ¿pensar de qué?
—¡Mírate! —le dije agarrándola del pelo.
Reconozco que casi la empotré contra el espejo.
—¿Te estás viendo?
Se quejó de que le estaba haciendo daño y la solté.
—Quiero una explicación. ¿Tienes otra vez novio o eres de las que cada fin de semana se enrolla con uno distinto? —pregunté alterada.
Soltó un bufido y me dijo que la dejara en paz.
—¿Estás saliendo con alguien? —pregunté.
Volvió a decirme que la dejara tranquila, pero ante mi insistencia acabó diciendo que sí.
—¿Y no puedes decirlo? ¿Por qué lo ocultas? Luego quieres que confíe en ti…
—He vuelto con Álvaro —añadió interrumpiéndome.
—¿Ehhhh? ¿Con Álvaro? ¿Cómo que con Álvaro?
—Nos queremos, mamá. ¿Por qué te enfadas?
—¿Por qué no me lo has dicho?
—Después de la que se armó la otra vez, mamá, no queremos más líos.
—Mira, Vicky. Yo no tengo nada contra ese chico, nada. Pero ya sabes cómo es su madre, así que, por favor, no te busques problemas innecesarios. Y dile a Álvaro que la próxima vez tenga más cuidado. No hace falta que sea tan apasionado ni que deje huellas para demostrar lo mucho que te quiere. ¿De acuerdo? No hace falta que marque territorio…
—¡Ja!… —exclamó—, no creo que sea para tanto. Seguro que tú…
La miré airada y se calló. Me imaginaba lo que iba a continuación. Que seguro que a mi también me había pasado alguna vez. Puede, pero no tenía ninguna intención de comentárselo.
Había sido siendo novia de Miguel y me pasé los días siguientes con un pañuelo al cuello. Como era muy aficionada a ponérmelos, nadie se extrañó. Y si mi madre lo percibió no me dijo ni una palabra. Desconozco si por pudor propio o porque no se atrevió a decírmelo, claro que entonces se consideraba de muy mal gusto y estaba muy mal visto, ya que los chupetones eran un sinónimo de «chica fácil» o cosas peores.
—Tomaros las cosas con más calma. ¿Y desde cuando estás con él? —le pregunté más tranquila.
—Desde antes. Quiero decir que desde hoy.
—¿Eh? Oh, Dios —dije abriendo la puerta y saliendo a toda prisa.
—Pero qué… —la escuché murmurar.
¿Desde hoy? ¿Se reconciliaron y ya se habrían ido a la cama sin más? Prefería no saberlo. ¿Otra vez con Álvaro? Pero ¿por qué? ¿Cómo se lo tomaría Lidia ahora? ¿Más problemas?
Sergio estaba poniendo en marcha el lavavajillas después de colocar las copas dentro.
—Adivina —dije con desgana.
Me miró.
—¿Qué pasa?
Suspiré.
—Tu querido sobrino y me encantadora hija se han reconciliado —afirmé.
Sonrió.
—Perfecto. Siempre dije que hacían una bonita pareja.
—Sergio… hablo en serio.
—Yo también.
Me abrazó y me besó. Hundió su lengua en mi boca haciéndome temblar de gusto.
—Vamos… —le susurré al oído.
Nada más cerrar la puerta de la habitación empecé a desabrocharle la camisa.
—Hum… ya veo que tienes prisa.
—Me muero por seducirte.
Sonrió.
—Soy todo tuyo, cariño.
Creo que mi necesidad repentina de deseo sexual se debió a que ansiaba olvidarme de todo, de los problemas, de mis hijos, de mi ex… y de mi misma. Solo quería perderme en Sergio, que como siempre me supo complacer hasta el delirio. Nos quedamos dormidos jadeantes y llenos de sudor, pero satisfechos.
Me quedé sorprendida cuando al descolgar el teléfono oí la voz de Lidia. Nunca me había llamado, y mucho menos al trabajo.
—Ah, Lidia. Hola. ¿Cómo estás?
—Hola, Paula. Muy bien, gracias. Te llamo para invitaros a comer el sábado. ¿Vendréis, verdad?
—¿Eh? Sí, supongo que sí…
—Muy bien, Paula. Hasta el sábado entonces.
Colgué. ¿Y ahora qué? ¿Sabrán qué Vicky y Álvaro han vuelto? Tenía que preguntárselo a mi hija al llegar a casa. No quería más problemas con los Lambert. No quería más sorpresas desagradables. Ni una sola.
—Claro que lo saben —me contestó Vicky—. Puedes estar tranquila, mamá.
Suspiré.
—Me alegro.
—Pero de todos modos, me odia.
—Vicky…
—Es la verdad, mamá. Me odia…
También pensé en Félix. No lo había vuelto a ver desde el incidente de la fiesta, pero no me preocupó.
Preferí seguir el consejo de Sergio y no hacerle caso ni tomármelo a mal. No merecía la pena. Ya veríamos cómo resultaba todo el sábado.
Mi ex se dignó a aparecer después de que le dejara varios mensajes en el móvil. Enseguida le expliqué todo lo sucedido con Dani, desde lo del colegio hasta la conversación que habíamos tenido sobre su deseo de volver a vernos juntos.
