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Authors: Jens Lapidus

Tags: #Policíaca, Novela negra

Una vida de lujo (58 page)

BOOK: Una vida de lujo
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—¿Has visto los titulares de la prensa hoy? —preguntó Torsfjäll—. ¿Has visto que las ediciones digitales te mencionan?

Hägerström trató de decir algo.

Torsfjäll siguió dando caña.

—Menos mal que nuestra pequeña Operación Ariel Ultra es totalmente UC, que, si no, ya me habrían acribillado a llamadas como si fuera un puto portavoz de prensa. Me cago en esos putos periodistas comunistas, les importan una mierda las consecuencias. Les da igual lo que puedan llegar a destruir, es la hostia.

Hägerström trató de calmar al comisario. También había buenas noticias.

Torsfjäll le ignoró.

—Ya estoy hasta los huevos de esta operación. Estoy pensando en cancelarla. Hemos conseguido detener a ese Javier. Nuestros investigadores de delitos económicos tal vez puedan reunir material suficiente contra JW. Vaya puto día. Por cierto, ¿qué putos aficionados de asalto son los que tenemos en este país? ¿Eh? Se portan como unos putos maricas. ¿No pueden entrar en una puta cafetería normal y detener a dos personas? ¿Tan difícil es eso? Putas mariconadas.

Hägerström contó. Torsfjäll había conseguido decir «puta» siete veces en menos de treinta segundos. Trató de soltar un par de cosillas conciliadoras.

Al final el comisario perdió un poco de fuelle.

—Por un lado es bueno que los periódicos escriban cosas —dijo Hägerström—. Eso aumenta mi fiabilidad entre la gente de Jorge y JW. Ellos ven que estoy a bordo de verdad. Vamos a dar con Jorge, estoy convencido. No te preocupes.

—Ese pequeño moraco puede volver a Tailandia en cualquier momento. Evidentemente, tiene un pasaporte.

—Bien, pero sus billetes están manchados. Y JW va a ayudarle a solucionarlo. ¿Lo pillas? Contactará con JW. Y yo sé dónde anda JW. Vamos a poder detener a Jorge. Y también a JW, al menos por intento de blanqueo de dinero.

Torsfjäll ya parecía un poco más contento.

—Vale, tienes razón. Pero no vamos a condenar a ese gallito solo por blanqueo de dinero, lo vamos a detener por crímenes más graves. Lo único que tienes que hacer es averiguar dónde tienen su material.

—Lo estoy intentando, créeme. Y hay otra cosa. Hoy tengo una pequeña sorpresa preparada para JW. Algo en lo que él mismo ha insistido. Algo que puede hacer que me use todavía más.

Dos días más tarde. El segundo lunes de octubre. Siempre pasaba lo mismo. Toda la gente seria estaba en el bosque. Las oficinas de la City, medio vacías. El celo de los alces había terminado. Eso significaba caza de alces.

La sorpresa de Hägerström: había conseguido que JW participara en la caza y en la cena posterior en casa de Carl en Avesjö.

Un bonito día de otoño. Un largo día en el bosque. Habían quedado a las ocho de la mañana. Eran doce en total. Cazaban con perros. Habían contratado a dos perreros que andaban por los cotos. Los cazadores estaban en sus puestos en las torres de alrededor. Tres cotos en un día: tres horas multiplicadas por tres. Una comida temprana en la cabaña de caza. De pie, tomando gulash de bote. Entre coto y coto se ponían al día. Algunos se fumaban un cigarrillo. La mayoría tomaba café. Atendían el repaso de los monteros, hablaban del mejor camino para llegar al siguiente coto, ajustaban los rifles. Hablaban de caza, de amigos en común y de negocios todo el tiempo.

Al final del día habían matado a un macho joven y dos cervatos; Hägerström era uno de los héroes. Él había matado al macho joven.

Para Hägerström, la caza suponía otro éxito. JW y él habían compartido puesto en las torres de los tres cotos. JW había tomado prestado un rifle de caza de clase 1 del hermano de Hägerström. Un Blaser R93 con una mira telescópica de lujo: una Swarovski Z6.

JW estaba en el séptimo cielo.

Hägerström vio cómo luchaba por que no se notara lo impresionado que estaba.

Pero estaba más excitado que cuando salió del trullo.

Y sobre todo: este era el coto de caza de JW desde el punto de vista de los negocios.

Por la noche había una cena en Avesjö. Hägerström, Carl, JW y nueve amigos de Carl. Hägerström conocía a la mayoría de ellos de antes. Carl vivía según el principio de que los nuevos amigos no son amigos. Fredric Adlercreutz también estaba allí, naturalmente. Trataba a Hägerström como siempre. Tal vez, pensó Hägerström, él también era gay.

Había tres caras nuevas para Hägerström. Eran contactos de negocios de Carl, ellos constituían la excepción a su regla.

Era la primera vez que Hägerström llevaba a un amigo. Le sacaba más de diez años a JW, pero Carl tenía unos años menos que Hägerström, así que la diferencia de edad entre ellos no era tan grande.

