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Authors: Jens Lapidus

Tags: #Policíaca, Novela negra

Una vida de lujo (34 page)

BOOK: Una vida de lujo
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Natalie apartó los pensamientos negativos. Ella sí que sabía lo que daba sentido a su vida.

La sesión de
body pump
había sido dura; le gustaba esforzarse. Todavía tenía el pulso acelerado. Su cuerpo estaba caliente. El sudor se evaporaba de la cabeza y los brazos. Vio en el espejo que cubría una de las paredes que tenía la cara roja.

Pensó en el verano que había pasado. Un verano difícil, con tantas noches de insomnio y lágrimas que había estado a punto de venirse abajo. Se había aislado; no tenía muchas fuerzas para ver a Viktor, solo quedaba con Louise y Tove en su propia casa. No las había acompañado a Saint-Tropez o Gotland. No salía con ellas por Stureplan. Ni las acompañaba en sus chistes y su humor. Solo quería mantener los pies en el suelo, mantener la estabilidad suficiente para poder con los estudios de derecho en otoño.

No quería involucrarlas en lo que realmente importaba: averiguar más sobre lo que había sucedido con su padre. Quién había acabado con su vida.

En junio, unos días después de que hubiera perseguido a la chica Louis Vuitton hasta Solna, llamó a Göran.

Quedaron en casa de Natalie. Hablaron brevemente en el vestíbulo. Göran quería que dieran un paseo por la zona. Se inclinó hacia ella y le susurró al oído:

—Por si acaso.

Natalie entendió. Era lo correcto. No había necesidad de arriesgarse.

Se puso la cazadora de cuero corta. Salieron.

Fuera no había nadie. Las vacaciones todavía no habían empezado y los vecinos estaban trabajando.

Göran preguntó cómo estaba. Después constató que todo lo de la muerte de su padre había sido innecesario. Ahora todo había cambiado. No utilizó palabras vacías acerca de que su padre estaba en el cielo entre otros héroes, etcétera. Se notaba que le importaba de verdad.

Caminaron hacia la zona boscosa donde ella a menudo había jugado de niña. A Natalie le gustaba ese sitio. Los árboles, las piedras y las piñas eran suyos. Era su mundo.

Se giró hacia él.

—Göran, me gustaría pedirte un favor.

Continuaron caminando. Göran colocó un rapé debajo del labio superior.

—Ya sabes que cogí aquellas carpetas.

Göran se hurgó la nariz.

—En algunas se hablaba de un extraño piso.

Göran se rascó la oreja.

—¿Eso te da igual? —dijo ella.

Göran se giró hacia ella. El rapé corría por sus incisivos.

—Ya te lo he dicho antes. Tú eres su hija. Yo te apoyaré y te ayudaré, hagas lo que hagas. Eso lo sabes. Pero tú eliges el camino. Yo no.

Flashback
: las palabras de Göran en el aparcamiento del hospital de Söder tras el encuentro con Stefanovic. Prometiendo lealtad. Prometiendo respetar las promesas hechas.

Continuaron hablando durante un rato.

—La poli no está haciendo lo que tiene que hacer —dijo Natalie—. En realidad, me da igual cómo se comporten conmigo. Pero parece que no tienen ni idea de quién hizo aquello contra mi padre. Quiero saberlo.

Discutieron diferentes estrategias de cómo Natalie podría hacerse con la información de la investigación preliminar de los policías. Había grabado el último interrogatorio al que había acudido. Cuando ella le habló de eso, Göran tuvo la idea de dejar que un abogado redactara una carta amenazadora. Además, averiguaría si podía ayudarle de otras formas. Hablar con Thomas Andrén, el expoli que solía ayudar a su padre. Él podría dejar caer el tema entre sus excolegas. Tirar de sus contactos. Ofrecer lo que se conocía como primas.

Natalie reflexionó: todavía no había dicho nada sobre la chica a la que había perseguido. ¿Debería ir tan lejos? O bien Göran no sabía nada del piso o bien nadie quería que ella conociera su existencia. Aun así: no podía estar sola en esto.

Dio el paso. Comenzó a hablar sobre cómo había averiguado lo del piso. Que había tratado de encontrar las llaves, pero sin éxito. Que había ido hasta allí. Que había visto a una chica de su edad entrando en el piso y luego salir de él.

Que había seguido a la tía hasta la calle Råsundavägen.

Se detuvieron. En una piedra había una gran cantidad de piñas amontonadas.

—Quiero que te enteres de quién es esa chica —pidió Natalie—. Y que me lo cuentes todo, aunque sea algo embarazoso.

Göran volvió a hurgarse la nariz. El tío no tenía educación.

—Si es algo embarazoso, pues que así sea. Pero no quiero hablar mal de los muertos. Un hombre es un hombre, y no hay más que decir. Y un hombre como tu padre seguramente necesitaba lugares adonde ir para ser hombre.

—Entiendo lo que dices.

—En cuanto a ese piso en particular, lo único que puedo decir es que no lo conocía. Nunca he oído hablar de él.

