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Authors: Jens Lapidus

Tags: #Policíaca, Novela negra

Una vida de lujo (27 page)

BOOK: Una vida de lujo
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Oyó un estallido fuerte. Después la voz de Tom en el
walkie
:

—¡Abbou
, pedazo de explosión!

Después: la puerta de un coche que se abría. Tom tenía que haberlo hecho ya: había colocado la falsa bomba y prendido fuego al coche incendiario.

La pasma lo tendría difícil para salir de su comisaría. La unidad de desactivación de bombas se tomaría su tiempo. Estúpidos hijos de puta.

—Teníais que haberlo visto —gritó Tom.

Jorge trató de echar una risa para acompañar.

—Ahora sal de ahí inmediatamente. Y pásame las noticias de los demás.

Bajó el
walkie-talkie
. Los tíos, hasta ahora: lo estaban haciendo de puta madre.

Jorge se bajó de la furgoneta junto con Sergio. Caminaron hacia el restaurante.

Jimmy había descrito la pala cargadora: una Volvo Construction Equipment amarilla de diecinueve toneladas. Gorda como una montaña de cemento. El tío lo había conseguido: había hablado con contactos de contactos en el sector de la construcción que le habían ayudado a comprarla de un receptador de materiales de construcción de Skogås por treinta mil en
cash
. De todos modos, era barato para un monstruo.

Sería imposible no encontrar el gigantesco vehículo.

Sergio se giró hacia Jorge. Estaba pálido.

—Hombre
, si esto sale a tomar por culo, ¿qué abogado querrías?

Pregunta de pesimista. Pero importante. La última vez que Jorge fue condenado le había tocado un tipo asignado por el juzgado. No parecía mal tipo, pero no era demasiado astuto. Fue hace mucho tiempo. Antes de que se convirtiera en gánster de verdad. Antes de que se convirtiera en el rey de coca del cemento. Antes de que fuera a vivir a Tailandia.

—Pues mira, no lo sé —contestó Jorge a Sergio—. El de la otra vez no. Quizá Martin Thomasson, o ese Jörn Burtig. Me han dicho que son la hostia. Luego está la nueva estrella. El tío alto ese, Lars Arstedt creo que se llama.

Sergio estaba callado.

—Pero qué cojones,
hermano
, no seas tan
pesimista
, no nos van a pillar —dijo Jorge.

Dieron la vuelta al edificio hasta llegar a la parte trasera. Grandes ventanales que daban al agua. Madera pintada de marrón.

Un pequeño aparcamiento. Tres coches: un Volvo, un Audi, otro Volvo. Tres plazas vacías.

Ninguna pala cargadora.

—Iba a estar por aquí, ¿no? —preguntó Sergio con voz chillona.

Jorge echó un vistazo al lugar. No vio nada que se pareciera remotamente a una pala cargadora.

Llamó a Tom.

—Pregunta a Jimmy o Robert dónde está la pala.

Tompa volvió al cabo de veinte segundos.

—Se supone que tiene que estar ahí, los dos lo dicen.

¿Cómo era posible?

Jorge no lo pillaba. La cabeza noqueada.

No había ninguna pala cargadora.

NINGUNA PUTA PALA CARGADORA.

Mil pensamientos al mismo tiempo.

Como bombas estallando en la mollera.

Gritó.

Sus tripas estallaron.

Uno de los pensamientos arrasó con todos los demás: ahora todo se iba a la mierda.

Vomitó por todas partes.

Capítulo 23

H
ägerström no tardó en volver a la ciudad. Tenía una razón especial para viajar a Estocolmo. JW se iba de permiso, veinticuatro horas, y Hägerström lo escoltaba hasta Estocolmo. Ahora los permisos eran más frecuentes, puesto que tenía que adaptarse a una vida fuera de los muros.

JW y él en el coche de traslados de la penitenciaría. Había sido un viaje interesante, habían conversado. Hägerström ya estaba entrando. Entrando en el mundo de JW. Y Torsfjäll estaba al tanto, si algo interesante sucediera en el día de hoy, estaría disponible.

Estaba
under cover
en dos frentes a la vez. Sobraba uno.

Varias semanas en la cárcel. Varias semanas de acercamientos, adulaciones e intentos de ganarse la confianza de JW. Tal vez estuviera cerca de conseguirlo.

Pero JW seguía tomando precauciones exageradas. Era más paranoico que un embajador americano tras lo de Wikileaks. Convencido de que la pasma había pinchado sus conversaciones telefónicas y visitas. Y con razón, claro. Además, Hägerström hacía lo que podía por reforzar estas ideas; cuantas más precauciones tomaba, más cosas pasaría a Hägerström.

Funcionó. JW había empezado a pedirle favores con cada vez más frecuencia. Pasa un mensaje por teléfono a
x
o
y
. Envía un SMS a este número con la siguiente secuencia numérica. Imprime esta carta y envíasela al banquero de este u otro sitio.