Habían contratado a gente para preparar la comida. Los monteros tuvieron que irse a casa. La cena ya estaba sobre la mesa. El primer plato consistía en
rårakor
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con crema agria y huevas de alburno.

Solo quedaban los caballeros. Los más íntimos de Carl. Todos los abogados, financieros, agentes inmobiliarios.

Todos habían elegido el mismo camino: la carrera profesional era lo más importante.

Todos venían de la misma clase social.

Todos tenían o dinero heredado o mujeres con más dinero heredado.

Hägerström miraba a JW.

Los otros llevaban vaqueros y camisa y algunos, americanas. Mocasines o zapatos náuticos en los pies. Todos iban bien vestidos, pero de manera informal. Aquellos chicos habían sido los más guays de los más guays hacía diez años, ya no tenían nada que demostrar entre sí. Ya eran adultos.

JW, por otro lado, llevaba un pantalón rojo de algodón con rayas afiladas como cuchillos, camisa blanca y una americana azul oscuro. Zapatos Berluti traídos desde París.

Los gemelos de oro Tre Kronor con fondo rojo eran el punto sobre la i.

Podría tratarse de detalles superficiales. El fondo era el mismo. Pero Hägerström se daba cuenta. Y sabía que Carl también se daba cuenta. JW era un poco demasiado, simplemente. Se preguntaba si el propio JW se percataba de la diferencia.

Los otros tenían unos cortes de pelo sobrios, pero estaban un poco despeinados después de un día entero en una torre con la gorra de caza puesta.

JW, por otro lado, había ido al baño para arreglarse. Su pelo estaba repeinadísimo, parecía que llevaba casco.

Estaban sentados en sillas rococó restauradas con piel de cebra. A la mujer de Carl le interesaba la decoración. Había un mantel blanco sobre la mesa. Delante de cada plato había tres copas de cristal diferentes de Orrefors que Hägerström reconocía. Habían sido el regalo de boda que le habían hecho él y Tin-Tin a Carl cuando se casó hace seis años. Cubiertos de plata, platos y servilletas que la mujer de Carl había heredado de su abuela, con el escudo de armas del clan de los Fogelklou bordado con ringorrangos. Sobre la mesa había candelabros gigantescos con velas. Hägerström también los reconocía. Habían sido de su abuela, la condesa Cronhielm af Hakunge.

Los ojos de JW estaban tan abiertos como los primeros platos de la mesa. Hägerström pensó que el muchacho tendría que aprender a asumir una pose un poco menos exaltada.

Carl les dio la bienvenida a todos.

—Me gustaría brindar por la exitosa caza de hoy. A pesar de que yo no haya conseguido abatir nada este año. Ja, ja.

Todos alzaron sus copas, tomaron un sorbo del vino para el primer plato: Chablis Cuvée Tour du Roy Vieilles Vignes.

Hägerström seguía estudiando a JW.

Buscaba los cubiertos a tientas. Miraba a los demás para ver cuál de los platos de pan era el suyo. Se limpiaba la boca con la servilleta de tela con demasiada frecuencia.

El que estaba enfrente de JW, Hugo Murray, levantó su copa hacia Hägerström.

—Brindemos por ti, Martin. Has sido el único que ha podido abatir algo interesante hoy.

Martin elevó su copa. Miró a Hugo a los ojos. Asintió con la cabeza. Sonrió.

—¿Y quién abatió el macho el año pasado? —preguntó.

Hugo soltó una risita. Asintió con la cabeza. Señaló a Hägerström con la copa. Miró a su alrededor. Los demás también brindaron. Todos recorrieron la mesa con la mirada. Después pusieron las copas sobre la mesa.

En las paredes colgaban cuadros. El conde Gustaf Cronhielm af Hakunge, el original. El mismo tío que colgaba en la pared de Hägerström en su casa. Pero en este cuadro sujetaba dos faisanes que había matado. Había cuadros de sus tres hijos, uno de ellos era el abuelo de Hägerström. El viejo murió cuando Hägerström tenía cuatro años. Había un retrato nuevo en una de las paredes: una fotografía de su padre en la barca, con la bahía Vretaviken de fondo.

Hägerström pensó en lo que hubiera dicho su padre de haber visto a su hijo cogido de la mano de Javier en Bangkok.

Continuaron cenando. Hägerström con los oídos atentos. Oía cómo Hugo hablaba con JW.

—¿Y a qué te dedicas cuando no estás metido en una torre con Martin?

—Administro mi dinero, como todo el mundo —dijo JW.

Hugo se rio por cortesía. JW se rio obligado.

—Ya, claro. ¿Y qué haces cuando no administras tu dinero?

—Trabajo en el sector de la administración de capitales.

Hugo asumió una actitud menos cortés, más genuinamente interesada.

—Entiendo, ¿por tu cuenta o qué?

—Sí, se podría decir que sí. Trabajo con una persona en Liechtenstein. Gustaf Hansén, ¿lo conoces?

—No, no lo creo. ¿Cuántos años tiene?

—Unos cuarenta y cinco.

—¿Estaba en el Enskilda antes?

—No, estaba en Danske Bank.