Natalie miró a Göran. Estaba sin afeitar. Llevaba su ropa de siempre. Su mala postura. Decía que no sabía nada sobre ese piso. Y, pese a ello, confiaba en ese hombre. Todo él emitía la misma señal: «Me importa».

Y ahora mismo eso era algo muy importante para ella.

—¿Y de la mujer? —preguntó Natalie.

—De ella tampoco —dijo Göran—. Pero no hay problema. Me entero de todo sobre ella.

Göran había puesto a Thomas a trabajar en el asunto.

Instalaron Skype en los móviles. Ni a Göran ni a Thomas se les daba bien la informática, pero estaban al tanto de temas de seguridad. Con el Skype, la policía no podía escuchar ni aunque pincharan alguno de sus móviles.

El expolicía le había llamado dos semanas más tarde.

—Qué tal, soy yo. Thomas Andrén.

Natalie incluso podía ver una pequeña imagen de vídeo de Thomas en la pantalla.

—Sí, te veo. ¿Has encontrado algo?

—Un poco. Se llama Melissa Cherkasova y viene de Bielorrusia, pero lleva cinco años viviendo aquí. Habla sueco y vive sola allí en Solna. Tiene veinticinco años y no parece tener un trabajo normal.

—¿Qué es entonces? ¿A qué se dedica?

—Déjame que te lo diga de esta manera: queda con hombres en hoteles.

Natalie se calló. Inspiró un par de veces.

—¿Qué hombres?

—Hasta ahora la he visto quedar con dos diferentes. Dos veces con cada uno. En el hotel Sheraton.

—¿Quiénes son?

—Uno de ellos es británico y parece que solo viene aquí por negocios. El otro es sueco, de mediana edad. No sé mucho más sobre él. No bajan a buscarla, sino que ella va a sus habitaciones. Pero tengo algunas fotos de los tíos.

Natalie inspiró un par de veces más.

—Thomas, entérate de todo lo que puedas sobre ellos.

* * *

K0202-2011-34445

Interrogatorio

Hora: 5 de junio, 09.05-09.16

Lugar: Hospital de Söder, Estocolmo

Presentes: Stefan Rudjman
Stefanovic
(SR), jefa de interrogatorio Inger Dalén (FL)

Transcripción en forma de diálogo
:

FL: Quiero empezar diciendo que no eres sospechoso de nada. Esto es un interrogatorio para aclarar los hechos y has sido informado de la razón. Se trata, pues, del suceso que tuvo lugar en la calle Skeppargatan hace algún tiempo.

SR: Mmm, ya sé de qué va esto.

FL: Entonces me gustaría saber si puedes decirme de qué conoces a Radovan Kranjic.

SR: Somos conocidos, nada más.

FL: Pero tú también estabas en el coche, ¿no?

SR: Sí, eso es bastante evidente, por eso es por lo que estoy en esta cama.

FL: Efectivamente. Por cierto, ¿cómo estás?

SR: Podría estar mejor.

FL: Bien, te lo preguntaré de otra manera. ¿Por qué ibas con Radovan en el coche?

SR: Íbamos a recoger a su hija.

FL: ¿Y de qué conoces a Radovan?

SR: Ya te lo he dicho, somos conocidos. Hola hola, más o menos, no mucho más que eso. Y te diré desde ya que no voy a poder contestar a muchas de tus preguntas porque no sé nada de nada sobre esto. Apenas conozco a Radovan, no conozco a nadie de su familia, no tengo ni idea de nada.

FL: Vale, pero ¿cómo conociste a Radovan?

SR: No me acuerdo.

FL: ¿Fue hace varios años o hace solo unos meses?

SR: No me acuerdo muy bien.

FL: ¿Tenéis negocios en común?

SR: No lo creo.

FL: ¿Has estado en su casa?

SR: Alguna vez.

FL: Pero, entonces, ¿conoces a su hija?

SR: Ya te he dicho que no. ¿Soy sospechoso de algo o qué? Tal y como hablas, parece que soy un asesino o algo así. Estaba en el puto coche, ¿verdad? Ya llevo más de una semana en esta cama. Soy una víctima de esto, ¿o no?

FL: Sí, eso es correcto, formalmente eres querellante en esta investigación. Sin embargo, entenderás que tengo que hacerte algunas preguntas. Cuanto más sepamos de Radovan, mejor podremos investigar este suceso.

SR: Vale, pero ya no recuerdo más cosas. He dicho todo lo que sé.

FL: Entonces te preguntaré sobre otras cosas. ¿Cuándo te sentaste en el coche?

SR: No me acuerdo.

FL: De veras. ¿Radovan ya estaba en el coche cuando tú entraste?

SR: No me acuerdo.

FL: Bien, pero ¿cuánto tiempo viajasteis en el coche juntos?

SR: Ni idea.

FL: ¿Has ido en ese coche más veces?

SR: Sin comentarios.

FL: ¿Qué habías hecho antes de entrar en el coche?

(Silencio
)

FL: ¿No quieres contestar?

SR: Sin comentarios.

FL: ¿Por qué no quieres contestar? No eres sospechoso de nada.

SR: No tengo más comentarios. Ya podemos terminar con esto.

FL: ¿Por qué? Lo único que pretendemos es investigar esto lo mejor que podamos.

