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Authors: Jens Lapidus

Tags: #Policíaca, Novela negra

Una vida de lujo (31 page)

BOOK: Una vida de lujo
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La vio a treinta metros de distancia. Seguía caminando. Bloques de viviendas más adelante. La chica aflojó el paso. Se metió en un portal: el número 31 de la calle Råsundavägen.

La casa tenía cuatro plantas. Una cajita en la puerta para introducir el código del portal. Natalie se dio cuenta de que no iba a poder llegar más lejos aquel día, allí no iba a poder entrar.

Pero esto no había terminado. Era el principio. Tenía intención de averiguar quién era esa chica. Tenía intención de hurgar hasta dar con la respuesta.

Capítulo 28

S
alieron de Tomteboda exactamente tres minutos y veinte segundos después de que el Range Rover de Babak hubiera reventado las verjas. Con dos minutos y cuatro segundos de retraso con respecto al horario establecido por el Finlandés.

La bolsa con la bomba que habían colocado junto a las verjas seguía en su sitio. El camino estaba despejado para salir.

Oían las sirenas de la policía.

Podrían haberla jodido.

De todas formas, no se veían coches policiales. Debían de estar lejos todavía. O, si no, los guripas se habrían enganchado en las alfombras de clavos.

Salieron en dirección a Solna. Primero el Range Rover con Babak y Sergio. Después, la furgoneta con Mahmud y Jorge.

Mahmud conducía el coche como un piloto de Fórmula 1. Jorge controlaba las frecuencias de la radio de la policía como un madero de
The Wire
. Pilló todos los distritos salvo las frecuencias de investigación; para ello habrían hecho falta antenas especiales. El distrito Västerort, frecuencia 79,000; eran los primeros en llegar.

Los operarios de la policía regional gritaban como locos. Pedían ambulancias, expertos en explosivos, jefes de operaciones externas. Trataban de definir el camino de huida, el modus operandi y averiguar si podían traer helicópteros de Goteborg.

Esto no estaba previsto, que hubiera guardias ensangrentados en el suelo. Sobre todo: que se largaran en
dos
coches. Dos coches que podían ser identificados. Dos descripciones de vehículos que salían en la radio de la pasma. Dos coches con rastros que debían borrar.

Aun así: hasta ahora todo había sido como tirar un penalti sin portero, aparte de la luz de la cámara que habían jodido. Los guardias no habían montado jaleo; no podían llevar armas en la Suecia buenaza, pero sí llevaban botones de alarma. J-boy & Co. se habían hecho con todos los maletines, colocados ordenadamente con las asas hacia fuera y el pequeño piloto rojo que seguía parpadeando como si no hubiera pasado nada. Además de dos sacos con pasta de la cámara. Jorge decidió considerarlo como un bonus.

Perdedores,
adiós
.

Cinco minutos más tarde salieron de la carretera por detrás del cementerio de Helenelund. La salida de la ciudad había sido la mar de tranquila. Apenas había tráfico: gracias a Jimmy y Javier; las principales arterias todavía estarían ardiendo. No había coches policiales en la carretera: gracias a Jimmy, Tom, Robert y Babak; los guripas seguirían estrujándose los sesos para desactivar las bombas falsas de Jorge. No había cópteros: se dio las gracias a sí mismo por ello; lo sentía por los perros que habían muerto.

No había habido sorpresas, salvo lo de la pala cargadora: gracias a Dios.

No sabía cómo tratar el tema con Jimmy y Robert cuando los viera: el enigma de la pala cargadora en realidad no era culpa suya.

Entraron en el aparcamiento detrás de la capilla. Las tripas de Jorge estaban revueltas otra vez: ¿y si los coches del cambio tampoco estaban aquí? ¿Y si pasaba la misma mierda que con la pala cargadora?

El aparcamiento estaba delante de ellos.

La vio enseguida. La camioneta estaba en su sitio. Una Citroën negra. Menos mal, chaval.

Aparcaron la furgoneta cerca. Salieron volando de los coches. Abrieron el portón trasero de la furgoneta. Pasaron los sacos y los maletines. Un, dos, tres. Iba rápido. Cuatro, cinco, seis. La zona de carga de la Citroën también estaba forrada de papel de aluminio. Siete, ocho, nueve. Jorge recibió un mensaje de Tom a través del
walkie-talkie
, diciendo que todos ya estaban camino de casa. Diez, once, doce. También se llevaron el inhibidor. Trece, catorce, quince. Mahmud y Sergio entraron en la Citroën, largándose hacia el piso.