—Vale. Podría ser el tío de Carl-Johan. ¿Conoces a Carl-Johan Hansén?

Las camareras trajeron el segundo plato.
Boeuf bourguignon
de alce con patatas con denominación de origen. La carne, de un alce abatido en Avesjö el año pasado, naturalmente. El vino: Chambolle-Musigny 2006, de la bodega de Carl.

JW y Hugo seguían hablando.

Hägerström seguía escuchando.

—¿Y tú qué haces? —preguntó JW.

—Estoy en Investkapital. Ahí ando, ocupado en mis asuntos.

—Vale. ¿En qué departamento?

—En el de
trading
.

JW intentó devolverle la misma pelota.

—¿Conoces a Nippe Creutz, entonces? Creo que el novio de su hermana está en Investkapital.

Hugo puso cara de no saber nada sobre el asunto.

—No he oído hablar de eso. Pero también es verdad que he cogido un permiso de paternidad últimamente.

—Y qué, ¿lo has disfrutado?

—Claro que sí. Todos los viernes por la tarde con mi mujer y los hijos. Más de eso no se puede, ya sabes. Pero ha estado muy bien. Las niñeras también han de tener un poco de tiempo libre de vez en cuando. Ja, ja.

Hägerström se preguntó si JW sabía que Hugo Murray era propietario de una gran parte de las acciones de Investkapital AB.

Oyó cómo Hugo daba la vuelta al juego de las preguntas. Interrogó a JW.

—¿Dónde estudiaste?

—¿Dónde hiciste el bachillerato?

—¿Dónde tiene tu familia la casa de verano?

JW navegaba bien.

—Viví en el extranjero.

—Fui a un colegio americano de Bélgica.

—Tienen una pequeña casa en la Provenza.

Hägerström pensó: no era solo la ropa, el peinado y los gemelos. Una cosa se hizo evidente. Nadie de fuera podía entrar en el mundo del que venía él. Daba igual la cantidad de dinero que ganaras, que residieras en la dirección apropiada, que te vistieras adecuadamente o que fueras muy amable, que conocieras los nombres que había que mencionar y que ganaras cantidades enormes de dinero. Aunque cazaras, fueras socio del club de golf de Värmdö, comprases una casa en la calle más exclusiva de Torekov o condujeras el coche más caro.

Era imposible. No entrabas.

Nunca te convertirías en uno de ellos de verdad.

Porque eran como una familia. No podías engañarles con unos modales perfectos en la mesa, los ideales correctos del partido de derechas, con ser socio de Nya Sällskapet
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o con soltar comentarios despectivos sobre el populacho de Farsta. Te desenmascaraban, porque si no conocen a tus padres o a tus hermanos, o si no han oído hablar de la finca de tu familia en Sörmland, no eres uno de los suyos. O bien formas parte de su sociedad o bien no lo haces. La única manera era nacer dentro de ella.

El propio Hägerström había sido policía, después chapas. ¿Cómo encajaba eso en el mundo de Carl? No vestía como los demás, no vivía como ellos. Era incluso homosexual, joder. Aun así, lo aceptaban como a un hermano, porque sabían de dónde venía. Sus padres conocían a los suyos. Sus abuelos paternos habían conocido a sus abuelos maternos. Veían a su antepasado en la pared. Sabían que podían confiar en él.

La cena finalizó. Se levantaron. Entraron en la sala de fumar. Carl repartió puros. En las paredes colgaban trofeos de caza y más cuadros del viejo Cronhielm af Hakunge.

Tomaron coñac y calvados. Hablaron de negocios y de caza.

JW no lo hizo mal. Cayó bien. Aunque no fuera uno de ellos, quería serlo. Lo aceptaron.

Hägerström oyó cómo llenaba el hueco de los últimos cinco años de su vida, los años en los que él, en realidad, había estado en chirona. Habló de su trabajo en bancos americanos y contactos con paraísos fiscales. Describió la playa de Nassau, los restaurantes de George Town y los hoteles de Panamá. JW mencionó, como quien no quiere la cosa, cómo podías actuar de manera inteligente. Tal vez invertir en algo a través de alguien del lugar, evitar que la Suecia de los burócratas se hiciera con una parte demasiado grande de los beneficios.

Hägerström podía ver la curiosidad en los ojos de algunos de los hombres. Quería que JW continuara con sus intentos de conquistar clientes potenciales.

No pudo oír todas las cosas que JW dijo a lo largo de la noche. Pero le oyó hablar con Fredric.

—Me encanta Panamá. Allí se lleva mucho eso de las acciones al portador, un poco como unas letras de cambio continuas, pero diez veces mejor. Eso quiere decir que los propietarios de las empresas pueden ser totalmente anónimos. Ya sabes, el portador del título de las acciones es socio de la empresa, pero no queda constancia de su nombre en ningún registro ni tampoco tiene por qué figurar en el título. Ni siquiera el banco necesita saber quién es el propietario. Esto es como en los buenos tiempos de antes, cuando había cuentas secretas suizas. Ya no quedan muchos países donde se puedan hacer estas cosas.

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