JW compró nuevas tarjetas SIM para el móvil constantemente; hacía llamadas de al menos cuarenta minutos todos los días. Los demás comenzaron a quejarse. Algunos le llamaban Judío en lugar de Empollón; el tío ocupaba la cabina de teléfono igual que Israel ocupa el Oriente Medio. Recibía visitas de Mischa Bladman una vez por semana. De hecho, dedicaba todo su tiempo de visitas a ese contable. Torsfjäll pinchó la sala de visitas, pero no sacó nada: o bien susurraban JW y Bladman entre sí, o bien utilizaban un lenguaje codificado.

JW podría haberle pedido a Hägerström que le metiera otro móvil, o una conexión a Internet. Pero Hägerström consiguió que los otros chapas incrementaran la vigilancia con respecto a estas cosas. Aumentaron el número de cacheos y los registros de las celdas de la sección. Encontraron recortes de revistas porno enrollados y metidos en perchas, anfetamina en dibujos que habían recibido de sus hijas de tres años, móviles metidos en espacios que habían sido tallados en la pared. JW se volvió aún más precavido. Se abstuvo de correr riesgos innecesarios.

Necesitaba a Hägerström más todavía.

Por las noches trató de analizar lo que en realidad estaba ocurriendo. La información que había sacado. Las combinaciones numéricas, los bancos a los que había llamado, los correos electrónicos que había enviado. Una estructura comenzó a tomar forma. Estaba realizando algún tipo de traslado. Liquidaban empresas, terminaban relaciones con sus contactos en los bancos, cerraban cuentas y transferían capital. Liechtenstein, islas Vírgenes, islas Caimán. Al mismo tiempo, montaban nuevas empresas, establecían contacto con otros bancos, abrían cuentas y transferían capital a otras jurisdicciones: Dubái, Liberia, Letonia, Bahamas, Panamá. Contrataban tarjetas de crédito, pedían garantías bancarias, enviaban avisos a cuentas. Podría tener algo que ver con nuevas leyes de discreción de algunos Estados.

Pero nunca había nombres suecos. Todas eran empresas extranjeras, y detrás de ellas: abogados extranjeros, contables u otros testaferros.

Torsfjäll vociferaba sobre actividades terroristas. Al mismo tiempo se quejaba de que no hubiera sacado nada importante de las escuchas. Exigía a gritos que sacaran la información del ordenador de JW, de alguna manera. Pero Hägerström tenía otras ideas.

Torsfjäll dijo que había puesto a un especialista en contabilidad de la autoridad de delitos económicos a revisar todo. Que estos putos países de negros tenían más discreción que la Säpo.
[39]
Que el contable había constatado que se trataba de un blanqueo de dinero avanzado, pero que no iban a poder conseguir ningún tipo de ayuda de los países donde estaban las cuentas bancarias.

Un problema era que apenas podían constatar cantidades de dinero que salían de empresas o cuentas en Suecia. Si hubieran descubierto grandes flujos de capital, habrían podido seguirlos hasta la fuente. Estas cosas eran más fáciles hoy en día.

JW y su gente tenían que llevar la pasta en
cash
. Con mensajeros. O, si no, les estaba ayudando algún operario de divisas de Suecia: un banco, una casa de cambio, una financiera o algo parecido.

La pregunta era cómo podrían demostrar que era ilegal.

De vuelta en el coche de transportes. Primero habían hablado de las cosas de siempre. La comida del trullo, otros presos, nuevas rutinas. JW no hablaba mucho de lo que quería hacer en su permiso.

Hägerström llevó la conversación hacia otro lado. Comenzó a soltar nombres. Viejos amigos del instituto y colegas de su hermana. Financieros, abogados, magnates industriales, herederos, amigos de la familia real. Hombres que habían nacido en el mundo que ahora les pertenecía. Hombres que vivían con sus familias ocupando
petits hôtels
enteros de Östermalm. Hombres de familias que habían tenido tierras en los alrededores de Uppsala durante generaciones. Hombres que habían sido modelos para JW hace cinco años, antes de que le enchironasen.

Hägerström seguía soltando nombres del círculo social de su hermana. Pasaba lo mismo ahí. Las colegas de Tin-Tin habían sido las reinas de Stureplan hacía cinco-diez años. Entonces JW había sido el
wannabe
número uno. Debería reconocer la mayoría de los nombres, podría preguntarse qué hacían hoy en día, dónde vivían.

Hägerström pronunció todos los nombres correctamente, mostrando de nuevo quién estaba al tanto. Wachtmeister con «k» y «e», Douglas con una «u» al principio. Y el más difícil de todos: Du Rietz, tenía que pronunciarse «Dyrrye».

Hägerström sabía que había dado en el clavo. Funcionaban. La debilidad de JW por la vida sofisticada: los estratos más altos,
la crème de la crème
. El deseo del tío de formar parte de un mundo al que no pertenecía. Pero ese era el mundo en el que Hägerström había crecido.