Dos sacos, además de taaantos maletines de pasta, ya estaban viniendo a papá.

Ahora, el último paso. Uno de los más importantes: tenían que borrar sus propias huellas.

Jorge sacó el extintor de la furgoneta. Comenzó a echar espuma por la parte interior de la Mercedes. Esto eliminaba huellas dactilares y corroía la mayor parte de los rastros de ADN. Babak estaba al lado, mirando.

—¿Y qué hacemos con mi coche?

Era una pregunta imposible de esquivar.

—No voy a gastar todo lo que tiene este extintor. Dejo lo último para ti —dijo Jorge.

Babak le echó una mirada asesina.

—¿Estás mal del coco o qué? ¿Qué te piensas, que yo voy a asumir más riesgos que el resto? ¿Voy a tener que conformarme con el último sorbito de tu puto extintor?

Jorge siguió echando espuma. Ignoraba el lloriqueo del iraní.

—Tú o el testaferro de este coche deberíais llamar a la policía y denunciar el robo de este vehículo, esta noche como muy tarde.

—¿Qué hostias dices?

Jorge dejó de echar espuma.

—Deja de gruñir ya. Ya estabas al tanto de los riesgos cuando decidiste usar el coche. Ahora tenemos que minimizar ese riesgo.

Babak siguió mirándole con cara de pocos amigos. Jorge esperaba que no diera más la lata.

El Range Rover parecía una lata; el hecho de que hubiera podido llegar hasta allí había sido una especie de milagro. Y un embrujo aún mayor, el que nadie en la carretera hubiera reaccionado.

Jorge dejó de echar espuma. Babak cogió el extintor. Jorge le dijo que comenzara con el volante, el salpicadero y el asiento. El riesgo de que hubieran dejado huellas dactilares y rastros de ADN era mayor allí.

La espuma daba para toda la parte delantera del coche.

—Joder, también he llevado a gente en el asiento trasero —chilló Babak—. Allí tiene que haber cantidad de pelos, mocos y esas cosas.

Jorge no lo aguantaba. Pero había que reconocer que el iraní tenía razón. La furgoneta estaba asegurada: había espuma en todas las superficies. Pero el Range Rover seguía siendo un peligro mortal. Aunque no estuviera a nombre de Babak. La espuma en los asientos delanteros no era suficiente.

Tenían que quemar el puto coche.

De nuevo: esto no estaba previsto.

Abrió una de las puertas traseras. Todavía llevaba los guantes puestos.

Hurgó en la bolsa que estaba en el suelo. De todas maneras iba a quemar su ropa. Sacó una botella de alcohol de quemar, echó más de la mitad sobre el cuero marrón claro de los asientos traseros.

Estaba estresado. Ya llevaban demasiado tiempo allí. Habían pasado más de cinco minutos. Sacó la caja de cerillas.

Las manos le temblaban. Se le cayó una cerilla. Era difícil con los guantes puestos.

Si no fuera porque Mahmud se había llevado las armas, podrían haber disparado al Range Rover hasta que comenzara a arder. Eso era lo que siempre hacían en las películas, pero ahora tenían que hacerlo con cerillas. Las viejas, cansadas, lentas cerillas.

Se quitó uno de los guantes.

Fuck
; la mano le temblaba de verdad. ¿Sería por culpa de los rohipos? ¿Sería por el robo del siglo? ¿Sería la angustia criminal en modo de pánico?

Consiguió encender una cerilla. La tiró al asiento trasero. Vio cómo prendía el alcohol de quemar.

Babak se rio. El fuego flambeaba sus asientos de lujo.

Llamas azules.

Jorge comenzó a quitarse el mono. Era una sensación de alivio quitárselo de encima. El sol calentaba.

Sacó un par de vaqueros y un jersey de la bolsa. Metió el mono, los guantes y el pasamontañas. Echó un chorro de lo último que quedaba del alcohol de quemar.

La bolsa, la ropa, los rastros de Jorge Royale se esfumaron.