—No quiero que le vuelvas a meter esas ideas estúpidas en la cabeza. Sabes muy bien que no voy a volver contigo, Miguel. Jamás. Y quiero que la próxima vez que lo veas, se lo digas.
—Si no estuviera Sergio, ¿dirías lo mismo?
Le miré y sonreí.
—Exacto. Te diría lo mismo.
Sonrió torciendo el gesto.
—Y ni se te ocurra decirle que es por mi culpa o por la de Sergio.
—¿Algo más? —preguntó con rabia.
—Si no, no dejaré que los veas.
Se rio con burla.
—Eso no puedes hacerlo, Paula. Lo sabes.
—No me pongas a prueba, Miguel. Y además, para lo que te importan…
Me miró enfadado.
—No me vengas con el rollo de que eres la madre perfecta, Paula.
—Supongo que no… pero tú como padre dejas mucho que desear. Que me pases un cheque mensual no lo es todo…
Se levantó de la silla con furia.
—Está bien —dijo—. Intentaré ayudarte con Dani. Le haré comprender que Sergio será un padre estupendo para él —añadió irónico.
—¿Eso es lo que te preocupa? —pregunté levantando la voz.
—Me preocupan muchas cosas, más de las que crees —contestó apoyando las manos sobre la mesa e inclinándose hacia mi—. Una de ellas son mis hijos…
—Bien… pues empieza a demostrarlo, Miguel. Ya es hora de que te comportes como un padre, no como un colega que solo está para divertirse con ellos —le espeté— y de tarde en tarde, cuando tienes tiempo…
—Muy aguda, Paula
Se giró y salió de mi oficina dando un fuerte portazo. Furiosa lancé el bolígrafo que tenía en la mano al otro lado de la mesa.
—Cabrón…
Dos minutos después apareció Sergio, por el que me enteré de que se había cruzado con él en la escalera. Se había limitado a saludarlo sin más, pero Miguel lo paró para intentar hablarle de mi. Sergio se quedó pasmado, pero con mucha educación le dijo que con él no tenía nada que hablar, y menos de mí.
—¿De qué va? —Me preguntó Sergio—. ¿Ahora quiere ser mi amigo íntimo?
—Ni caso, Sergio. Si no se entiende ni él…
—¿Sabes lo que le pasa a ese? —Me preguntó Sandra poco después refiriéndose a Miguel.
—No.
—Muy fácil. Se muere de celos por Sergio. Mientras no tenías a nadie, le traía sin cuidado, pero ahora no soporta que estés con otro.
—Puede ser. Es muy probable.
—¡Hombres!… —exclamó con rabia—. Son todos iguales.
Estaba segura de que Sandra tenía razón. Miguel no solo no soportaba verme con otro, también le desesperaba estar sin Sonia. Las dos cosas juntas eran demasiado para su ego.
—Es como el refrán —dijo Sandra convencida—: «Ni quiere la pera, ni que otro la coma».
—Exacto, Sandra. Has dado en el clavo.
Yo sabía que su deseo de volver conmigo era puro cuento. Sabía perfectamente que me negaría, que jamás volvería a admitirlo en mi casa… pero aun así prefería jugar a intentar conquistarme de nuevo. Y lo que me dolía era que dañara a los niños, algo por lo que no estaba dispuesta a pasar. De ahí su rabia y su enfado iracundo.
—No voy a consentir que ese tío interfiera en la educación de mis hijos —me gritó por teléfono esa misma noche cuando volvió a llamarme.
—Olvídame, Miguel —le respondí.
Colgué y desconecté el móvil, pero a los pocos segundos sonó el fijo de casa. Otra vez con lo mismo.
—¿Quieres dejarme en paz? ¿Qué te pasa? ¿Estás bebido o qué?
Se ofendió y esta vez fue él quien colgó.
La comida en casa de Mercedes resultó muy bien. Tan cariñosa y amable como siempre, la madre de Sergio, se deshizo en halagos hacia mi, cosa que agradecí con una sonrisa.
—Veo tan feliz a Sergio… —me comentó.
—Yo también estoy feliz con él —confesé.
—Me alegro, Paula. Me alegro mucho.
Reconozco que al principio estuve un poco cohibida, más que nada inquieta por ver la reacción de Lidia al verme. Todos estuvieron sonrientes. Incluso Félix quiso hablar conmigo a solas. Se acercó cuando estaba en la terraza observando cómo los chicos lanzaban una pelota al perro.
—Paula, quiero pedirte disculpas por lo que sucedió el día de la fiesta…
Me miró. Puso cara de angustia. Parecía que lo sentía de verdad.
—No te preocupes, Félix. Está olvidado.
—Laura es una chiquilla y no ha sabido interpretar mis palabras. En ningún caso he querido ofenderte, ni a ti ni a Sergio. Fue una broma… como sabes, ella está enamoradísima de él… y bueno…
Se calló.
—Olvídalo, Félix. No tiene importancia…
Tampoco quería que me contara ninguna historia sobre Laura y su enamoramiento hacia mi pareja. No me interesaba.