Antes de que Hägerström hubiera empezado a llevar mensajes para JW, puede que no le escuchara con demasiada atención. Pero ahora, JW absorbía todo como una esponja. Hägerström le contó cómo habían sido las invitaciones a la boda de su hermano. Todos los invitados habían recibido una gran caja por mensajería. Una botella de Lanson rosé, cremas solares y productos para la piel de Lancôme, y un DVD con una película encargada especialmente. Robert Gustafsson
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haciendo de guía en la casa paterna de los Bérard, burlándose, tomando el pelo a todo el mundo. Una pequeña tarjeta de invitación a la boda: «Destino desconocido. Tres días. Dejad los niños en casa. Dejad las tarjetas de crédito. Llevad el pasaporte».

Poco después, Hägerström quería sacar temas más calientes. Y parecía que JW entendía.

Los dos estaban solos en el coche. En realidad, iba en contra de las normas, pero Torsfjäll había tirado de sus contactos. Dos horas de viaje. Hägerström dijo que él había conseguido que los dos pudieran ir solos. Parecía que ya había preparado a JW lo suficiente. Ya no había razones para no ir al grano.

Pero JW se le adelantó.

—¿Tienes alguna idea de dónde soy? —dijo.

Hägerström lo sabía.

—No tengo ni idea, pero, si te soy sincero, no pareces encajar muy bien en una cárcel.

—Soy de Västerbotten. ¿No te has dado cuenta?

—En absoluto. Suenas más bien como si fueras oriundo de Östermalm. O si no, quizás incluso más de Lidingö. Tienes las íes de la zona.

JW dejó escapar una risita. Evidentemente, estaba contento con la respuesta de Hägerström.

—Estoy muy lejos de mis orígenes, ¿sabes?

Hägerström notó un cosquilleo en el cerebro. Ahora estaba entrando en terreno privado. El haber viajado lejos de sus orígenes no era necesariamente algo bueno en el mundo del que él venía. El hecho de que JW lo dijera significaba que se estaba abriendo.

—Estudié en la Facultad de Empresariales —continuó JW—. No me dejaron terminar mis estudios, ya que fui condenado, así que ahora estoy estudiando en la Universidad de Örebro. No me queda nada para terminar, solo me falta conocer las notas de mi trabajo de fin de carrera.

Hägerström se giró hacia él con una sonrisa torcida, guiñándole el ojo.

—¿Estudiando? —JW se limitó a sonreír levemente. Hägerström continuó—: Si te apetece, me encantaría presentarte a algunos contactos del mundo de los negocios cuando salgas.

—Suena interesante. ¿Qué contactos?

—Ya sabes, gente que necesita que le ayuden con su dinero. Los impuestos en este país obligan a la gente a pensar de otra manera, aunque, gracias a Dios, sí es cierto que hemos tenido un gobierno mejor en los últimos años.

—Desde luego, nadie podría estar más de acuerdo que yo. Vas a por la gente que lo ha hecho bien, ganando dinero, pero pasas de los asesinos y los violadores. Tú ya lo sabes, has sido tanto policía como chapas.

Estaba entrando en arenas movedizas. Se sentía cómodo con la nueva confianza de JW, pero había reglas de cómo hablabas de crímenes, incluso entre los criminales. La norma era no abrirse así como así. No había que confiar en nadie. No había que dejarse llevar. La información caliente podría llegar a ser una carga.

Hägerström mantenía los ojos en la carretera.

—Exactamente. Así que la gente necesita ayuda para entender lo que hay que hacer con el dinero después, para evitar las manos largas del Estado sueco y las habladurías.

JW se rascó el pelo con aire despistado durante un rato. Casi parecía que había perdido el interés. Interpretaba bien su papel.

—Vale, hablemos de esto… —dijo finalmente. Luego hizo una pausa. A Hägerström le dio tiempo a pensar:
Jackpot
. Después, JW continuó—: Cuando salga en libertad.

Mierda. Entonces tendría que esperar.

Aun así, tal vez era un éxito: JW había comprendido. Y lo había aceptado.

Fueron a Djursholm. JW pidió que le dejara en la avenida Henrik Palme. Hägerström tenía intención de engancharse. Vio cómo JW caminó por la avenida y dobló por la calle Sveavägen. Paró el coche. Salió de él. Anduvo deprisa hasta el cruce. Vio a JW ciento cincuenta metros más adelante. Dobló otra vez, a la izquierda.

Hägerström corrió como un poseso. Hasta el siguiente cruce. Tenía que llegar a tiempo para ver dónde se metía JW.

Justo a tiempo. JW estaba en la puerta de un chalé a cien metros de distancia.

Alguien le abrió la puerta. JW entró en la casa.

JW en un chalé de Djursholm. Esta no era cualquier urbanización de chalés. Era aquí donde estaban los chalés más grandes de Estocolmo. Los terrenos más grandes de cualquier gran urbe. Este era el más pijo de los barros pijos; todo lo demás era segunda clase en comparación. Y era aquí donde JW había elegido ir en su permiso.

Hägerström se metió en Hitta.se y comprobó la dirección. No tenía dueño registrado. Llamó a Hacienda. Una empresa británica era propietaria de la casa: Housekeep Ltd. Muy sospechoso.

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