Babak comenzó a lloriquear otra vez:

—Eh, mira eso. El coche no arde, tío.

Jorge levantó la mirada.

Esto NO estaba previsto.

El fuego se había extinguido en el asiento trasero.

Un minuto más tarde; era como si llevaran tres años en aquel sitio. Jorge estaba esperando el ruido de sirenas todo el tiempo. Coches de policía con los frenos chirriando. La unidad de asalto con las armas levantadas.

Babak desenroscó la tapa del depósito, metió ramitas y hierba en el tanque y colocó un trozo de corteza en la apertura para dejar pasar el oxígeno.

Jorge volvió a coger las cerillas.

Su mano: temblaba peor que un vibrador a máxima velocidad.

A pesar de todo, lo consiguió. Encendió cuatro a la vez. Las tiró al depósito. Dio unos pasos rápidos hacia atrás.

Esperó una explosión.

No pasó nada.

Estuvieron mirando durante algún minuto. Esperando. Rezando.

Al final: parecía prometedor. Salía humo por el agujero del depósito.

No podían quedarse más tiempo.

La última cosa antes de largarse. En el suelo quedaban tres maletines. Los cogió.

—¿Qué hostias es eso? —dijo Babak.

Jorge caminó hacia el miniFiat que habían aparcado en el lugar la noche anterior. Metió los maletines en el minúsculo maletero.

—¿Estos no iban con Mahmud al piso? —preguntó Babak.

—Estos son nuestro bonus —dijo Jorge—. Mahmud también está metido en esto, está al tanto. ¿Te apuntas?

Babak refunfuñó. Pero no protestó.
Cash
extra
für alle
.
[51]

Jorge arrancó el coche. Se dirigieron hacia el piso.

Hagalund. Blåkulla. Todas las casas eran idénticas. De color azul claro, muy altas, muy llenas de iraquíes, practicantes de artes marciales y seguidores del AIK. Y de tipos legales; J-boy conocía a muchos buenos tíos de por allí.

Cuando llegaron él y Babak, todos estaban ya allí. Y el Finlandés había enviado a un tipo para controlar el botín. El chorbo se estaba apoyando contra la pared, tratando de asumir un aire guay. Había que repartir el
cash
inmediatamente; el Finlandés iba a llevarse su parte.

Jorge entró por la puerta tras Babak. Lo saludaron con vítores.

Mahmud le dio un abrazo. Tom Lehtimäki levantó una botella de champán. Jimmy daba saltos.

Primero, Jorge quería decir algo sobre la pala cargadora. Pero, en lugar de eso, se relajó. Sonrió.

—Tíos, ¡somos unos cracks!

Se troncharon, gritaron al unísono, volvieron a abrazarse.

Incluso el tío del Finlandés parecía estar de buen humor.

—No quiero joder el ambiente —dijo Jorge—, pero todavía no hemos terminado. Primero tengo algunas preguntas. Después vamos a abrir estos sacos y maletines.

Los señaló con el brazo extendido. Contra una de las paredes había quince maletines alineados.

—¿Alguien ha visto los maletines cuando los habéis metido?

—No, estaban en las bolsas de deporte —dijo Mahmud.

—¿Todos habéis liquidado vuestros móviles?

Asintieron con la cabeza.

—¿Habéis roto y tirado las tarjetas SIM?

—¿Habéis quemado vuestra ropa?

—¿Habéis tirado la rotaflex?

Volvieron a asentir.

—Tom, ¿has tirado el
walkie-talkie
en un lugar seguro?

Tom asintió.

—Mahmud, ¿has preparado las armas?

—Las he desmontado y están en el baño, rociadas con espuma del extintor y listas.

—Bien, cuando terminemos las coges y tiras las diferentes piezas donde hemos acordado.

Mahmud asintió.

—¿El inhibidor estaba encendido todo el rato?

Asintieron.

—¿Está aquí la ropa de faena, las máscaras y todo eso?

Robert asintió.

—¿Hemos preparado las cajas?

Jimmy asintió.

Jorge levantó la barbilla. Miró a los chicos de uno en uno. Se sentía como un general. Un jefe mafioso que pasaba revista a su ejército. Un padrino que premiaba a sus hombres.