SR: Sin comentarios.

FL: ¿No quieres colaborar en la resolución de esto?

(Silencio
)

FL: ¿Cómo?

SR: Sin comentarios.

FL: ¿No crees que podría parecer un poco raro que no quieras colaborar?

(Silencio
)

FL: Bien, de acuerdo, lo interpreto como que no quieres decir más cosas. Entonces damos por finalizado este interrogatorio. Son las 9.16.

Capítulo 31

T
ailandia. Pattaya. Queen Hotel. Un bungaló propio con piscina.

Jorge estaba en la piltra. Miraba al techo. Estaba decorado con coños pintados.

El aire acondicionado zumbaba; parecía que chorreaba.

Tailandia. Pattaya. Queen Hotel, puticlub en toda regla: cuando Jorge había reservado las habitaciones, el hotel le preguntó si querían una
special reception
. Sabía que esto haría felices a los tíos.

Once horas para llegar a Bangkok; volaron dos días después del golpe.

Dos horas hasta Pattaya; fueron en microbús. Pattaya era el destino turístico más grande que había cerca de Bangkok; era fácil desaparecer en las multitudes. Un lugar perfecto para atracadores fugados.

Llevaban muchas semanas en el Queen Hotel; en los menús del restaurante se indicaban los precios de las tías. Tailandia no había cambiado, el ambiente era clavado al de hacía cuatro años, cuando había ido la última vez. Las palmeras, las sombrillas, los viejos pedófilos; todo estaba demasiado cerca. La única diferencia: la última vez ponían Police, Dire Straits, U2. Ahora: rhythm & bass americano.

Pero el tiempo era bueno y estaban lejos.

Jorge se dio la vuelta en la cama. Cogió el reloj que estaba en la mesilla de noche: pesaba. Era un Audemars Piguet Royal Oak Offshore, con una esfera de cuarenta y cuatro milímetros, un grosor de diecinueve milímetros. A pesar de los
mandamientos
del Finlandés, Jorge no había podido resistir la tentación. Un día después del golpe se marchó a la relojería Nymans Ur en la calle Biblioteksgatan. Compró el modelo más bestia que tenían. Hubiera podido pedirlo en la red o comprarlo en Bangkok. Pero no era lo mismo. Una de las principales atracciones residía en entrar y aflojar en
cash
en el barrio más fino de vikingolandia. Recoger el recibo y la garantía y tener a un vikingo delante que se inclina y sonríe y te lame el culo con tanta insistencia que le sale la mierda por las orejas.

Mahmud, Jimmy y Javier estaban en el garito de siempre. Pattaya Sun Club. Estaba junto a la playa. De fondo: Akon, con el volumen a tope.

Babak no estaba; todavía dormía.

Robert y Sergio no se habían apuntado al viaje a Tailandia. Se marcharon a otros países.

Tom tampoco estaba allí; el chorbo se había largado a Bangkok para jugar. Jorge había intentado prohibírselo.

—No vas a poder resistirte, hombre. Vas a empezar a apostar cada vez más pasta. Te conozco.

Tom no hizo más que esbozar una sonrisa socarrona. Decía que podría multiplicar su
cash
por diez en los casinos de Bangkok. Decir que a Lehtimäki le había pegado fuerte el demonio del juego no era ni siquiera exacto. En las últimas semanas, el tío apostaba por cualquier cosa. Quién conseguía meter más maría en un porro. Quién vaciaba una botella de vino más rápido. Qué cucaracha llegaba primero al azucarillo que había puesto bajo la mesa.

Jorge se sentó. Por las noches se encendían unos farolillos: colgaban de las palmeras. Las sillas de rota chirriaban.

No tenía hambre, pidió zumo de piña recién exprimido. Jimmy y Javier estaban desayunando. Mahmud decía que estaba almorzando. Jorge sospechaba que se dedicaba a trapichear por las noches, vendiendo droga a británicos, alemanes y suecos que necesitaban alejarse de sus patrias en más de un sentido.

Gafas de sol. Todos los tíos morenos. Apenas se veían los tatuajes de Mahmud. Las letras de Alby Forever del antebrazo comenzaban a palidecer. Debería rellenarlas.

Javier incluso se había quemado. Lloriqueaba diciendo que así no iba a conseguir pavas tan buenas. El colega: fuera de control. El
hermano
, una especie de adicto al sexo. Parloteaba sin parar sobre los mejores garitos de estriptis, los bares de putas, las bailarinas go-gós. Se jactaba de sus kamasutras, penetraciones dobles, sus dos por uno. Incluso cascaba sobre
the lady boys
, la versión tailandesa de los travestis; estaban por todas partes. Los otros tíos se burlaban, llamándole a Javier trolo, chupabananas, el follatravestistailandesas.

Parecía que a Javier le daban igual los motes.

—Me tiro a cualquier cosa por encima de los catorce. Me da igual que sean tías de verdad o no. Siempre y cuando estén buenas.

Llegó el zumo de Jorge.

—Jorge, escucha esto —dijo Jimmy.

Jorge también se puso las gafas de sol. Cerró los ojos. Fingió escuchar.

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