—Uff… pues no sabes el peso que me quitas de encima… estaba muy preocupado.
—Ya…
No creo que estuviera tan preocupado. Había dejado pasar más de un mes desde la fiesta y no había tenido ni la consideración de disculparse antes.
Le sonreí.
—No te preocupes más, de verdad —le repetí—. No tienes motivos.
—Gracias.
Me di la vuelta y entré en el salón.
—Qué capullo… —murmuré por lo bajo.
En ese momento Sergio se acercó a mí.
—¿Todo bien, cariño?
—Muy bien, Sergio. De maravilla…
Aunque Vicky y Álvaro no se separaron ni un momento, solo hablaban entre sí, y tan bajo que era imposible oírlos. Capté desde el principio las miradas inquisidoras de Lidia a mi hija. Seguro que sigue sin estar de acuerdo con la relación, aunque aparentemente no lo demostró en absoluto. Aun así noté su tirantez y su esfuerzo por sonreírme después de posar la vista sobre ellos.
—Parece ser que tu hija y mi hijo se han reconciliado.
—Sí, eso parece.
—Qué bonita pareja… —susurró.
Sí, hacían una pareja estupenda, pero a lidia seguía sin agradarle mi hija, por mucho que tratara de ocultarlo.
«Qué manera de mentir», pensé. Me sonó tan falso que su voz me chirrió en los oídos.
Sonreí.
—Ya…
A continuación se produjo un silencio entre las dos. Nos miramos sin pronunciar palabra.
—Ya está la comida —anunció Mercedes.
Menos mal. Un segundo más y no hubiera podido resistir tanta tensión ni tanta hipocresía.
«¿A quién se parece Sergio?», me pregunté. A ninguno. Es totalmente diferente a sus dos hermanos. Me acerqué a él impaciente por tenerlo cerca y fue cuando me sentí mucho mejor.
Él estaba disfrutando de vernos a todos juntos y en plena armonía. Ni siquiera se había dado cuenta del tenso ambiente existente en aquella estancia. Los únicos que se salvaban eran su madre y su cuñado Álvaro. El resto, mejor ni pensarlo.
Que Dani estuviera siempre en las musarañas era algo que no me cogía de sorpresa, pero que llevara dos semanas sin pelearse con sus hermanos y en plena concordia con Sergio y conmigo, me resultaba de lo más extraño. Y además parecía contento. No contestaba de mala manera y hasta era capaza de ceder a Alejandro el ordenador o la
play
para que jugara. Me tenía tan sorprendida que ni era capaz de reconocerlo. Me hizo sentirme orgullosa. «Eso es que está madurando», pensé satisfecha. Dentro de unos meses hará dieciséis años y en algo tiene que notarse.
Habían estado con su padre y cuando les pregunté cómo les había ido, él se encogió de hombros.
—Ya sabes como es papá —dijo enseñándome cien euros que sacó del bolsillo.
—¿Cien euros?
—Nos ha dado cien a cada uno. Dice que como no ha podido llevarnos de viaje, que nos compremos lo que queramos.
Puse una sonrisa forzada.
—Qué bien… qué pronto lo soluciona todo.
Pensé que Dani iba a protestar pero me dio la razón.
—Sí, mamá. Pasa un huevo de nosotros pero lo arregla con dinero…
—Dani, no te pongas así. Tampoco es eso…
Me interrumpió.
—No, mamá. Es la verdad.
Me quedé perpleja. La primera vez en la vida que no había salido en su defensa.
De la noche a la mañana, mi hijo empezó a preocuparse por la ropa, por echarse litros de colonia y peinarse, cuando hasta hace bien poco le traía sin cuidado toda esta serie de detalles y le daba igual llevar la misma camiseta dos día seguidos. Ahora es capaz de pasarse media hora ante el espejo probándose ropa antes de salir de casa.
Me imaginé que una chica era la causa de tanto cambio repentino, pero por más que intenté sonsacarle información, no conseguí nada.
—No seas pesada, mamá. No me pasa nada, y déjame en paz.
—Es normal, está en la edad —dijo Sandra cuando se lo comenté.
Sí, estaba en la edad y era del todo normal, así que no le di ninguna importancia.
—Con lo tímido que es —añadí confiada—. No se parece a Vicky, gracias al cielo.
—Claro, ni comparación, Paula. Nada que ver.
Después de dejar a Alejandro en una fiesta de cumpleaños de un amigo suyo, Sergio y yo nos fuimos a dar una vuelta por el paseo marítimo. Hacía una tarde espléndida de sol a pesar de estar ya en noviembre. Hasta hacía un calor poco habitual para esa época del año. Me llevaba cogida de la mano y caminábamos despacio aspirando el olor del mar y observando el bonito paisaje de las olas chocando contra las rocas.
Pasamos frente a un puesto de helados y se me antojó comprarme uno. Después de quitarle el envoltorio a mi bombón de nata y tirarlo a la papelera, me quedé petrificada en el sitio cuando al levantar los ojos, mi vista se quedó clavada en un muchacho que, apoyado en la barandilla, se dejaba besar por una jovencita pegada a él.