—Entonces, señores, ha llegado el momento de abrir los maletines.

* * *

Inspector de policía Jörgen Ljunggren

Calle Granitvägen, 28

Huddinge

Acerca de comportamiento indebido grave en interrogatorio policial

Vuestro número de referencia: K-2930-2011-231

El abajo firmante representa a Natalie Kranjic en el asunto arriba indicado y tiene potestad para comunicar lo siguiente.

Usted forma parte de la investigación preliminar del asesinato de Radovan Kranjic en Estocolmo. En el marco de la investigación preliminar, la policía ha tomado declaración a mi cliente en cuatro ocasiones. En todos los interrogatorios, usted ha sido el máximo responsable del interrogatorio. En las últimas tres ocasiones, mi cliente ha grabado los interrogatorios con la ayuda de un equipo de grabación personal.

He sacado las transcripciones de estos interrogatorios y he podido constatar que el comportamiento de usted ha sido gravemente indebido en muchas ocasiones. En al menos tres ocasiones, usted también es culpable de acoso sexual.

Para su conocimiento, mi cliente está barajando la posibilidad de denunciarle por los delitos mencionados así como por prevaricación grave. También valora la posibilidad de denunciarle ante el Defensor del Pueblo. El abajo firmante volverá a ponerse en contacto con usted con más información acerca de estas eventuales medidas legales.

Adjunto encontrará una selección de transcripciones de los interrogatorios policiales de mi cliente.

Mi cliente también quiere hacer constar que ella, para mostrar su buena voluntad, de momento solo se lo ha comunicado a usted de manera privada.

En Estocolmo, con la fecha señalada,

Abogado Anders Nyberg

* * *

Anexo

Transcripción de grabación de interrogatorio

—Bien, ya hemos apagado esta pequeña grabadora. Así que lo que digamos a partir de ahora no saldrá en el interrogatorio. ¿Lo entiendes?

—¿Y por qué?

—Porque queremos hablar contigo de algunos asuntos un poco más graves, ¿sabes? Cosas un poco serias.

—Pues adelante.

—Sabemos quién era tu padre. Llevamos años tras él. No era el mejor cristiano, lo sabes, ¿verdad? A decir verdad, era un cabrón cobarde que conseguía asustar a la gente en esta ciudad. ¿No es así? Pero nosotros no tenemos miedo.

—Si vais a empezar con esas cosas, me marcho.

—También lo dijiste la otra vez, pero no lo haces. Escúchanos. Tu asqueroso viejo destrozó esta ciudad. A gente como él y como tú no hay ni que devolveros al lugar de donde habéis salido. Habría que fusilaros sin más. Menos mal que por fin hemos podido meter un gobierno como Dios manda en este país.

(Sonido de silla que se mueve
).

—Ahora me marcho, ya te lo he dicho.

—Si te vas, te puedo garantizar que no trabajaremos para arrestar al asesino de tu padre. Entonces ya puedes olvidarte de nuestra ayuda en eso. Así que vas a quedarte aquí y vas a escucharme, mocosilla. Lo que quiero decir es que todos tenemos que colaborar. Si quieres que nos esforcemos en arrestar al caballero que hizo picadillo a tu padre, queremos que nos des algo de información. ¿Lo entiendes?

—Bien, entonces también me gustaría sacar algunos temas de los que ya hablamos la otra vez. Como puedes ver, he apagado la grabadora.

—Si comenzáis con esta mierda, hemos terminado por hoy.

—Ya sabes de sobra lo que hay. De momento, los dos queremos lo mismo, averiguar quién acabó con tu padre. Y si quieres que nos esforcemos, tienes que colaborar.

—Eres un cerdo, ¿qué quieres saber?

—No me hables en ese tono, pequeña putilla. Entonces sí que me cabreo. Lo que quiero saber es quiénes trabajaban para tu padre.

—Olvídalo. Si me vuelves a llamar lo que me has llamado, me da igual que encontréis al asesino o no. Entonces ya se acabaría este circo.

—Ya te he dicho que no me hables en ese tono. ¿Sabes qué?, ¿Igual te apetece pasar esta noche en una celda de arresto? ¿Igual te apetece darte un revolcón conmigo en el suelo de cemento?

BOOK: Una vida de lujo
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